Músculos desmesurados, rellenos de trasero y otros cánones inalcanzables: cómo la ‘cultura Wonderbra’ alcanzó a los hombres
Camisetas que simulan más tonificación, gimnasios que prometen ‘marvelificar’ al usuario... ¿Perpetúan los nuevos ideales masculinos las opresivas exigencias ya experimentadas por las mujeres?
“De camino al trabajo la pasada semana, me vi rodeada de multitud de moles de carne, sin camisa, corriendo, todas con pechos suaves e imberbes. Tenían los músculos extraordinariamente tonificados y cada contorno estaba extremadamente bronceado. Me sentí como una extra desubicada en el rodaje de Vengadores: Infinity War”, relataba la periodista Jo Ellison en junio ...
“De camino al trabajo la pasada semana, me vi rodeada de multitud de moles de carne, sin camisa, corriendo, todas con pechos suaves e imberbes. Tenían los músculos extraordinariamente tonificados y cada contorno estaba extremadamente bronceado. Me sentí como una extra desubicada en el rodaje de Vengadores: Infinity War”, relataba la periodista Jo Ellison en junio en su columna The Marvelification of Man (La marvelificación del hombre), publicada en The Financial Times, donde se hacía la pregunta: “¿Cuándo empezó todo el mundo a parecerse a Chris Hemsworth?”. Si bien la comparación con el intérprete de Thor puede resultarnos a casi todos los hombres, cuando menos, generosa, el cambio producido en los últimos años con respecto a la fijación masculina en la apariencia y la forma física es fácilmente constatable.
Anuncios de camisetas diseñadas para simular una musculatura mayor, ropa interior con rellenos delanteros y traseros a, todo sea dicho, precios muy competitivos en las plataformas de venta más populares o el auge de los llamados gym bros (el concepto con el que se satiriza a aquellos que parecen vivir por y para ejercitarse en el gimnasio), con influencers propagando el evangelio del press de banca en cada esfera de las redes, han ido conformando una suerte de moderna cultura del Wonderbra para hombres. Allí donde la marca concebida para enfatizar el atractivo sexual de las mujeres reforzaba los esfuerzos de sus usuarias por acercarse a unos cánones de belleza y unas formas corporales tan exigentes como casi irreales, las esculturas superheroicas son el nuevo molde para muchos hombres, sea a costa de carbohidratos, de una ética autoritaria de trabajo físico, de esteroides o, si hace falta, de trampantojos.
Las imágenes influyen. También lo que se entiende en cada época por un hombre fuerte. En la primera década del siglo XXI, un estudio alertaba del crecimiento desproporcionado e irreal, en cuanto a dimensiones, que estaban experimentando juguetes de acción como los G.I. Joe y su potencial influencia sobre los niños en el futuro desarrollo de casos de dismorfia. En un artículo de The Guardian en 2019, el doctor Roberto Olivardia, experto en imagen del cuerpo masculino, apuntaba también a la connotación que subyace bajo las musculaturas hiperdesarrolladas según la época: “En los ochenta, con el belicista Ronald Reagan, surgen figuras como Arnold Schwarzenegger o Sylvester Stallone. Pero en los setenta vemos hombres muy delgados y andróginos, como Mick Jagger y David Bowie, porque en la época de las protestas contra la guerra de Vietnam ser musculoso era como proclamarse militarista”.
El periodista cultural Manuel Betancourt publicó el pasado mes de mayo en Estados Unidos el libro The Male Gazed: On Hunks, Heartthrobs, and What Pop Culture Taught Me About (Desiring) Men –aún inédito en España, su título, juego de palabras en torno al concepto de mirada masculina, se traduciría como: Lo masculino mirado: Sobre macizos, rompecorazones y lo que la cultura pop me enseñó acerca de (desear a) los hombres–, donde empieza abordando una cuestión filosófica: ¿el deseo precede a las imágenes o el deseo es, realmente, un producto de la exposición a las imágenes? En otras palabras, ¿el hombre se quiere hacer cachas después de las películas de Marvel o las películas de Marvel responden ya a ese ideal cachas?
“Creo que es un círculo vicioso”, responde el escritor colombiano, por videollamada, a ICON. “En el caso de Marvel, está claro que eso viene de los cómics, donde los cuerpos de los superhéroes están sumamente estilizados, exagerados, siempre dentro de la irrealidad de las historias. Pero en la pantalla grande las películas han llevado a dictar esa clase de cuerpos, hay un público que piensa que debe aspirar a ellos, que luego lee en Men’s Health a los actores contando las dietas que siguen y acaba sintiendo el deber de hacer lo mismo e ir al gimnasio”.
Macho, macho man
Betancourt se remonta en su libro a la época de los cuerpos exageradamente fornidos de las películas Disney que se fueron estrenando durante el considerado renacimiento de la factoría: el rey Tritón en La sirenita (1989), Gastón en La Bella y la Bestia (1991) y, a modo de colofón, Hércules (1997). Todas estas producciones tenían como denominador común en los diseños al animador homosexual Andreas Deja, nacido en Polonia. “Él estaba mostrando el cambio en la masculinidad, particularmente entre los hombres gais, que empezaba a ver en Los Ángeles a finales de los ochenta. La comunidad estaba muy afligida por el sida, enfermedad asociada [por sus estragos] a cuerpos casi esqueléticos”, explica el autor. “Entonces hubo un segmento de la población que intentó diferenciarse creciendo y mostrando músculos, para expresar a través de su físico que era saludable”.
Pero los forzudos de entonces no son como los de ahora. Por ejemplo, en una serie como Stranger Things, contemporánea pero ambientada en los ochenta, se cuidó que el personaje musculitos de Dacre Montgomery (Billy, el hermanastro mayor de Max) no tuviera la potencia física desmesurada que demuestran homólogos macizos de otras ficciones actuales o incluso gente fornida de a pie porque, simplemente, en esa época no se veían tales cuerpos fuera de los círculos del culturismo. El aspecto del hombre cambia cada década, a veces recuperando tendencias pasadas; solo que en este caso el regreso del músculo ha llegado multiplicado por mil. Las razones se pueden rastrear no únicamente en las imágenes externas que recibimos, sino también en las propias, puesto que la sobreexposición de la identidad que se ha desarrollado con la evolución de internet ha conducido, igualmente, a que el paradigma sobre mostrar el cuerpo (antes más propio de hombres homosexuales y mujeres) se mueva de forma significativa.
“Uno solo tiene que ir a TikTok y ver a estos hermosos hombres hetero bailando en shorts de baloncesto, mostrándose y dejándose desear de una manera que yo no me hubiera imaginado hace unas décadas”, dice Betancourt. “Esa forma de ofrecerse a la seducción sí es un poco nueva, porque antes el desnudo era visto como una señal de vulnerabilidad, también en términos emocionales. Como que eras afeminado y te estabas dejando emascular”.
El escritor, que es además crítico de cine en medios como AV Club o Variety, percibe en este tiempo un acompañamiento en la transformación de la sensibilidad en el cine con respecto al desnudo del hombre. En su libro, habla de lo mucho que le sorprendió en el momento del estreno la pacatería con que una película como Full Monty (1997), sobre estrípers masculinos, trataba la sexualidad de sus personajes. Ahora, siente gran curiosidad por lo que ocurre en el espacio que va de aquel largometraje a otro título de hombres estrípers, la mucho más desinhibida Magic Mike (2012). Ambas con autores heterosexuales detrás (Peter Cattaneo y Steven Soderbergh, respectivamente), a Betancourt le resulta sintomático el que ninguna de las dos películas esté concebida directamente para el público gay –”que es el que está acostumbrado y acepta esas imágenes”– y presenten, sin embargo, enfoques tan distintos entre ellas.
Frente a este incipiente culto hipermasculino al cuerpo, The New York Times propuso en 2018 la emergencia de un canon antagónico en el artículo Welcome to the Age of the Twink (Bienvenidos a la era del lolito), celebración de nuevas estrellas tirillas como Timothée Chalamet, Tye Sheridan o Lukas Hedges, con el matiz de que twink, en el argot gay anglosajón, alude a un estereotipo clásico de muchacho aniñado, por su apariencia o porque realmente apenas haya superado la mayoría de edad, y por supuesto muy delgado. En caso de que el mundo heterosexual logre igualmente asimilar este ideal, de todos modos, los hombres a los que les dé pereza hacer nada con su cuerpo quizás tampoco encuentren aquí la desaliñada tranquilidad que ansían, a la luz de las complejas políticas de vestuario que exhibe la estrella de Call Me By Your Name (2017).
Una inquietud que hace pensar en los tiempos de la metrosexualidad, aquella alucinación cultural acaecida en los dos miles, cuando, de repente, el que un hombre se afeitase bien, se cuidase la barba o el pelo, se adecentase un poco la ropa o mantuviese cierta higiene se convirtió en un concepto en sí mismo. Una exaltación del estándar mínimo que en España alcanzó su caricatura perfecta de la mano de Mariano Delgado, el personaje de Eduardo Gómez en Aquí no hay quien viva (2003-2006). “Para algunos, ha sido traumático que les pongan parámetros que normalmente antes solo afectaban a las mujeres y tener que pensar en cosas que de niños nunca creían que les tocaría”, dice, entre risas, Manuel Betancourt. “Estas experiencias precisamente deberían enseñarnos más compasión y empatía hacia las mujeres, que han tenido que estar preocupándose durante décadas y pensando en cómo las ve la persona que se sienta a su lado. Que es algo que puede ser agotador física, psicológica y también económicamente”.
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