El ‘caso Truss’

En unos meses sabremos si los sistemas europeos resisten a la crisis o si se aproximan al disparate de las democracias más antiguas

La primera ministra británica, Liz Truss, el pasado 20 de septiembre en Nueva York.Toby Melville (Getty Images)

Lo de Liz Truss es interesante. No puede ser culpada, supongo, de que tras el primer encuentro se le muriera la reina, que había soportado con buena salud a los anteriores 15 primeros ministros. Pero lo de hundir la economía británica en menos de una semana y con una sola ley, la primera de su Gobierno, constituye...

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Lo de Liz Truss es interesante. No puede ser culpada, supongo, de que tras el primer encuentro se le muriera la reina, que había soportado con buena salud a los anteriores 15 primeros ministros. Pero lo de hundir la economía británica en menos de una semana y con una sola ley, la primera de su Gobierno, constituye un hito histórico. Y sus entrevistas radiofónicas del jueves a una serie de emisoras locales parecieron confirmar lo que venía sospechándose: en Downing Street se aloja una mujer que cree ser Margaret Thatcher igual que otros, generalmente en un sanatorio, se creen Napoleón.

(Un inciso. Cuando Thatcher llegó al poder, los más ricos pagaban a Hacienda el 83% de sus ingresos; ella redujo la tasa máxima al 60% y la mínima al 30%. Cuando Truss llegó al poder, o sea, hace unas semanas, los más ricos pagaban, si no recurrían a paraísos fiscales, un máximo del 37%: lo dicho, un asunto patológico).

Cabe reconocer que, desde el Brexit, el Reino Unido ha gozado de dirigentes muy discutibles: David Cameron, el que se disparó un referéndum en el pie; Theresa May, la que no supo qué hacer con el pie herido, y Boris Johnson, el que proclamó que la cojera le sentaba maravillosamente al país y se fue de fiesta. En ese sentido, Liz Truss sólo representa un paso más (con el pie malo) en la degradación de los tories.

Tampoco Estados Unidos lleva una temporada muy lucida. Recuerden a George W. Bush. A Barack Obama, simpático y elegante, sí, pero ineficiente. A Donald Trump, inenarrable de principio a fin. Y ahí está ahora Joe Biden, que quizá podría haber sido un presidente potable 10 años atrás, cuando aún no se le iba la cabeza. Durante este proceso, el Partido Republicano ha enloquecido.

Los sistemas políticos británico y estadounidense muestran muchas similitudes. El sistema electoral mayoritario impone (Escocia aparte) el bipartidismo, propenso a deslizarse hacia los extremos en épocas de polarización como la actual. Los partidos de ambos países dependen en gran medida de las donaciones de magnates, lo cual tiende a alejarlos del ciudadano común. Y en ambos casos, por razones tal vez relacionadas con lo dicho antes, los partidos (en especial los del flanco conservador) parecen haber decidido elegir candidatos cada vez más mediocres.

En comparación, los sistemas continentales, generalmente más complicados (proporcionalidad electoral, federalismos y autonomismos), resisten por ahora bastante bien. Italia incluida, a la espera de ver qué da de sí Georgia Meloni. Puede temerse un eje Roma-Varsovia-Budapest que complique la vida a la Comisión Europea y dificulte el consenso socialdemócrata frente a una guerra que se perfila larga y en la que Estados Unidos, con intereses propios, no siempre juega a favor de sus aliados. Por otra parte, los errores de Vladímir Putin (la tiranía es siempre el peor sistema) pueden tener efectos disuasorios para quienes se vean tentados por el autoritarismo.

En no demasiados meses sabremos si Bruselas y los sistemas europeos resisten la crisis o se deshilachan y se aproximan al disparate de las democracias más antiguas, la británica y la estadounidense. Nada está garantizado.

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