Una rana gigante, dos limones, un Botero, una megamenina... ¿Qué está pasando en la Plaza de Colón?
A un urbanismo confuso se une la acumulación de elementos ornamentales “entre el arte, la decoración y la publicidad”. El autor explica el estado y, de la mano de expertos, apunta posibles soluciones para uno de los lugares más representativos de la capital
“Madrid no tiene suerte”. Así se titulaba el artículo de la revista Arquitectura donde en 1992 el arquitecto Emilio Tuñón venía a decir que, cada vez que se hacía alguna intervención de calado en la capital española, la historia terminaba mal. “Y es que Madrid tal vez no tenga suerte porque nos falte la cultura urbanística de toda la vida que tienen las grandes ciudades europeas”, concluía. Un simple paseo por la actual plaza de Colón, situada en un nodo estratégico que conecta los paseos de la Castellana y Recoletos con las calles de Génova y Goya, basta para refrendar su diagnó...
“Madrid no tiene suerte”. Así se titulaba el artículo de la revista Arquitectura donde en 1992 el arquitecto Emilio Tuñón venía a decir que, cada vez que se hacía alguna intervención de calado en la capital española, la historia terminaba mal. “Y es que Madrid tal vez no tenga suerte porque nos falte la cultura urbanística de toda la vida que tienen las grandes ciudades europeas”, concluía. Un simple paseo por la actual plaza de Colón, situada en un nodo estratégico que conecta los paseos de la Castellana y Recoletos con las calles de Génova y Goya, basta para refrendar su diagnóstico.
La plaza ocupa una generosa superficie de unos 37.000 metros cuadrados, lo que la ha convertido en el punto de convocatoria por excelencia para eventos masivos como conciertos, manifestaciones y hasta ceremonias oficiadas por el Papa. Pero, además, en su espacio se da cita un número asombrosamente amplio y heterogéneo de elementos más o menos permanentes. Están, en primer lugar, los edificios que la delimitan, donde destacan la sede de la Biblioteca Nacional y el Museo Arqueológico Nacional (de un neoclasicismo algo grandilocuente, típico de la arquitectura del poder del siglo XIX), las Torres de Colón de Antonio Lamela (finalizadas en 1976, en la actualidad se enfrentan a su segunda intervención cosmética con la retirada del enchufe que las coronaba) y una construcción de cuatro plantas high-tech con fachada reticular, firmada por el británico Norman Foster y terminada este mismo año.
Después tenemos el propio solar de la plaza, que está conformado por una rotonda por la que circula el tráfico rodado y los llamados Jardines del Descubrimiento (aunque en ellos la vegetación desempeña hoy un papel marginal), gran explanada trapezoidal en cuyo subsuelo se ubican un aparcamiento y una institución cultural, el Centro Fernán Gómez (antes Centro Cultural de la Villa). Y, en tercer lugar, múltiples elementos ornamentales de distintos estilos y escalas que van desde una escultura de un ancla hasta un busto gigante obra de un cotizado artista contemporáneo, pasando por una pérgola de setas de hormigón y un batallón de coloristas meninas de fibra de vidrio.
Da la sensación de que en este universo todo vale y que cualquier nuevo habitante es bienvenido en la medida en que quede espacio para él. Excepto, quizás, el propio ciudadano de a pie, que encuentra cierta hostilidad en un entorno confuso y jalonado de obstáculos y superficies recubiertas de grava y demarcadas por bloques de hormigón.
En realidad, hay dos problemas que analizar en la plaza de Colón: uno presenta una naturaleza estructural y urbanística –es decir, de configuración espacial y organización de sus componentes–, y el otro se deriva de la intervención ornamental, en principio, más fácilmente alterable.
Un urbanismo desarrollista que priorizó el tráfico
La cuestión urbanística está condicionada sobre todo por la reforma realizada en 1970, cuando tras el derribo de la Casa de la Moneda y Timbre del siglo XIX se inauguraron los Jardines del Descubrimiento. El arquitecto José María Ezquiaga, Premio Nacional de Urbanismo en 2005, atribuye esta intervención al espíritu de aquella época desarrollista, en la que se priorizaba el tráfico y se perseguía una estética de dudosa modernidad. “Se tiró un edificio muy valioso para hacer un aparcamiento y un centro cultural subterráneos, como si Madrid fuera Montreal y para protegernos del frío necesitáramos meternos bajo tierra”, valora.
“Después llegaron las torres de Lamela y el edificio de Foster, que además reemplaza a otro brutalista, algo que también se ha criticado mucho. Cada proyecto se ha acometido de manera disjunta, sin un plan unitario, y ha evolucionado por separado. Como resultado, tenemos un exceso de semiótica que termina neutralizándose a sí misma”.
La solución que propone Ezquiaga parte de una premisa muy clara: menos tráfico y más verde. “Según se vaya perdiendo el protagonismo del automóvil, como inevitablemente va a ocurrir, los aparcamientos se convertirán en gloriosas ruinas. En cuanto al ajardinamiento de la superficie, hay que tener en cuenta que cuando caminamos por ella no pisamos suelo, sino la cubierta de un parking subterráneo, así que al estar hueca por debajo es complicado poner vegetación. Pero valdría la pena hacer el intento, porque es cierto que hoy en día se hacen también cubiertas verdes en muchos edificios”.
De “moderno photocall” califica a la plaza Pedro Pitarch, arquitecto, urbanista y profesor de la ETSAM, que ha expuesto su trabajo en la Bienal de Arquitectura de Venecia, la Triennale de Milán o la Vienna Design Week. En su opinión estamos ante una escenografía posmoderna tras la que subyace un gran vacío conceptual. También la compara desfavorablemente con otros espacios de escala parecida: “Podríamos pensar en Washington Square en Nueva York o el People’s Park de Shanghái. Son lugares con una carga simbólica similar, pero que han sabido integrar confluencias sociales, como en el caso de Nueva York, o aprovechar una congestión programática que solapa usos, arquitecturas y flujos de actividades, en el de Shanghái”.
También apunta una cuestión interesante relativa a la nueva intervención en las torres de Lamela: “La opinión social ataca la decisión, pero generalmente no por una cuestión ética, como la especulación inmobiliaria que supone la edificación de las nuevas plantas, sino por una cuestión estética, que es su desmonumentalización, al ser privadas del elemento decorativo del enchufe, que en realidad había criticado hasta su propio arquitecto. Esto añade una capa más de complejidad al entorno de la plaza, que quizás es precisamente su característica más importante y que habría que aprovechar como una condición de oportunidad, no como una desventaja”.
La protección de las Torres Colón
El Ayuntamiento parece consciente de la necesidad de poner orden, pero no lo hará en un futuro próximo. O esto se deduce de lo que nos informan fuentes del Área de Obras y Equipamientos del consistorio: “La plaza de Colón es una de las que el Ayuntamiento tiene en mente remodelar para reordenar el espacio, aunque a día de hoy no podemos hablar de plazos. Nuestra prioridad ahora está en la reurbanización de Joaquín Costa y la peatonalización definitiva de Sol”.
Sin embargo, hay una noticia al respecto: la Junta de Gobierno del Ayuntamiento ha aprobado, a propuesta del delegado del Área de Desarrollo Urbano, Mariano Fuentes, la inclusión de las Torres de Colón en el Catálogo de Elementos Protegidos (con un nivel 3 o grado parcial), lo que protegerá sus principales elementos singulares, en particular su estructura suspendida, aunque no afecta a la remodelación del arquitecto Luis Vidal, que ya está en marcha.
Esta protección evitará que se repitan algunas prácticas del pasado. El arquitecto Javier Peña, director del festival de arquitectura y diseño Concéntrico que se celebra cada año en el espacio público de Logroño (y desde 2020 también en Madrid), nos recuerda que ya en 1964 se derribó el palacio de Medinaceli para edificar en su solar el actual Centro Colón. Y en nuestro siglo continuaron las reconfiguraciones: “Las originó el Plan Especial del Eje Prado-Recoletos, que en 2002 obtuvieron Álvaro Siza y Juan Miguel Hernández de León. Por ejemplo, se desplazó la estatua de Colón a la glorieta central [que era su ubicación original], y se reformó el paso subterráneo para transformarlo en un centro de información turística”.
Para Peña, estas sucesivas modificaciones y añadidos solo han servido para acentuar la confusión, a lo que también contribuyen las intervenciones decorativas: “Las administraciones públicas deben dar uso del espacio público empleando los máximos estándares de calidad, diseño y confort, justo todo de lo que carece la plaza actualmente. Si un espacio es complejo, introducir elementos sin planificación ni jerarquía sólo puede llevarnos al caos, y ese es el resultado que vemos actualmente”.
Los limones, la rana, Botero, Plensa y Cristóbal Colón
Todo lo anterior nos lleva hasta la cuestión de sus elementos artísticos y ornamentales. La escultura dedicada a Cristóbal Colón, obra de Jerónimo Suñol, se erigió en 1885 sobre un pilar neogótico de sección octogonal. Hoy se encuentra en mitad de la rotonda, pero entre 1972 y 2009 estuvo colocada en el área de los Jardines del Descubrimiento. Justamente donde hoy descansa Julia, una escultura figurativa de 12 metros de resina de poliéster y polvo de mármol del artista contemporáneo Jaume Plensa, perteneciente a la colección de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, que la ha cedido temporalmente al espacio público (aunque estaba previsto retirarla a final de este año, por el momento no hay nueva fecha para que esto ocurra). Entre una y otra, se fueron añadiendo otras esculturas sin responder a un programa unitario.
En 1977 se inauguraba el masivo conjunto monumental de hormigón del artista Joaquín Vaquero Turcios dedicado al (sic) “descubrimiento de América”, con manifiesta disparidad de opiniones: entre los expertos predominaban las críticas, desde quienes le afeaban una retórica imperial pasada de moda hasta quien, como el crítico de arte Santiago Amón, directamente lo calificaba de “engendro”.
Tampoco faltaron las protestas cuando en 1994 se utilizó la vía pública para acoger varias esculturas del colombiano Fernando Botero, con motivo de una exposición que le dedicaba la Fundación Cajamadrid. Una de ellas, Mujer con espejo –que representa una mujer desnuda acostada boca abajo–, se instaló en una isleta en la confluencia de la calle Génova con la plaza, donde aún sigue. Veinte años más tarde, en 2014, se inauguraba en los Jardines un monumento realista de bronce sobre un pedestal de granito que retrata al almirante Blas de Lezo, y poco después otro que recordaba al cartógrafo Jorge Juan con la figura alegórica de un ancla sobre un pedestal que ocupa más espacio que la propia estatua.
El mismo año, pero en el lado del Paseo de Recoletos, se plantaba una rana de bronce de 3,5 metros, obra del autodenominado artista Eladio de Mora (conocido como dEmo), donada a la ciudad por el Casino Gran Madrid, justo frente a su puerta, y para el que funciona como gigantesco poste publicitario, sin que conste ningún informe de necesidad que avalara su aceptación.
El batracio gigante tiene el dudoso honor de haberse anticipado a la avanzadilla, digamos, neopop que seguiría después. Hoy se hace acompañar de un buen puñado de las meninas del proyecto Meninas Madrid Gallery, a las que se suma otra navideña de 10 por 7,5 por 5 metros, compuesta por 37.720 lámparas led; y últimamente se han sumado dos limones de dos metros cada uno e intervenidos por distintos “artistas” que dan inicio al recorrido de ocho que conforma la autodenominada “exposición urbana” Welcome to the Lemon Age.
También se ha instalado, de cara a las fiestas navideñas, la banda luminosa rojigualda que recorre el frontal del Centro Fernán Gómez (como el resto del eje Prado-Recoletos), a juego con la bandera de 294 metros cuadrados que desde 2001 ondea izada sobre un mástil de 50 metros en mitad de la plaza. “Se trata de un homenaje a un país que lo está pasando mal en una situación complicada. A pesar de las diferencias, es mucho más lo que nos une que lo que nos separa”, apuntan desde el Área de Obras y Equipamientos.
Pero la disidencia es patente. La galerista Idoia Fernández, codirectora de Galería NF y presidenta del Consorcio de Galerías de Arte Contemporáneo, ve en todo esto “un ejemplo de banalización del arte, que demuestra la falta total de atención y reflexión sobre el espacio público y de todos los elementos que deberían estar asociados a este concepto: respuesta y adecuación a los espacios, uso, comprensión del medio y del marco donde se ubica, o participación de la ciudadanía”. También considera preocupante “la confusión entre arte, decoración y publicidad”, en referencia al patrocinio visible de las meninas. Su hermana Nerea Fernández, que dirige la galería junto a ella y es vicepresidenta del consorcio Arte Madrid, añade: “Habría que elaborar un plan sostenido y un verdadero proyecto de arte urbano, contando con gestores culturales y profesionales del urbanismo, y ceder la visibilidad que suponen estos espacios a artistas profesionales, o a proyectos públicos”.
¿Cómo resuelven París y Londres el arte en el espacio urbano?
Las cosas pueden hacerse de otra manera y, de hecho, así ha sucedido en algunas ciudades. A pocos metros de la plaza de Colón, rodeada de lujosas tiendas de moda en el callejón de Jorge Juan, se encuentra otra galería de arte, Albarrán Bourdais, fundada por el francés Christian Bourdais y la española Eva Albarrán. Esta última es, desde 2011, la responsable de organizar la producción de La Nuit Blanche parisina, un gran evento artístico que cada año atrae cientos de miles de visitantes a las calles de la ciudad. “El arte en el espacio público es necesario, porque es responsabilidad de los poderes públicos que el arte llegue a la gente”, afirma Albarrán. “Pero bien hecho, es decir, con comisarios, con un comité de expertos que elija artistas y proyectos. En cambio, acciones como las meninas o los limones hacen creer a la gente que es arte lo que no lo es”.
La galerista incide en que emplear los fondos públicos en cultura tiene un retorno: “Con ello pagas a los artistas, pones en el mapa los lugares, promueves el turismo y la hostelería y aportas patrimonio. Además, generas orgullo entre los ciudadanos y por tanto construyes identidad”. Naturalmente, incluso en la Plaza de Colón pueden establecerse distinciones: “Lo de Plensa te puede parecer mejor o peor, pero sí es arte público”.
El proyecto de las meninas está dentro del ámbito del área de gobierno de Economía, Innovación y Empleo del Ayuntamiento, desde la que se nos explica que la acción (que se realizó por primera vez durante el mandato de Manuela Carmena) seguirá repitiéndose en el futuro: “Somos conscientes de que hay a quien le parece mejor o peor, pero la opinión mayoritaria que nos ha llegado es positiva. Pensamos que a la gente le gustan las meninas, y se hacen fotos con ellas. No queremos arrogárnoslo como un tema político, sino como algo bonito. Además no cuesta dinero, porque el presupuesto lo ponen los patrocinadores y el Ayuntamiento se limita a aportar el espacio público”.
Una aportación que puede destinarse a distintos tipos de proyectos. En esta línea, es conocido el ejemplo de Trafalgar Square en Londres, donde un pedestal vacío (el fourth plinth o cuarto pedestal de la plaza) se ocupa con una escultura de un artista contemporáneo elegido por una comisión de expertos. Las obras van renovándose periódicamente, lo que ha permitido que londinenses y turistas hayan podido disfrutar del trabajo de creadores internacionales como Rachel Whiteread, Thomas Schütte o Heather Phillipson. Por su vinculación al medio artístico francés, Eva Albarrán menciona otros dos proyectos surgidos en este país. En el barrio parisino de La Défense, conocido sobre todo como centro de negocios y oficinas, se invita cada año a un comisario para que elija una selección de artistas que instalen sus obras en el espacio público. Por su parte, Un été au Havre (un verano en Le Havre) es una iniciativa del ayuntamiento de esta ciudad de Normandía, que desde 2017 va creando una colección permanente de obras artísticas e instala otras de carácter efímero.
En este sentido, conviene citar uno de los escasos proyectos de arte en el espacio público que se han llevado a cabo en la ciudad de Madrid, el conocido como Museo de Escultura al Aire Libre de la Castellana. Desde 1972 pueden contemplarse allí esculturas de Julio González, Joan Miró, Eduardo Chillida, Pablo Palazuelo, Martín Chirino, Eusebio Sempere o Alberto Sánchez, entre otros. Quizá el hecho de que este parque de esculturas se encuentre ubicado literalmente debajo de un puente (el de Enrique de la Mata Gorostizaga, más conocido como puente de Juan Bravo) pueda considerarse representativo de la consideración que merece entre quienes desde el ámbito político toman las decisiones.
Paco de Blas, comisario y crítico de arte, que en la actualidad promueve la feria de arte virtual La Distinción Art Fair, abunda en esta idea: “Madrid es un claro ejemplo de planificación y desarrollo urbanístico casi al margen de la discusión ciudadana y cultural. La ciudad refleja una continua tensión entre control y descontrol, que puede ordenarse o fluir libremente, con tácticas y soluciones que han llevado con gran frecuencia a malentendidos entre la cultura oficial y la popular. El problema de la plaza de Colón es la falta de un programa que atienda las necesidades de los ciudadanos y acuda a su solución. Como en otras partes de Madrid, el resultado final se obtiene por yuxtaposición de elementos al albur del capricho político, la encuesta insensata o el interés económico dominante”.
Emilio Tuñón afirmaba que no había suerte en Madrid. Y seguramente tenía razón, porque quien dice suerte a menudo quiere decir un plan.