Las mujeres a las que traicionó Truman Capote

El periodista Laurence Leamer refleja en su último libro el ascenso y caída del escritor a través de las damas a las que traicionó exponiendo sus chismes, secretos e infidelidades

Lee Radziwill y el escritor Truman Capote.Ron Galella (Ron Galella Collection via Getty)

Eran mujeres que “a pesar de que no nacieron ricas, nacieron para ser ricas”. La cita es de Truman Capote, novelista de Desayuno en Tiffany’s. Eran mujeres hermosas, adineradas, glamurosas y envidiadas, a las que el escritor cultivó en las décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo. Eran sus “cisnes”, como él las definió. Capote escuchó sus secretos, sus más profundos deseos y sus ...

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Eran mujeres que “a pesar de que no nacieron ricas, nacieron para ser ricas”. La cita es de Truman Capote, novelista de Desayuno en Tiffany’s. Eran mujeres hermosas, adineradas, glamurosas y envidiadas, a las que el escritor cultivó en las décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo. Eran sus “cisnes”, como él las definió. Capote escuchó sus secretos, sus más profundos deseos y sus miedos. Barbara Babe Paley, bella entre las bellas y esposa del director de CBS Bill Paley; Nancy Slim Keith, una modelo californiana a la que pretendía Clark Gable, salió de cacería con Ernest Hemingway y se casó con el director de cine Howard Hawks; Pamela Churchill, exesposa del hijo de Winston Churchill; Lee Radziwill, la hermana pequeña de Jackie Kennedy Onassis

En Capote’s Women: A True Story of Love, Betrayal, and a Swan Song for an Era (Las mujeres de Capote: una verdadera historia de amor, traición y un canto de cisne para una época), Laurence Leamer, autor de algunos libros que han llegado a la lista de best sellers del diario The New York Times, rastrea el ascenso y la caída de Capote a través de aquellas mujeres a las que acabó por traicionar cuando en el año 1975 se publicó La Cote Basque 1965, como adelanto de la que él planeaba fuera —y nunca fue— su gran obra maestra Answered Prayers. Quien había sido una de las figuras favoritas de la literatura desde que contaba 23 años exponía los chismes, los secretos, las infidelidades y las traiciones de las refinadas altas damas.

De izquierda a derecha, Gloria Guinness, Truman Capote y Barbara Paley, en 1957. ullstein bild Dtl. (ullstein bild via Getty Images)

Leamer relata en su libro que es incapaz de comprender esa vileza final del novelista de A Sangre Fría contra aquellas mujeres. Capote justificó lo escrito, sin que se le moviera un milímetro su clásico fedora. “¿Qué esperaban? Soy escritor y uso todo”. En su defensa, el consagrado autor declaró a la revista Playboy tras desatarse la polémica: “Toda la literatura es chisme”. “¿Qué son en esta viña del señor Anna Karenina o Guerra y paz o Madame Bovary, si no, un chisme?”.

Poco le sirvió buscar obras maestras para su exculpación. Al exponer los secretos de las más ricas y poderosas de Manhattan cometió suicidio social. Quizá Capote fue incapaz de imaginar que cuando le confió a su amiga Marella Agnelli (esposa de Gianni Agnelli, presidente ejecutivo de Fiat) la metáfora de que estaba construyendo un libro como se crea una pistola, “con la empuñadura, el gatillo, el cañón y la bala que al salir con gran velocidad y potencia provoca un estallido nunca visto” ese disparo acabaría explotándole en la cara. Sus cisnes se volvieron contra él y fue exiliado de la sociedad que ansiaba.

El productor Leland Hayward y Nancy Gross, en el Stork Club de Nueva York. Bettmann (Bettmann Archive)

Hubo “un cisne” que siguió junto a Capote casi hasta el final de la vida del escritor, que murió a los 59 años, en 1984. Lee Radziwill, casada con un príncipe polaco cuyo título no valía nada, pero por el que ella fue llamada princesa hasta incluso después de su divorcio, fue asfixiada con la atención de Capote. La elogiaba a través de las páginas de Vogue y ella se sentía inteligente por asociación. Como con el resto de los cisnes, Capote escuchaba y escuchaba —mientras tomaba nota— las ilusiones y los rencores de la falsa princesa.

Leamer narra con toda crudeza en uno de los capítulos del libro los celos, casi patológicos, que Radziwill sentía por su hermana Jackie. Una vez más, fue Capote quien contó con todo detalle, de una forma cruel y malvada, los sentimientos de Lee. El escritor quería venganza. Radziwill le dio la espalda cuando esta se negó a testificar a su favor en un pleito que Capote tenía con Gore Vidal, que le había demandado por un millón de dólares de la época por contar que Bobby Kennedy le expulsó de la Casa Blanca durante una fiesta por estar borracho e intentar tocar la espalda de la primera dama. Para Capote, Vidal era “un escritor mediocre” y “un ser humano miserable”. El sentimiento era recíproco en Gore Vidal.

Una mañana de junio de 1979, Capote compareció en Nueva York ante las cámaras del programa The Stanley Siegel Show para ajustar cuentas con Radziwill, que acababa de calificar al escritor de “maricón”. Capote decidió dar todo un espectáculo e interpretar a “un maricón”, pero “no cualquier maricón”, escribe Leamer, sino “un maricón sureño”. Durante un monólogo devastador, Capote dijo para todo el que lo quisiera escuchar que Radziwill soñó con casarse con Aristóteles Onassis —fueron amantes—, pero que su hermana se lo arrebató. “Sé que Lee no querría que yo contara nada de esto, sus celos por Jackie, sus esperanzas con Onassis, el dolor cuando su marido la abandonó. Pero ya saben cómo somos los maricones sureños, no podemos tener la boca cerrada”.

La pregunta que plantea el libro de Leamer es si Capote acabó traicionando a “sus cisnes” por su uso desaforado de las drogas, las pastillas y el alcohol, o fue esa traición la que definitivamente le empujó al abismo de la adicción.

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