El momento Sputnik de la UE
El programa IRIS², con una constelación de satélites propia, busca potenciar la autonomía estratégica de Europa
Su nombre técnico era satélite artificial, aunque no era más que una bola plateada de aluminio pulido con el tamaño de una pelota grande y cuatro antenas de varilla. Su misión en 1957, año de su lanzamiento por la Unión Soviética, era recolectar datos de las capas altas de la atmósfera y el campo electromagnético de la Tierra. Fue bautizado como Sputnik 1 (compañero de viaje o satélite) e inauguró la carrera espacial entre las grandes potencias. Detrás de este pionero vinieron dos más: el Sputnik 2 (con la perra Laika a bordo) y el Sputnik 3, que portaba instrumentación para estudiar la radiación espacial pero cuya misión se vio muy comprometida por un fallo en la grabadora de datos. Tras el éxito de estas misiones, el cielo se llenó de artefactos orbitales.
Actualmente hay 15.965 satélites alrededor del planeta, de los que 13.026 están activos, según datos de la empresa francesa Look Up. “El espacio nunca ha estado tan concurrido y disputado como hoy”, asegura su informe publicado este octubre. “Las órbitas terrestres se han convertido en un dominio estratégico donde el tráfico orbital refleja la carrera tecnológica, la competencia económica y las luchas de poder geopolíticas, a veces incluso militares”. Estados Unidos domina el espacio con 9.641 satélites activos —casi tres cuartas partes del total—, impulsado por la megaconstelación Starlink de SpaceX (propiedad de Elon Musk) con 8.366 aparatos. China se está poniendo al día con 1.102 satélites activos y constelaciones similares, como Qianfan y GuoWang. Europa se está quedando rezagada, aunque de forma individual sus Estados miembros cuentan con distintos satélites.
“Las capacidades espaciales son críticas para la seguridad europea”, argumenta Marianne Riddervold, profesora en el Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Oslo. “De hecho, las sociedades europeas dependen de sistemas espaciales que funcionan bien para seguridad y defensa, pero también para navegación, comercio, transacciones financieras, pronósticos meteorológicos, vigilancia climática, alertas de inundaciones, preparación ante emergencias y mucho más”, resalta Riddervold, también académica del Instituto Noruego de Asuntos Internacionales. Aunque la UE ya cuenta con un gran programa espacial civil (no solo con los sistemas Copernicus y Galileo, de su propiedad), los Estados miembros dependen mucho de capacidades basadas en satélites de EE UU (a menudo de propiedad privada) para vigilancia e inteligencia y, por tanto, defensa, detalla la experta.
Ante esta necesidad, en 2023 se aprobó el programa IRIS² (Infrastructure for Resilience, Interconnectivity and Security by Satellite), cuya meta es la independencia satelital para la interconectividad y la seguridad desde el espacio. Para 2030 está previsto que esta constelación europea (casi 300 aparatos) esté orbitando y operativa. “Su objetivo principal es crear un sistema europeo independiente de otros sistemas como Starlink, proporcionando a Europa cierta soberanía, especialmente en comunicaciones gubernamentales”, destaca Ramón Martínez, catedrático del Departamento de Señales, Sistemas y Radiocomunicaciones de la Universidad Politécnica de Madrid. “Aunque también podrá ofrecer servicios comerciales, los primeros servicios que comenzará a dar serán principalmente de soporte a tropas desplegadas o a embajadas”, añade.
Menor latencia
Los satélites de IRIS² combinan órbitas bajas (LEO) y medias (MEO). Esto lo diferencia de sistemas como Starlink, que opera solo en órbita baja. Esta combinación permitirá ofrecer servicios con menor latencia que los satélites geoestacionarios tradicionales, al desplazarse a 36.000 kilómetros de altura, frente a los 500-700 kilómetros de los satélites LEO. Esa menor latencia mejora la velocidad y calidad de las comunicaciones. “El objetivo es crear una arquitectura de datos que reduzca la dependencia europea de proveedores norteamericanos, actuando como un contrapeso estratégico”, abunda Enrique Dans, profesor de Innovación en IE Business School. El proyecto está gestionado por un consorcio que integran Eutelsat (650 satélites en órbita baja), Hispasat (España) y SES, junto a otros gigantes aeroespaciales y de telecomunicaciones. “IRIS² representa un pilar estratégico para la economía europea porque permite desarrollar capacidades propias y soberanas en el espacio”, revela Dans.
Pero tiene retos por delante. Primero, no contará con los 40.000 satélites de Starlink, sino con unos 300, lo que reduce costes pero exige definir enlaces de comunicación entre las capas de satélites LEO y MEO, algo que ningún sistema tiene hoy, advierte Ramón Martínez. La operación del sistema tiene complejidades, como coordinar maniobras para evitar colisiones, gestionar la autonomía de los satélites ante posibles problemas y garantizar la seguridad de los datos, minimizando los puntos de acceso desde tierra y evitando saturar enlaces. Además, se enfrenta el reto del diseño de terminales terrestres asequibles y eficientes, así como de plataformas de satélites que permitan lanzar varios a la vez (idealmente 30-40 por despegue) y desplegar la constelación en cuatro o cinco lanzamientos.
“Una defensa aérea europea más fuerte, otra área en la que Europa depende mucho de EE UU, y una mejor protección frente a ataques con drones también requerirán capacidades satelitales”, recalca Marianne Riddervold. “Por ello, ya se habla de desarrollar más capacidades en este ámbito, además del IRIS²”, concluye.
El espacio de datos seguro
La gobernanza en el mundo digital actual es crucial. Y el proyecto Gaia-X es una iniciativa europea clave que busca asegurar la soberanía virtual mediante la creación de una infraestructura que extiende los datos abiertos, federada e interoperable. “Su objetivo principal es establecer un espacio de datos seguro y confiable”, explica Joaquín Salvachúa Rodríguez, profesor titular del Departamento de Ingeniería Telemática en la Universidad Politécnica de Madrid.
Los espacios de datos son mecanismos que permiten el intercambio de información manteniendo la gobernanza, el control y la capacidad de decidir sobre su uso posterior a cargo de terceros, explica. Esto es fundamental para impulsar una nueva economía digital donde los datos puedan compartirse de forma amplia y segura, incluso en transacciones financieras o acuerdos empresariales. Si bien existen los datos abiertos promovidos por gobiernos, mucha información sensible permanece bajo el control de corporaciones o no se libera por motivos de privacidad. Por ello, Gaia-X habilita entornos de confianza que permiten compartir datos de manera segura bajo el estricto cumplimiento de legislaciones europeas como el Data Act y el Data Governance Act. Esto previene del uso indiscriminado de información actual en otras partes del mundo, garantizando que los usuarios puedan controlar cómo se usan sus datos y revocar permisos en cualquier momento.