Arnau Griso, el adiós de un grupo que empezó como una broma y acabó creando el pop ‘buenrollero’: “Tenemos la necesidad de matar al padre”
El dúo catalán actúa este viernes por la noche en Barcelona por última vez antes de separarse para centrarse en proyectos personales, la salud mental y anteponer su amistad a la música, al menos por ahora
En cuatro días, Arnau Blanch (29 años, Barcelona), miembro de Arnau Griso, entra en quirófano para operarse de las cuerdas vocales. Él, que siempre ha llevado la voz cantante, tendrá que reposar al menos tres meses antes de volver a afinar una nota, pero no le importa, es hora de centrarse en su salud —tanto física como mental—. En esta última gira de despedida, Blanch luce su voz con giros y notas que no aparecen ni en el disco, se deja en el escenario los restos. Todo bajo la atenta mirada d...
En cuatro días, Arnau Blanch (29 años, Barcelona), miembro de Arnau Griso, entra en quirófano para operarse de las cuerdas vocales. Él, que siempre ha llevado la voz cantante, tendrá que reposar al menos tres meses antes de volver a afinar una nota, pero no le importa, es hora de centrarse en su salud —tanto física como mental—. En esta última gira de despedida, Blanch luce su voz con giros y notas que no aparecen ni en el disco, se deja en el escenario los restos. Todo bajo la atenta mirada de Eric Griso (32 años, Barcelona), el otro componente de la banda, que ha superado su síndrome del impostor y ahora canta en público e incluso se atreve a moverse sin guitarra por el escenario. Este viernes 25 de noviembre el dúo catalán se despide en casa, en su ciudad natal, tras 11 años de carrera en la que “una broma interna se fue de las manos”: la propia creación de la banda.
Con Es gratis triunfaron en YouTube en 2015, aunque su andadura en la música empezó en 2011, cuando se conocieron en una rave que recuerdan borrosa. “Fue un flechazo total a nivel musical”, asegura Griso. En una semana ya habían sacado su primer single, One euro, one party, que ahora alcanza los dos millones de visualizaciones, pero con el que no tenían ninguna pretensión. “No queríamos ser músicos, solo pasarlo bien. Podríamos habernos puesto a jugar al FIFA, pero sacamos algo que gustó lo suficiente como para dedicarnos por completo”, explica Blanch a EL PAÍS en Valencia —antes de su penúltimo concierto—, sorprendido aún de la carrera que han vivido. Desde entonces han sacado casi un tema al año que han recopilado en dos discos y cuentan en Spotify con más de 400.000 oyentes mensuales. En YouTube acumulan 53 millones de visualizaciones, aunque no saben ni cuáles monetizan. “Al principio pensábamos: ‘¿Qué vamos a sacarnos, para comprarnos unos Sugus?”, recuerda Blanch. “No hicimos conciertos hasta 2017 porque tampoco teníamos canciones para cantar”, rememora Griso. De ahí pasaron a reunir a más de 6.000 personas en el Wizink Center de Madrid en 2020 y agotar entradas en casi todas las ciudades que han pisado en estos dos últimos años.
Hasta hoy son dos chicos que han jugado a ser músicos, pero que el juego —o broma, como ellos aseguran que fue al inicio— se les ha ido de las manos. Es esta sensación la que quieren recuperar con su separación: se bajan de los escenarios para que la naturalidad y lo convencional vuelvan a sus vidas y a su relación. “Tener un grupo con tu amigo es como si te pones tu canción favorita de tono de llamada; al principio te encanta, pero al final crea un conflicto inevitable”, compara Griso.
“Separarnos para seguir juntos” es lo que dice su canción Eric Blanch con la que al principio querían destapar la cara oculta del grupo, pero que es su carta de despedida. “Nos separamos como socios musicales porque tenemos una profesión increíble, pero con mucha presión añadida, y convivir en lo profesional y en la amistad es muy difícil”, afirma Blanch. En estos años han pasado desde picos de euforia desmedida hasta los hoyos más profundos. Y por esas vivencias querían despedirse bien, con la propia música. La publicación hace un año de Eric Blanch se convirtió en un muro de lamentaciones: “La gente lo descubría sola en su casa, escuchando por primera vez la canción”. Contarlo para ellos fue una liberación, aunque el mayor de los dos, con la humildad que les caracteriza, confiesa que pensaban que la noticia de su adiós no trascendería.
La salud mental también ha jugado un papel importante en su carrera y en la separación. No hay muchos momentos en los que a este dúo se les haya visto sin una sonrisa o sin la broma perfecta; puede parecer que por ellos no calan los problemas, pero estas no son realidades incompatibles. Blanch explica que el parón al que le obliga su inminente operación le va a venir bien para tratar asuntos pendientes consigo mismo: “Quiero focalizarme en estar mentalmente sano, que es algo que no he priorizado en los últimos años”. Griso, que siempre le da el espacio necesario para que se explique, le observa aún con más detenimiento o escondiendo unos ojos vidriosos, quién sabe si por la situación de su amigo o por ver tan cerca el final. “Si no estás preparado para la vida, da igual qué profesión tengas, `por la situación vital que vas a vivir lo harás mal. No estoy bien, pero lo estaré”, concluye. Griso tiene claro que quiere seguir en la música, aunque igual no al mismo nivel: “Es un sector duro en el que estamos todos mal, con una sonrisa, pero intentando encontrar estabilidad mental”. Será un disco que suene distinto a Arnau Griso: tiene, dice, “la necesidad de matar al padre”.
La industria creó una nueva categoría para su música: pop buenrollero. “Siempre hemos tenido mucho más de crítica, cinismo e ironía que de buen rollo”, explica Blanch. “Pop sarcástico sería más justo”, contesta su compañero de banda. Más de 10 años después de esa etiqueta descubren durante la entrevista el nombre que deberían abanderar: “¿Ahora lo vamos a cambiar, tío?”, ríen ambos. Para ellos, el humor es vaselina para la verdad y con él han conseguido un caballo de Troya con el que colar mensajes profundos en la gente. Aquella noche de 2011 en la que se conocieron descubrieron que sumaban lo mejor de los dos mundos.
Blanch proviene de una familia de músicos, aunque dice que él llegó a la profesión de rebote. Con 13 años empezó a rapear con sus propias bases en un grupo de cuyo nombre prefiere no recordar para no arruinarse la existencia —”¿A estas alturas?”, bromea Griso—. “Él es el culpable de que yo dejara la calle y de ser peña dura”, ironiza el pequeño. Griso empezó rascando la guitarra de su padre con temas clásicos y en “las mejores barbacoas haciendo de mariachi a tope”. De la canción de autor y lo más urbano nació el dúo que buscaba ser distinto al resto de la música “porque tiene un mensaje difuso”. La idea era usar las frases directas del rap con temáticas locas que les hicieran reír y, de fondo, una guitarra.
Es habitual que la gente piense que no son un grupo, sino un solo cantante. La simbiosis a la que han llegado es muy alta. Su forma de componer es tan propia que, cuando se sientan con otros letristas, piensan que están locos. Y en cierta forma lo están, y eso es lo que atrae a su público: “Todo lo que hacemos lo convierten en un delirio colectivo”.
En este momento no son conscientes de lo que significa la última gira, ambos coinciden en que cuando todo acabe mirarán atrás y, aparte de echar alguna lágrima, se sentirán orgullosos del camino andado juntos. “Nuestro deber es decir que se acaba aquí”, explica Blanch. Pero ambos saben que, cuando su amistad sea como antes y no exista ninguna expectativa al respecto, volverán a escribir música, porque a la mínima que se juntan les salen ideas absurdas. Aunque tienen una cosa muy clara: “Estamos firmando ahora mismo el divorcio en los juzgados, no podemos pensar en echar un polvo”, bromea Griso mientras Blanch asiente. Y ambos ríen a carcajadas.