La utopía del decrecimiento

La producción mundial actual supera ya a la capacidad de regeneración del planeta

Mia Mottley, primera ministro de Barbados, el 7 de noviembre de 2022.Sean Gallup (Getty Images) (Getty Images)

“Hemos construido pirámides en el pasado, erradicado la esclavitud, desarrollado vacunas en una pandemia global, mandamos al hombre a la Luna o un robot a Marte… Sabemos lo que hay que hacer, sólo hace falta voluntad política”. Estas palabras de la líder de un pequeñísimo país caribeño con gran personalidad reflejan la extrema preocupación que existe en algunos focos sobre la emergencia climática y sobre el hecho de que la producción mundial actual esté por encima de la capacidad de regeneración natural del planeta. Es así como surgen diferentes debates sobre el cambio climático y la necesidad...

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“Hemos construido pirámides en el pasado, erradicado la esclavitud, desarrollado vacunas en una pandemia global, mandamos al hombre a la Luna o un robot a Marte… Sabemos lo que hay que hacer, sólo hace falta voluntad política”. Estas palabras de la líder de un pequeñísimo país caribeño con gran personalidad reflejan la extrema preocupación que existe en algunos focos sobre la emergencia climática y sobre el hecho de que la producción mundial actual esté por encima de la capacidad de regeneración natural del planeta. Es así como surgen diferentes debates sobre el cambio climático y la necesidad de hacerle frente no sólo para acelerar la reducción de gases de efecto invernadero, sino muy especialmente para controlar sus impactos, cada vez más dramáticos.

Algunos de estos debates están fuera del marco de las Naciones Unidas. Por ejemplo, la presidenta de Barbados, Mia Amor Mottley (que es quien pronunció las primeras palabras de este artículo), ha puesto a su país en el mapa proponiendo un nuevo papel para el sistema financiero mundial, en especial para el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, con el objeto de que reflejen mejor las realidades actuales facilitando el acceso al capital a los países afectados por la emergencia climática. Es lo que se conoce como Bridgetown Agenda (capital de Barbados), y contempla, por ejemplo, que el dinero debería estar disponible no solo después de un desastre, sino antes del mismo: informes del Banco Mundial apuntan a que por cada dólar que se gasta en resiliencia se podrían ahorrar siete dólares en costes evitados. Además, evidentemente, de muchas vidas.

Pero el debate más significativo es el del decrecimiento económico. Cada vez abunda más la literatura científica sobre ello, aunque sean pocos los economistas que aún han entrado en ello. Esta corriente de pensamiento sostiene la disminución regulada y controlada de la producción con el fin de establecer una nueva relación de equilibrio entre los seres humanos y la naturaleza. No habría ni que decir que una cosa es el decrecimiento libremente buscado y otra una recesión. El primero, según Serge Latouche, filósofo y economista francés, es una especie de cura de adelgazamiento realizada de modo voluntario para mejorar el bienestar. No hay nada peor, dice Latouche, que una sociedad del crecimiento sin crecimiento.

Suprimir el cambio climático no es posible sin reducir la producción económica, que sería la responsable de la disminución de los recursos naturales y de la destrucción del medio ambiente que genera. Incluso el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ha argumentado que la única forma posible de alcanzar los objetivos del Acuerdo de París de 2016, todavía sin superar, es disminuir conscientemente los flujos de materias de la economía global. Para instalarse en esta “teoría del decrecimiento” habría que reconsiderar conceptos como el poder adquisitivo o el nivel de vida y sustituir la medición tradicional de la prosperidad a través del producto interior bruto por otros indicadores como el índice de desarrollo humano u otros que se creen.

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La gran dificultad de la “teoría del no crecimiento” está en su distribución: la disminución planificada en los países de ingresos altos al tiempo que mejora la calidad de vida del resto. Eso es lo que lo convierte por ahora en una gran utopía que debe tratar de evitar las consecuencias sociales negativas que tendrían sin duda efectos políticos sobre las democracias. Pero desde que, a principios de los años setenta del siglo pasado, fue planteada por el economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen en su libro sobre la ley de la entropía y el proceso económico, se ha avanzado en su desarrollo y en su concienciación.

Además, quién iba decir durante la Gran Recesión que apenas tres lustros después de la feroz austeridad que ayudó a arruinar a algunos países ya no sería tabú hablar de desigualdad o aplicar impuestos específicos, aranceles, restricciones, ingresos mínimos vitales, escudos sociales, activismo industrial o subsidios, y que la heterodoxia de una época se iba a convertir en la ortodoxia de otra.

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