“Si no os gusto, vosotros tampoco a mí”: cuando un director cabreado provocó el último gran escándalo de Cannes

Cuando la nueva edición de Cannes promete una competencia digna de sus momentos álgidos (Coppola, Cronenberg y Schrader frente a nuevos y polémicos cineastas), muchos recuerdan el que fue probablemente el momento más tenso de la historia del festival

Maurice Pialat cuando se levantaba para recoger la Palma de Oro en Cannes por 'Bajo el sol de Satán' en 1987. Todavía no había gritado a nadie.Pool ARNAL/GARCIA/URLI (Gamma-Rapho via Getty Images)

Nadie cuenta ya con el escándalo en Cannes. Hace tiempo que el festival de cine más importante del mundo no es escenario para las grandes polémicas. Cuando se roza alguna —fue el caso del director danés Lars Von Trier, quien en 2011, mientras presentaba Melancolía, declaró entender a Hitler en tono zumbón: “No es lo que llamaríamos un buen tipo, pero simpatizo un poco con él”—, el asunto suele resolverse con unos titulares de tamaño medio y unas cuantas ediciones en barbecho. Ni siquier...

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Nadie cuenta ya con el escándalo en Cannes. Hace tiempo que el festival de cine más importante del mundo no es escenario para las grandes polémicas. Cuando se roza alguna —fue el caso del director danés Lars Von Trier, quien en 2011, mientras presentaba Melancolía, declaró entender a Hitler en tono zumbón: “No es lo que llamaríamos un buen tipo, pero simpatizo un poco con él”—, el asunto suele resolverse con unos titulares de tamaño medio y unas cuantas ediciones en barbecho. Ni siquiera provocadores profesionales como Gaspar Noé tienen ya gran cosa que hacer en el paseo de la Croisette.

En cuanto a las querellas críticas por las ganadoras de la Palma de Oro, pocas se han escenificado una vez se superó el trauma colectivo de hace ya 25 años, cuando David Cronenberg se negó a otorgar el primer premio a la favorita Todo sobre mi madre de Pedro Almodóvar en beneficio de Rosetta, de los hermanos Dardenne. Por eso sorprende tanto saber que hubo una edición de Cannes en la que se juntaron en el palacio de festivales una atronadora marea de abucheos del público, los dos mayores dioses vivientes del espectáculo francés aguantando el tipo como podían y un director iracundo con el puño en alto. Esto ocurrió en 1987, y posiblemente fue el último gran momento de genuina incomodidad general que ha deparado Cannes.

Aquel año se celebraba el 40 aniversario del festival. Con tal motivo, se había congregado la habitual legión de estrellas: se dejaron ver en la montée des marches Elizabeth Taylor, Robert De Niro, Claudia Cardinale, John Malkovich, John Travolta, Marcello Mastroianni, Diane Keaton, Paul Newman, Joanne Woodward o la diva del cine mudo Lillian Gish, que a sus 93 años regresaba a la gran pantalla. Pero nadie brilló tanto como los príncipes Carlos y Diana de Gales, allí presentes para un homenaje a su compatriota, el actor Alec Guinness.

Gerard Depardieu, Sandrine Bonnaire y Maurice Pialat presentando 'Bajo el sol de Satán' en Cannes en 1987.Pool ARNAL/GARCIA/URLI (Gamma-Rapho via Getty Images)

En la sesión de gala a la que ambos asistieron, Diana llevaba un vestido azul que aludía a la Grace Kelly de Atrapa a un ladrón, rodada en la Costa Azul, y su presencia levantó tal revuelo que el director —también británico— Lindsay Anderson elevó una protesta ante los representantes del festival que pretendían que cediera el paso a la pareja real: “No olvidemos que esto es un festival de cine, se supone que estamos aquí para hablar de películas”.

Podrá objetarse que, paradójicamente, de películas no es de lo que más se habla en un festival de cine, habiendo otros temas —como la marcha de los negocios, la situación política mundial o las firmas de alta costura que lucen las estrellas— más suculentos que despachar. Pero en la gala de clausura las cosas volvieron a ponerse en su sitio, aunque no fuera del modo esperado. La prensa especializada y los aficionados daban por hecho que la Palma de Oro se debatía entre la tierna Ojos negros, del ruso Nikita Mijalkov (a un lado del ring, el viejo academicismo de papá), y El cielo sobre Berlín, del alemán Wim Wenders (al otro lado, la irreductible cinefilia). La familia, del veterano Ettore Scola, y El vientre del arquitecto, revelación de Peter Greenaway, eran otras candidatas con opciones. Entonces salieron a escena el actor y cantante Yves Montand, presidente del jurado oficial, y una rutilante Catherine Deneuve, que portaba con ambas manos la Palma de Oro, expuesta en su funda de puertecitas cual hostia en un sagrario. Leyó Montand: “La Palma de Oro (va) por unanimidad a… ¡Bajo el sol de Satán, de Maurice Pialat!”.

Entonces fue cuando el escenario se vino abajo. Empezaron a sonar al mismo tiempo los aplausos y —bastante más audibles— los silbidos y abucheos, incluso los gritos, como si se estuviera recibiendo a María Antonieta en la senda del cadalso. Maurice Pialat, el destinatario de la Palma y de las reacciones del público, un hombre de mediana estatura, barba blanca y piel cetrina, vestido con cazadora gris en territorio de esmóquines y vestidos largos, emergió como pudo de su butaca y avanzó hacia el escenario para recoger su Palma. Mientras, Catherine Deneuve se aproximaba al micrófono para tratar de calmar los ánimos: “Quisiera pedirles que escuchen a Maurice Pialat, porque a mí siempre me ha llamado mucho la atención su inteligencia y su amor al cine. Aunque su película sea muy controvertida, les pido que le dejen hablar”. Y por unos segundos el público se plegó ante la autoridad de la estrella. Tiempo suficiente para que Pialat pronunciara el siguiente discurso de aceptación: “No fallaré a mi reputación. Me alegro especialmente está noche por todos los gritos y silbidos que me dirigís. Y si yo no os gusto a vosotros, os digo que vosotros tampoco me gustáis a mí”. En una mano sostenía su Palma de Oro. La otra la agitaba en alto y cerrando el puño, como desafío contra un público que reanudaba con más fuerza sus pitidos y abucheos.

Al día siguiente, la prensa internacional de cultura y espectáculos manifestaba su sorpresa ante la decisión de un jurado en el que, además de Montand, destacaban el escritor norteamericano Norman Mailer, el cineasta griego Theo Angelopoulos, la crítica gala Danièle Heyman y el productor británico Jeremy Thomas. Especialmente ofendido se mostró en las páginas de este diario Ángel Fernández–Santos, que daba a entender que los jueces habían “cedido a presiones” para premiar a un director francés —el país anfitrión llevaba sin obtener el primer premio desde hacía 21 años, gracias a la meliflua Un hombre y una mujer (1966), de Claude Lelouch—, y reclamaba el galardón para la película de Mijalkov. Después se sabría que otro componente del jurado, el también ruso Elem Klimov, se había negado a premiar Ojos negros por motivos tanto políticos como artísticos, amenazando con dimitir si se le contradecía. Por su parte, Danièle Heyman declararía en 2019 que ni ella ni sus compañeros recibieron presión alguna del exterior, y que ya desde la primera votación una de las candidatas mejor posicionadas fue la película de Pialat. Sí admitía, sin embargo, que allí se votó no tanto a favor de Pialat como en contra de Mijalkov.

Maurice Pialat, con Catherine Deneuve a su izquierda y Chistophe Lambert a su derecha, muestra la Palma de Oro recibida por 'Bajo el sol de Satán' en Cannes en 1987.John van Hasselt - Corbis (Sygma via Getty Images)

Desde los primeros pases en el festival, Bajo el sol de Satán fue una de las películas peor valoradas por la prensa, en un año en el que la competencia en este sentido era dura —la adaptación de Francesco Rosi de Crónica de una muerte anunciada fue rebautizada por el crítico Gérard Lefort, que hacía honor a su apellido, como “Crónica de una mierda anunciada”—, y muchos artículos habían destacado su narración desconcertante y poco fluida, su montaje abrupto, su clima deprimente y su tono pretencioso. Se rumoreaba incluso que Gérard Depardieu, el protagonista, había intentado que la película se retirara de la competición al conocer las reacciones críticas.

Era la octava película de Pialat, uno de los primeros directores post-Nouvelle vague, muy apreciado por algunos cinéfilos gracias a trabajos anteriores como No envejeceremos juntos (1972), Loulou (1980) o A nuestros amores (1983), con la que había ganado el premio César a la mejor película. Tras estas historias autobiográficas, en Bajo el sol de Satán adaptó una novela del escritor católico francés Georges Bernanos, centrada en las historias paralelas de una joven que asesina a su amante y termina suicidándose y un sacerdote rural que se debate contra Satanás, que se le presenta en carne y hueso, antes de obtener la gracia divina para obrar un espectacular milagro. El ascetismo de su propuesta visual no conectó con un público que en aquel Cannes estaba mucho más dispuesto a dejarse llevar por la mezcla de alegría de vivir y demagogia nostálgica de Ojos negros o los vistosos cuadros vivientes de El vientre del arquitecto. Sin embargo, Pialat recibió públicas felicitaciones del presidente de la República francesa, François Miterrand, y del ministro de Cultura, Jack Lang.

Quentin Tarantino, con Jeanne Moreau y Kathleen Turner, mira mal a una señora que le gritó mientras recibía la Palma de Oro por 'Pulp Fiction' en Cannes en 1994.PATRICK HERTZOG (AFP via Getty Images)

Hal Hinson, crítico del diario The Washington Post, escribió: “Usted elige: puede gastarse los dólares que hagan falta para ver Bajo el sol de Satán, de Maurice Pialat, o puede quedarse en casa y golpearse en la cabeza con un martillo”. Y después desarrollaba: “El dolor que causa Bajo el sol de Satán es menos extremo, pero le carcomerá prolongadamente y con baja intensidad a lo largo de una interminable escena tras otra. Otros síntomas incluyen dificultad para respirar, dolor lumbar, pérdida de sensibilidad en las extremidades y sensación de muerte inminente”. A cambio, los miembros de Cahiers du Cinéma se erigieron en paladines de la película, que consideraron la mejor de aquel 1987, liderando un ranking en el que también estaban El último emperador de Bertolucci, Intervista de Fellini o Terciopelo azul de David Lynch.

El legado de Satán

Por lo demás, si bien quizá la película de Pialat es la ganadora de Cannes que ha obtenido mayor contestación en el momento de lectura del palmarés, no es la única que ha sido objeto de cierta polémica. Solo tres años más tarde, Corazón salvaje de David Lynch (que hoy en día se considera de sobra merecedora del galardón) fue vista por muchos como un delirio violento muy inferior a candidatas como Ju Dou de Zhang Yimou o Cyrano de Bergerac de Jean–Paul Rappeneau. En 1994, cuando Clint Eastwood, el presidente del jurado de aquella edición, anunció que la Palma de Oro era para Pulp Fiction, de Quentin Tarantino, la mayoría del público le dedicó una ovación y un sonoro aplauso, pero también emergió la voz de una mujer que gritaba: “Mais quelle daube! Putain fait chier!” (algo así como “¡Pero qué porquería, hay que joderse!”), a lo que Tarantino respondió desde el escenario con una peineta.

A lo largo de la historia del festival, también han generado división crítica o polémicas de tipo político otras Palmas como La dolce vita (Fellini, 1960), Viridiana (Buñuel, 1961), Taxi driver (Scorsese, 1976), Barton Fink (Coen, 1991) o El tío Bonmee (Apichatpong, 2010). Pero todas estas películas, sin excepción, han pasado mucho mejor el filtro del tiempo que muchas de las que en su día obtuvieron el premio bajo un clima general de consenso, al estilo de Orfeo negro (Camus, 1959), Un hombre y una mujer (Lelouch, 1966), La Misión (Joffé, 1986) o Pelle el conquistador (August, 1988).

En cuanto al concurso de la próxima edición, cuya selección se desveló el pasado jueves y que se celebrará del 14 al 25 de mayo, a priori las mayores posibilidades de escándalo provienen del body horror de The Substance, segundo largometraje de Coralie Fargeat tras su violenta historia de venganza Revenge (2017), y el regreso al cine de Francis Ford Coppola con Megalopolis, de la que se espera que divida las opiniones de manera radical, como quizá también hagan lo último de Yorgos Lanthimos, David Cronenberg, Paul Scharader y Paolo Sorrentino.

Pedro Almodovar y las protagonistas de 'Todo Sobre Mi Madre' en Cannes en 1999.Pool BENAINOUS/DUCLOS (Gamma-Rapho via Getty Images)

Vista hoy, la película de Pialat resulta de una inusitada belleza, y algunas de sus escenas despliegan una fuerza plástica y dramática arrasadora, que pocas veces se ha igualado: el encuentro entre el cura Donissan (Gérard Depardiu) y el demonio en el campo anochecido, el cara a cara entre Mouchette (Sandrine Bonnaire) y su amante que termina con un grito de frustración, el momento decisivo del milagro. Si un concepto tan sobado como “obra maestra” sigue teniendo vigencia hoy en día, es para denominar películas como Bajo el sol de Satán.

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