El culebrón detrás de la saga Bond: un negocio familiar de brócoli, espías y millones
Barbara Broccoli y su hermano Michael Wilson, que comparten los derechos de 007 con Amazon tras comprar esta la MGM, quieren seguir manteniendo el control creativo de la única gran franquicia hollywoodiense que siempre ha sido un asunto de un único apellido (y no es Bond)
James Bond se muda, pero seguirá recibiendo órdenes de los mismos jefes. La compra de Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) por Amazon conlleva la adquisición del 50% de la madre de todas las grandes franquicias de Hollywood: tras casi 60 años exprimiendo su licencia para matar y bebiendo dry martinis, 007 sigue tan fresco y cotizado como nunca. Pero Bond no será el ...
James Bond se muda, pero seguirá recibiendo órdenes de los mismos jefes. La compra de Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) por Amazon conlleva la adquisición del 50% de la madre de todas las grandes franquicias de Hollywood: tras casi 60 años exprimiendo su licencia para matar y bebiendo dry martinis, 007 sigue tan fresco y cotizado como nunca. Pero Bond no será el Star Wars de Amazon. La firma de Jeff Bezos podrá incorporar finalmente a su oferta de streaming las viejas películas de la saga, hasta ahora solo disponibles para alquilar o comprar en Google Play o Apple TV, pero invisibles en cualquier plataforma. Eso sí, tiene más difícil conseguir multiplicar los panes y los peces a base de productos derivados, como hace Disney con el clan Skywalker. El impedimento tiene un nombre: se llama Broccoli, Barbara Broccoli.
Bond es desde hace seis décadas un negocio familiar, y la segunda generación, integrada por Barbara Broccoli (Los Ángeles, 60 años) y su hermano por parte de madre Michael G. Wilson (Nueva York, 79 años), no renuncia a la última palabra en todo cuanto se refiere a 007: desde el casting o la composición de sus cócteles a la más ignota línea de guion. Y su plan sigue inalterable: dosificar las entregas como hasta ahora y seguir estrenándolas en cines. Lo subrayaron en un comunicado nada más anunciarse la compra: “Nuestro compromiso es seguir haciendo películas de James Bond para la audiencia cinematográfica de todo el mundo”. Eso vale para Sin tiempo para morir, que se estrena el 1 de octubre tras unos cuantos retrasos debido a la pandemia de la covid-19, y para las que vengan.
Tras el acuerdo, John Logan, coguionista de Skyfall (2012) y Spectre (2015), vindicaba en The New York Times que el éxito de Bond se basa precisamente en ese mimo con que Broccoli y Wilson cuidan cada detalle y advertía de los riesgos del abrazo de Bezos: “¿Qué pasa si una corporación tan agresiva como Amazon empieza a exigir tener voz en el proceso? ¿Qué pasa con la camaradería y el control de calidad si hay un jefe supremo amazónico que con el manejo de datos controla cada decisión? ¿Qué pasa cuando un grupo de debate informa que no le gusta que Bond beba martinis? ¿O que mate a tanta gente?” El duelo sería digno de ver. Los Broccoli no solo nunca han cedido el control creativo, sino que, como su héroe, siempre se han salido con la suya. Cuestión de perseverancia. Y de dinero.
Del brócoli a las sagas millonarias
La familia se atribuye el cruce entre la coliflor y los grelos del que salió el vegetal que lleva su nombre, el brócoli, y su introducción en Estados Unidos. El hijo del matrimonio de agricultores sicilianos que emigró de Calabria a Queens (Nueva York) –se supone que llevando consigo tan preciado producto–, Albert R. Broccoli se asoció en 1960 al canadiense Harry Saltzman y adquirió los derechos del personaje. En 1975, la compañía United Artists (UA) se quedó con el 50% de Saltzman. Esa parte es la que ha ido cambiando de manos: primero fue a MGM cuando esta absorbió la UA y, ahora, a Amazon.
Broccoli, en cambio, siempre conservó la suya, que era solo para sus bolsillos: nunca quiso compartirla. En 1985, Sean Connery, el primer Bond fílmico, le reclamó en los tribunales 225 millones, según contó Robert Sellers en su biografía del actor. El asunto se cerró con un acuerdo extrajudicial cuyo contenido es alto secreto. Y si nunca hubo un primer espada entre la nómina de realizadores bondianos antes del Sam Mendes de Skyfall y Spectre fue en buena parte por la negativa del productor a que ningún director se llevara una porción de los beneficios. En sus memorias My World is my Bond, Roger Moore, 007 setentero, explica que Steven Spielberg, tras dirigir Tiburón y Encuentros en la tercera fase, le dijo que le encantaría rodar una película de Bond. Moore, entusiasmado, se lo contó a Broccoli. “¿Sabes qué porcentaje querría él?”, le espetó este. Nunca llegó a ocurrir.
Para Barbara Broccoli, 007 es su vida. En 1962, con año y medio, ya estuvo en el set de Agente 007 contra el Dr. No, y hasta los seis o siete años creyó que Bond era una persona real, según le contó a The New York Times. A los 17 fue asistente de publicidad en La espía que me amó (1977). Desde entonces, ella y su hermano han trabajado en todas las películas, aunque no tomaron las riendas hasta Goldeneye (1995), estrenada meses antes de la muerte del patriarca. Su hijastro y su hija, al parecer una negociadora experta, han ganado después incluso las dos batallas que él no pudo adjudicarse.
La primera batalla fue la de los derechos de la primera novela, Casino Royale, que Broccoli y Salzman no lograron adquirir porque Gregory Ratoff ya lo había hecho por 6.000 dólares en 1955. A partir de ella, Charles K. Feldman perpetró en 1967 una desnortada parodia de la saga (en aquel Casino Royale a Bond le dio vida Peter Sellers). El fracaso fue estrepitoso y los derechos se quedaron en un cajón de la productora Columbia.
La segunda batalla fue más agitada, removida incluso. Para su novela Operación Trueno, Fleming recicló un guion nunca filmado –por cuestiones presupuestarias– en el que había trabajado antes de su acuerdo con Broccoli y Saltzman. Pero los tribunales concedieron al coguionista Kevin McClory derechos sobre la historia y algunos elementos de la misma, como la organización Spectra y el personaje de su lider, Ernst Stavro Blofeld, el archienemigo de Bond. McClory llegó a un acuerdo para participar, en 1965, como guionista y productor en la adaptación de la novela, y consiguió que a partir de 1971, Blofeld y Spectra dejaran de aparecer en las películas. En 1983, McClory produjo una nueva versión de Operación Trueno, Nunca digas nunca jamás, al margen de la serie oficial (volvía Sean Connery como un Bond maduro, aunque entonces Roger Moore ya llevaba seis entregas siendo la estrella de la saga, y hasta el propio título es un guiño a esa negativa del actor a volver a ponerse en la piel del agente secreto). Y a mediados de los noventa intentó iniciar junto a Sony, que había adquirido la Columbia y con ella Casino Royale, una saga paralela.
Ese intento naufragó en 1999, cuando los Broccoli y MGM recuperaron los derechos de aquella novela inicial gracias a un acuerdo. El libro sería la base para Casino Royale (2006), rutilante reinicio de la saga con Daniel Craig ofreciendo la versión más oscura del personaje vista en pantalla. Y en 2013, siete años después de la muerte de McClory, sus herederos cerraron otro acuerdo extrajudicial de contenido clasificado que finiquitaba un litigio de medio siglo y por el que MGM y los Broccoli recuperaban a Blofeld, que volvería a desafiar a Bond en Spectre.
No es ese el último pulso ganado por esos nuevos socios familiares que tienen en 007 su diamante para la eternidad y que ahora lidiarán con Bezos. Cuando, tras protagonizar esa cuarta película, Craig llegó a afirmar que preferiría cortarse las venas antes que repetir como Bond, Barbara solo replicó que no tenía intención de dejarle ir. Y el actor volvió a ponerse al servicio de sus majestades los Broccoli, claro. Hay familias en las que el dinero siempre es suficiente.
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