El fenómeno ‘tsundoku’ o cómo hemos normalizado acumular libros que no leeremos
Esta palabra japonesa describe un hábito que, sin saberlo, realizan muchos lectores cada vez que adquieren nuevos ejemplares cuando tienen títulos aún pendientes
Uno, dos, tres… y así hasta más de 30 libros. Este es el número de ejemplares que tiene Andrea Aragón en las estanterías de su casa sin leer. Una extraña colección que, para esta lectora, no parece ser suficiente. Va a seguir comprándolos en las librerías, independientemente de si lo hace de manera impulsiva o de un modo planificado. Como ella, muchas personas almacenan en su biblioteca personal tomos que ni siquiera han empezado ni ojeado la primera página. A este fenómeno ya le dieron un término en Japón en el siglo XIX: tsundoku. O, en otras palabras, el hábito de comprar libros y acumularlos sin llegar a leerlos, aunque con intención de hacerlo.
“A mí me gusta verlos apilados. Uno encima de otro, al lado, compartir ese espacio. No es que sienta alegría, pero sí que me da un poquito de emoción interna saber que tengo una colección que va a ser como mi propia biblioteca”, afirma con orgullo la lectora. Sus visitas a librerías siempre suelen saldarse con alguna nueva adquisición: “Me ha pasado alguna vez de acercarme a una, enamorarme de una portada y de una sinopsis, y decir: ‘Me lo llevo”. Esta vivencia también la ha sentido Beatriz Marín, o bea_lalectora en redes sociales —tiene más de 30.000 seguidores solo en su cuenta de TikTok—. “Hoy por hoy, con el capitalismo, con tantas novedades que hay y cosas que salen, vas a comprar y encuentras tres ejemplares que te llaman la atención, los coges y luego tienes el tiempo que tienes. Esto es una cuestión de que los libros no caducan, y tampoco lo hace la literatura”, explica en conversación con este periódico.
Hay dos variables que pueden llegar a definir este fenómeno, según explica Montserrat Lacalle, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). “El primero es cuando las personas hacen una conducta. En este caso, es el hecho de comprar una obra. Hay una parte en la que la persona siente la emoción, una sensación como si ya lo hubiese leído o si ya tuviese el conocimiento. Y esa experimentación es muy placentera”. El otro aspecto es el de la procrastinación. “A veces, pensamos en ella como una conducta que se hace desde el desinterés o la poca motivación, y no necesariamente es así. Hay personas que, como ese momento de lectura tiene que ser tan plácido o ideal, no lo encuentran y, conductualmente, acaban procrastinando. En el fondo, es ir encadenando un día tras otro y ver que nunca llega el momento de realizar esa conducta”.
La Federación de Gremios de Editores (FGEE) recoge, según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2024, presentado en enero, que algo más de la mitad de la población de 14 o más años lee con frecuencia, un 14,3% de manera ocasional y poco más de un tercio casi nunca o nunca lo hace. De este último grupo, un 46,8% admite que es por la falta de tiempo. “Sigue habiendo mucha gente que acumula libros, porque cada mes salen muchas novedades, y te los compras pensando que llegarás, y si no es este mes, será el que viene, y entonces saldrán otras tantas más”, apunta la tiktoker Marín.
Pero, ¿por qué dejamos obras sin leer, aunque la intención inicial haya sido hacerlo? “Las personas somos así a veces. Ponemos el foco de atención o la solución donde no es. Entonces se convierte en una especie de círculo vicioso. ¿Puede haber alguien que se sienta culpable? Sí: ‘Tengo que hacerlo, tengo que leer’. Pero, curiosamente, esta persona va a comprar otro tomo”, comienza a explicar Lacalle. “Cuando nuestro pensamiento y nuestra conducta no van alineados en el mismo sentido, uno pensaría que lo que hay que hacer es cambiar la conducta para ser consecuente. Pues no. A este fenómeno lo llamamos disonancia cognitiva. Lo que hacen la mayoría de personas es cambiar el pensamiento y desarrollar un relato que vaya de acuerdo a su conducta”, sostiene la experta.
Los volúmenes se amontonan uno encima de otro en la estantería de Andrea Aragón. Sabe que no tiene tiempo para leer todos los títulos pendientes, pero también que su intención es hacerlo en algún momento. “Soy consciente de que tengo demasiados, pero quiero leérmelos todos. Mi deseo es que esa pila interminable vaya bajando, aunque siempre acabo comprando. ¡Es inevitable!”, reconoce.
Y ¿qué pasa con las redes sociales? Desde el punto de vista de Marín, creadora de contenido especializada en literatura, estas fomentan el consumo, aunque depende de cada persona. En esa línea, como lectora individual, Aragón cree que influyen más las relaciones personales que posibles prescriptores de la comunidad virtual: “Me gusta intercambiar con mis amigas opiniones de libros, títulos de autores o autoras... Y que decidan compartir eso conmigo me parece muy bonito, por eso la mayoría de las veces me inclino a seguir esas recomendaciones”.
En TikTok, la tendencia #BookTok reúne más de 44 millones de publicaciones, mientras que, en Instagram, #Bookstagrammer suma más de 21 millones. ¿Indican estas cifras algún tipo de presión social por tener ejemplares de los que muchos hablan? Para Aragón, no es el caso: “Como el mundo va tan rápido, no te da tiempo a seguir el ritmo a toda esa gente que te dice: ‘Tienes que leer esto o ver tal película’. Es imposible. Entonces, yo tiendo a ir un poco más por mis gustos, recomendaciones o flechazos en la propia librería”.
Desde hace varios años, y con la llegada de la tecnología, la presencia de las obras en digital ha ido tomando peso entre los lectores españoles. Tanto es así que, según Statista, en 2023 las ventas de estos formatos de texto en España alcanzaron una facturación de 144 millones de euros, lo que supuso un incremento del 181,6% respecto a 2009. Aun así, en 2023 algo más de un tercio de los encuestados todavía leía solo en papel, casi un 20% de ambas maneras y solo un 8,5% en digital. “Con la cantidad de novelas que salen, sí que hay mucha tendencia de gente de decir: ‘Es que no tengo espacio’, ‘no tengo dinero’, ‘no puedo mantener el ritmo’. Con lo cual, últimamente, hay bastante conciencia. Se fomenta una compra y un consumo un poco más responsables”, argumenta Marín sobre cómo pueden cambiar nuestros hábitos de consumo. Aunque también matiza que hay mucha gente que descarga libros y luego “nunca los lee”.
La psicóloga Lacalle, por su parte, compara el almacenamiento de ejemplares en digital con otros casos similares. “La persona que acumula en un ebook, igual que la que lo hace con fotos, experimenta el mismo proceso de gratificación: el simple hecho de pensar ‘esto lo tengo’. A lo mejor no lo consultaré, pero ya me produce tranquilidad o satisfacción saber que es mío. El estímulo visual no es el mismo que al observar una biblioteca, pero el sistema de gratificación es muy parecido”, confirma.
En algunos casos, lo que se vende no es el texto en sí, sino la edición. Y más si se realiza de una manera exclusiva. La existencia de ediciones limitadas, según Marín, afecta a que los consumidores sean más impulsivos a la hora de comprar algo que no necesitan, pero que se agotará. “Se fomenta que la gente deba comprarlo ahora, porque es el momento, entonces sí que se anima a que acumulen, aunque no sepan si lo van a leer o no. Se lo compran con muchas ganas, pero luego no saben si tienen tiempo”, destaca la creadora de contenido. Este fenómeno, conocido como bibliomanía, dista del tsundoku en cuanto a que se hace acopio de volúmenes para coleccionar y no para leer.
La tenencia de volúmenes también puede ir vinculada emocionalmente a un lugar o a una persona, lo que dificulta darle una segunda vida. “Siempre que voy de viaje a un sitio me llevo uno o dos ejemplares. A la vuelta, me suelo traer otro par: mis amigas a las que voy a visitar son lectoras y me suelen regalar. Yo no puedo resistirme y algo siempre cae”, expone Aragón. Según Lacalle, las personas les damos un significado a todo tipo de objetos: “Si a ti, quien sea, te regala algo, ¿qué significado le atribuyes? Desde el punto de vista emocional, no te quieres separar de lo que representa, no del objeto en sí. Por eso es tan difícil para algunas personas desprenderse de los libros y acumulan y acumulan”.
Con este afán de posesión, es inevitable que el espacio físico se vuelva limitado o que el interés por algunas obras ya adquiridas disminuya. Esto lleva a muchos a considerar deshacerse de ciertos ejemplares, ya sea a través de donaciones o ventas. Aragón destaca lo significativo de llevarlos a librerías con fines sociales cuando ocupan demasiado espacio o sabe que no se leerán. Una postura que comparte Marín: “Si son en castellano, los dono y si son en inglés, los vendo por internet. Soy una firme partidaria de que deben tener una segunda vida y solo me quedo aquellos que vaya a querer releer”.