Gemma Cuervo recibirá el premio Max de honor: “Ponlo bien puesto: ¡ya era hora!”

La actriz recogerá el galardón tras más de seis décadas dedicada a la interpretación: “Es muy emocionante ver que el teatro sigue vivo, que la gente del teatro se sigue comunicando, que no se dejan vencer por un virus”

La actriz Gemma Cuervo, este martes en el teatro María Guerrero, en Madrid.Samuel Sánchez

Gemma Cuervo está en su casa. Siempre que esta barcelonesa, que el próximo martes cumplirá 85 años, pisa un escenario, se siente en casa. Los ha pisado todos ―“casi”, rebaja la sentencia―. En esta ocasión camina sobre las tablas del madrileño teatro María Guerrero mientras realiza la sesión de fotos que ilustrará el anuncio de que recibe el Premio Max de honor en la 24ª edición de estos galardones. Sigue las instrucciones del fotógrafo, se deja dirigir. “Póngase ahí...

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Gemma Cuervo está en su casa. Siempre que esta barcelonesa, que el próximo martes cumplirá 85 años, pisa un escenario, se siente en casa. Los ha pisado todos ―“casi”, rebaja la sentencia―. En esta ocasión camina sobre las tablas del madrileño teatro María Guerrero mientras realiza la sesión de fotos que ilustrará el anuncio de que recibe el Premio Max de honor en la 24ª edición de estos galardones. Sigue las instrucciones del fotógrafo, se deja dirigir. “Póngase ahí”. Y ella, como si tuviera una marca en el suelo que fija la posición, clava el lugar. De pie, firme, mira el patio de butacas, que el martes por la mañana estaba vacío. ¿Qué se siente? “Mucha emoción. Y cuando está lleno palpita el corazón”, dice llevándose la mano al pecho.

Nota algo de frío y recuerda las corrientes, traicioneras para la voz de algunos teatros, aunque confiesa que ella nunca se la ha cuidado. Para demostrarlo proyecta una negación seguida del nombre de quien escribe como nunca antes lo había oído. La actriz se ríe de su ocurrencia, con esa carcajada tan reconocible y tantas veces oída tanto en el teatro como en la pantalla. A la vez recuerda a su marido ―el actor Fernando Guillén, fallecido en 2013―, muy presente en la conversación: “Tenía una voz bellísima, él sí la notaba cansada a veces”.

Le cuesta hablar del Max de honor, la gala de los premios de las artes escénicas se celebrará el 4 de octubre en el teatro Arriaga de Bilbao. “No se vaya a esfumar”, no lo dice con superstición; sí, con el máximo respeto.

―Pero ya era hora.

―Gracias, ¡ponlo bien puesto: ya era hora!

Le sale un ramalazo de asertividad, no lo puede ocultar, aunque en seguida explica que en realidad no lo esperaba ni había fantaseado con ello. Ahora está en racha, en 2018 recibió la Medalla de Plata de la Comunidad de Madrid, donde lleva viviendo desde los sesenta. El año pasado, su trayectoria, toda una vida en escena, fue reconocida por la Federación Española de Teatro Universitario. Ahí, en el teatro universitario barcelonés dio sus primeros pasos antes de debutar con Adolfo Marsillach a finales de los cincuenta.

Es muy emocionante ver que el teatro sigue vivo, que la gente del teatro se sigue comunicando, que no se dejan vencer por un virus

Está muy contenta y agradecida por el premio, considera que es un deber de la ciudadanía valorar lo que los intérpretes han hecho por el arte, no solo ella, incluye a todos. Especialmente en estos momentos en los que la cultura está sufriendo los estragos de la pandemia. Un año que ella ha pasado “tranquila y dentro de lo que cabe saludable”, en sus palabras. “Es muy emocionante ver que el teatro sigue vivo, que la gente del teatro se sigue comunicando, que no se dejan vencer por un virus”.

Hay dos Gemmas Cuervo, la que ha recorrido las carreteras de toda España y ha aparecido en todas las pantallas de televisión dando voz y cuerpo a Lorca, Sartre, Camus, Buero Vallejo, Shakespeare, Miller, Galdós… y la que mide su respiración. Se para, aspira y espira, lo repite (tiene EPOC, enfermedad pulmonar obstructiva crónica). Esta última solo coge aire para que vuelva a aparecer la fortaleza de la primera y señale a los educadores y, fundamentalmente, a todos los gobiernos como los responsables de que la ciudadanía reciba arte y conocimiento, que les llegue lo hermoso que es, además de esa “medicina para el alma. Si las administraciones supieran lo que aporta la cultura no temerían dedicarle una partida importante de sus presupuestos y que se distribuyera por los teatros, que llegase a los jóvenes y les ayudara a subir, a convertirse en actores, directores, técnicos”.

Nunca se ha callado lo que pensaba: “Morderme la lengua, no. Hablarlo como se podía, sí”. Por ejemplo, siempre se ha declarado antitaurina, pero reconoce que eso en época de Franco no se podía decir abiertamente. Tampoco se ha sentido nunca menos que un hombre. Parte de su carrera la hizo junto a su marido, se casaron en 1960 y en 1969 fundaron su compañía. Siempre sintió que tuvo el lugar que le correspondía. “No hubiera consentido lo contrario”. Lo consiguió en una época en la que como ella misma recuerda una mujer podía ser insultada por el simple hecho de llevar pantalones en un tranvía. “Soy muy taxativa. Qué es eso de que un hombre se aproveche de una mujer solo por ser mujer” ¿La temían? “Bueno, sí, decían: ‘¡Que viene Gemma Cuervo…! Era muy guerrera. Lo soy aún. Las mujeres nos tenemos que ayudar, allanarnos el camino, que sea nuestro, no que nos lo hagan para que nos caigamos”. Por su hija, la actriz Cayetana Guillén Cuervo, sabe que en su profesión algo han mejorado las cosas, pero no lo suficiente: “El hombre se resiste y la gente que lleva el país tampoco hace mucho por ello. El hombre se resiste porque las Juanas de Arco existen”.

Las mujeres nos tenemos que ayudar, allanarnos el camino, que sea nuestro, no que nos lo hagan para que nos caigamos

Reconoce que echa de menos trabajar, pero “no diariamente”, aunque mira con nostalgia las butacas y los palcos del teatro: “Claro que me gustaría estar esta tarde en el escenario, recibiendo el cariño del público”. Cariño que no ha dejado de recibir, le ilusiona especialmente el de los más jóvenes, la televisión ha conseguido que haya estado presente para variadísimas generaciones. No todo va a ser el peso de los sesenta y setenta con Estudio 1. En los noventa fue la suegra de Emilio Aragón en la serie del momento, Médico de familia, y ya en este siglo, su papel en Aquí no hay quien viva y La que se avecina la ha acercado a los más jóvenes.

Al preguntarle qué le queda por hacer, de primeras no se le ocurre nada, pero a lo largo de la conversación sí van surgiendo asuntos pendientes: trabajar más con sus hijos. En esto, deja la pelota sobre el tejado del mediano, el actor y director Fernando Guillén Cuervo. La mayor, Natalia, no comparte profesión con sus padres y hermanos. “Y más cine”, recuerda especialmente la malograda El mundo sigue (1963), de Fernando Fernán Gómez, a la que la censura no dio tregua.

Cualquier episodio de la vida de esta actriz se ve salpicado de protagonistas que son historia de las artes escénicas y del mundo audiovisual español. De esos cómicos españoles a quienes Javier Bardem dedicó su Oscar en 2008. De esa lista de galardonados con el Max de honor como José Tamayo, Víctor Ullate, Julia Gutiérrez Caba, Ana Diosdado, Rosa María Sardá… y desde ahora también: Gemma Cuervo.

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