Incendios atómicos
El fuego libera energía equivalente a varias bombas atómicas como la de Hiroshima
El año 2017 fue el que hizo de parteaguas entre dos épocas en materia de incendios. En junio de entonces, por ejemplo, el fuego se expandió por miles de hectáreas y causó más de 60 muertos en Pedrógão Grande, a tan solo unos cientos de kilómetros de la raya que divide Portugal y España. En materia de fuego no hay fronteras. Dicen los expertos que allí se emitió tanta energía en una hora que equivalió a 27 bombas atómicas como la arrojada en Hiroshima. Así nació el concepto de incendios d...
El año 2017 fue el que hizo de parteaguas entre dos épocas en materia de incendios. En junio de entonces, por ejemplo, el fuego se expandió por miles de hectáreas y causó más de 60 muertos en Pedrógão Grande, a tan solo unos cientos de kilómetros de la raya que divide Portugal y España. En materia de fuego no hay fronteras. Dicen los expertos que allí se emitió tanta energía en una hora que equivalió a 27 bombas atómicas como la arrojada en Hiroshima. Así nació el concepto de incendios de sexta generación, megaincendios o incendios atómicos, aquellos capaces de alterar la atmósfera, más rápidos, intensos, destructivos y grandes que los que se conocían hasta entonces, simplemente porque disponen de más combustible, y éste es más homogéneo y ocupa mayor superficie.
Hace escasos días se sufrió un gran incendio en los límites de las provincias de Castellón y Teruel, que ha arrasado con casi 5.000 hectáreas, y multitud de incendios en Asturias y Cantabria. Ha comenzado la temporada antes de tiempo. Los megaincendios son capaces de liberar energía equivalente a varias veces la de la ya mencionada bomba atómica de Hiroshima y regresar en forma de auténticas tormentas de fuego prendiendo cientos y miles de incendios simultáneamente a kilómetros de distancia, lo que convierte en casi inútiles las infraestructuras de defensa. Con tales características poco se puede hacer, haya el número de bomberos y voluntarios que haya, y de helicópteros y aviones que se pongan en funcionamiento porque el agua que derraman se evapora antes de llegar al suelo: no pueden acercarse, sólo se puede esperar a que cambie el tiempo y llueva. Mejor no estar cerca, son prácticamente incontrolables. Lo ocurrido en California, Chile, Bolivia, Argentina, Australia (éste, de proporciones bíblicas, más de 10 millones de hectáreas calcinadas), quizá en Sierra Bermeja en Málaga, etcétera, en los últimos años tienen que ver con esas características. Quizá no siempre se puedan asociar con la acción del hombre, por ejemplo, soltando en el bosque un conejo rociado de gasolina y prendiéndolo, sino con accidentes naturales como los rayos de una tormenta eléctrica. Y desde luego, con la emergencia climática: el calentamiento global reduce la humedad de la vegetación, secándola y poniéndola en disposición de arder.
Los expertos llevan tiempo declarando que los incendios se apagan en invierno, no en verano, incidiendo en la importancia de las políticas de prevención antes que en las de extinción. Nunca ha habido tantos grandes incendios ni tantos recursos para atajarlos. Esta realidad lleva tiempo siendo estudiada en el seno de la Fundación Felipe González, que ha dado voz a científicos y bomberos preocupados por las políticas públicas que han de aplicarse —además de mejorar los equipos de extinción— contra un gigantesco enemigo que en los últimos tiempos ha abatido en la Unión Europea a más víctimas que el terrorismo (casi 500 fallecidos en los últimos tres lustros). El propio expresidente de Gobierno va a participar en unas semanas, en Oporto, en la conferencia internacional sobre incendios forestales.
Que haya incendios de sexta generación no significa que desaparezcan los anteriores, aquellos que también tienen que ver con las emigraciones del campo a la ciudad y el abandono de lo rural, con la explosión de la práctica de la segunda vivienda, con las zonas densamente pobladas… Para ellos sí se muestran eficaces los medios humanos y técnicos tradicionales, con un personal cada vez mejor entrenado y profesionalizado. Esos instrumentos funcionan apagando pequeños y medianos fuegos, que son la inmensa mayoría de los que se simultanean en las épocas de baja humedad como la actual. Los expertos hablan de la “paradoja de la extinción”: cuanto más eficaces son los medios apagando los fuegos tradicionales, más grande será el incendio que vendrá. ¿Por qué? Si no se extraen los excedentes de vegetación, ni se permite que se quemen en incendios de baja intensidad, la biomasa se acumulará y acabará ardiendo tarde o temprano, y cuanto más tarde en arder, más intensidad alcanzará el incendio y más capacidad destructiva tendrá.
También esto forma parte de la política.
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