La familia que cuidó y protegió Rosa Maria Sardà
Actriz muy comprometida con sus ideas socialistas y antindependentista declarada, se ocupó como una madre de sus cuatro hermanos
Muestras de cariño, recuerdos, tópicos, lágrimas, sonrisas y, seguro, alguna carcajada, se vivieron el jueves en el tanatorio de Sancho de Ávila, en Barcelona, a la llegada de los restos de Rosa Maria Sardà, fallecida ese mismo día víctima de un cáncer linfático. Entre los presentes, y cumpliendo las medidas de seguridad sanitarias imperantes, su hijo Pol Mainat, actor, director, productor y también compañero, como en ...
Muestras de cariño, recuerdos, tópicos, lágrimas, sonrisas y, seguro, alguna carcajada, se vivieron el jueves en el tanatorio de Sancho de Ávila, en Barcelona, a la llegada de los restos de Rosa Maria Sardà, fallecida ese mismo día víctima de un cáncer linfático. Entre los presentes, y cumpliendo las medidas de seguridad sanitarias imperantes, su hijo Pol Mainat, actor, director, productor y también compañero, como en la serie emitida en 2005 por TVE, Abuela de verano; su expareja, el productor Josep Maria Mainat; el también miembro de La Trinca Toni Cruz; el presentador y escritor Boris Izaguirre; los periodistas Manel Fuentes y Juan Carlos Ortega o el humorista Carlos Latre. Y entre tantos mensajes emotivos, brillantes, sinceros, en la marea de Twitter se lee: “Era como de la familia”. Así de sencillo y así de cierto. Rosa Maria Sardà se había colado en la vida de varias generaciones a través de las pantallas (la grande y, sobre todo, la pequeña) y de las tablas. Hasta el punto de ser eso, una más en cada familia.
“Mágica combinación de Margarita Xirgu y Mary Santpere”, la definió el director del TNC, Xavier Albertí. Muchos otros compañeros de profesión han subrayado la valentía de Rosa Maria ante la muerte, como el director Lluís Pasqual: “Lo quisiste saber todo sobre la enfermedad, ‘así cuando me toque ya sabré cómo hacerlo’, me dijiste las dos veces acompañándolo siempre de una risa que tú llamabas no sardónica sino sardánica”, escribió. Su amiga y periodista Julia Otero recordó la última visita de la actriz a su programa: “Hace tres meses vino a la radio. Las dos sabíamos que era la última vez”.
Otra amiga, Maruja Torres, refleja unos orígenes, que marcan y que hacen que, aunque no fuesen íntimas, tuvieran tanto en común. “Éramos parte de las mujeres de Terenci Moix”, ha escrito la periodista en su cuenta de Twitter sobre la que también fue “chica Almodóvar”, para en otro momento destacar la grandeza de la actriz en el arte de la conversación: “Una cena con Rosa Maria Sardà y Terenci Moix rivalizando en contar anécdotas era lo mejor que podía ocurrirte en mucho tiempo”.
Mario Gas, que la dirigió por primera vez en 1971 en el musical Xauxa, puso el dedo en la llaga de la política: “No tenía pelos en la lengua y le cantaba las cuarenta a quien fuera. Trataba con mucha ironía a los despreciables o a los que no trabajaban por el bien común. Tenía un concepto de la izquierda muy claro y sabía muy bien dónde estaba ubicada, con unas idas socialistas muy fuertes”.
Esas ideas la llevaron a seguir abierta y fielmente a las líneas del PSC. Los socialistas de Cataluña glosaron en Twitter su figura: “Siempre comprometida, siempre solidaria, siempre de izquierdas”. Pero lo que le dio visibilidad a nivel político en los últimos años fue el procés, mostrándose acérrima enemiga de la independencia de Cataluña. Confirmando a Mario Gas, no dudó en cantar las cuarenta a quien fuera en este tema, y a compartir la tarima de Societat Civil Catalana con miembros de Vox, formación que, como mujer de izquierdas, siempre aborreció.
Muchos no le perdonan que en 2017, en plena efervescencia del procés, devolviera la Creu de Sant Jordi, distinción que le había concedido la Generalitat de Cataluña en 1994. “Porque el que me la entregó [Jordi Pujol] era un corrupto. Y porque si no piensas como ellos te consideran un mal catalán y, por lo tanto, no creí que yo fuese digna de ese galardón”, dijo en una entrevista en EL PAÍS hace un par de años.
Pero a pesar de que fue como de la familia de cualquier españolito (y catalanito) medio, ella tenía una familia que era solo suya y cuyas “cosas” consiguió que siguieran siendo solo suyas. Su biografía consta de episodios que habrían sido suculentos para muchos a los que les habría encantado exprimirlos sin pudor y sin vergüenza. Pero no. Quedaron dentro de la familia carnal, en una intimidad que, en los tiempos que corren, es realmente complicado de preservar. Nieta de actores, hija de un agricultor reconvertido en obrero de una empresa química y de una enfermera que tenía que coser para sacarse un sobresueldo necesario, fue la mayor de cinco hijos. La siguieron cuatro niños, Santiago (escenógrafo), Federico (empresario, propietario de la célebre sala Luz de Gas, en Barcelona), Xavier (periodista) y Juan (que falleció a los 26 años). De ellos se ocupó como si fueran sus hijos tras la enfermedad y muerte de su madre. “Nunca nos soltó de la mano”, comentó en una entrevista Xavier, 17 años más joven que Rosa Maria, “ni siquiera ahora”.
Por eso todos estuvieron junto al benjamín, Juan, cuando una enfermedad todavía poco conocida, el sida, acabó con su vida. Tenía 26 años. A él, Rosa Maria Sardà dedica el inicio de su libro de relatos y vivencias, Un incidente sin importancia, publicado a finales del año pasado. “Os diréis: no puede ser, ¡no existe!”, escribe, tras una emotiva descripción de Juan. “Y lleváis razón: ¡ya no existe!... ¡Y yo me ahogo!”, sentencia, con dolor, a continuación.