Cómo las estrellas de los noventa han sobrevivido a las nuevas reglas de Hollywood
Algunos se han reciclado en héroes de acción, otros saborean el éxito en series, otros la derrota de un público que hoy los juzga. Aquellos Depp, Reeves, Ryder o Downey Jr. tuvieron que buscar un nuevo lugar en una industria que ya no compra los excesos de su tiempo
Para cualquiera que no viviese aquellos años resulta difícil entender en qué consistía ser moderno en la década de 1990. Por entonces, afloraron nuevos modelos de masculinidad y feminidad y nuevas formas generacionales de ser y de estar en el mundo que hoy damos por más que amortizados, pero que fueron revolucionarios en su día. Y el cine de Hollywood, que era aún la industria cultural de referencia y el epicentro indiscutido de la constelación pop, consolidó en tiempo récord un star system alternativo coherente con los ...
Para cualquiera que no viviese aquellos años resulta difícil entender en qué consistía ser moderno en la década de 1990. Por entonces, afloraron nuevos modelos de masculinidad y feminidad y nuevas formas generacionales de ser y de estar en el mundo que hoy damos por más que amortizados, pero que fueron revolucionarios en su día. Y el cine de Hollywood, que era aún la industria cultural de referencia y el epicentro indiscutido de la constelación pop, consolidó en tiempo récord un star system alternativo coherente con los valores y la visión del mundo de la llamada generación X, generación llave o generación MTV, los boomers tardíos nacidos entre 1965 y 1980.
Basta con ver, desde la perspectiva actual, películas como Mi Idaho privado (1991), Singles (1992), ¿A quién ama Gilbert Grape? (1993), Reality Bites (Bocados de realidad) (1994) o Antes del amanecer (1995) para comprender hasta qué punto aquel pasado reciente se ha convertido ya para la inmensa mayoría de terrícolas en un país extranjero. Es más, basta con ver en acción en la gran pantalla (o en cualquier pantalla) a River Phoenix (1970-1993) el James Dean de los últimos boomers, muerto de sobredosis en 1993, para hacerse una idea de lo extremo, intenso y visceral que fue todo aquello y lo lejos que estamos ahora de esa tormenta generacional de fragilidad y nihilismo.
En un artículo reciente la escritora Sunny Grace explica cómo su generación trató de vivir deprisa, porque no tenía ninguna fe en el futuro, y ha acabado llegando a la cincuentena “deprimida y exhausta”, sin fuelle para seguir bebiendo alcohol y harta de tranquilizantes y ansiolíticos. Para ella, la generación X es hija del crack de Wall Street de 1987, una catástrofe financiera que dio carpetazo a la (¿falsa?) prosperidad de los ochenta: “Nuestros sueños de yuppies ardieron en una hoguera generacional cuyo combustible fue la música de Nirvana”.
Grace añade que “todos nos sentíamos como Winona Ryder en Reality Bites, con títulos universitarios, pero sin empleos dignos, con ganas de hacer realidad el sueño que nos habían prometido, pero sin apenas posibilidades materiales de conseguirlo”. En opinión de la escritora, la cleptomanía de Ryder no era más que un síntoma de lo mucho que se parecía la actriz a su personaje: “No nos sorprendió que la pillaran robando: todos crecimos con un profundo sentimiento de carencia”. Generación perdida, generación sin horizontes, generación que vivió sus años dorados con la certidumbre de un desastre inminente, aquellos X generacionales tenían un libro de cabecera (para muchos bastante mediocre, Generación X, de Douglas Coupland, subtitulado en inglés Cuentos de una cultura acelerada), una banda sonora (el grunge, sustituido años después por el indie o el britpop), una forma de vestir un tanto desastrada y una serie de ídolos cinematográficos que hoy son en su mayoría viejas glorias o juguetes rotos, pese a lo mucho que se han esforzado por mantenerse en el candelero.
Y el escándalo se hizo público
Johnny Depp (Owensboro, Kentucky, 58 años), recogió hace apenas 48 horas un premio Donostia que reconoce una carrera en la que ha recibido el aplauso de la crítica y el público y ha alternado proyectos independientes con grandes taquillazos. Él es, de toda su generación, probablemente la estrella mejor considerada. O lo fue. En su su discurso de agradecimiento hizo alusión a su situación actual: “Una sola frase en contra es suficiente para hundirte, y no hay defensa”. El actor de Kentucky no pasa por una buena racha profesional. El premio que recogió en San Sebastian no ha estado exento de polémica, su última película, El fotógrafo de Minamata, no tiene fecha de estreno en Estados Unidos y las dos franquicias que más habían contribuido a engordar su cuenta corriente en los últimos años, Piratas del Caribe y Animales fantásticos y dónde encontrarlos, van a seguir su curso sin contar con él.
El que hace apenas cinco años seguía siendo uno de los actores más cotizados de la lista A de Hollywood es ahora mismo veneno para la taquilla. Para Brian J. Robb, autor de la biografía Johnny Depp: Un rebelde moderno, algo han tenido que ver sin duda sus problemas personales (en especial, los derivados de su proceso de divorcio con Amber Heard, que le acusó en 2016 de maltrato físico y psicológico), pero su principal problema es que ha dejado de interesar a una nueva generación de espectadores que le percibe como una “reliquia”, un trasnochado superviviente de una época que tal vez no fuese ni mejor ni peor que la actual, pero sí muy distinta.
El ejemplo de Depp plantea hasta qué punto siguen vigentes esos ídolos que irrumpieron con el cambio de milenio. Winona Ryder (Minnesota, 49 años) es un ejemplo de cómo reciclarse con éxito desde una asumida modestia. La protagonista de Bitelchús o Heathers (en España Escuela de jóvenes asesinos, ambas estrenadas en 1988) llegó a la mayoría de edad siendo ya una estrella, gracias en parte a su aspecto frágil pero de una modernidad rampante. Su noviazgo con Johnny Depp, con el que coincidió en el taquillazo generacional Eduardo Manostijeras (Tim Burton, 1990) contribuyó a convertirla en icono de la generación x hollywoodiense. En años posteriores tuvo parejas tan bien escogidas como Matt Damon (un integrante de la generación X que nunca pretendió serlo) o David Pirner, cantante de Soul Asylum. En paralelo, se consolidó entre la élite con una carrera cinematográfica espléndida en la que las prestigiosas películas independientes (Noche en la tierra, de Jim Jarsmusch, estrenada en 1991) convivían con enormes éxitos como Drácula de Bram Stoker, Mujercitas o La edad de la inocencia (todas ellas estrenadas en la primera mitad de los noventa).
El cambio de siglo la sorprendió embarcada en proyectos de primer nivel, como Celebrity, (su obligatoria parada en el universo de Woody Allen en 1998) Inocencia interrumpida (1999) u Otoño en Nueva York (2000), pero su imagen sufrió un revés en diciembre de 2001, cuando intentó robar el equivalente a algo más de 5.000 dólares en ropa y accesorios de marca en una boutique de Beverly Hills. Esa Ryder cleptómana, con problemas de adicciones y de equilibrio emocional, irrumpió en los medios pulverizando la imagen poco menos que angelical que la actriz de Minnesota se había labrado en años anteriores. El escándalo se zanjó con una multa y 480 horas de servicio comunitario.
Pero incluso en esa hora oscura, la generación X abrazó con fervor a su juguete roto. Como muestra, la campaña Free Winona, una iniciativa solidaria con su punto de ironía posmoderna, sin duda, pero que, como explica Angela Campbell en un artículo de The List demuestra “hasta qué punto los X estaban dispuestos a ser indulgentes con sus iconos generacionales, a tomase incluso sus defectos más chocantes como una muestra de vulnerabilidad y autenticidad”. El resto es historia: Winona dejó ya para siempre de ser la it girl juvenil de imagen impecable, pero se ha mantenido a flote ya en la mediana edad y ha conseguido conectar con una nueva generación de espectadores gracias a Stranger Things, cuya primera temporada se estrenó en 2017.
Flores de otro mundo
Algo parecido podría decirse de compañeros de generación con tanto instinto de supervivencia como Keanu Reeves (Beirut, 57 años), Ethan Hawke (Austin, Texas, 50 años) o Robert Downey Jr. (Nueva York, 56 años). Reeves es todo un ejemplo de carrera y de imagen pública maleables hasta extremos insospechados. Su reinvención reciente como héroe de acción (en John Wick, de 2014, sin ir más lejos) y como tipo sensato y cercano, con una poco menos que insólita capacidad para reírse de sí mismo, ha cogido con el pie cambiado a sus detractores, los que siguen insistiendo en lo limitado del registro actoral que exhibía en éxitos como la saga Matrix o Le llamaban Bodhi (1991). Su capacidad para conectar con las subculturas contemporáneas más frikis está dando pie a magníficos artículos (este de Medium, por ejemplo, analiza como Reeves es capaz de estar, a sus casi 60 años, presente en tantos artefactos culturales contemporáneos) y a teorías descacharrantes. Si Winona es un ejemplo de supervivencia más allá de cualquier etiqueta generacional, lo de Keanu equivale a convertir la lógica de la reinvención continua en todo un arte.
Hawke, como Julie Delpy (París, 51 años), su compañera de reparto en la seminal Antes del amanecer (1994), ha seguido un camino más convencional para no perder comba: seguir trabajando con constancia y sin sobresaltos hasta labrarse paso a paso una carrera coherente. Con sus altibajos, pero con una pátina de dignidad. En su favor juega también que muy rara vez incurrió en los excesos y en el estilo de vida tronado de alguno de sus ilustres coetáneos. Sí lo hizo Downey Jr., bala perdida de manual, cuyos constantes arrestos por consumo y posesión de drogas le llevaron a tocar fondo con un amargo divorcio y 113 días de prisión en 1997. Sin embargo, el neoyorquino ha acabado convirtiéndose en protagonista de una de las historias de caída y redención más jaleadas (e increíbles) del Hollywood reciente. La epopeya trash del hombre que conducía por Rodeo Drive borracho perdido arrojando por la ventana ratas imaginarias y que pasaba sus noches de melopea durmiendo entre charcos de vómito ha acabado convertida en crónica del éxito de un profesional que se mantiene sobrio y ha dejado atrás sus peores fantasmas, pero sin perder por ello el sentido del humor ni convertirse en un santurrón o un moralista de vía estrecha.
Otros supervivientes de la quinta del grunge han tenido menos suerte. Matt Dillon (Nueva York, 57 años), grande en su día, está espaciando cada vez más sus trabajos y solo puede presumir de un éxito (artístico, que no comercial) reciente: La casa de Jack (2018), a las órdenes de un Lars Von Trier más sombrío que nunca. James Spader (Boston, 61 años) se mantiene activo gracias a la serie The Blacklist, pero cada vez más alejado del cine, y una actriz magnífica como Asia Argento (Roma, 46 años), representativa del sentido de la hipérbole y la extravagancia narcótica de la generación X, se ha visto en los últimos años lastrada por algunos escándalos de su vida personal tras haber sido acusada de acoso sexual por el actor Jimmy Bennet.
Tal como éramos
Depp y Argento son dos casos muy claros de peces fuera del agua, de ciudadanos de ese otro país que hoy ya no existe y que una parte de las nuevas generaciones rechaza con vehemencia. Los que crecieron bajo el influjo del grunge no rechazaban la ostentación siempre que fuese excéntrica, creían que el cinismo y la vulnerabilidad emocional eran perfectamente compatibles y abrazaban el hedonismo sin renunciar a la melancolía. En aquel contexto cultural propio de la década de los noventa que siguió vigente hasta bien entrado el siglo XXI, se celebraban de manera acrítica el estilo de vida desquiciado de Argento y travesuras de Depp como que se comprase una isla, que se gastase cinco millones de dólares en disparar con un cañón las cenizas de su íntimo amigo el periodista gonzo Hunter S. Thompson, que compartiese su alijo de marihuana con su hija Lilly-Rose cuando ella tenía apenas 13 años, que le arrestasen una y otra vez por organizar fiestas multitudinarias y estridentes o por destrozar habitaciones de hotel.
Por entonces, en palabras de Brian J. Robb, “se frivolizaba incluso sobre temas que hoy, tras el movimiento #MeToo, nos tomamos muy en serio”. Cualquier exceso parecía justificado si era atribuible a una personalidad magnética y poco convencional. “Por desgracia para gente como Johnny Depp, que no ha sabido pasar página –continúa Robb–, ese mundo de antes de ayer ya no existe. Sus tropelías y su vida desquiciada ya no son juzgadas desde una indulgencia cómplice”. Su público natural tal vez fuese una generación de terrícolas que ha madurado o ha dejado de existir. De ahí que, más que víctima de la cultura de la cancelación, según el periodista de The Hollywood Reporter David Katz, “Johnny Depp sea una especie de reliquia fuera de época”, un divo decadente que, “más que un linchamiento, está padeciendo la indiferencia hostil de las nuevas generaciones”. Sobre todo, de una generación Z que, a diferencia de lo que hicieron en su día los mileniales, ya no compra el nihilismo grotesco y desacomplejado de los últimos boomers.
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