En el Jardín Botánico Histórico de Barcelona: un lugar donde se juntan ciencia, arte, historia y el alma de una época pasada
Inaugurado en julio de 1941, esta joya vegetal es hoy un refugio climático barcelonés que concentra una buena colección de gigantes arbóreos
Hay ciudades con suerte, con fortuna botánica, y que conservan mejor su bagaje científico vinculado a las plantas. Barcelona se precia de ser una de ellas, ya que mantiene dos jardines botánicos: el moderno y el llamado Histórico. Este último se estableció en 1930, gracias al empeño del botánico catalán Pius Font i Quer, aunque su inauguración oficial no llegaría hasta julio de 1941. Su labor científica se vio continuada por otros dos botánicos ilustres como son Antoni de Bolòs y...
Hay ciudades con suerte, con fortuna botánica, y que conservan mejor su bagaje científico vinculado a las plantas. Barcelona se precia de ser una de ellas, ya que mantiene dos jardines botánicos: el moderno y el llamado Histórico. Este último se estableció en 1930, gracias al empeño del botánico catalán Pius Font i Quer, aunque su inauguración oficial no llegaría hasta julio de 1941. Su labor científica se vio continuada por otros dos botánicos ilustres como son Antoni de Bolòs y Eugeni Sierra i Ràfols.
La belleza de un jardín está íntimamente ligada al lugar en el que se implanta, y Font i Quer eligió uno muy espectacular: donde estaban las antiguas canteras de piedra de la Foixarda, en Montjuïc. La magia permanece allí, aunque recibió un impacto considerable por unas obras asociadas a la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992. Esto es debido a que, a finales de los años ochenta, se decidió atravesar por la mitad el botánico con la construcción de uno de los tramos de escaleras que daban acceso a todo el recinto deportivo, lo que originó el cierre del jardín por problemas derivados con su instalación. Desde su reapertura, en 2003, continúa siendo un rincón barcelonés único, al que bien merece la pena dedicarle un paseo relajado. Hoy la principal función científica como tal se desarrolla en el moderno Jardín Botánico, a tan solo 15 minutos andando de donde se encuentra esta joya vegetal varada en el siglo pasado.
El jardín es un punto de encuentro para toparnos con las huellas del ilustre paisajista francés Jean-Claude Nicolas Forestier (1861-1930). “Intervino en todo el ajardinamiento que acompañaba al entorno de la Exposición Universal de 1929 en Montjuïc, al diseñar las plantaciones o un reloj floral enfrente de la masía”, puntualiza Jaume Pàmies, técnico de gestión del Jardín Botánico de Barcelona. Después de la exposición, sería Font i Quer el que convertiría este sitio en un jardín botánico propiamente dicho. El científico tenía claro los pasos a seguir: “Quiso dar mayor importancia a floras de ciertas zonas, como la del norte de África, flora de los Pirineos, de Canarias, de las islas Baleares…”, detalla Pàmies.
La orografía del jardín es, cuanto menos, peculiar, al ocupar dos de las hondonadas de las canteras abandonadas: el Sot de l’Estany y el Sot de la Masia. “El hecho de tener esta topografía, con estas hondonadas, hace que haya un microclima más frío y húmedo que en el resto de la ciudad”, explica Pàmies. “A veces, hay hasta cuatro grados de diferencia entre el centro de la ciudad, que es una bomba de calor, con respecto al jardín. En él se acumula el aire frío en las partes más bajas. Por eso aquí pueden crecer unas especies que en otros lugares cercanos tendrían problemas para desarrollarse”, cuenta el técnico, que habla con pasión de este jardín histórico. El Sot de la Masia recibe su nombre de la masía que se construyó, junto a otros edificios, para la Exposición Internacional de 1929.
En aquel momento, este recinto estaba dedicado a la ganadería, con pequeños corrales y jaulas para la exhibición de las distintas razas de animales domesticados, a modo de granja. Actualmente, de todas aquellas edificaciones solo queda la masía, que añade un carácter rústico a esta parte del jardín. En sus alrededores se cultivan una infinidad de plantas hortícolas y útiles para el ser humano, y es un sitio ideal para aprender de ellas gracias a las numerosas actividades educativas que se desarrollan, muchas llevadas a cabo por la Asociación de Amigos del Jardín Botánico de Barcelona. Como un coloso que vigila a todos los visitantes, un alcanforero (Cinnamomum camphora) de 90 años exhibe su amplia copa y sus troncos a modo de escultura, y crea un contrapeso vegetal al edificio de la masía.
Si al llegar a la puerta del jardín, en vez de bajar hacia el Sot de la Masia —pasando por el túnel, a mano izquierda—, se coge el camino de la derecha, nos aventuraremos suavemente por un sendero sinuoso a la parte más baja del Sot de l’Estany (hondonada del estanque, en castellano). Se llega así a un rincón inolvidable. Allí, el jardín se convierte en una especie de bosque de Fangorn tolkiano, al concentrar una buena colección de unos cuantos gigantes arbóreos, con portes y edades considerables. Todos ellos ya estaban presentes antes de la transformación del jardín en institución científica: un fresno rojo americano (Fraxinus pennsylvanica), un fresno de hoja estrecha (Fraxinus angustifolia) o un nogal alado de Rehder (Pterocarya × rehderiana). Estos tres ejemplares rondan o sobrepasan los 30 metros de altura, “gracias a factores como crecer en este hoyo profundo libre de vientos, a buscar la mayor abundancia de luz allá arriba y a la buena disponibilidad de agua”, prosigue Jaume Pàmies, “a lo que se añade el no haber recibido podas severas, al crecer en un botánico, donde interesa ver el porte natural del árbol”. Bajo estos gigantes centenarios —aunque al fresno de hoja estrecha todavía le queda un lustro para alcanzar dicha edad—, cualquiera se siente como un ratoncito, por lo exiguo de su tamaño.
En ese entorno todavía se pueden encontrar otras moles vegetales fascinantes, como un ginkgo (Ginkgo biloba) septuagenario o un falso plátano (Acer pseudoplatanus) imponente. El pequeño estanque alrededor de estos árboles se encuentra alimentado por un pizpireto arroyuelo, que deambula incluso por una cascada flanqueada por acantos (Acanthus mollis) y otras plantas herbáceas como numerosos helechos de muy distintas especies.
Por el jardín aparecen aquí y acullá los pequeños cartelitos de un itinerario botánico que indican qué especies arbóreas son singulares, lo cual es de agradecer. Lo que también nos recuerda que este lugar no es otro jardín más, sino un museo vivo con sus propias cartelas —como el Museo Nacional de Arte de Cataluña, que se encuentra justo al lado—, un lugar donde se juntan la ciencia, el arte, la historia y el alma de una época pasada, pero que sigue creciendo, en la continua búsqueda del agua y de la luz.