Vida y peripecias de Jay-Jay Johanson: “Fui un sintecho mientras preparaba mi segundo disco. Robaba manzanas en el mercado”

El artista sueco presenta su decimocuarto álbum, ‘Fetish’, en una gira española de siete fechas y combina la música con colaboraciones con Balenciaga y con incursiones puntuales en la pasarela

Jay Jay Johanson en una foto promocional reciente.Manu Morales

Hubo un tiempo en que Jay-Jay Johanson era el epítome de lo cool. A aquel escandinavo rubísimo y de blanca tez, siempre estilosamente vestido, se lo rifaban las marcas publicitarias y los rastreadores de tendencias. También sonaba por doquier en los canales musicales gracias a temas que aunaban el jazz sedoso y la electrónica de aroma trip hop como So Tell The Girls That I Am Back In Town u On The Radio. Pero ya han pasado más de veinte años de aquello y Jäje Folke Andreas Johansson (Trolhättan, Suecia, 1968) parece haber sido olvidado por la primera línea de la actualidad. Eso no implica que su actividad recayera. Recientemente, ha colaborado con Balenciaga y tiene ya 14 álbumes en su haber. El último, Fetish, data de 2023 y es el principal reclamo de su próxima gira española, ocho conciertos en siete ciudades, con las entradas agotadas en varias de ellas.

“Hay mucha gente a la que tengo que dar las gracias, porque España fue uno de los primeros países en los que despegué, junto a Francia y Portugal”, explica el músico, siempre jovial y amable, desde su hogar en un suburbio de Estocolmo. “Aquí llevo varios días de descanso entre conciertos, relajándome con mi hijo y mi mujer”, añade un artista que siempre ha puesto en valor su estatus familiar desde que contrajese matrimonio en 2008 con la modelo belga Laura Delicata. La pareja tiene un hijo de 16 años, Roman, que estudia para chef y posee una especial sensibilidad olfativa que, según informa su padre, le podría también abrir puertas en la industria de los perfumes.

Pero poca gente sabe que la celebración del confort doméstico del actual Jay-Jay tiene mucho que ver con el haber superado una infancia y una juventud de tintes casi dickensianos. “Vengo de una familia pobre, mi madre tenía siete hermanos y mi abuela estaba sola en casa con todos ellos mientras mi abuelo estaba siempre en el mar con un barco pesquero. Recuerdo que mi madre me decía que solo tenían un cepillo de dientes para toda la familia y no podían comprar zapatos para todos. Yo me marché de casa a los 15 años, pero hasta comienzos de los noventa fueron para mí tiempos de penurias en lo que respecta a la economía. Incluso cuando saqué mi primer álbum, que funcionó muy bien. No sé si se sabe esto, pero cuando vendes discos en un país que no es el tuyo, el dinero puede tardar año y medio en llegarte. Y, en aquel momento, donde más vendía era en Francia. Fui un sintecho durante medio año mientras estábamos preparando mi segundo disco, pero afortunadamente había hecho una copia de la llave del lugar donde había estado viviendo antes, así que entraba a escondidas en el sótano y dormía en el suelo, aunque no usaba la ducha ni tenía sábanas. Dependía de amigos, robaba manzanas en el mercado, pero casi no comía nada”. Cuando salió el segundo disco, Tattoo, en 1998, llegó al puesto 16 en las listas francesas, el mayor éxito que ha tenido nunca, y todo cambio.

¿Es cierto que su padre regentaba un club de jazz en Suecia? Así es. Él tenía una imprenta, pero, como hobby al margen de su trabajo, llevaba un club de jazz en Trolhättan. Es una ciudad pequeña, de 50.000 habitantes, pero muy bien situada, a medio camino de Gotemburgo y Estocolmo. Muchos artistas de jazz norteamericanos venían a mi país, ya desde los años cincuenta, porque querían estar con chicas suecas, que tienen esa reputación, ya sabe. Como debían desplazarse en coche entre las dos ciudades principales, mi padre y sus amigos decidieron aprovechar esa situación, abrir un club de jazz y presentárselo a los promotores norteamericanos. Así consiguieron que muchos de los grandes del jazz hicieran esa parada. Yo vi algunos conciertos, no muchos, porque en realidad el jazz no me gustaba, era demasiado joven y no lo apreciaba, prefería el rock duro y el punk.

Hasta que vio a Chet Baker y ahí cambió su vida, ¿no? Sí, en 1984. Yo tenía 15 años y fue el momento adecuado. Antes de eso yo creía que para ser un intérprete tenías que ser extrovertido, ruidoso y orgulloso. Así eran todos los tíos a los que veía en la MTV y Top Of The Pops. Pero cuando vi a Chet me di cuenta de que podías ser introvertido, y eso me dio la valentía de pensar que yo también podía hacerlo. Yo quería ser como Chet Baker. En realidad, él ya no estaba en su mejor momento y no fue realmente un gran concierto, pero para mí supuso algo muy importante. El año pasado conocí al fotógrafo Bruce Weber, que hizo un documental sobre Baker, Let’s Get Lost. Hablamos sobre Chet y le agradecí que la película me hiciera recordar la magia que él tenía.

La otra música que terminó de construir a Jay-Jay Johanson fue el denominado trip hop. ¿Cómo llegó a él? A finales de los ochenta y comienzos de los noventa pasé mucho tiempo en Londres, había una escena de clubes muy activa y las tendencias cambiaban cada semana prácticamente. Los componentes de Soul II Soul tenían un club donde ponían una especie de sound system con un DJ y diferentes vocalistas cantando por encima de lo que él pinchaba. The Wild Bunch (el colectivo del que surgió Massive Attack) estaban haciendo lo mismo en Bristol. Pero lo que realmente me impresionó fue descubrir a Portishead. Para ganar algo de dinero, los fines de semana yo trabajaba en una revista musical sueca llamada Pop Magazine. Su álbum, Dummy, no iba a salir hasta final de agosto, pero nosotros ya teníamos la cinta promocional en mayo. La escuché todos los días del verano del 94. Hasta aquel momento, yo había arreglado mis canciones con un cuarteto de jazz en Estocolmo. No me convencía del todo, porque me sonaba muy pasado de moda y un poco aburrido. Yo quería ser más moderno, y fue a raíz de escuchar a Portishead cuando me di cuenta de que el jazz se podía arreglar de otra manera, así que me deshice de mi cuarteto de jazz, me traje unos platos al estudio y me puse a ralentizar mis singles de hip hop, añadir samples de música jazz y de muchas bandas sonoras, temas de James Bond con beats de hip hop. Portishead tuvo esa influencia fundamental en mi primer álbum, Whiskey (1996)

El músico sueco inicia en febrero una gira española.Manu Morales

Estudió en la escuela de arte en Estocolmo, ¿ha influido eso para tener una visión más multidisciplinar de su trabajo? Sí. Yo no sabía con qué forma de arte quería trabajar, pero sí sabía que iba a dedicarme a algún tipo de expresión artística, ya fuera cine, pintura, arquitectura, revistas, fotografía o música. Quería aprender lo máximo posible de todas las disciplinas y luego dejar que la suerte decidiera. Estuve un tiempo en la revista I-D, trabajando con fotógrafos y gente de la moda, pero entonces llegó la música y mi carrera se encaminó hacia ahí. Nunca volví al mundo editorial, aunque sigo encargándome de las portadas de mis discos, los libretos interiores...

Sus canciones también han sonado recurrentemente en publicidad. ¿Observa que su música queda bien para vender cosas? No creo que haya sido tan utilizada, yo creía que la iban a usar más. La gente suele decir que mi música es muy cinematográfica. Va por rachas y, bueno, es una buena forma de conseguir que la gente la descubra. Por ejemplo, yo nunca he tenido mucho éxito en Norteamérica, pero las veces que ha habido un poco de revuelo ha sido con las canciones que aparecían en anuncios o en series de televisión, incluso en desfiles de moda. Por ejemplo, Ralph Lauren utilizó varias canciones mías en la Semana de la Moda de Nueva York. Sí, creo que funcionan en diferentes formatos. Me sorprendió, por ejemplo, ver como Apple utilizaba la semana pasada mi tema Heard Somebody Whistle.

¿Considera la publicidad una forma de arte? Por supuesto que lo es. Es una colaboración entre personas creativas de diferentes disciplinas: cineastas, escenógrafos, arquitectos, fotógrafos… Nunca será considerada una forma de arte verdadera porque no la exhiben en las paredes de las galerías, pero hay mucha creatividad en ella. Sucede lo mismo que con la moda.

Últimamente está colaborando con Balenciaga. ¿Cómo es su relación con la industria de la moda? De crío me gustaba mucho el punk, veía a los Sex Pistols y me daba cuenta de que era tan importante mirar las fotos como escuchar su música. Luego en los ochenta, con los nuevos románticos: Visage, Culture Club… se le daba mucha importancia a lo que la gente llevaba puesto. Vivir en esa época significaba volverte curioso con respecto a la ropa, el estilo, la moda. Pero nunca me sentí demasiado interesado por entrar ahí, ha sido siempre el mundo de la moda el que me ha invitado a formar parte de su creatividad. Es gracioso, porque he estado trabajando mucho con Balenciaga en los últimos dos, tres años, y también veinte años atrás, cuando colaboré con su diseñador Nicolas Ghesquière. Justo mi gira española empieza en San Sebastián, cerca hay un museo Balenciaga, así que voy a ir a visitarlo el día antes.

¿También ha estado en la pasarela? Sí. Me invitaron el año pasado a desfilar en una campaña. Nunca me había imaginado como modelo, pero, en realidad, llevo media vida subiéndome a escenarios, así que no hubo tanta diferencia. Fue divertido.

Tiene muchos seguidores tanto en Rusia como en Ucrania. ¿Cómo le ha afectado la guerra? Nosotros tocábamos en Rusia prácticamente cada año, y además allí nos pagaban muy bien por los conciertos en comparación a Europa Occidental. Al mismo tiempo tengo que decir que muchas de las personas jóvenes y creativas de Rusia tuvieron que escapar en cuanto la guerra comenzó porque los obligaban a combatir. Los homosexuales también han sido siempre agredidos y acosados, y llevan mucho tiempo huyendo del país. Entonces, en los últimos dos años me he encontrado en los conciertos con muchos seguidores rusos que se habían exiliado en otros países. Me contaron historias horribles, sobre cómo nunca podrán regresar a su país y puede que nunca vuelvan a ver a sus familiares y hayan perdido muchas de sus pertenencias. Por supuesto, la situación para los ucranianos es incluso peor, también he escuchado historias tristes de ellos. Tuvieron que huir para sobrevivir, muchos han perdido a sus padres, o sus casas. He tenido que cancelar muchos conciertos, pero eso no es nada comparado con el sufrimiento de ellos.

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