Iñaki Ábalos: “No creo que las grandes desgracias conlleven grandes alegrías. No soy optimista con respecto a los efectos de la covid en la arquitectura”
El estudio del arquitecto donostiarra ha inaugurado la Estación Intermodal y el Parque Felipe VI en Logroño: un ambicioso ejemplo de urbanismo sostenible que adelanta el futuro, y que demuestra que la visión española de la arquitectura está preparada para el siglo XXI
La recientemente terminada Estación Intermodal y el Parque Felipe VI de Logroño están llamados a convertirse en una referencia de la arquitectura y urbanismo del siglo XXI. Se trata de un proyecto ambicioso y complejo, un viaje de ida y vuelta que conjuga el rigor de la ...
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La recientemente terminada Estación Intermodal y el Parque Felipe VI de Logroño están llamados a convertirse en una referencia de la arquitectura y urbanismo del siglo XXI. Se trata de un proyecto ambicioso y complejo, un viaje de ida y vuelta que conjuga el rigor de la infraestructura de transporte con la sensibilidad poética del paisaje y el compromiso medioambiental del diseño sostenible.
Supone también un hito en la prolífica carrera de AS+, uno de los estudios de arquitectura más prestigiosos e interesantes del panorama internacional, fundado y dirigido por Iñaki Ábalos (San Sebastián, 1956) y Renata Sentkiewicz (Kolo, Polonia, 1972). Resultado de un concurso fallado en 2006, han sido 14 años de trabajo en los que se ha llevado a cabo el soterramiento del trazado ferroviario, la construcción de una estación de tren y otra de autobuses y la creación de una nueva zona verde pública para la capital riojana. “Los proyectos de infraestructura de esta envergadura no son proyectos boutique”, explica Ábalos. “Tienen unos ritmos muy sincopados a los que hay que adaptarse para poder ejecutarlos de manera rápida y eficaz en las condiciones más adversas”. Y de adversidades, el pasado 2020 fue sobrado.
Sin embargo, este annus horribilis ha resultado verdaderamente productivo para la oficina de Ábalos y Sentkiewicz. A la culminación del proyecto de Logroño hay que añadir la publicación simultánea de tres libros: Nuevo primitivismo (Arquine); Palacios comunales atemporales (Puente Editores) y Absolute beginners (Park Books).
Hablamos con Iñaki Ábalos de arquitectura, de termodinámica, de ecología, de filosofía y de tradiciones.
P.– Los orígenes de la Estación Intermodal y el parque de Logroño se remontan a un concurso internacional en el que vuestra propuesta se impuso frente a la de colosos como Rem Koolhaas o MVRDV.
R.– Nuestro proyecto planteó una lectura de la ciudad y su soporte natural que iba más allá de la necesidad de una estación de tren y de autobuses. Logroño tiene una irrigación subterránea procedente del Ebro verdaderamente importante, una cualidad que nos llevó, desde el principio, a plantear la creación de un gran espacio verde para la ciudad. La idea de que, en vez de limitarnos a construir un objeto arquitectónico que diera respuesta a una necesidad infraestructural, nos dedicásemos a eliminar barreras y generar un espacio público colectivo nos permitió proyectar una nueva forma de urbanidad.
P.– El resultado es el parque Felipe VI, 150.000 metros cuadrados (más de 20 campos de fútbol) de árboles, arbustos y praderas de hierbas ornamentales. Nadie diría que ese jardín es, en realidad, la cubierta de las estaciones de tren y autobuses.
R.– La cubierta verde sirve como aislamiento térmico de las estaciones, lo que permite una gran economía de mantenimiento de estos espacios. El parque, por su parte, apenas consume agua, ya que integra sistemas de drenaje que recogen la de la lluvia y el excedente de riego para su reutilización. Esto, unido a la irrigación a través de los diferentes canales subterráneos que existen en la ciudad, se traduce en una gran superficie de purificación del aire y en el incremento de la biodiversidad, que devuelve una condición natural al ambiente urbano.
P.– Además de sostenible, es verdaderamente hermoso.
R.– Lo diseñamos en colaboración con Arquitectura Agronomía, el equipo de Teresa Galí-Izard, uno de los mejores estudios paisajistas que hay actualmente en nuestro país. Es un proyecto con carácter, resultado de una gran ambición compositiva y formal. No queríamos que fuera parte del gran conjunto de paisajes de formas amables y curvilíneas propios de la tradición inglesa y que hoy vemos en cualquier sitio. Al contrario, quisimos que tuviese una impronta formal rotunda, de líneas geométricas casi surrealistas, inspiradas un poco por la película de Resnais El año pasado en Marienbad; algo que sin dejar de ser naturaleza, compartiera una misma geometría con la arquitectura de las estaciones de tren y autobuses.
P.– Frente a la visión tradicional de la ciudad, donde todo ocurre en un mismo nivel, vosotros proponéis una ciudad estratificada, casi como una superposición de planos: en el nivel subterráneo están los andenes del tren; a la altura de la calle, la estación de autobuses; y por encima, arriba del todo, un gran parque público.
R.– Efectivamente, es un proyecto multicapa que parte de nuestras investigaciones sobre los landform buildings, edificios concebidos como conformaciones naturales. El resultado es una especie de pequeña colina que aparece de forma natural en una ciudad muy llana. Esta estrategia nos posibilitó multiplicar la superficie de proyecto en vertical y, de esta manera, disponer en una misma zona de espacios públicos y privados, naturales, ferroviarios y dedicados al tráfico rodado. De hecho, en España es uno de los primeros casos de urbanismo en el que hay que definir las propiedades en vertical en vez de en horizontal, como es lo habitual, lo que llevó casi un año de consultas jurídicas al más alto nivel.
P.– Llama la atención la cúpula en la entrada de las estaciones. Tiene un tamaño fabuloso (60 metros de luz) que la convierte en una pieza con una carga simbólica excepcional.
R.– La cúpula surgió como recurso para dar continuidad al parque superior sin interrumpir el viario que conecta las estaciones con el centro de Logroño y con la salida a las autovías periféricas. El resultado es un vacío enorme, una pompa de aire de escala monumental que señala una actuación de la máxima ambición urbana.
P.– La escala y el recurso del óculo nos lleva irremediablemente a pensar en la arquitectura clásica de Roma.
R.– Siempre hemos creído que las mejores ideas de arquitectura vienen de pensar de forma diferente cosas que fueron hechas por otros en el pasado con resultados maravillosos. Como dice el dramaturgo Alberto Conejero, “el pasado es un animal siempre vivo”.
P.– La pandemia ha puesto en evidencia la necesidad de espacios libres y zonas verdes. ¿Cambiará la covid la manera en que arquitectos y urbanistas pensamos nuestras ciudades y sus espacios públicos?
R.– No soy muy optimista al respecto: no creo que las grandes desgracias conlleven grandes alegrías. Lo que sí está claro es que la existencia de espacios abiertos naturales que purifican el aire y que funcionan como centros urbanos ayudan a configurar una vida de barrio que elimina la sensación de periferia y son positivos para la salud de todos los ciudadanos. Pero esta idea no es nueva. Ha estado ahí siempre.
“Si no pensamos las cosas de una forma más holística, acabaremos siendo decoradores de arquitectura, decoradores de espacios verdes y espectadores de cómo la energía se dilapida”
P.– Diseño arquitectónico, paisaje y termodinámica son tres patas que vertebran vuestra práctica arquitectónica. Esto también implica trabajar en un mismo proyecto con un enfoque multidisciplinar y a distintas escalas, desde su impacto en el territorio hasta el último detalle de cómo se construye.
R.– Son tres patas que tienen una base común. A principios del siglo XX, los programas pedagógicos universitarios impusieron una división de trabajo taylorista (organizacón de trabajo basada en la cadena de montaje). Esto convirtió el diseño de paisaje, la arquitectura y el urbanismo en disciplinas separadas. La eficacia de conectar estas materias se perdió; y la historia demuestra que conseguir una buena relación de las tres es la clave de las ciudades que amamos. De hecho, lo es también de la termodinámica, que podemos entenderla como el arte de conectarlo todo: la vida orgánica y la inorgánica, un grano de arena y el cosmos en su conjunto. Si no pensamos las cosas de una forma más holística, acabaremos siendo decoradores de arquitectura, decoradores de espacios verdes y espectadores de cómo la energía se dilapida por culpa de quienes no han tenido responsabilidad en construir espacios saludables y adaptados. Mediante la interactuación de la arquitectura con el medio se consigue un equilibrio infinitamente más eficiente que separando estas partes. En ese sentido, la herencia ilustrada y afrancesada que dio un sesgo politécnico y multidisciplinar a las escuelas de arquitectura españolas nos concede una visión y unos conocimientos más adaptados al siglo XXI que los de muchos de nuestros colegas fuera de España.
P.– La termodinámica os ayuda a proyectar edificios eficientes en su consumo energético y, por tanto, respetuosos con el medio ambiente. En este caso, además, el proyecto de Logroño tiene preaprobado un certificado BREEAM de sostenibilidad urbana, que en España solo lo ha conseguido la Operación Chamartín y en el mundo la tienen menos de 40 obras.
R.– Este certificado es de lo que más orgullosos nos sentimos, puesto que significa que estamos haciendo verdadero urbanismo del siglo XXI. En este proyecto, la termodinámica apareció en el mismo momento en que se puso encima de la mesa la idea de una gran masa verde que se despega del suelo bajo la cual se iban a disponer la mayoría de los espacios de las estaciones. En La Rioja, tenemos el ejemplo de las bodegas: espacios enterrados que mantienen la temperatura estable, fresca pero agradable. Así que para nosotros enterrar el proyecto fue una decisión bastante obvia. Una anécdota curiosa es que, en 2012, cuando se terminó la estación de trenes, debido a la crisis económica, no se encendían ni la calefacción ni el aire acondicionado. Sin embargo, la gente iba allí a protegerse del frío del invierno y del calor en verano. Estas relaciones entre forma, materia y flujo del aire funcionan. Cuando además hay elementos tradicionales en los que uno puede fijarse, como son las bodegas, es inevitable que las cosas salgan bien.
P.– Y, a la vez que se concluye un proyecto de tal envergadura, también publicas tres libros.
R.– Han pasado 20 años desde la publicación de La buena vida [Editorial Gustavo Gili], tiempo suficiente para repensar algunas cosas. En esta ocasión, el lanzamiento de estos tres libros ha coincidido en el tiempo, aunque cada uno tiene su propio contexto, además se corresponden a tres actividades distintas: Nuevo primitivismo recopila el trabajo de la práctica profesional de nuestro estudio; Palacios comunales atemporales [Puente Editores] es el resultado de una investigación en el ámbito académico; mientras que Absolute Beginners es un conjunto de ensayos teóricos.
P.– Además de fotografías y planos de distintos proyectos, los tres volúmenes incorporan reflexiones sobre distintos temas relativos a la arquitectura. ¿Por qué es tan importante la teoría para la arquitectura?
R.– El ensayo es una forma filosófica que es tentativa, que lanza ideas para ver si realmente son bien recibidas y se adaptan a las necesidades. Es como el aforismo nietzscheano: no tienen un argumentario lógico formal según los cánones tradicionales. A mí me parece que es una fórmula idéntica a la del proyecto arquitectónico. No se puede evaluar la validez de un proyecto si no es aplicándolo y viendo la adaptación, la reacción y la recepción por parte del público. El ensayo teórico permite lanzar esas ideas.
P.– Palacios comunales atemporales presenta un compendio de propuestas residenciales singulares y visionarias a lo largo de la historia que abarca desde los monasterios de los eremitas y cenobitas del siglo IV hasta proyectos contemporáneos como la Unité d’Habitation de Le Corbusier o el Walden 7 de Ricardo Bofill. En el propio prefacio del libro, firmado precisamente en marzo de 2020, en plena irrupción de la pandemia, os preguntáis qué les falta a nuestras ciudades.
R.– Palacios comunales atemporales es el resultado de dos cursos impartidos en la Graduate School of Design de la Universidad de Harvard y en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, bajo el título Cómo vivir juntos. Es un tema que tiene todo el sentido tomarlo en consideración precisamente ahora, cuando parece que el mercado inmobiliario se ha quedado sin ideas. Iniciativas como el coworking o el coliving no son más que versiones mercantilizadas de lo que ya se hizo en el pasado con ambiciones mucho más elevadas, pero también más pragmáticas, más serias y menos trendy.
P.– También hablas del “endurecimiento de la memoria” contra “la banalidad de la mirada instantánea”.
R.– Es que nos hemos creído que ya estaba todo dicho sobre el pasado y eso no es verdad. Está todo por decir. Precisamente la pandemia nos ha retrotraído a la gripe española, a la Primera Guerra Mundial, a muchos momentos históricos en los que las civilizaciones han tenido grandes colapsos y han sido capaces de sobrevivir. La fortaleza de las ideas y su cuidado nos permiten avanzar. El endurecimiento de la memoria es una llamada no a evitar esa mirada instantánea, pero sí a evitar quedar prendados de ella. Todo lo que tiene interés tiene una inmensa trayectoria temporal.
P.– ¿Quiénes son los nuevos primitivistas? En Nuevo primitivismo, escribes que “son aquellos que luchan por una sociedad colaborativa basada en la integración de vida y trabajo, la convivencia de varias generaciones y la utilización de los recursos naturales con la máxima economía y sobriedad”, pero ¿en arquitectura?
R.– La arquitectura es un arte del que, desgraciadamente, hemos perdido la capacidad de conocer sus secretos. Los constructores de tipologías tradicionales conocían muy bien estos secretos de manera intuitiva, sin necesidad de estudiar nada. Había una experiencia acumulada a lo largo del tiempo acerca de cómo las relaciones de materia, forma y ventilación permitían la creación de arquitecturas confortables con un acondicionamiento pasivo elemental. El iglú de Alaska, la casa sevillana, o las construcciones de madera con grandes huecos mirando el sol de Canadá, son excelentes ejemplos de los que podemos seguir aprendiendo. Ese primitivismo arquitectónico ha dado lugar a culturas urbanas y sociedades bien distintas. Las casas sevillanas se construyen unas junto a otras para generar sombra, lo que a su vez da lugar a mucha más fricción social que aquellos asentamientos donde las construcciones se sitúan separadas por kilómetros unas de las otras, como sucede en Canadá. Cuando hablamos de termodinámica, también hablamos de sociedad, de cultura y de valores intelectuales.
P.– ¿Y por qué nuevo primitivismo?
R.– El nuevo primitivismo está basado en la absoluta simplificación y a la vez en la absoluta sofisticación. Antes teníamos un conocimiento elemental, estático, que no tenía en cuenta un factor fundamental para la arquitectura: el tiempo. La termodinámica introduce este elemento en la ecuación. A la hora de diseñar un edificio o un espacio urbano, hay muchos factores técnicos, muy precisos, que con los medios tecnológicos actuales podemos parametrizar y controlar. Hoy podemos ser sofisticados porque tenemos medios y protocolos que nos permiten saber cómo respira un edificio y adaptarlo al medio modificando una serie de parámetros. Además, tenemos las tradiciones históricas, que son una valiosa fuente de información del pasado. Ambos representan momentos distintos y no siempre congruentes. Es en esa tensión, precisamente, donde identificamos una nueva poética que no replica ningún momento, aunque se nutre de todos ellos y de sus logros. Eso es lo que llamamos un nuevo primitivismo y desvelarlo es nuestra pretensión.
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