Echelon Place: así colapsó la última alucinación faraónica de Las Vegas
El resort, un proyecto inmobiliario de desmesurada ambición, pretendía acoger en 2006 cuatro hoteles de lujo, un casino, 30 restaurantes y 3.000 apartamentos: de ese plan, la ciudad del pecado solo vio los cimientos
Las Vegas es una ciudad estridente. En este rincón del desierto de Mojave se hace mucho ruido desde que, en 1931, una ley estatal legalizó el juego en los casinos. En paralelo, una ordenanza municipal estableció que el único requisito para divorciarse en la urbe era haber residido en ella un mínimo de seis semanas. Ese par de resoluciones legales dieron origen a lo que hoy conocemos como ...
Las Vegas es una ciudad estridente. En este rincón del desierto de Mojave se hace mucho ruido desde que, en 1931, una ley estatal legalizó el juego en los casinos. En paralelo, una ordenanza municipal estableció que el único requisito para divorciarse en la urbe era haber residido en ella un mínimo de seis semanas. Ese par de resoluciones legales dieron origen a lo que hoy conocemos como La ciudad del pecado, un lugar en el que, en plena Gran Depresión, uno podía establecerse mes y medio hasta conseguir los papeles del divorcio y, mientras esperaba, dedicar las horas muertas a jugar a la ruleta o al blackjack.
En torno al azar y los matrimonios de quita y pon se consolidó una urbe convulsa y ruidosa, “un paraíso lúdico e infierno moral”, en opinión del escritor Jack London, con epicentro en La Franja (The Strip). En esta larga avenida de más de siete kilómetros en el límite meridional de la ciudad, enlazando con los municipios periféricos de Paradise y Winchester, se concentran ahora mismo algunos de los complejos turísticos, hoteles y casinos más grandes del mundo. Era el lugar al que iban a parar tarde o temprano los más de 42 millones de visitantes anuales que recibía la ciudad en los años inmediatamente anteriores a la pandemia.
Lujos de otra época
Entre las omnipresentes luces de neón, en la que tal vez sea una de las avenidas más célebres del planeta, se gestó Echelon Place, un proyecto inmobiliario de desmesurada ambición presentado en sociedad en enero de 2006. Jeff Scheid, redactor de Las Vegas Review Journal, lo definía por entonces como “una extravagancia de dimensiones faraónicas que va a transformar para siempre el paisaje de The Strip”.
Las cifras del proyecto eran un canto a la opulencia grosera y desacomplejada. Iba a costar 4.800 millones de dólares (al cambio actual, alrededor de 4.300 millones de euros) y ocupar un espacio de 25 hectáreas (250.000 metros) de las que más de 13.000 metros cuadrados se dedicarían a un casino de grandes dimensiones. Cuatro hoteles cinco estrellas, un centro comercial al aire libre, 30 restaurantes y un enorme recinto ferial, el Las Vegas EXpoCenter, iban a construirse en las inmediaciones de la principal apuesta del proyecto, el Echelon Resort, con más de 3.000 apartamentos de lujo. Grupos hoteleros como Morgans iban a estar presentes en este proyecto que promovía Boyd Gaming, la empresa creada en 1975 por el célebre emprendedor Sam Boyd. Pocos meses después, una actualización del proyecto incluía también dos teatros, uno de 4.000 y otro de 1.500 butacas, y la confirmación de que los cuatro hoteles previstos, ubicados en un par de rascacielos de aspecto vanguardista, iban a ser The Enclave (650 suites de lujo), Shangri-La Las Vegas, Mondrian y Delano.
Un entorno con solera canalla
Echelon Place iba a ser el sucesor de uno de los casinos con peor reputación de Las Vegas, el Stardust Resort, creación de Tony Carnero, contrabandista de ron italoamericano que se estableció en Las Vegas en la década de 1950 para invertir en casinos la fortuna acumulada con actividades en gran medida ilícitas durante la Ley Seca. El Stardust era uno de los emblemas de la ciudad del pecado, célebre por espectáculos de striptease como Lido de París, en cartel hasta 1991, o por artistas residentes como el incombustible Wayne Newton, un crooner que lleva ya más de 30.000 actuaciones en directo en casinos de Las Vegas.
La familia Boyd adquirió el negocio en 1985 y se esforzó por combatir su imagen de antro de perdición administrado por la mafia. El Stardust fue muy rentable hasta finales del siglo XX, pero en 2005 se había convertido ya en una aparatosa reliquia solo apta para nostálgicos. De ahí que Boyd Games plantease su demolición y sustitución por un complejo lúdico más adaptado a las necesidades del nuevo milenio.
El nuevo resort presentado en 2006 era un proyecto pensado para un mundo que ya no existe, el de la pujanza rutilante de los Estados Unidos de los meses anteriores al colapso de la burbuja inmobiliaria. Por entonces, invertir una cantidad de diez cifras en una nueva área de ocio en uno de los bulevares más concurridos del mundo parecía, en opinión de Scheid, “el nuevo impuso que una ciudad tan ambiciosa y dinámica como Las Vegas pedía a gritos”. Hoy sabemos que la prosperidad de aquellos años era en gran medida ilusoria, que el elefante especulativo tenía ya las pezuñas hundidas en arenas movedizas.
Muy pronto quedó claro que el ambicioso proyecto de Boyd Gaming estaba condenado a darse de bruces con la terca realidad. El Stardust cerró el 1 de noviembre de 2006 y sus dos torres principales, de nueve y 32 pisos respectivamente, fueron demolidas en marzo de 2007, tras una ceremonia nocturna en la que hubo discursos de despedida y fuegos artificiales. La prensa local destacaba que su derrumbe había producido una densa polvareda que tardó 20 minutos en disiparse.
Tras esta demolición aparatosa arrancaba un proceso que debía conducir a la apertura de Echelon Place antes de que concluyese 2010. Pero la crisis de Lehman Brothers y sus profundas consecuencias alteraron el calendario previsto. El 19 de junio de 2007 se había realizado una discreta ceremonia de colocación de la primera piedra a la que acudieron 200 curiosos, nada que ver con la multitud que se había congregado pocos meses antes para presenciar la desaparición del viejo Stardust. Las obras progresaron a un ritmo inferior al previsto hasta que el grupo Boyd decidió paralizarse de manera provisional en agosto de 2008.
Tal y como explicaba Liz Benston en el diario Las Vegas Sun, inversores cruciales como el grupo Morgans habían dado la espalda al proyecto “provocando un desplome de las acciones y creando serias dudas sobre su viabilidad”. Los Boyd se planteaban “buscar nuevos socios y replantear el diseño inicial para adaptarlo a una situación económica cambiante y presidida por la incertidumbre”. Una manera elegante de decir que Echelon Place, tal y como había sido concebido originalmente, había dejado de tener sentido.
Un nuevo amanecer
Pese a todo, Boyd Gaming solicitó al condado de Clark, del que Las Vegas forma parte, una extensión de seis años que les permitiese reanudar las obras más adelante con vistas a concluirlas antes de 2016. Tres años antes de la fecha límite optaron por dar carpetazo al proyecto y vender el solar a la empresa malasia Genting Group. Por entonces, lo poco que había podido construirse de Echelon Place parecía una ruina posmoderna, el espectral decorado de una película incompleta de Tim Burton.
Los nuevos propietarios optaron por cierta dosis de sensatez y modestia. Aprovecharon lo que ya se había construido y lo convirtieron en la base de un proyecto adaptado al signo de los tiempos. Bautizado como Resorts World Las Vegas, el nuevo complejo contó con la colaboración de dos grupos hoteleros de primer nivel, Hilton y Conrad. Casi todo se había escalado a la baja, desde el coste a la superficie construida pasando por el número de habitaciones del hotel y de restaurantes.
La llegada de la pandemia frenó de nuevo la obras, pero no supuso un contratiempo definitivo. En junio de 2020 se había cumplido un 65 por ciento de las tareas previstas. Y un año después, en junio de 2021, el proyecto pudo por fin inaugurarse con una fiesta exclusiva con Kendall Jenner como maestra de ceremonias y Tiësto y Paris Hilton ejerciendo de DJs. Usher y Katy Perry hicieron acto de presencia en la gala. Pese a todo, a la periodista local Alison Mitchell, la fiesta le pareció “un tanto desangelada, con un punto de ostentación reticente, como si los responsables del proyecto asumiesen que el nuevo entorno se presente en sociedad casi de puntillas, rebajando de manera sensible las expectativas iniciales”.
Resorts World Las Vegas es, en opinión de la redactora de Forbes Jennifer Kester, “uno de los entornos más cool de una ciudad que anda sobrada de glamour”. Cuenta con una nutrida área gastronómica, con restaurantes como Kuru Kuru Pa, propiedad del dj Steve Aoki. Aquí está la única piscina infinita de The Strip, el hotel Crockford Las Vegas cuenta con mayordomos disponibles las 24 horas del día, las salas de póker y de apuestas deportivas del resort son de las más concurridas de la ciudad. En su teatro han actuado ya Katy Perry, Miley Cyrus, Celine Dion, Luke Bryan o Carrie Underwood y es uno de los primeros casinos del mundo que acepta criptomonedas. Sin embargo, no es el proyecto de transformación revolucionaria que se vendió en 2005, sino un sucedáneo adaptado al mundo en permanente contracción que nos dejó 2008. En la ciudad del lujo estridente, Resorts World Las Vegas ha llegado casi de puntillas, haciendo mucho menos ruido que sus ilustres predecesores.