David Chipperfield: “Es peligroso que los museos se conviertan en aliados de ciudades que quieren atraer más turismo. Un museo es infraestructura social”
El arquitecto británico quiere cambiar el mundo desde Corrubedo. Le visitamos en este pueblo gallego para hablar sobre arquitectura, memoria y su labor en el programa de Mentores y Discípulos de Rolex: un estudio sobre la deriva especulativa de nuestras ciudades
La arquitectura de David Chipperfield (Londres, 67 años) cabe en una cafetera. En particular en el modelo Moka que creó para la marca italiana Alessi hace dos años: un homenaje al original de la década de los treinta. “Sencillamente, cogí la cafetera antigua e intenté mejorarla. Las cosas pertenecen a la memoria de la gente, así que, para mí, la Moka tenía que ser de aluminio. En mi trabajo siempre pienso en la innovac...
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La arquitectura de David Chipperfield (Londres, 67 años) cabe en una cafetera. En particular en el modelo Moka que creó para la marca italiana Alessi hace dos años: un homenaje al original de la década de los treinta. “Sencillamente, cogí la cafetera antigua e intenté mejorarla. Las cosas pertenecen a la memoria de la gente, así que, para mí, la Moka tenía que ser de aluminio. En mi trabajo siempre pienso en la innovación, pero también en la tradición y en la memoria”, afirma.
Su versión de este clásico de nuestras cocinas es un poco más rechoncha, menos angulosa y tiene la tapa lisa para calentar la taza, pero mantiene el característico cuerpo facetado del modelo primigenio. “Diseñar no es solo imaginación. Hay que pensar en la relación de la gente con las cosas”, añade. Hablamos en la terraza del bar del puerto de Corrubedo, un pequeño pueblo de 700 habitantes entre las rías de Arousa y Muros, en A Coruña. Alto, con gesto amable, gafas de pasta negra y el pelo blanco revuelto por el viento, Chipperfield podría ser el típico turista sofisticado si no fuera porque el bar, uno de los tres locales de la plaza que dan al puerto, es suyo.
Hace 30 años que él y su familia veranean aquí, 18 que se hicieron la casa que retratamos en esta entrevista y cinco que fundó RIA, una asociación sin ánimo de lucro por la protección del medioambiente y el desarrollo sostenible de las Rías Atlánticas de Galicia. A estas alturas, Chipperfield ya es parte del paisaje. Y el paisaje es espectacular: bosques, rocas, el océano y la Duna de Corrubedo, un tesoro natural.
Ni el arquitecto ni Evelyn, su mujer, se han movido del pueblo desde que estalló la pandemia. “Asistí a la ceremonia de inauguración de la Nationalgalerie de Mies van der Rohe desde mi salón. Fue rarísimo”, ríe Chipperfield, en referencia al acto digital con el que concluyó su restauración de la Neue Nationalgalerie de Berlín. Inaugurada por primera vez en 1968, este templo de acero, mármol y cristal condensa las enseñanzas del Estilo Internacional. Es el único edificio que levantó en Europa el inventor del menos es más después de la guerra. Su recién completada renovación es uno de los proyectos que más admiración le han granjeado al británico.
“Los periodistas no hacían más que preguntarme si no había sido frustrante trabajar sobre un monumento de otro arquitecto y no haber podido lucirme. ¡Pues claro que no! Estás reparando algo. Si restauras un fresco no añades una cosa en una esquina esperando que alguien se dé cuenta, ¿no? Esto dice mucho de la idea de que un arquitecto solo hace bien su trabajo si existe el aspecto promocional”, dice.
Y por eso se alegra de que este año el premio Pritzker haya recaído en la pareja de arquitectos franceses Lacaton & Vassal. “Son fantásticos. El año pasado, cuando edité la revista Domus, quise que Anne Lacaton fuera mi primera entrevistada. Me costó nueve meses, pero al final la incluimos en el último número. Es estupendo que estudios modestos reciban reconocimiento. ¡Gracias a Dios! El premio corría el riesgo de caer en la estupidez”.
–¿Alguna vez piensa en ganarlo?
–Aparentemente estoy siempre en la lista. ¡Pero siento que mi momento demográfico ha pasado!
–Demasiado privilegiado.
–Totalmente. Y no les culpo. Quizás estuve cerca cuando hicimos el Neues Museum [Berlín, 2009], pero da igual. Me han dado premios suficientes. Me encantó que se lo dieran a Lacaton & Vassal porque hacen viviendas y una arquitectura que nunca es autopromocional.
El Neues Museum es posiblemente una de las obras más significativas de la arquitectura del siglo XXI y, como la cafetera, también más definitorias del carácter de Chipperfield. Su intervención en la que, durante décadas, fue la mayor ruina de la Isla de los Museos de Berlín, no oculta las heridas de guerra del grandioso edificio neoclásico sino que las integra con delicadeza.
El resultado es una especie de palimpsesto, un collage de nuevo y viejo que reconcilia el monumento con su historia. “La arquitectura está relacionada con la sociedad. Tenemos una responsabilidad”, afirma. “La discusión en el Neues Museum era: ‘¿Mantenemos el edificio viejo o no? ¿Dejamos los agujeros de bala de los soldados rusos o no?’. En Alemania todo es muy sensible, pero por eso el proceso es interesante, porque la gente lo articula. Los debates en Berlín hablaban de los recuerdos de la población, de sus aspiraciones. Berlín es un proyecto en sí mismo. Posguerra, división, reunificación... Es una ciudad que no deja de discutir sobre sí misma”.
El respeto que Chipperfield se ha ganado en la capital alemana, una ciudad donde la destrucción, los solares y los cascotes de la II Guerra Mundial siguen presentes en la memoria colectiva, le ha permitido hacer gestos casi imposibles para un arquitecto local. Como introducir una versión estilizada de la columnata clásica, un recurso arquitectónico manchado por los nazis, en la renovación de la James-Simon-Galerie, puerta de entrada a la Isla de los Museos.
¿Hubo reacciones en contra? “No, al contrario. Más bien diría que hacía falta un inglés para tocar algo tan marcado. No hay problema si haces una columnata en Madrid. Pero si la usas en Alemania aparece el asunto de la arquitectura fascista. Lo cual es una pena, porque la columnata es un elemento inocente. Lo usaban los griegos. Crea un espacio único, ni interior ni exterior. Ya la utilizamos hace 15 años, en el museo de Literatura Moderna de Marbach”, afirma. “Pero el asunto no es si columnata o no, sino el significado de la arquitectura. ¿Aspiramos a que nuestras ciudades signifiquen algo? ¿O solo son un lugar donde invertir?”.
Chipperfield está acostumbrado a trabajar fuera de su país. Se formó en los estudios de Richard Rogers y Norman Foster y fundó el suyo en 1985, un momento en el que la suma del conservadurismo de Margaret Thatcher y los gustos del príncipe Carlos se tradujeron en una animadversión más o menos oficializada hacia la arquitectura moderna. Sus primeros encargos fueron en Japón. Cuando debutó en Inglaterra en 1990, con la casa del fotógrafo Nick Knight, fue un escándalo. “Nick era joven y lo que hicimos fue reformar su casa. Era un proyecto modesto. Hoy nadie diría nada, pero la gente de su calle se puso a mandar cartas con quejas al príncipe Carlos. Fue una locura”, cuenta. Los vecinos pasaron años con las cortinas cerradas como protesta.
Su segundo proyecto fue el River and Rowing Museum en Henley: “Fue formativo. Yo llegué como un joven arquitecto con ideas radicales sobre la modernidad y me encontré con una ciudad conservadora, habitada por gente que no quería que nada alterara su pequeño pueblo perfecto. Me di cuenta de que el edificio tendría que responder a sus expectativas, y eso significaba que habría que hacer un tejado a dos aguas. Algo que ningún arquitecto querría, porque sería como renunciar. Pero necesitábamos el proyecto, así que pensé: ¿por qué no podemos responder a las expectativas de la comunidad? ¿Por qué la arquitectura tiene que ser confrontacional? Necesitamos el diálogo. No lo puedes ignorar, o sí puedes, pero no esperes que lo que haces vaya a gustarle a nadie”. Finalmente Chipperfield abrazó las expectativas del público. “Utilizamos madera, un material tradicional, y también formas tradicionales, pero en una versión muy reducida, miesiana. Hoy el proyecto me parece un poco tosco, pero creo que representa mi idea de la arquitectura como negociación, como acuerdo. Fue nominado al premio Mies van der Rohe. ¡Y el príncipe Carlos lo mencionó como uno de sus favoritos!”.
Los edificios de David Chipperfield destacan y a la vez se integran. Su estilo es serio, pero no abstruso. Clásico y al tiempo clínicamente moderno. Puede ser minimalista y crudo, pero también acogedor, lujoso e incluso sensual. En 2003 terminó el estudio londinense del escultor Antony Gormley, un edificio blanco impoluto que evoca la estética industrial, ubicado en una zona de almacenes y vías del tren.
El artista lo describe en el documental David Chipperfield: A Place to Be: “David entiende la luz, la materia y el espacio. Es arquitectura desnuda. Arquitectura humana”. Simon Kretz, el arquitecto suizo con el que Chipperfield ha trabajado en el programa de mentorazgo de Rolex, define al hombre como “íntegro” y su trabajo como “atemporal”. “Su pensamiento es al tiempo idealista y pragmático”, escribe el suizo por correo.
La Iniciativa Artística Rolex para Mentores y Discípulos es un proyecto multidisciplinar que, desde 2002, conecta a talento joven con maestros para trabajar juntos por un tiempo determinado y fomentar el diálogo intergeneracional. El producto de la colaboración entre Kretz y Chipperfield es On Planning – A Thought Experiment (Sobre la planificación: un experimento de reflexión), libro que resume las inquietudes del arquitecto británico sobre el mal de nuestras ciudades: la desaparición del urbanismo y el auge de la especulación y la economía neoliberal.
El estudio compara la planificación colaborativa suiza, que contempla el acuerdo y el diálogo entre todas las partes, con las leyes del mercado que dominan en Londres y que, según Chipperfield, “siempre dan mal resultado, porque nadie cree haber conseguido lo que quería. Los promotores sienten que han pasado años intentando montar un proyecto; los planificadores, que han tenido que renunciar, y los ciudadanos, que no han obtenido nada”.
Chipperfield menciona la multitud de torres de oficinas y viviendas de lujo que ha proliferado. “Cuando el precio del terreno sube tanto en una ciudad, llega un punto en que ya no puedes seguir construyéndola. En Inglaterra no hay vivienda social, la hemos abandonado. La inversión y el desarrollo solo están concentrados en ganar dinero, no en cuidar de la sociedad”, se queja. “Hay que reconsiderar el sistema de valoración del suelo porque, si no, las ciudades acaban convirtiéndose en lugares turísticos o en centros comerciales. Si paseas por Mayfair es solo shopping y galerías. Muy divertido para un fin de semana, pero ¿es una ciudad?”.
¿A eso parece obedecer el urbanismo de grandes museos y hoteles de lujo de las grandes capitales? “He escrito sobre esto últimamente. Es peligroso que los museos se conviertan en aliados de ciudades que quieren atraer más turismo. El alcalde está feliz de tener cultura, pero no porque quiera cultura, sino porque quiere turistas. La arquitectura y las exposiciones están muy bien, pero un museo es comunidad, infraestructura social. La solución para el problema del turismo no es bloquearlo, sino dar alternativas. Hay que insistirles a los políticos para que no lo utilicen como excusa económica. Si la gente joven no tiene trabajo, no esperes a que llegue el turismo a dárselo: dáselo tú. Aquí, en Galicia, desarrolla la industria alimentaria, la forestal, la madera, el vino. El futuro de Galicia está en la comida. Tiene una gran marca. ¡Galicia es un sello de calidad!”, dice.
Cuando los Chipperfield llegaron a Corrubedo había un plan para construir una carretera sobre las rocas de la playa, justo frente a su casa. “¡Tenían los planos!”, exclama él. “Querían que la gente pudiera conducir directamente hasta el centro del pueblo... ¡destruyendo el pueblo! Decían que era bueno para la economía. Pero en 10 años, las cosas han cambiado. Ahora hay un grupo que apuesta por la desaparición total de los coches. Es algo que ha partido de la gente”, subraya. Quiere pensar que vivimos un cambio de mentalidad.
“Todo el mundo está refundando su narrativa y se pregunta qué es lo que está devolviendo a la sociedad. Yo, como todos, soy un hipócrita: me siento en mi oficina y diseño edificios que consumen espacio y energía. Pero sabemos que tenemos que cambiar. El consumismo había disuelto nuestro propósito vital”. La cuestión, sostiene, “ya no es solo diseñar una torre más o cambiarle el color. El diseño embellece el concepto, pero hay que entender el proceso. La pequeña oficina que tenemos aquí está llena de arquitectos que, en cinco años, prácticamente no han diseñado nada. Nuestro papel no es pensar en columnas, ni siquiera en edificios, sino intentar que no se destruya lo que hay. Estamos planificando la ribera de Palmeira [cercana a Corrubedo], haciendo proyectos con las autoridades forestales, ofreciendo soluciones para el tráfico, actuando sobre el medio ambiente. De nuevo, son procesos”.
Además de un segundo hogar, Galicia le ha proporcionado a Chipperfield un laboratorio. La oportunidad de considerar ideas que no puede llevar a cabo en sus oficinas de Berlín, Milán, Londres o Shanghái. Iniciativas que se resumen en el mensaje que trata de transmitir desde sus escritos, sus proyectos y entrevistas como esta: algo tan sencillo como que la función de la arquitectura es ser sensata y encontrar la belleza en hacer lo correcto.
Una defensa de la planificación urbana
Simon Kretz, el discípulo con el que Chipperfield ha colaborado en el programa de Mentores y Discípulos de Rolex (RMP, por sus siglas en inglés), explica: “Es muy estimulante trabajar con David, porque ve la arquitectura como una variedad de virtudes y talentos: dibujo, conocimiento histórico, conceptos culturales, ser muy consciente de la percepción humana y del uso del espacio habitable, pensamiento estratégico y, por supuesto, conectar cuestiones éticas y estéticas”. “Me fascina cómo construye argumentos espaciales”, añade.
En vez de trabajar un año juntos en un proyecto físico –tiempo insuficiente para desarrollarlo en una profesión con plazos tan dilatados como la arquitectura–, Kretz y Chipperfield se embarcaron en una investigación sobre cómo afecta a las grandes capitales y a sus habitantes que el urbanismo esté a merced de las leyes del mercado. Se concentraron en Bishopsgate, una zona donde había estado la red ferroviaria del este londinense. Eligieron ese lugar por “la frustración que hay en Londres debido a su desarrollo urbano, algo que se puede observar casi en todas partes. Por un lado, porque no soluciona problemas de base, como la rampante escasez de vivienda. Y por otro, porque el precio del suelo determina la densidad y la forma de los vecindarios, en vez de viceversa”, explica el suizo, y remata: “El crecimiento de la ciudad queda determinado por la lógica de los inversores, que aporta muy poco a la sociedad”. Ambos arquitectos han investigado qué pasaría si importaran a la ciudad británica “formas alternativas de planificación. Hemos probado los métodos discursivos de la cultura urbanística suiza al contexto más confrontacional del urbanismo británico”. Sin ser categórico, el estudio subraya la necesidad de cierto grado de planificación para favorecer “la eficiencia, la transparencia y la equidad”.
Kretz subraya la visión de su mentor: “Creo que pasará a la historia como uno de los pocos arquitectos que nunca perdió su brújula interna en medio de la confusión de modas y estilos. Como alguien que dio al mundo magníficos edificios culturales. Y como un arquitecto que fue capaz de sintetizar los temas más importantes de su generación: la profundidad histórica, la especifidad en el contexto, la simplicidad y la creación de una atmósfera a través de lo material. David diseña con claridad. Su trabajo refleja los contextos culturales y la historia de la arquitectura. Pero no le teme a lo nuevo”.