Por qué la calle se hace de derechas

La cuestión es quién capitaliza el descontento de una población cansada y desmoralizada

Una escena de la manifestación en defensa del mundo rural, en Madrid, el pasado 20 de marzo.Víctor Sainz

Hace una semana coincidieron dos manifestaciones de protesta en Madrid. La primera, la del campo, agrupó a cientos de miles de personas y fue capitalizada políticamente por la derecha conservadora y la extrema derecha, cuyos principales dirigentes estuvieron presentes. A solo unos cientos de metros se concentraron los ciudadanos que protestaban contra la ...

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Hace una semana coincidieron dos manifestaciones de protesta en Madrid. La primera, la del campo, agrupó a cientos de miles de personas y fue capitalizada políticamente por la derecha conservadora y la extrema derecha, cuyos principales dirigentes estuvieron presentes. A solo unos cientos de metros se concentraron los ciudadanos que protestaban contra la invasión rusa de Ucrania. Estos, mucho menos numerosos, habían sido reunidos por algunas organizaciones no gubernamentales (las que pusieron todo el esfuerzo), los partidos de izquierda y los sindicatos de clase. La mera enumeración de los convocantes era casi superior (es un decir) a los presentes, y entre ellos no estaban las figuras más representativas de los partidos y sindicatos. Del mismo modo que en la primera manifestación abundaban los jóvenes, en la que denunciaba la guerra de Putin apenas se veían más que sienes plateadas o cabezas sin pelo. Tres días después, CC OO y UGT llamaron a protestar contra la carestía de la vida, esta vez sí, con Unai Sordo y Pepe Álvarez en primera fila. Los manifestantes se contaban más por cientos que por miles.

Esto no era lo habitual. ¿Está ganando la calle la derecha a la izquierda? ¿Es un hecho coyuntural o se está constituyendo en tendencia y en el espíritu de nuestra época? El peso del desasosiego cuenta en el ánimo de la zurda ideológica. La cuestión es quién capitaliza el descontento de una población desmoralizada y cansada por la continuidad de una serie de crisis mayores sucesivas. Hay un malestar social cocido a fuego lento desde el año 2008 que ahora ha estallado ante el hecho de que los precios suben tres veces más que los salarios y ha emergido, como un cisne negro, el espectro del empobrecimiento general. Agricultores y ganaderos, transportistas, pescadores, asalariados en general y pensionistas, autónomos, amas de casa, pequeños y medianos empresarios, etcétera, la fila de agraviados se va haciendo más larga.

En este contexto, conocido en otros momentos de nuestra historia democrática (la crisis del petróleo y la estanflación de los años setenta del siglo pasado), hay un factor nuevo: la presencia de la extrema derecha (obtuvo 3,64 millones de votos en las últimas elecciones), que trabaja para recolectar el malestar social y trata de colarse por las rendijas del descontento y el abatimiento, como bien analiza el periodista Miguel González en su magnífico libro Vox S.A. El negocio del patriotismo español (Península). Por supuesto, que la extrema derecha trate de aprovechar el “estado de cabreo” no significa que no existan los problemas que denuncian los diferentes sectores productivos y la ciudadanía en general. Son muy sugerentes algunas de las tesis desarrolladas por el historiador argentino Pablo Stefanoni en su libro ¿La rebeldía se volvió de derechas? (Clave Intelectual y Siglo XXI Editores). Su título es un manifiesto. A saber, que estamos entrando en el tiempo de la posindignación que, a diferencia del 15-M, está protagonizado por la derecha más radical. Las diferentes extremas derechas en el mundo (muchas de ellas simpatizantes de Putin, como “líder fuerte”) levantan la bandera de la rebeldía como autorrepresentantes de los que se sienten postergados, y consideran a las izquierdas parte del statu quo. Así se han multiplicado las “insubordinaciones electorales”, tipo Trump, Johnson, Bolsonaro, etcétera. La emergencia de estas extremas derechas introduce una competición por el control del campo político que la familia liberal conservadora (la “derechita cobarde”) no había conocido desde 1945, y también disputa con la izquierda, en la calle y en las urnas, la capacidad de indignación frente a la realidad. Las extremas derechas muerden en el electorado compuesto por las franjas de población más precarias, menos educadas y menos favorecidas.

Un fantasma recorre los conciliábulos políticos, los eventos electorales y los centros de pensamiento del establishment: el de la extrema derecha y su consecuencia más inmediata, la polarización. Su pretensión de representar a los que se sienten “inseguros” y “perdedores de la globalización” conlleva un alineamiento creciente en torno a posturas cada vez más alejadas entre sí.

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