El gran problema italiano: ¿cómo se plasma la realidad del país con más tópicos del mundo?
¿De dónde viene la Italia cinematográfica y por qué sus mitos fundacionales siguen siendo tan poderosos? Mientras Sorrentino es acusado por ciertas voces de abusar del homenaje a los grandes directores del país, una nueva generación se abre camino intentando reflejar un ‘italianismo’ más parecido al que se vive en sus calles
Todo el mundo conoce la primera escena de La dolce Vita (Federico Fellini, 1960): un helicóptero sobrevuela Roma con una estatua de Cristo colgando, mientras Marcello Mastroianni, que interpreta a un periodista que cubre el curioso traslado, lo persigue desde otro helicóptero. 64 años después Parthenope, la última película de Paolo Sorrentino, comienza con el transporte de una antigua carroza muy ornamentada sobre una barcaza que navega hacia Nápoles. En La Quimera, la última película de Alice Rohrwacher, un cargamento de restos arqueológicos cuelga de una grúa que los eleva sobre un bonito cielo. Se podría decir que a los cineastas italianos les gusta filmar la belleza de su país, los conflictos entre clases sociales, cómo se diluye la juventud… y el transporte de pesadas antigüedades mediante medios inverosímiles.
El cine italiano contemporáneo está lleno de referencias a su pasado glorioso, a los años durante los que Fellini, Visconti, Pasolini, De Sica o Rossellini asombraron al mundo y se midieron con (o superaron a) los mejores directores de Hollywood. A veces son simples guiños y en otras ocasiones toda la película constituye un enorme homenaje. Ese es el caso de Siempre nos quedará mañana, un film de Paola Cortellesi en blanco y negro de 2023 que utiliza todos los recursos del neorrealismo de los cincuenta para narrar con crudeza y ternura la historia de una mujer maltratada. En su ensayo Una historia del cine italiano, el profesor Peter Bondanella (ya fallecido, su alumno Federico Pacchioni continúa su labor historiográfica) escribió que, en el caso de Italia, “la relación entre autores de diferentes generaciones no es un mero truco publicitario”. “Una de las convenciones del cine de autor es el homenaje. Este gesto no es simplemente un humilde reconocimiento de la herencia ética y/o estética de un director célebre, sino uno de los elementos clave para satisfacer a cinéfilos y críticos. La película entra en diálogo con las expectativas formadas en la mente del público y, al mismo tiempo, negocia su singularidad”.
El legado con el que trabajan los directores italianos es inconmensurable y una fuente inagotable de inspiración. Pero, para algunos espectadores, la deriva esteticista y nostálgica de Sorrentino en Parthenope ha sido la gota que ha colmado el vaso. “Los napolitanos la consideran una película insuficiente”, cuenta José Quirante, escritor y editor especialista en Nápoles que dirigió el Instituto Cervantes de aquella ciudad. “En sus últimas películas Sorrentino sigue yendo sobrado de belleza, pero le falta nervio moral”.
Aunque sea el director más conocido, el problema (relativo, puesto que su proyección y su público siguen creciendo) no es exclusivo de Sorrentino. Algunos críticos, como Angela Prudenzi, miembro del comité de selección de la Mostra de Venecia hablan de “aguas estancadas”. “Salvo felices excepciones, existe la impresión de que muchos cineastas, al retratar la Italia que nos rodea, suelen detenerse en un minimalismo estéril, y que pocas películas realmente tienen la amplitud que una obra debería alcanzar si aspira a reflejar la realidad”, explica Prudenzi a ICON. En este contexto, con todas las prevenciones que implica una generalización así, cabe preguntarse si el cine italiano está demasiado obsesionado con su propio pasado. ¿Siguen las películas italianas reproduciendo viejos clichés? ¿Qué relación tienen los jóvenes italianos con su cine?
Nuevos directores, viejos mitos
Debido a su omnipresencia en las conversaciones sobre cine (comparable a la de Almodóvar en España), las películas de Sorrentino son las que más dividen al público y generan innumerables parodias en la televisión italiana. “A mí Sorrentino me gustaba mucho cuando no vivía en Roma”, comenta Adelaida Cruz, española que lleva ocho años en aquella ciudad. “Ni siquiera iré a ver Parthenope, escuché una voz susurrante en el tráiler y me dio una grima tremenda. Al menos sí que usa giros y expresiones que son de la calle. El humor de mi verdulero es el humor de ciertos de sus personajes. Pero en Italia se hacen muchas bromas acertadas con su cine: fundido a negro, monja que fuma, fundido a negro, cielo cargado de presagios”, recuerda esta traductora.
Carmen Rivera es profesora de medios audiovisuales y doctora en filosofía. Ella se sintió decepcionada por La Quimera, tan aclamada por la crítica: “Recurre a temas tratados en películas de Fellini, como el de los saqueadores; pero lo que peor me parece es que, irónicamente, saquea las ideas de Pasolini sobre el modo de vida y la alegría en el arrabal y entre los buscavidas. No las hace avanzar y simplemente copia, ni siquiera es un plagio”, opina. De nuevo, afirma la profesora, es posible encontrar entre los clásicos algunas obras que enfocaron mejor los temas que trata Rohrwacher: “Aunque hay que tener mucho talento para hacer un revestimiento retro tan bonito, me parece una cinta hueca si has visto Francisco, Juglar de Dios de Rossellini o Accattone de Pasolini”, apunta.
Prudenzi matiza la gravedad de este posible ensimismamiento o falta de originalidad. “Moretti y Sorrentino, pero también Giovannesi o más recientemente, la multipremiada Delpero, a veces rinden homenaje a directores del pasado, pero esto no les impide mirar hacia adelante”, señala la crítica. “En el caso de los dos primeros, se trata de cineastas con una fuerte personalidad, capaces de dejar una marca distintiva en cada secuencia, incluso si su fuente de inspiración, más o menos inconsciente, remite a un autor del pasado. En cambio, los otros dos son jóvenes cineastas en evolución que miran las películas de los maestros, pero para elaborar una estética personal y nueva”, explica.
Aunque la crítica no es optimista porque, como en otros lugares del mundo, “los famosos 190 países a los que llegan las plataformas son un espejismo que ha llevado a muchos productores a destinar recursos hacia productos estandarizados, en detrimento de una visión autoral que durante años fue la fuerza del cine italiano” (precisamente Nanni Moretti habla de ello en El sol del futuro); destaca muchos nombres que todavía no han llegado a España y que pueden servir como revulsivo para quienes crean estar viendo siempre lo mismo: “El cine documental, del cual proviene precisamente Delpero, está sacudiendo el panorama; también los premios ganados por Gianfranco Rosi son prueba de ello. En ficción, Alain Parroni y Christian Filippi, ligados a una Roma periférica logran contar historias universales. Imposible no mencionar a Tommaso Santambrogio, autor de Gli oceani sono i veri continenti, un italiano que mira a Lav Diaz para llevar lejos su visión del mundo. Entre las actrices que han pasado al otro lado de la cámara destaca Micaela Ramazzotti, quien hace en Felicità un bello retrato de una joven y sus conflictos. Por último, en los últimos meses también sobresalió Vittoria de Alessandro Cassigoli y Casey Kauffman”.
¿Un país que ha perdido el interés o unas ficciones oleográficas?
En 2012 en el barrio del Trastevere (Roma), unos pocos estudiantes ocuparon y lograron detener la demolición del histórico Cine America, que había estado allí desde los años dorados del Estudio Cinecittà. Hoy, estos veinteañeros (conocidos como Il Ragazzi del Cinema America) organizan cines de verano tanto en el centro como en la periferia de Roma y proyectan películas en el Cinema Troise, que ocupa un viejo edificio proyectado por el arquitecto Luigi Moretti para las juventudes fascistas. “No creo que hoy haya una relación especial entre los jóvenes italianos y el cine”, apunta Cruz, vecina del Trastevere. “Los más izquierdistas critican mucho a los Ragazzi porque, poco a poco, se han convertido en establishment y siempre fueron gente bien conectada. Aunque sus actividades son gratuitas, no son cosas muy frecuentadas. Me parece revelador, respecto a la relación de los romanos con el cine, que solo estos chicos de buena familia sean quienes han tenido cuidado por cierto tipo de cine”.
La directora del Instituto Italiano de Cultura de Madrid, Susi Baldasseroni, no es tan pesimista y piensa que “muchos treintañeros siguen conociendo a los clásicos, mientras que los más jóvenes y los veinteañeros, conocen bien a los realizadores más jóvenes como Sorrentino, Garrone u Ospetek”. Además, recuerda que Pasolini llega a todos los italianos puesto que se estudia también como escritor y poeta. En cuanto a posibles exotizaciones o miradas desde fuera, Baldassenori cree que uno de los “secretos” de la cultura italiana consiste en que, junto a su gran tradición, ha sabido mantener “una dimensión y una visión provincial o lateral” que la ha mantenido a salvo de las tendencias globales que simplifican y construyen mitos sin fundamento. “El cine italiano, la literatura y el teatro, narran a menudo historias de territorios pequeños, historias provincianas, que pueden asumir un carácter universal, pero siempre a partir de hechos locales y aparentemente insignificantes”.
Para cuando ese enfoque cercano no termina de funcionar y una película o serie cae en fantasías de pizza y mandolina, los italianos disponen de la palabra “oleográfico”, que alude al estilo que explota los tópicos más repetidos sobre su país. Baldassanori asocia el fenómeno oleográfico a las producciones extranjeras ambientadas en Italia y afirma que “sin duda, es en una parte de esas películas y series extranjeras es donde se encuentran los estereotipos”.
El final de la cuarta temporada de Emily in Paris, con una mudanza a Roma y varios paseos en Vespa por la ciudad, al más puro estilo Audrey Hepburn, hacen pensar en una quinta temporada de la serie americana muy oleográfica, llena de anécdotas triviales sobre los romanos. “A muchos italianos el cine que idealiza Italia les molesta, no consiguen verlo con los mismos ojos que los extranjeros”, cuenta Cruz. Sin embargo, allí el nivel de politización respecto a la turistificación (que tiene mucho que ver con la imagen que las ficciones más distribuidas proyectan de un país o ciudad) no es tan elevado como en España, y en Italia cuestiones como el rodaje de Emily in Paris (en Roma) no se asocian con un aumento de los problemas que ya genera el turismo de masas. “Los romanos, más que oponerse al turismo, intenta aprovecharse de él. Es una mentalidad de pelotazo que como alicantina conozco muy bien. Los romanos ya estaban expulsados del centro, porque esta ciudad siempre ha tenido turistas, a diferencia de Lisboa o Barcelona, aunque nunca como ahora, con el Jubileo. Hay pequeños movimientos de resistencia, pero estamos lejos de hacer manifestaciones como en Málaga”, expone Cruz.
Así que, mientras los autores italianos siguen deslumbrando en Europa y buscan la manera de llevar todo ese legado que han heredado hacia el futuro, los ciudadanos discuten, comentan y no se preocupan demasiado. En cuanto a las ficciones ambientadas en Nápoles, Quirante termina con un apunte, que tal vez se podría aplicar a todo el país: “Son obras que al final se decantan por un lado o por otro: por la belleza o por la violencia, pero Nápoles es un todo. Cuando escoges una faceta del prisma, el riesgo es todo lo que te dejas fuera. Y esa es siempre la crítica que tiene preparada un napolitano ante cualquier representación de su ciudad: hay mucho más”. Es lo que sucede cuando se intenta abarcar una realidad tan fascinante y amplia.