Receta fácil de tiradito de pescado con aguacate y aceite de limón

La chef Gloria Pidal, conocida como Glorionce, vive en una furgoneta en Baja California, donde pesca, cocina y graba sus recetas

Cocina de naufragio: tiradito de mahi mahiVídeo: EPV

Estaba en el cuarto mes del curso de cocina moderna en la escuela Le Cordon Bleu de la capital peruana. La ciudad, por aquel entonces, estaba sumida en una fiebre gastronómica, no se hablaba de otra cosa que no fuese comida. Apenas me quedaban tres semanas para acabar cuando recibí una llamada.

Meses antes, embarcada en Ibiza, en medio de la temporada más dura que recuerdo, me disponía a hacer mi rutina de natación. Cada día, después de cocinar para 16 personas, limpiar el consecuente desmadre, y dejar la cena planificada, azotaba el delantal por los aires, corría a la proa y me lanzaba al maravilloso Mediterráneo pitiuso. Dependiendo de mi estado de ánimo me tiraba de una manera u otra. El salto del ángel, me transportaba unos segundos a la muy anhelada libertad; si me tiraba de pie, como un palo, era porque el cansancio era inminente y cuando la ira me invadía, optaba por tirarme en modo bomba. Era la única media hora de las 24 del día que tenía para mí. Normalmente, nadaba a la costa, me subía en una roca 10 minutos y a regañadientes volvía al barco. Aquella tarde, atraída por un casco verde y una bandera asturiana en la cruceta, decidí cambiar mi rutina. Nadé hacia el precioso velero y conocí a Álvaro, el capitán gijonés, quien meses más tarde, con su propuesta, cambiaría el rumbo de mi vida. “¿Me falta una tripulante para cruzar el Atlántico, tienes que estar en Canarias en una semana, te vienes?”.

Dejé el curso sin terminar, perdí un diploma anhelado por muchos (incluida yo), pero jamás me arrepentí de esa decisión.

Los alisios se sentían cada vez más cálido, estábamos ya 2.000 millas adentrados en el Atlántico habiendo visto tierra por última vez hacía 12 días. En la mejor de las guardias (la del amanecer) empezó a sonar la carraca de la caña y a juzgar por cómo se doblaba la vara supe que era algo grande. 15 minutos después, con una mezcla de alegría y pena (como siempre que pesco), sacaba mi primer mahi mahi —nombre hawaiano—, un pescado blanco que en España se conoce como lampuga. Los colores amarillo-verde-azul intensos, que cambiaban de tono como un espectáculo psicodélico, se mezclaron con los primeros rayos del sol que empezaban a asomar por el este. Era hora de amortizar aquel curso inconcluso, preparar un buen tiradito y celebrar que, en la vida, la mejor decisión no es necesariamente la más responsable.

Eso fue en 2010. 13 años más tarde sigo sin diploma culinario, eligiendo la opción que me mueve el corazón, no la cabeza y haciendo el sashimi peruano siempre que hay mahi mahi. ¿Con qué? Como de costumbre, con lo que haya. Siempre preferí adaptarme a la adversidad que pasarme el día planificando, ¡es más divertido!

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