Christopher Nolan, el señor del tiempo
El director de ‘Oppenheimer’ es héroe y supervillano: figura mesiánica para quienes le piden al cine-espectáculo cierto empaque y demonio para quienes añoran evasiones sin más
Tanto empeño ha puesto Christopher Nolan en que cada una de sus películas caiga sobre las salas de cine con la rotundidad de una bomba atómica que a nadie debería extrañarle que su nuevo trabajo sea, precisamente, un biopic sobre Robert Oppenheimer, el físico que, tras asistir a la primera detonación de su invención diabólica, citó al ...
Tanto empeño ha puesto Christopher Nolan en que cada una de sus películas caiga sobre las salas de cine con la rotundidad de una bomba atómica que a nadie debería extrañarle que su nuevo trabajo sea, precisamente, un biopic sobre Robert Oppenheimer, el físico que, tras asistir a la primera detonación de su invención diabólica, citó al Bhagavad Gita diciendo: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Por muy mal que el un tanto arrogante director de Tenet pueda caer a sus detractores, conviene reprimir la tentación de establecer símiles automáticos: probablemente, el único mundo que le encantaría destruir al cineasta es el de esas plataformas de streaming que, cuando todavía resonaba el silencio del confinamiento, le presionaban para que su anterior superproducción pudiese gozarse —o sufrirse— tanto en casa como en salas.
Nolan ganó el pulso, pero la Warner pagó caro su desafío —y su entente con HBO Max—, perdiendo a uno de sus agentes más lucrativos, que ha firmado con Universal no sin antes incluir cláusulas tan draconianas en su contrato como la que impide al estudio estrenar ninguna otra película tres semanas antes y tres semanas después de que Oppenheimer llegue a los cines para cumplir su promesa de hacerle vivir al espectador la sensación de estar en el corazón mismo de un pepinazo nuclear.
A Nolan le van las figuras ambivalentes y contradictorias, como ya demostró su querencia por el Caballero Oscuro, quizá porque él es tan superhéroe como supervillano: una figura mesiánica para quienes le piden al cine-espectáculo empaque epistemológico y un demonio para quienes añoran las evasiones ligeras de equipaje. Lo que no puede negarse es que su toque particular incide sobre la misma médula del séptimo arte, que, desde sus orígenes, ha sido precisamente una disciplina artística cuya esencia es el tiempo, esa materia que el londinense retuerce, adensa, expande, comprime, acelera y conjuga marcha atrás, dejando, eso sí, la duda en el aire de si uno está ante un trilero de prestigio o ante un maestro del truco final.
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