Ir al contenido

“Aquí pasan cosas que en otros sitios no pasan”: ¿qué tiene que tener un bar para convertirse en un epicentro cultural?

Locales como el Café Gijón o el Bocaccio se convirtieron en epicentros culturales. ¿Por qué esos y no otros? Hosteleros, historiadores y expertos en el ocio nocturno intentan encontrar respuesta

“Un amigo puso otro bar y le pregunté cómo tenía unas sillas tan incómodas. Me contestó que no quería que la gente estuviese mucho tiempo, que lo que él quería es que se tomasen una copa y se fueran. Bueno, pues nuestra política es la opuesta”, cuenta José Astiarraga, socio del Bar Cock, que lleva cuarenta años funcionando junto a la Gran Vía de Madrid. Aunque allí dentro casi nunca hay aglomeraciones y hace años que no se fuma, el Cock es uno de esos locales que hacen pensar en las célebres palabras de Francisco Umbral sobre su primera noche en el Café Gijón, un espacio donde había humo, tertulias, un nudo de gente en pie y “algunas caras vagamente conocidas, famosas, populares”.

Tanto el Café Gijón como el Cock son dos estrellas dentro de una constelación de bares, discotecas, tabernas, garitos, salas, ventas y antros sobre los que se suele hablar a propósito de sus clientes más célebres, pero cuyo verdadero valor está en los encuentros que han facilitado y en las ideas que han surgido o se han contaminado durante la conversación de sus parroquianos. La cosa viene de muy lejos y, por ejemplo, el escritor Rafael Cansinos Assens recuerda en sus memorias el momento en que, alrededor del año 1900, el Café Colonial sustituyó al Fornos “como centro de la vida del Madrid bohemio y artista”, congregando cada noche a un público “heterogéneo, pintoresco y ruidoso”.

A partir de aquellos viejos cafés, la lista podría ser interminable y abarcaría cientos de locales que han funcionado como catalizadores culturales o como espacios de resistencia y libertad. Son esos entornos donde, en palabras de Derek V. Bulcke, productor de flamenco noise y DJ, “pasan cosas que, para bien o para mal, en otros sitios no pasarían”. “Eso es maravilloso”, continúa, “porque un fandango no se canta igual a las dos de la tarde que a las dos de la mañana; y una letra no se escribe igual a las cinco de la mañana o a las doce de mediodía. Y las cabezas no funcionan igual y la gente no se relaciona igual, hay jolgorios y fantasías que en el día a día es difícil que ocurran”.

No obstante, son muchos los que intentan que esa “chispa de la fantasía” prenda en sus negocios y no lo consiguen. ¿Qué hace falta, entonces, para que un local atraiga a un público vanguardista y audaz? “Debe funcionar como un crisol social, no solo de clase, sino también de género”, responde Juan Carlos Usó, autor de Historia del ocio nocturno en España. Y otros factores que ayudan, son, según el autor: “Un propietario o encargado carismático, con buenos contactos, don de gentes y tacto, habilidad y astucia para manejar situaciones difíciles o delicadas, resolviéndolas con diplomacia, calma y sin agresividad; una buena ubicación, en un barrio de moda… y también una oferta musical adecuada”.

Pero, de nuevo, aunque todas esas condiciones son necesarias, quizá no sean suficientes. Así que la fórmula es imposible de descifrar, pero se puede aproximar. Y un buen punto de partida es preguntarse qué tuvieron en común lugares como la discoteca Boccaccio, en Barcelona, que tanto gustaba a la fotógrafa Colita; la Cuadra, el bar favorito del dibujante Nazario en Sevilla; el Pasaje Begoña, emblema del Torremolinos chic y de la comunidad gay o el Tempo II, ese pub en Malasaña al que Carolina Durante canta en su último disco. Se trata de saber dónde se puede “estar gloria”, como dicen los flamencos.

Cómo funcionan estos lugares

Javier Rueda es sociólogo y autor del ensayo Utopías de barra de bar. Preguntado por cuáles serían esos requisitos que convierten un bar en un catalizador cultural, lo tiene claro: “Un establecimiento debe congregar a gente muy parecida que se conozca entre sí, es decir, que repita, pero permitir que al mismo tiempo haya cierta fluidez de gente diferente”. De esta forma, el académico explica que un bar siempre tiene dos dimensiones: la que lo convierte en un espacio donde pasar tiempo con gente afín y la que favorece el contacto entre desconocidos.

La accesibilidad es otro factor central. “La gente no va a los bares para aprender sobre pintura”, recuerda Rueda. “Va para encontrarse, para comer y beber. Y luego pasan cosas que van mucho más allá de eso”. Por eso es importante que la barrera de entrada sea mínima: una caña, un café o una copa que permita “pasar horas sin que nadie te pida que justifiques tu presencia”. Y este es otro de los puntos fundamentales: la aceleración con la que experimentamos el tiempo es enemiga de la consolidación de escenas o comunidades. Según el sociólogo: “Para que sucedan cosas en un sitio tienes que estar allí mucho tiempo. Debes poder tirarte ahí horas haciendo nada y en esas horas... la gente entra y sale”.

Rueda se refiere a que no basta con “asomar un día y encontrarte a un poeta o a un músico”, sino que los vínculos aparecen cuando uno se aburre en compañía: “Hay que reivindicar ese tiempo aburrido... en el que la gente está jugando a las cartas con sus cuatro amigos tranquilamente. Eso es lo que al final acaba generando sensación de pertenencia. Por cada noche memorable, hay cinco durante las que no pasó absolutamente nada”. Astiarraga, al timón del Cock, tiene opiniones parecidas: “El secreto es que la gente se quede mucho tiempo porque está a gusto, para eso tenemos esos sofás de cuero tan cómodos. El bar en sí tiene su encanto y su magia y, a través de los años, lo hemos mantenido cómo está. He sido fiel al estilo del sitio. La gente joven me está viniendo ahora, pero yo quiero que sea un sitio donde haya mezcla de edades y también quepa gente mayor”.

¿Y qué hay del consumo de drogas, tan asociado al mundo de la noche? Contesta Bulcke, según su experiencia: “Es necesario que se pueda consumir cualquier tipo de sustancia, que se pueda hacer cualquier tipo de ruido y que se pueda abrir o cerrar en cualquier momento. Así es como en cualquier momento puede pasar cualquier cosa. Que sea accesible, céntrico o barato siempre aporta; pero creo que en el flamenco menos que en otras prácticas artísticas. La gente del flamenco no escatima, el dinero no es un hándicap para que las cosas pasen: si uno está a gusto y tiene libertad creativa y sonora, no mira el bolsillo”.

Carmen Baxter, jefa de producción de la Sala Villanos, matiza la cuestión: “En cuanto a ser laxos con cosas como el sexo o las drogas, considero que la libertad también tiene que ser un factor clave, pero desde el respeto a los límites de los demás. Es decir, tú haz lo que quieras contigo mismo y con tus amigos, pero mientras no importunes a nadie”. De hecho, Baxter considera que todo esto es solo parte de algo mucho más importante: la sensación de hogar y de confianza. “Buenos empleados, un jefe carismático, un buen sonido… todo suma. Pero luego hay ejemplos de que en cualquier cuchitril se han dado noches glorias hasta las tantas y simplemente era por estar a gusto”, recuerda.

Un lugar seguro y otra forma de networking

En la escena punk es habitual que los conciertos se anuncien con carteles en los que no aparece la localización del evento. En lugar de una dirección, lo que indica el cartel o el flyer es “pregúntale a un punk” y también se funciona así en determinados ambientes de la música electrónica y el flamenco. Así, los verdaderos aficionados se aseguran de que quienes acuden a sus reuniones por primera vez lo hacen “de corazón”, dispuestos a entender y respetar ciertos códigos.

Estas pequeñas exigencias (relacionadas, precisamente, con el respeto) han ayudado a que bares y otros locales sean algo más que fábricas informales de cultura: también funcionan como espacios seguros para muchos colectivos. “Fueron lugares donde esconderte, pero también donde reconocerte en los otros”, explica Rueda, que recuerda el testimonio de una mujer lesbiana que, al entrar por primera vez en un bar de ambiente, dijo haber sentido “como si por fin pudiera respirar”. “Tradicionalmente, la noche ha permitido al colectivo LGTBIQ+ moverse con más soltura y una sensación de mayor protección. Por otra parte, los noctámbulos siempre han demostrado ser más permisivos y tolerantes con la diversidad sexual que la gente de orden que funciona solo de día. Lo cierto es que durante el tardofranquismo y la Transición los locales de ambiente fueron verdaderos oasis de libertad, los que cerraban más tarde y donde más fiesta había, toda vez que no solían vetar el acceso a las personas heterosexuales”, expone Usó.

Por desgracia, es habitual que cuando un espacio se populariza pierda parte de su encanto y vuelva a participar de algunas lógicas (tanto comerciales como discriminatorias) que parecían haberse quedado fuera. Es un proceso, que, por ejemplo, narra el fallecido escritor y activista Shangay Lily en su crónica Adiós, Chueca, pero que sucede en todos los locales —de ambiente o no— cuando no saben gestionar su propio éxito. En este sentido, es complicado mantener el equilibrio entre la masificación y la clandestinidad que se busca en estos entornos. Baxter, además, indica que esa tensión que aparece cuando un local se pone de moda es especialmente compleja en el mundo del flamenco.

“Hay una herencia es la que otorga al flamenco un carácter particular, casi anacrónico en ciertos aspectos. Por eso, escenas tan básicas y tan esenciales como cuatro personas sentadas alrededor de una mesa —una marcando el compás, dos cantando y otra acompañando con palmas— siguen siendo centrales. Es algo que no se reproduce de la misma manera en otros contextos. Aquí esa cercanía física y emocional, ese estar a gusto, reunirse, celebrar y compartir, es fundamental”, expone. Así que también es necesario impedir que un exceso de público irrespetuoso arruine el momento.

Otro de los riesgos que surgen cuando un local se consolida es el de que la vieja espontaneidad se transforme en un afán explícito y ansioso por establecer conexiones profesionales, es decir, el de que el bar se transforme en un espacio de networking apenas disimulado. Es algo que Olaya Pedrayes, líder de la banda Axolotes Mexicanos, ha experimentado con fastidio en más de una ocasión: “Sobre todo entre semana, en algunos clubes ocurre esa cosa tan tópica de que la gente te pregunta a qué te dedicas y, si no tienes una profesión creativa, sudan de ti”. Frente a eso y a los reservados para VIP, Pedrayes da con otra de las claves de un buen garito: que el trato sea acogedor para todo el público, sin distinciones. Es lo que le pasa a ella en el Tempo II, al que acude desde hace años y, sin embargo: “Pepe [el propietario] no me ha invitado nunca a una copa, cerveza o chupito. He celebrado mi cumple allí un montón de años, voy muchísimo y como haya aforo completo, ahí me quedo esperando en la puerta. Eso es lo que me hace gracia y me gusta”.

Difícil de crear, difícil de enterarte

El Bar Es Cau, en Es Castell, es uno de los pocos lugares donde todavía se puede escuchar canción popular menorquina en directo. Hasta él se debe llegar por mar o bajando unas empinadas escaleras que terminan en una minúscula cala, así que es complicado encontrarlo sin indicaciones. El cronista Abraham Rivera, colaborador de ICON entre otros medios y coautor de Madrid cocktail: Memoria líquida de la capital, es experto en ofrecer este tipo de pistas y le pedimos, para recapitular, que repase cuáles son los locales de Madrid que están funcionando últimamente. “El primer caso que se me viene a la cabeza es La Capa, en Carabanchel. Es un restaurante y bar de vinos con un perfil contemporáneo, pero muy bien entendido. Los dueños son inquietos, y eso se nota en cómo funciona. Está además en una zona que se está gentrificando, con estudios de artistas alrededor, y conecta muy bien con ese contexto sin impostarlo”, comenta.

“Si nos desplazamos a la noche, hay ejemplos como El Comercial o el Club Malasaña, que funcionan muy bien precisamente porque han sabido construir una parroquia de habituales. Son lugares donde va gente de la noche de toda la vida, con una mezcla bien afinada entre lo moderno, lo cool y una personalidad reconocible. Ahí se producen cruces y reconocimientos que vienen muchas veces de otros espacios previos”, continúa. “En cuanto a garitos más especiales, con cierta idea de clandestinidad o de lugar de moda, diría Los 33. Empezó muy arriba y sigue funcionando increíblemente bien. Tiene un perfil más acomodado, pero es accesible y demuestra que un sitio puede ser exitoso sin perder del todo su personalidad”.

En cualquier caso, el periodista reconoce que hoy en día es complicado montar proyectos así, y, por eso, también conviene atender a lo que sucede en las escenas más periféricas y ocultas. En cuanto a la pregunta que nos ocupa, Rivera concluye: “Creo que nunca es un solo factor, sino una suma de muchos elementos difíciles de forzar”.

Sobre la firma

Más información

Archivado En