El cosmos resumido: cómo Carl Sagan llevó lo inexplicable a todos los salones
En diciembre de 1996 el mundo perdió al divulgador científico más famoso e inspirador, pero su legado sigue vivo no solo en libros y televisión, sino en plataformas y redes sociales que él ni conoció y hoy continúan con su labor de hablar al mundo entero de los asuntos más complejos del universo
Carl Sagan (Nueva York, 1934 - Seattle, 1996) vestía jersey de cuello de cisne, tenía flequillo negro y una voz grave con la que contaba de forma sencilla, en su serie Cosmos, las maravillas del Universo a entendidos y profanos. A mi madre le parecía un tipo interesante y atractivo. A mí también. Veíamos con frecuencia y reverencia los episodios de la serie que habíamos comprado en cintas VHS. Un día le dije a mi madre: “Quiero ser astrónomo, como Carl Sagan”. Y me matriculé en Astrofísica. Me pareció una cosa muy dif...
Carl Sagan (Nueva York, 1934 - Seattle, 1996) vestía jersey de cuello de cisne, tenía flequillo negro y una voz grave con la que contaba de forma sencilla, en su serie Cosmos, las maravillas del Universo a entendidos y profanos. A mi madre le parecía un tipo interesante y atractivo. A mí también. Veíamos con frecuencia y reverencia los episodios de la serie que habíamos comprado en cintas VHS. Un día le dije a mi madre: “Quiero ser astrónomo, como Carl Sagan”. Y me matriculé en Astrofísica. Me pareció una cosa muy difícil, pero cuando las asignaturas se ponían imposibles volvía a ver algún capítulo de la serie, volvía a hojear algún libro de Sagan, y eso me reconfortaba y me hacía seguir adelante. Cuando conseguí licenciarme, con sudor, lágrimas y casi sangre, me metí a periodista, que es más fácil. Pese a todo, creo que no hubiera decepcionado al astrónomo estadounidense.
Sagan estrenó Cosmos en 1980, una serie creada junto a su pareja Ann Druyan y basada en el libro homónimo que alcanzó fama mundial, inspirando a miles de científicos, divulgadores y aficionados, creando innumerables vocaciones científicas. La serie, que presentaba el propio Sagan, se centraba en el relato de los entresijos del universo, del sistema solar a las galaxias, de las reacciones termonucleares en el interior de las estrellas a la excéntrica órbita de los cometas, pero sin hacer ascos a otros asuntos como el funcionamiento de una célula, el espacio en cuatro dimensiones, la naturaleza de los números más grandes o la historia de la ciencia más antigua.
“Sagan es una referencia en cuanto a tono relajado pero entusiasta, claridad en la exposición y búsqueda constante de transmitir un mensaje profundo, nada superficial”, reflexiona el comunicador científico Pere Estupinyà, artífice del programa televisivo El cazador de cerebros (en La 2) y autor de varios libros. “No frivolizaba ni tomaba la ciencia como un espectáculo, sino como lo que es: la mejor herramienta que tenemos para comprender cómo funciona el mundo”. Hoy se cumplen 25 años de la muerte de Sagan, en 1996, víctima de una mielodisplasia y demasiado joven, con solo 62 años. Con motivo del aniversario se reeditan dos de sus más famosos ensayos, Los dragones del Edén (Crítica, que ganó un premio Pulitzer) y La diversidad de la ciencia (Península).
Dos décadas y media después, Sagan sigue siendo una figura popular. No es difícil encontrar memes en las redes sociales, de esos que asocian una cita célebre a un rostro (y que muchas veces son apócrifos), protagonizados por el científico. Un vídeo de Sagan es muy celebrado en Internet: se trata del titulado Un punto pálido azul (A pale blue dot) donde la voz profunda de Sagan acompaña a la imagen más lejana que se ha tomado de nuestro planeta, desde la sonda Voyager 1, cuando se encontraba a 6.000 millones de kilómetros a punto de abandonar para siempre el Sistema Solar.
La Tierra, tan enorme e importante para nosotros como el suelo bajo nuestros pies (porque lo es), parece desde aquellos confines una mota de polvo insignificante flotando en un rayo de luz solar, como cuando levantas la persiana de la habitación en un día soleado. Ahí Sagan reflexiona sobre nuestra pequeñez frente al vasto vacío del Universo: “Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él, todos los que amas, todos los que conoces, todos de los que alguna vez escuchaste, cada ser humano que ha existido, vivió su vida”. Sagan escribió el libro Un punto azul pálido (Planeta) inspirado en esa imagen. Ya en él alerta sobre la necesidad de preservar ese punto minúsculo que flota contra el mar de estrellas, porque es lo único que tenemos.
En sus investigaciones científicas trató temas que aún son de interés. Colaboró con la NASA en misiones de exploración planetaria. Indagando sobre la atmósfera de Venus, Sagan observó las consecuencias del efecto invernadero y, por tanto, los peligros que el cambio climático podría traer a nuestro planeta. Lanzó hipótesis sobre la posible presencia de agua en las lunas de Júpiter, concretamente en la llamada Europa, y con ello la potencial existencia de vida. Fue partidario de la búsqueda de vida extraterrestre inteligente a través del Proyecto SETI, que enviaba mensajes al espacio, como quien lanza una botella al mar, y analizaba radiaciones electromagnéticas en busca de un rastro alienígena.
Otra botella el mar fue el disco de oro lanzado en la sonda Voyager, con diferentes sonidos característicos de la Tierra, que fue ideado por un comité presidido por Sagan. Era poco probable que una civilización extraterrestre encontrara la sonda en la vastedad del espacio interestelar o que tuviera tocadiscos, pero se tomó como un acto simbólico. Una esperanza lanzada al vacío cósmico. (Aunque mañana mismo podríamos tener una respuesta, qué miedo).
Si Sagan levantara la cabeza estaría satisfecho con el creciente interés que ha surgido en torno a la ciencia y la tecnología en los últimos tiempos, tanto en información periodística como en divulgación, después de algunos años en los que un tema tan importante, en una sociedad eminentemente científico-tecnológica, parecía quedar en segundo plano. El propio acelerón tecnológico, además de eventos planetarios como la pandemia, o locales, como el volcán de Palma, ha hecho que volvamos la cabeza hacia los investigadores.
Paralelamente, los mismos procesos han generado cierta desconfianza en la ciencia y el resurgimiento de la pseudociencia y de la superstición, cosa que a Sagan ya no le haría tanta ilusión y que el autor tanto combatió tanto en su serie (donde crítica con fuerza la astrología, que ahora resurge en Instagram para millenials modernos) como en libros como El mundo y sus demonios: la ciencia como luz en la oscuridad (Crítica). Así hemos visto crecer movimientos como el terraplanismo o los antivacunas, y generarse alocadas teorías de la conspiración que nos abocan a la polarización y el totalitarismo.
La divulgación ha sido durante años la gran cuestión pendiente de los científicos, que muchas veces la consideraron como una cuestión secundaria con respecto a la investigación, aunque esa visión parece estar cambiando: también es tarea de los investigadores comunicar los hallazgos que con tanta frecuencia repercuten en la sociedad y son pagados con dinero público. “La divulgación debe ser hoy una prioridad para la propia ciencia, porque la propia ciencia se juega mucho en el mantenimiento de su imagen pública”, opina Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga. “Es necesario fomentar el respeto y la consideración por la ciencia si queremos que esta siga ocupando el papel destacado que ocupa hoy en la cultura”. El propio Sagan sufrió la desconfianza de sus colegas, que generaron el llamado efecto Sagan: la creencia de que un científico demasiado volcado en la divulgación, con demasiada presencia mediática, abandona su labor investigadora (cosa que en el caso de Sagan no sucedió).
“¿Quien sabe si hoy en día a Carl Sagan le dirían que sus explicaciones y reflexiones eran demasiado largas para la manera como se consume información?”, se pregunta Estupinyà. En los últimos tiempos la divulgación ha saltado a otra pantalla, la de Internet, en productos más cortos y vertiginosos, adaptados a las nuevas generaciones: son numerosos los jóvenes divulgadores que continúan la labor desde plataformas como YouTube o Twitch. José Luis Crespo, joven artífice del exitoso canal Quantum Fracture, reconoce que no bebió de las fuentes de Sagan sino de otros youtubers científicos anglosajones. Sin embargo, sabe reconocer el trabajo de Sagan. “En YouTube todavía se mueven con mucha facilidad clips suyos de entrevistas o declaraciones, en las que mete respuestas bombásticas”, cuenta Crespo. “Y aunque creo que para las actuales generaciones ya no es el divulgador de referencia como fue en el pasado, sigue sorprendiendo a mucha gente”.
La serie Cosmos regresó a las pantallas en 2014 y en 2020, en dos nuevas temporadas de la mano del astrofísico Neil DeGrasse Tyson y de Ann Druyan. La semilla de Sagan sigue creando vocaciones científicas, que no abundan, por todo el mundo. Y, ¿quién sabe?, quizás en el espacio exterior.
Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.