Andar y pensar en Sils Maria, el paradisíaco pueblo suizo que inspiró a Nietzsche
Miles de personas visitan cada año la comuna donde el filósofo alemán pasó siete veranos entre lagos y montañas, concibió las ideas del ‘eterno retorno’ y empezó a planear su obra más importante, ‘Así habló Zaratustra’
Hacia el final de la película Viaje a Sils Maria (2014), de Olivier Assayas, Juliette Binoche (que interpreta a Maria Enders, actriz de teatro en la cima de su carrera profesional) recorre junto a...
Hacia el final de la película Viaje a Sils Maria (2014), de Olivier Assayas, Juliette Binoche (que interpreta a Maria Enders, actriz de teatro en la cima de su carrera profesional) recorre junto a Kristen Stewart (su ayudante Valentine) el monte Furtschellas hasta llegar al mirador de Marmoré donde, fascinada ante las panorámicas de los lagos del pueblecito suizo de Sils Maria y, excitada por la posibilidad de ver tras varios intentos fallidos la serpiente de Maloja, un espectacular fenómeno meteorológico que solo se da en ese lugar y que forma las nubes de una cierta manera, deja atrás a su acompañante, se apresura, se deja caer sobre la hierba y, cegada ante la belleza natural, grita: “¡Mira! ¿Es eso la serpiente? O es solo bruma, un poco de niebla… hay que tener paciencia. ¡Sí¡ ¡Se está convirtiendo en la serpiente! ¿La ves, Val?”. Pero Valentine ya no está, y aunque Maria la reclame —”¿Val? ¡Val! ¡Contesta, Val!”—, ya no aparecerá…. Quien sí lo hace, por fin, es esa serpiente de nubes, cuya misteriosa ausencia ha vertebrado la historia. Un ingrávido tirabuzón de espuma que avanza al ritmo del Canon de Pachelbel, como florecen las emociones primarias y los prodigios naturales más inexplicables, quién sabe si purificando el aire o culminando las premoniciones de una película cuya perspectiva cambia según se mire desde los 50 años de Maria o desde los 25 de Valentine.
La posibilidad de ver la serpiente de Maloja es uno de los atractivos soñados de Sils Maria, quizás el único, porque todo lo demás, aunque no lo parezca, es real. Dado el aura sagrada que acarrea, llegar hasta aquí tiene algo de culminación. No es Assayas el único director cautivado por este paisaje y por el célebre hotel Waldhaus. El documentalista Arnold Fanck captó el fenómeno en 1924. Claude Chabrol se trajo en 1997 a Isabelle Huppert para rodar No va más (1997). Y el canadiense Claude Lalonde hizo lo propio en 2019 con Coda, una historia musical a medida del lugar.
Pero si Sils es idolatrado por miles de visitantes de todo el mundo es por haber dado cobijo a Friedrich Nietzsche durante los veranos que van de 1881 a 1888, con excepción de 1882. Tras recorrer errante media Europa, se dejó caer por aquí buscando buena altitud, buena temperatura, buena luminosidad y buena exposición al sol. Nietzsche se alojó en la casa Durisch, donde, con una concentración y un poder creativo poco comunes, trabajó en una habitación amueblada con lo mínimo que conserva el aspecto exacto que tuvo en sus estancias. Desde allí salía a pasear durante horas todos los días. Ensimismado, iba anotando pensamientos en pequeños cuadernos. Así germinaron obras como La Gaya Ciencia (1882), Así habló Zaratustra (1883) o Más allá del bien y del mal (1886): “Esta Engadina es la cuna de mi Zaratustra”, escribió a Peter Gast el 3 de septiembre de 1883. “Acabo de encontrar el primer esbozo de mis pensamientos relacionados con la obra; debajo de ellos está escrito a principios de agosto de 1881 en Sils Maria, a 6.000 pies sobre el nivel del mar y muy por encima de todas las preocupaciones humanas”.
En la orilla del vecino lago de Silvaplana/Surlej brotó la idea del eterno retorno. Todavía se distingue la roca culpable con su nombre en una placa. “Ese día estaba caminando por el bosque a lo largo del lago y me detuve en la enorme roca con forma de pirámide, no lejos de Surlej. Allí me vino este pensamiento”, anotó en Ecce Homo (1888). Con esa teoría filosófica y con la posterior figura del superhombre, Nietzsche logró la concepción básica para su obra mayor: Así habló Zaratustra. Y algo de la impresionante calidad de este paisaje se refleja en su introducción: “La alta llanura de la que fluyen los ríos, la brillante y clara luz del mediodía, el rugiente arroyo de la montaña, la roca, el tranquilo lago que contiene las dichosas islas, el silencioso páramo de la cadena montañosa con toscas piedras y la escasa y suave hierba”.
La casa está dirigida por el profesor retirado y especialista en la materia Peter André Bloch, que muestra con devoción y clarividencia detalles estimulantes como primeras ediciones, poemas manuscritos, la biblioteca original que se trajo de Basilea, el mantel sobre el que escribía y que, manchado de su tinta, aún preside su mesa frente a la ventana. Mientras, Bloch explica que, para él, Nietzsche “fue el primer filósofo en defender al individuo como ser independiente, responsable de sí mismo”. Conserva objetos, documentos, obras de arte sobre la vida y los gustos del filósofo (Carmen, de Bizet, era su ópera favorita), así como recuerdos de admiradores de diversas épocas: Hermann Hesse, Paul Celan, Max Frisch, Boris Pasternak o una obra de Gerhard Richter.
En la entrada está la postal más emblemática. Si hay una imagen precursora de la modernidad y adelantada a su tiempo, es esa en la que aparecen Nietzsche, el también filósofo Paul Rée y la psicoanalista Lou Andreas Salomé. Ella está subida a un carro, látigo en mano, y ellos permanecen delante, de pie, como gesticulando que a partir de ahora van a llevarla donde ella diga. Fue en ese verano de 1882 en que Nietzsche se ausentó de Sils cuando Rée le presentó a Lou, joven filósofa ingobernable. Nada más verla, Nietzsche le dijo: “¿De qué astros del universo hemos caído los dos para encontrarnos aquí el uno con el otro?”. A lo que Lou respondió: “Yo vengo de Zúrich”.
Cuenta Michel Onfray, en su brillante homenaje a Sils Maria y a Nietzsche titulado Las avalanchas de Sils Maria (2021), que hasta la irrupción de Nietzsche los filósofos sostenían una relación íntima con lo divino, lo sagrado, lo teológico, el mundo de las ideas... Eran hombres de reflexión pura más que de inspiración, seres en una mesa rodeados de libros. Nietzsche da la vuelta a todo eso y hasta se ríe de la sentencia de Flaubert que decía que pensar y escribir son actividades que solo se puede hacer si estás sentado, pues demuestra que las mejores ideas surgen caminando, como hizo en Sils, revelando que sus pensamientos son “más de pálpito que de púlpito”.
Para Onfray, en Sils todo está a favor del eterno retorno: “El agua golpea por las márgenes, el aire obedece al ciclo de los días y de las noches y de las estaciones”. Es verdad. El agua desciende de los glaciares, llega hasta el lago y lo nutre de azules luminosos. El aire refresca los pulmones, el cerebro, la sangre y las ideas. El fuego, la luz, se refleja unas veces en la nieve para quemar la vista y otras desangra el ocaso entre las cimas. Y la tierra se manifiesta en la presencia constante de la piedra en las montañas.
Un día de 1905, siete años después de que Nietzsche se fuera y poco antes de la crisis que lo llevaría a abrazar a un caballo apaleado en Turín y a su posterior exilio en un sanatorio, los habitantes de Sils observaron atónitos un curioso espectáculo: sobre la colina de Laret, en mitad del bosque, sobresalían un andamio de madera y una escalera. Cinco hombres subían por el andamio, bajaban y se asomaban por encima de los árboles como si midieran milímetro a milímetro la incidencia de la luz. Eran un arquitecto, un alcalde, un joven recepcionista, un emprendedor y su hijo, o dicho de otro modo, los cimientos de un nuevo hotel que se inauguraría tres años después y para el que la ubicación era una cuestión primordial. Impulsado por empeño de Josef Giger y proyectado por el arquitecto Karl Koller, aquella construcción acabó teniendo un nombre eficaz y fiel a la idea de la unión de sus dos palabras: Waldhaus, la casa del bosque. Desde 1908, el hotel adecuado en el lugar adecuado. 115 años después, tiene el charme de la no pretenciosidad: su lujo se basa en la preservación de su memoria. La serenidad que transmite el exterior se extiende por el interior y sus amplios espacios comunes. Sigue regentado por la cuarta generación de los fundadores: no se perciben aires de grandeza en el recinto. En el hall, en la biblioteca o en los salones queda claro que el Waldhaus ha aportado en el público gusto y temperamento. Es lo que los alemanes llaman un kulturhotel que, con un criterio refinado, organiza simposios, cursos de filosofía, conciertos y espectáculos de ópera. Desde los años veinte tiene orquesta propia. Si pusiéramos uno detrás de otro los nombres de ilustres de la cultura que se han alojado aquí llenaríamos varías páginas.
Además, sus clientes pueden usar de manera gratuita los dos teleféricos de Sils. El primer teleférico es el que sube a Corvatsch, a 3.303 metros de altura, las mejores panorámicas de los lagos y de las cumbres alpinas de la Engadina. El otro es el que conduce a Furtschellas. En la llamada Ruta gastronómica está el tramo que recorren Binoche y Stewart. Es el momento de sentarse como Binoche antes de ser abandonada. No hay mejor lugar para terminar este artículo y desaparecer del mapa como hacía Stewart y dejar por fin que siga hablando el paisaje.
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