Come, bebe, posa: cómo los restaurantes se han convertido en las nuevas alfombras rojas
Fotografiadas sin reparos entrando y saliendo, luciendo calculados estilismos de marca: modelos, cantantes y actrices han convertido restaurantes y coctelerías en las nuevas pasarelas. Un alarde de ‘situacionismo’ de lujo en lo que parece una inusitada alianza entre celebridades, moda y paparazis
Día sí, día también, en todo lo que llevamos de año que termina, las celebridades no han parado de servir en redes. Con X y TikTok como escaparates de cabecera, no es solo que se informe de que a una se la ha visto aquí, otra haya aparecido allá y aquella acullá: ahora, además, también se nos cuenta al detalle lo que llevan puesto cuando son cazadas en público. Casi siempre avistamientos aleatorios, en momentos ordinarios, sea caminando por la rue pumpkin latte en ristre, sea tirando de maleta en el aeropuerto, sea de compras más o menos mundanas. Pero, sobre todo, entrando y sal...
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Día sí, día también, en todo lo que llevamos de año que termina, las celebridades no han parado de servir en redes. Con X y TikTok como escaparates de cabecera, no es solo que se informe de que a una se la ha visto aquí, otra haya aparecido allá y aquella acullá: ahora, además, también se nos cuenta al detalle lo que llevan puesto cuando son cazadas en público. Casi siempre avistamientos aleatorios, en momentos ordinarios, sea caminando por la rue pumpkin latte en ristre, sea tirando de maleta en el aeropuerto, sea de compras más o menos mundanas. Pero, sobre todo, entrando y saliendo de bares y restaurantes. Los de Nueva York (y algunos de Los Ángeles) son, de hecho, un ajetreado ir y venir de ídolos del pop, el cine y la moda vestidos para epatar como hacía tiempo que no había noticias. Tanto que ya se ha puesto más complicado conseguir mesa que asiento en primera fila de un desfile.
Están documentados, mañana, tarde y noche. Rihanna, con los pantabotas de Balenciaga, y A$AP Rocky, bien de Bottega Veneta, de camino al Carbone. Kendall Jenner, rutinaria en su ejercicio pantless (o sea, con braga-short), abandonado I Sodi. Zoë Kravitz, Greta Gerwig y Laura Dern, rivalizando en The Row, de vinos y aperitivos en Il Buco. Hailey Bieber, todo al rojo minivestida de Ermanno Scervino y minibolso de Ferragamo, llegando al Bar Pitti (varios pasos por delante de su marido, Justin, cabizbaja, quizá espantada por la combinación de sudadera, bermuda chandalera y Crocs de él). Y ya no hablemos de Taylor Swift, persona del año, también en los bistrós y clubes de la Gran Manzana.
The Waverly Inn, Minetta Tavern, Catch Steak, Nobu, The Box, Freemans, Lucali, Zero Bond… A solas con su novio oficial desde el pasado septiembre, el jugador de fútbol americano Travis Kelce, o en compañía de sus habituales Selena Gomez, Blake Lively, Phoebe Bridgers y Sophie Turner, no debe quedar destino gastronómico-espirituoso que la estrella del pop no haya convertido en obligatorio en los últimos tres meses, del Lower East Side a Brooklyn pasando por SoHo. Luciendo según la ocasión Versace, Stella McCartney, Prada, Miu Miu, Jean Paul Gaultier o Clio Peppiatt, gracias a tanta cena y tanta copa también sabemos que Swift se ha aficionado a Gant, y cómo (el jersey monograma en el Minetta, el abrigo masculino en Catch Steak, la blazer marinera de su salida de chicas al Freemans, la gabardina de piel que se puso para la cena de su 34 cumpleaños, el 13 de diciembre, en el exclusivo Zero Bond…). Una sorprendente querencia que a la marca de origen estadounidense, propiedad suiza y sede ejecutiva sueca, de gama media, le ha venido que ni pintada tras su relanzamiento internacional el año pasado, apertura de tienda insignia neoyorquina incluida.
“Se nota que están encantados de conocerse, y la moda juega un papel clave en este renovado interés por dejarse ver. Todos se visten muy deliberadamente para salir”, concede Phil Meynell, propietario de The Mulberry, la coctelería de moda en el Bajo Manhattan a la que es asidua Margot Robbie. FOBs, friends of the bar, llaman hoy a celebridades clientas como la protagonista de Barbie, parafraseando aquello de las amigas de la casa que dicen en las firmas de lujo. “Un buen bar o restaurante es una comunidad, una que se elige. El diseño, la gente, la atmósfera, todo está incluso comisariado, como en una exposición. Quienes acuden aquí lo hacen con intención. Y se maquean a propósito”, coincide Kaitlin Price, socia del Jac’s on Bond, epicentro de agitación del revival de la baguette de Fendi en Bowery. Por supuesto, no es la primera vez que pasa: de las ladies who lunch que glosara Stephen Sondheim a las cenas de Halston, Jackie O. y Beverly Johnson en Elaine’s, en los setenta (la llamada mesa número uno, favorita de Sinatra e inmortalizada por Woody Allen en Manhattan, se despachó por más de 6.000 euros en subasta cuando cerró, en 2011), pasando por los pitillos que se echaban Marc Jacobs, Naomi Campbell y Linda Evangelista en la puerta del Café Tabac, en los noventa (el primer restaurante del magnate hostelero Roy Liebenthal, en el East Village, donde Kate Moss conoció a Johnny Depp), en Nueva York la fama nunca ha pasado hambre.
Lo que llama poderosamente la atención, sin embargo, es que donde antes se buscaba la privacidad, eludiendo flashes, intentando tapar objetivos y hasta propinando tortazos a los fotógrafos a pie de calle, hoy se capitula frente a la cámara, instando o reclamando casi su presencia para documentar la aparición. En una sociedad como la actual, en la que las relaciones se construyen más que nunca con imágenes, podría entenderse. Pero hay sospechas de estrategia comercial, claro. “Muchos diseñadores y estilistas utilizan estas salidas a cenar para probar nuevas ideas y productos”, informa Anthony Geich, director de relaciones públicas de Sona, el indio con tres estrellas Michelin del que es copropietaria la actriz Priyanka Chopra, referencia de saraos de moda. Pero el fenómeno no se reduce a las semanas del prêt-à-porter.
Hace solo unos días, Kendall Jenner se dejaba ver en Aspen (Colorado), paseando arriba y abajo por el paisaje nevado con un surtido de chaquetas de cuero, plumíferos y abrigos de piel, entre ellos ese tabardo de vellón pintado a mano imitando visón de la nueva etiqueta de Phoebe Philo, que alcanza los 24.000 euros. Las instantáneas colapsaron la otrora red del pajareo de inmediato. Luego se supo que semejante exposición mediática no era sino un plan de promoción de la tienda pop-up que FWRD, la boutique electrónica de firmas de lujo en la que la modelo ejerce de directora creativa desde 2021, ha abierto en la estación de esquí de los ricos y famosos estadounidenses de cara a la temporada navideña. Su colega Gigi Hadid reaparecía por su parte en las calles de Nueva York, perrito caliente en una mano y minibolso Arcadie de Miu Miu en la otra: resulta que la firma italiana también está de campaña estacional por allí. Que los paparazis que las cazan como si tal cosa están en nómina de marcas y famosos, ni cotiza, que se dice.
Lo que sí cotiza, y mucho, en el negocio del vestir exclusivo ahora mismo es la imagen de la (presunta) normalidad, acorde a los preceptos del traído y llevado lujo silencioso. Las campañas basadas en fotografías de estilo paparazi (Bottega Veneta, con A$AP Rocky y la ubicua Kendal Jenner, que también está en la de Gucci junto al que ya es su ex, Bud Bunny, como si los hubieran pillado en un aeropuerto) pican alto en términos publicitarios. La máxima expresión del capitalismo, rendida al situacionismo, quién lo iba a imaginar.