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Eduardo Noriega: “Nunca pretendí hacer una carrera en Hollywood porque es imposible”

Tras ocho años sin estrenar en España, el actor regresa con una película de su género predilecto, el ‘thriller’ ‘Parecido a un asesinato’. Su sueño es retirarse en Santander, pero aún sigue trabajando como cuando era joven, como demuestra al enfrentarse a los zombis en ‘Daryl Dixon’

Después de tanto tiempo, el flequillo de Eduardo Noriega (Santander, 52 años) sigue intacto. Y sí, necesita a alguien que lo mantenga. Al terminar la larga mañana de presentación de su nueva película, Parecido a un asesinato, la maquilladora se acerca a retocarlo para la última sesión de fotos. Volverá a hacerlo cuando pose otra vez en la habitación del hotel. Con esa media melena con la raya en medio, Noriega se convirtió en un icono generacional en películas como Tesis (1996) o Abre los ojos (1997), ambas de Alejandro Amenábar. Al actor cántabro, sin embargo, parece importarle más bien poco. Aguanta estoico los retoques y posa serio en las fotos. Tal vez demasiado. “¿Me he pasado? Como es una película muy seria, hay que posar muy serio”, comenta después con la gracia de quien lo ha hecho mil veces.

Parecido a un asesinato es su vuelta al suspense, una de esas películas en las que los roles de persecutor y perseguido cambian varias veces de sentido. Pero también es su gran regreso a las salas españolas. Hace ocho años que no estrenaba una película aquí. “¿Ocho años? Me sorprende mucho. Pero sí que tenía la sensación de que iba y venía de trabajar en el extranjero. Lo cual es cojonudo, porque así no saturas y luego reapareces con más fuerza”, reflexiona. En esos años ha participado, de la mano de actrices como Monica Bellucci o Amber Heard, en proyectos de todo tipo: de comedias italianas a thrillers franceses, pasando por Daryl Dixon, spiff of de la mítica serie The Walking Dead grabado por toda España. Incluso le ha dado tiempo a construir un perfil muy particular en redes sociales. Tiene cientos de publicaciones, pero, fiel a su reservada imagen pública, apenas se muestra a sí mismo, ni mucho menos a su mujer o su hija. Antes de la entrevista con EL PAÍS desliza curioso su dedo por Instagram.

Pregunta. Su perfil [con casi 66.000 seguidores] parece casi una revista de cine, escribe cientos de críticas de películas. ¿Qué relación tiene con las redes?

Respuesta. Tengo una relación extraña. Parece que todo el tiempo nos estamos mirando el ombligo. Solo importa el yo, yo, yo. Se muere alguien y buscas una foto de hace 13 años, aunque no lo hayas vuelto a ver desde entonces. Pero, ¿de quién estás hablando? Se ha muerto esa persona y sigues hablando de ti. Estoy en un momento en el que no me gustan nada las redes, pero también creo que tienes que estar ahí de alguna forma, porque si no desapareces.

P. ¿Se lo ha recomendado su equipo?

R. Sí, pero también lo sé por mi cuenta. Mira, yo cuando conozco alguien le pido el Instagram, y si no tiene me empieza a interesar más. Pienso: “Coño, esta persona no tiene la necesidad de exhibirse todo el día”. Por eso intento vincular mi perfil al cine o la literatura. Me apetecía que no fuese todo el rato eso de “¡Qué guapo y qué listo soy!“. Soy consciente de que hablar de las películas que te gustan es otra forma de exhibicionismo, pero la prefiero.

P. Hace 20 años reconocía en este diario que ese exhibicionismo le haría dejar su profesión, pero aquí sigue…

R. ¿Eso decía? Pues no. A lo que sí que aspiro es a irme a Santander, mi ciudad natal, cuando sea viejo. Bueno, aún más viejo que ahora. Retirarme allí y ser como un jubilado que solo vuelve a los proyectos que de verdad le interesan. Cuando coincidí con Fernando Fernan Gómez en Visionarios [2001], que ya tenía una cierta edad, me soltó una de sus genialidades: “Yo me he especializado en papeles pequeños”. A mí me encantaba porque era una forma de decir que ya no estaba para protagonistas que exigiesen 50 días de rodaje. Yo aspiro a eso, pero no creo que me retire del todo nunca. Esta vida es muy adictiva. Ahora hago lo que me toca y sigo trabajando como cuando era joven.

P. De hecho, sigue inclinándose por el mismo género, el thriller. ¿Se ha sentido alguna vez encasillado?

R. No lo creo. Pero sí que es un género recurrente en mi trabajo. A mí, como espectador, me encantan los thrillers y no me importa que mi carrera se vea salpicada por estas películas. Es un género muy agradecido para el público porque, cuando te dan unas pistas, siempre vas a querer adelantarte y resolver la ecuación. Pero llevar a la gente allí es muy complicado.

P. En Parecido a un asesinato su personaje dice que, para un escritor, acabar una historia es siempre una derrota. Para un actor, ¿qué significa dejar ir a un personaje?

R. Cuando estás satisfecho, un triunfo; pero también deja mucha tristeza y un gran vacío. Porque es un proyecto en el que has metido muchos elementos personales. En esta última película nuestra obsesión era crear un vínculo real con la que hace de mi hija [la actriz Claudia Mora]. Es ficción, pero durante unas semanas lo conseguimos. Cuesta mucho despegarse de esos sentimientos o relaciones con los que llegas a obsesionarte.

P. ¿No es peligroso vincularse tanto personalmente?

R. Siempre buscamos cosas que nos afecten, pero yo nunca me detengo en problemas que me afecten a día de hoy. Si a mi personaje se le muere una hija, yo nunca utilizaría a mi hija real. Primero porque me haría mucho daño y segundo porque lo desgastaría tanto que acabaría anulado. Después de semanas llegaría un momento en el que pensase que se ha muerto y me diese igual. Sin embargo, hay imágenes o canciones externas a ti que sí te ayudan a crear esa emoción. Al final, el público no va a saber si estás pensando en tu hija o en un niño que falleció en un barco de inmigración y acabó en una playa de Turquía. Son cosas que vas aprendiendo, un actor no deja nunca de evolucionar.

P. Sobre todo si con 52 años empieza a pegar tiros en The Walking Dead. Eso tiene que rejuvenecerle, ¿no?

R. Bueno, no lo sé. Si yo me pelease en la vida real duraría menos de cinco minutos y seguro que acabaría en el suelo. Pero lo malo es que en el cine tienes que pasarte ocho horas recreando esa misma pelea. Los rodajes no son para todas las edades ni para todos los físicos. Hay que estar en muy buena forma y muy bien del coco. Yo cada vez digo más que no tengo edad para esto, pero luego lo veo y mola mucho.

P. ¿Se idealiza mucho ese concepto del “sueño americano” entre los actores?

R. Todo actor quiere darse el gustazo de hacer una película en Hollywood y, además, creo que debería hacerlo. Yo nunca pretendí hacer carrera allí porque es imposible. Bardem, Banderas o Penélope son excepciones. Pero sí que conseguí darme el gustazo y esporádicamente lo sigo haciendo. He trabajado en grandes producciones y en películas de guerrilla rodando sin permiso en la calle. Eso enriquece mucho como actor, pero estar rodeado de 400 personas de equipo y cinco cámaras como ahora en la serie mola mucho.

P.: ¿Cómo lleva el título de ser el primer actor español con un remake?

R. Tom Cruise fue muy elegante. En el estreno de Vanilla Sky en Madrid me invitó a subir, aunque yo no estaba, y dijo que mi trabajo le había inspirado. No tenía ninguna necesidad de hacerlo, pero yo creo que en esa película se limitaron a hacer una copia con mejores medios. Les faltaba el espíritu de Abre los ojos, que salió de cuatro estudiantes en Malasaña a los que les inquietaba mucho la inmortalidad. Aun así fue un honor. ¡Ojalá hicieran remakes de todas mis películas! También te digo que yo luego participé en el rodaje de En el punto de mira [2008] y Forest Whitaker, que es muy inquieto y curioso, le dijo a Dennis Quaid que yo era el actor de la película original de Vanilla Sky. El otro se quedó como: “¿Hay una película original?“. Muchos americanos ni se plantean ver una película en otro idioma hecha a kilómetros de distancia.

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