Las frustraciones de Wes Craven, el genio del terror que quería dirigir melodramas
Una nueva biografía del director de ‘Pesadilla en Elm Street’ y ‘Scream’ revela los secretos del hombre que hizo pasar miedo al mundo entero: en realidad le gustaba Bergman y antes de dirigir películas de miedo no había visto ninguna
Se sabe que Ingmar Bergman, en su videoteca privada de la isla de Fårö, almacenaba películas como Pearl Harbor, de Michael Bay, o la comedia de los Blues Brothers, Granujas a todo ritmo. Sin embargo, la investigación realizada hace unos años por la documentalista Jane Magnusson no arrojó evidencias de que el maestro sueco conociera la adaptación que un director debutante de Estados Unidos, en los años setenta, se atrevió a hacer de su clásico ...
Se sabe que Ingmar Bergman, en su videoteca privada de la isla de Fårö, almacenaba películas como Pearl Harbor, de Michael Bay, o la comedia de los Blues Brothers, Granujas a todo ritmo. Sin embargo, la investigación realizada hace unos años por la documentalista Jane Magnusson no arrojó evidencias de que el maestro sueco conociera la adaptación que un director debutante de Estados Unidos, en los años setenta, se atrevió a hacer de su clásico El manantial de la doncella (1960). Bajo el título La última casa a la izquierda (1972), de estilo semidocumental e inicialmente planeada como pornográfica, la película usaba el argumento de uno de los emblemas del cine religioso para dar paso a un festival de mutilaciones, crueldades y vísceras como nunca antes se había visto. Aquello provocó protestas en las puertas de las salas, motines de espectadores para destruir la copia que se proyectaba, vómitos y desmayos. “La gente no me dejaba a solas con sus hijos. En una cena me presentaron a una mujer sentada a mi lado y, cuando escuchó mi nombre, se levantó y se fue a casa”, contaría el director. El nombre en cuestión era Wes Craven (Cleveland, 1939-Los Ángeles, 2015).
El revuelo por aquella película es el punto de partida del libro Wes Craven: El hombre y sus pesadillas (Ed. Applehead Team), una exploración de la carrera del cineasta que fundó mitos modernos del cine de terror como Pesadilla en Elm Street (1984), Las colinas tienen ojos (1977) o Scream (1996). Escrito por John Wooley, periodista especializado en cultura popular, el libro se publicó originalmente en 2011, si bien la edición que llega ahora a España lo hace actualizada, con dos epílogos que cubren los últimos años de Craven hasta su muerte en 2015. Wooley, además, contó con la colaboración del propio director para su elaboración.
“Fue muy amable cuando le entrevisté. No tengo ni idea de cómo le sentó el libro, aunque sale muy bien parado”, dice a ICON el autor, que en su guía por la filmografía de Craven recoge también la aflicción que le provocaba al cineasta el desdén con que parte de la crítica más clasista acogía sus trabajos, solo por ser de terror. “Ahora, con el auge de la cultura nerd, los cómics y las películas de terror han alcanzado una especie de respetabilidad. Craven se tomaba muy en serio lo que hacía, hizo el mejor trabajo que pudo y se convirtió en un innovador”, opina Wooley.
Pero Wes Craven no quería hacer terror. Una de las líneas narrativas más curiosas de El hombre y sus pesadillas es, precisamente, la que sigue sus esfuerzos por abandonar el género y rodar dramas, algo que solo conseguiría en 1999 con Música del corazón (una historia de superación basada en hechos reales, con nominación al Oscar para Meryl Streep incluida), como parte de un acuerdo con la productora Miramax solo para que aceptase realizar más entregas de Scream. Así, el libro de John Wooley, que le describe como “un artista que ejercía su arte con los medios que tenía a su alcance”, recoge el proceso por el que el director, dado el encasillamiento que sufría por parte de los estudios (que, en casos como el de la película de ciencia ficción Amiga mortal, le reclamaban añadir escenas sangrientas para que fuesen “más Wes Craven”, al margen de cómo casaran con la trama), acabó desarrollando un estilo a modo de puente entre sus inquietudes autorales y lo que productores y aficionados le pedían. Una idea, la de la fusión de arte y ensayo con explotación morbosa, ya latente en La última casa a la izquierda, o en su siguiente trabajo, Las colinas tienen ojos (1977), interpretado por algunos como una versión distópica de Las uvas de la ira (la novela de John Steinbeck convertida en película por John Ford).
Nacido en 1939 en Cleveland (Ohio) y educado estrictamente en el seno de una familia evangélica, el hombre al que William Friedkin (responsable de El exorcista) llamó “mejor director de terror de la historia” no conocía el género cuando debutó, porque no le habían dejado verlo. Apasionado de las nuevas películas europeas que llegaban cada vez con más frecuencia a las salas, el director renunció a su puesto como profesor universitario en Clarkson (Nueva York), donde impartía clases de teatro moderno, arte y literatura, para probar suerte en el mundo del cine. En su búsqueda de oportunidades, se asociaría con Sean S. Cunningham (creador, a la postre, de la saga Viernes 13) para conseguir sus primeros trabajos en la incipiente industria del porno blando, hasta que ambos dieron con la fórmula del éxito para seducir a los adolescentes: mezclar el género con el terror. “Le dije a Cunningham que yo no sabía hacer cine de terror y él me respondió que buscase los esqueletos que había dentro de mi armario”, rememoró Craven en su entrevista para la serie documental La videoteca de Bergman (2012), donde conocidos directores describían la influencia del autor sueco en sus carreras.
Romper las fronteras
“¡Mi película hizo marcharse de la sala al director de La última casa a la izquierda!”, ha declarado en múltiples ocasiones, con cierto tono triunfal, Quentin Tarantino, a propósito de la célebre espantada de Wes Craven en la escena de la tortura de Reservoir Dogs durante su proyección en el Festival de Sitges de 1992. “A él le repugnaba la violencia real y el tratamiento de la violencia de Tarantino no casaba con él. Si piensas en Pesadilla en Elm Street, su violencia no deja de ser fantasiosa, impacta porque lo que ves no es posible”, reflexiona, consultado por ICON, José Mellinas, traductor de Wes Craven: El hombre y sus pesadillas. “Es la figura erudita del cine de terror. En sus películas se nota esa aproximación más cerebral, más mental, un juego entre sueño y realidad más freudiano. Ese es el sello de identidad de Craven”.
Mellinas ha sido el impulsor de la publicación en España de esta edición tras descubrirlo como parte de su investigación para su libro sobre la saga Pesadilla en Elm Street que espera publicar en 2023. Sobre la popularidad de dicha franquicia y la habilidad del director para forjar iconos populares o saltar más allá de su público objetivo, en El hombre y sus pesadillas se recoge una encuesta de 1989 que dice que su villano, Freddy Krueger, era el doble de famoso que Abraham Lincoln entre los niños.
“Wes Craven revolucionó el terror tres veces en tres décadas distintas, con La última casa a la izquierda en los setenta, con Pesadilla en Elm Street en los ochenta y con Scream en los noventa. Lo increíble ya es que lo consigas una vez en la vida”, opina Mellinas. Para John Wooley, el estilo cinematográfico del director, que destaca por su “enfoque referencial y por llevar la idea de los sueños frente a la realidad a nuevos niveles”, alcanzó “su punto álgido” en La nueva pesadilla de Wes Craven (1994), rareza que sirvió de séptima entrega a la saga Pesadilla en Elm Street. En ella, Freddy Krueger persigue a la actriz protagonista de la primera película, Heather Langenkamp (que se interpreta a sí misma), después de que Wes Craven y el productor Robert Shaye (también haciendo de sí mismos) pongan en marcha una nueva secuela.
Un esfuerzo por hacer transparentes los mecanismos del miedo que muchos, por su autoconsciencia y lenguaje metanarrativo, han considerado antesala de Scream, la película con guion de Kevin Williamson que lograría en su momento convertirse en la más taquillera del género slasher. Producida por los Weinstein, hoy llama poderosamente la atención el grado de ruptura de la cuarta pared en la tercera entrega, del año 2000, mediante una trama relacionada con abusos sexuales en la industria del cine. “Me gustaría poder hablar de eso, pero sinceramente no lo sé. Me parece que tuvo que ser más que una coincidencia [argumental]”, dice Wooley, preguntado sobre si Craven pudo estar hablando ya entonces de las prácticas del depredador sexual convicto Harvey Weinstein.
Tanto Wooley como el traductor coinciden en señalar la vigencia del legado de Wes Craven en el cine fantástico y de terror. Además de, por ejemplo, la influencia de La nueva pesadilla o Scream 4 (2011) que algunos vieron en la reciente y también metarreferencial Matrix Resurrections (2021). El estreno de la cuarta temporada de Stranger Things ha vuelto a poner en el radar Pesadilla en Elm Street, a la que remite no solo explícitamente mediante un diálogo o con la aparición de Robert Englund, (Freddy Krueger), sino también en el uso de un truco distintivo de Craven, que en el libro definen como “realidad gomosa”: la narración de una escena cotidiana donde, de pronto, algunos elementos dejan de tener sentido hasta descomponer su naturaleza y revelarse como un sueño o un plano distinto de la realidad. “Y la primera muerte no deja de ser la muerte de Tina en Pesadilla en Elm Street, con la chica siendo arrastrada por el techo y muriendo con un chico como testigo”, observa también Mellinas.
Una continuidad de su obra que contrarresta la nota amarga con la que termina El hombre y sus pesadillas, con Craven, siempre sensible a las críticas, descubriendo entre la nueva cinefilia y la crítica online un lenguaje destructivo y de odio que no vivía desde sus comienzos. “Hasta Almas condenadas (2010) creía que conocía a mis espectadores, pero hubo algunas críticas muy desagradables. Me encontré con cosas como ‘Descanse en paz, Wes Craven’. Había una corriente de maldad con la que realmente no me había enfrentado antes”, contó en una entrevista.
“Él siempre se interesó por lo que pensaban los jóvenes, se amoldaba a las nuevas herramientas y al lenguaje. En Scream 4 intentó hablar de ese lenguaje moderno”, considera el traductor, que piensa que la quinta entrega, estrenada con gran éxito este año, va más allá del homenaje nominal al fallecido director en el nombre de un personaje y en los créditos: “La toxicidad del fandom juega un papel muy importante, lo que hila con lo que le pasó a Wes Craven”. Con una sexta parte en camino, otro fruto anunciado en el fértil terreno que abonó el cineasta es un remake de El sótano del miedo (1991) a cargo de Jordan Peele, uno de los grandes nombres del terror contemporáneo. Lo que Craven hubiera opinado de que a directores como Peele, por tratar temas profundos desde dentro del género, se les cuelgue la etiqueta “terror elevado” queda en el mismo plano de misterio irresuelto que lo que Bergman pensaba de La última casa a la izquierda.
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