20 años de la muerte de Carmina Ordóñez: crónica de la caída de La Divina
Fue una mujer llena de contradicciones: conservadora y afín al franquismo, pero moderna y subversiva a su manera. Antes de morir, rompió con el tabú de la violencia machista en las clases altas y habló sobre sus adicciones
Carmen Ordóñez murió en su casa de Madrid en la madrugada del 23 de julio de 2004. Según trascendió, sufrió un infarto mientras estaba en la bañera. Pero sus amigos consideran que su vida se empezó a apagar dos años y medio antes. Los íntimos de La Divina coinciden en que su caída comenzó el 26 de noviembre de 2001, cuando se sentó en el plató de Crónicas Marcianas para afirmar que ...
Carmen Ordóñez murió en su casa de Madrid en la madrugada del 23 de julio de 2004. Según trascendió, sufrió un infarto mientras estaba en la bañera. Pero sus amigos consideran que su vida se empezó a apagar dos años y medio antes. Los íntimos de La Divina coinciden en que su caída comenzó el 26 de noviembre de 2001, cuando se sentó en el plató de Crónicas Marcianas para afirmar que había sido víctima de violencia machista. “He sido una mujer que ha sufrido agresiones”, dijo esa noche en el programa de Xavier Sardà, señalando a su tercer marido, el bailaor Ernesto Neyra. “Para mí ese fue el principio de su fin. Parte de la sociedad y de los medios de comunicación le negaron el derecho de auxilio. Los mismos periodistas que la habían alentado a contar su verdad, y que sabían perfectamente por lo que había pasado, la acusaron de querer aprovecharse. Algunos de sus amigos también le dieron la espalda”, explica Álvaro García Pelayo, amigo y último representante de Ordóñez, en conversación con EL PAÍS. “Carmen tenía la soberbia de un torero, pero ese calvario le costó la vida. Hoy no le habría pasado eso. Hoy se le habría hecho justicia”, continúa el periodista.
Nieta de los matadores Cayetano Ordóñez y Domingo Dominguín, hija del matador Antonio Ordóñez y sobrina del también matador Luis Miguel Dominguín, Carmina era la niña mimada de una de las sagas favoritas del franquismo. Se había criado con las élites del régimen y en su juventud había sido simpatizante de Fuerza Nueva y admiradora de Blas Piñar. Pero esa noche de verano de 2001, solo una jornada después del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, rompió con uno de los grandes tabúes de su clase y de la sociedad española de la época: el de la violencia de género. En horario de máxima audiencia, ante casi un millón y medio de espectadores, narró los detalles de su matrimonio con Neyra, como cuando, según ella, su hijo pequeño, Julián Contreras, con 12 años, tuvo que defenderla de los presuntos arrebatos violentos del bailarín.
“En aquella época era muy duro dar ese paso y más siendo ella quien era. Reconocer que pasó por ese trance le costó mucho”, señala García Pelayo. Ordóñez también visibilizó el miedo que sienten muchas víctimas a la hora de denunciar. “No voy a presentar una denuncia de momento si no me veo muy presionada. Mis abogados me han aconsejado que lo denuncie, pero yo no quiero males para él”, dijo en su intervención en Crónicas.
La reacción de la opinión pública no fue la que Carmina esperaba. Algunos periodistas y tertulianos la criticaron por haber ido a la tele y no a los tribunales. Unos pusieron en duda su testimonio por haber cobrado, otros por haber negado los rumores en el pasado y por haber esperado para contarlo. “¿Por qué has tardado tanto?”, le preguntó Concha Velasco en el programa Tiempo al Tiempo. “¿Mercadeo mediático o denuncia ejemplar? ¿Es el show de Carmina la indecente trivialización mediática de un problema trágico?”, planteó el diario El Mundo.
Tiempo después, ese mismo periódico encargó un estudio demoscópico sobre los personajes más queridos y odiados de España. Carmen Ordóñez quedó como “la más odiada”. La cabecera lo achacó a su sobreexposición en los medios y al hecho de haber expuesto su caso de violencia machista en prime time. “¿Qué pensará un ama de casa, que lleva los malos tratos de su marido en silencio, procurando que nadie se entere, por miedo y vergüenza, y que se encuentra a Carmina en un plató explicando que aquella felicidad que transmitía en el mismo programa dos años antes junto al marido de turno, era la fachada de un caso de malos tratos?”, se preguntaba El Mundo. Por su parte, Abc sentenció: “Carmina habló, sí, cobró, dicen que mucho, y encima ahora dice que no denunciará. ¿Hay quien lo entienda? (…) El espectáculo funcionó, llenó y continuará. De eso se trataba ¿no? No sé si pensarán lo mismo todas las mujeres angustiadas día a día por el horror del maltrato matrimonial”.
La Divina estaba llena de contradicciones y la prensa hizo sangre de eso. Un día podía estar bebiendo champán con la flor y nata en Marrakech y al siguiente lavándose los pies con cerveza en el Rocío junto al Chuli, el Pai y el Cabra. Un día podía estar de juerga en las playas gaditanas o adorando a la Virgen de la Esperanza de Triana y al siguiente ingresada de urgencia en un hospital de Sevilla. Y en una misma entrevista podía defender el franquismo y hacer gala de su libertad o declararse antifeminista y decir orgullosamente que ella se había casado y divorciado tres veces. Algunos tertulianos se cebaron. Karmele Marchante, colaboradora de Tómbola, llegó a afirmar que Ordóñez no tenía derecho a denunciar malos tratos por haber levantado la mano en la Plaza de Oriente, una alusión al pasado de Carmina con la extrema derecha ―“Me gusta el régimen anterior porque respetó todo lo que ganó mi familia con mucho sudor”, justificó en una ocasión―.
“Posiblemente, para gente como Karmele Marchante estaba muy bien maltratada. Todo aquello fue un calvario, un auténtico escándalo. Carmen se pegó contra un muro de incomprensión y rechazo social. Hoy las gafas son otras y todo se ve de otra manera”, dice Kiko Matamoros, amigo y exrepresentante de Ordóñez, en conversación con EL PAÍS. “¿La denuncia fue el principio de su fin? Sí y no. Le afectó mucho, evidentemente. Pero no llevó la mejor vida para su salud y eso sí fue decisivo”, admite Matamoros.
En medio del ruido mediático de esa época, la jurista María Durán, experta en derechos de las mujeres y pionera en la lucha contra la violencia de género, fue una de las pocas voces autorizadas que salió en defensa de Ordóñez. “No es santa de mi devoción, pero defiendo que ella denuncie lo que le ha pasado. Con independencia de que esta mujer haya cobrado, ella ha sufrido un tipo de violencia que sufren muchísimas mujeres”, dijo Durán, que luego sería corredactora de la primera Proposición de Ley Integral contra la violencia de género presentada en España por el PSOE y aprobada en 2004.
Ernesto Neyra negó las acusaciones a través de sus abogados y luego él mismo en las teles. En marzo de 2002, el Juzgado de Instrucción Número 6 de Madrid desestimó la querella de Carmina. El juez aludió que no se habían aportado pruebas fehacientes, que las supuestas agresiones no se habían denunciado en su momento y que tampoco se habían aportado certificados médicos sobre los presuntos daños físicos. El auto concluyó que no existían datos que permitieran considerar a Carmen Ordóñez “dentro del perfil sociológico de las mujeres que soportan y aguantan los malos tratos por dependencia económica o presiones del entorno”. La socialité agotó todas las instancias judiciales, hasta el Tribunal Supremo, que a finales de 2002 desestimó el último de sus recursos. “Hoy sería un escándalo el comportamiento de muchos personajes de esta historia, empezando por el juez que decidió despachar la querella diciendo que Carmen no respondía al perfil de mujer maltratada”, reflexiona Kiko Matamoros.
El mediático proceso judicial hundió la carrera de Neyra. El bailarín perdió contratos y tuvo que dejar su colaboración en Día a Día, el programa de María Teresa Campos. En 2003 demandó a La Divina por injurias y calumnias. Carmina quería que Lolita Flores testificara a su favor. “Carmen es mi amiga y si me citan, iré a declarar”, dijo la hija de La Faraona. Pero no se presentó. “El día que me llamaron para ir al juzgado a dar la cara por ella, me asusté un poco. No sabía si era verdad del todo o no y me retiré. Y hoy me arrepiento”, reconoció la cantante en 2022. Álvaro García Pelayo también siente arrepentimiento. “Una vez, yo llamé a la Policía, pero al ver a Carmen llorando en el suelo y pidiéndome que no lo hiciera, corté. Esa llamada quedó registrada y se apuntó en el juicio que hubo después. Pero yo me siento culpable de no haber seguido el proceso que tendríamos que haber seguido”, dice el periodista.
Tras los varapalos judiciales, Carmina siguió adelante. “A mí, plin. Soy Ordóñez Dominguín”, solía decir, repitiendo una frase que le había enseñado su tío Luis Miguel cuando era pequeña y las otras niñas se metían con ella en el Liceo Francés. La prensa confundió su entereza con soberbia y orgullo, pero sus amigos sabían que detrás de esa fachada se escondía una persona frágil. “En el fondo era muy permeable a todo lo negativo que se proyectaba sobre ella y su familia. Sufría mucho”, dice Matamoros. “Lo que más le angustiaba era el daño que la exposición pública podía provocar en sus hijos y seres queridos”, añade García Pelayo. En esa época, su hijo mayor, Francisco Rivera, fruto de su matrimonio con Francisco Rivera Paquirri, empezaba a despuntar como torero. Su segundo hijo, Cayetano, tenía 25 años, y Julián Contreras, el pequeño, era un adolescente.
Carmen continuó mostrándose en público como La Divina, pero en privado llevaba mucho tiempo viviendo un infierno. Según contó ella misma, desarrolló miedo a la soledad y comenzó a necesitar somníferos para conciliar el sueño tras la muerte de su madre, en 1982. Dos décadas después, era una adicta confesa a la benzodiazepina. Podía consumir entre 25 y 30 pastillas diferentes cada día. Sus amigos reconocen que era consumidora social de otras sustancias, pero que estaba “enganchada” a las pastillas para dormir. “No tenía un problema con la cocaína, como se dio a entender y se llegó a afirmar en algunos platós. Su problema era la benzodiazepina”, señala Matamoros. La mezcla de drogas terminaría siendo letal. Se sometió a varias curas y lo contó en televisión, rompiendo con otro tabú de su clase: el de las adicciones. Una vez más, la opinión pública no supo comprenderla. En las teles se hicieron bromas y en los diarios se publicaron crónicas y columnas jocosas.
Generosa con sus amigos y propensa al despilfarro, dilapidó la herencia de su padre y en sus últimos meses de vida intensificó su peregrinaje por los platós para poder costear su ritmo de vida frenético. “Estoy divinamente”, dijo en una de sus últimas intervenciones televisivas, en Salsa Rosa, en marzo 2004. Acababa de salir de su enésima rehabilitación. En la intimidad bromeaba con que no llegaría a cumplir 50 años. Ese mismo verano, la encontraron muerta en el cuarto de baño de su casa. Tenía 49 años.
Falleció de un infarto, tal como trascendió tiempo después, pero los medios de comunicación publicaron todo tipo de rumores, conjeturas, injurias y hasta una falsa autopsia. La Consejería de Justicia e Interior de la Comunidad de Madrid, de la que depende el Instituto Anatómico Forense, tuvo que salir a desmentir el informe fraudulento. “Sus hijos no solo tuvieron que sufrir la muerte de su madre, sino también todo tipo de invenciones. Parecía que todo el mundo había estado en el baño donde murió Carmen”, recuerda García Pelayo. Y concluye: “La sociedad volvió a negarle el auxilio a Carmen. Ya muerta, la siguieron juzgando. Ese fue el último maltrato que tuvo que soportar”.