1 El despertar
Al entrar en la región de Murcia, el cielo se vuelve plomizo. Hay alerta naranja por una nueva gota fría. En la anterior, en septiembre, murieron varias personas; los torrentes arrasaron cultivos, calles y casas; hubo pérdidas millonarias, y el Mar Menor acabó envenenado, con una costra de peces muertos flotando en la orilla. Los goterones comienzan a pintar el asfalto cuando nos encontramos en un restaurante de carretera con Daniel Ruiz, de 45 años, divorciado con dos hijos, ingeniero agrícola, votante y afiliado de Vox. Ejerce tareas de asesoramiento y supervisión para una empresa de cítricos con decenas de hectáreas entre Murcia y Almería. Se pasa el día en el coche entre cultivos. Viste chubasquero, botas de monte. Dice que lo primero que le enganchó de Vox fue “el vídeo del elefante de Alejo Vidal-Quadras”. En ese clip, el histórico político del PP, luego cofundador y fugaz presidente de Vox (dejó la formación en 2015), explica con dibujos animados que uno de los problemas de España es su Administración pública. “El elefante es el Estado”, dice. “Ese tinglado complejo, gigantesco, ineficiente”. Habla de autonomías, Ayuntamientos, diputaciones, empresas públicas… Concluye que hay una “sufrida mayoría que trabaja más de seis meses cada año para alimentar al elefante y la ufana cuadrilla que lo cabalga”. Propone una solución: cambiar el paquidermo por un caballo.
“Me llegó su mensaje”, dice Ruiz. “Vox se solidarizaba con los que currábamos. El PP nos había ido dejando abandonados a los sectores productivos, a las familias. Las clases medias estaban desapareciendo. El grueso del voto es de quienes sufrimos las consecuencias de la crisis. Lo veo clarísimo”. No solo le enganchó como votante. En 2015 fue el candidato autonómico del partido (no alcanzó el 1% de los sufragios) y ostentó una vicesecretaría regional hasta hace un año. Ruiz se define como “moderadamente conservador en lo ideológico y económicamente liberal”. Fue votante del PP hasta 2011. Es residente en San Pedro del Pinatar, donde Vox obtuvo un 33,93% en las generales del 10 de noviembre. Repasa asuntos polémicos: “El tema del feminismo este radical”. Cree que “la ideología de género es contraria al derecho constitucional a la igualdad efectiva”. Añade: “Cada vez más mujeres simpatizan con Vox porque valoran su seguridad y la de sus hijos, quieren tranquilidad para ir por la calle. Y que no se permita que las manadas de delincuentes campen a sus anchas. No ven bien que vengan personas [migrantes] que no entran por cauces legales, sean menores o no, que deambulan sueltos por la calle”. Otro tema: “Mire, el clima no podemos controlarlo. No soy negacionista, simplemente entiendo el cambio climático como persona humana. El clima cambia, pues sí. Y las personas son humanas. Pues sí. Es así queramos o no”.
Esa noche se oyen truenos mientras Ana, nombre supuesto de una soldado de 35 años de la base aérea de San Javier (Murcia), casada, con tres hijas y votante de Vox, habla de “orden, seguridad, autoridad”. Lo echa en falta, dice, en la política, en las calles, en la escuela. Le preocupa Cataluña (“allí hace falta dejar las cosas claras”). Y se queja de los hijos de los migrantes. Explica que apenas quedan alumnos españoles en el colegio de sus pequeñas. En otras ocasiones votó al PP y a Cs. Entre ella y su marido juntan 2.200 euros al mes. Viven “sin derroches”. Acto seguido arremete contra los políticos: “¿Cómo viven ellos? Vox propone reducir el gremio de los que chupan del bote”.
2 Un emigrante retornado
Manuel Aroca lleva un pitillo en una mano, el paraguas en la otra, y se mueve por calles anegadas en las que el agua tira con fuerza hacia el mar. Pisa con botas de goma entre hileras de chalés de Los Alcázares (Murcia), un paraíso del veraneo de la clase media de toda Europa bajo un aguacero. Aroca, de 64 años, es un obrero jubilado del metal, un emigrante retornado de Alemania. Toda su vida votó socialista, dice. Hasta las elecciones de noviembre.
—¿Por qué ha cambiado el voto? ¿Qué ofrece Vox?
—A veces pienso: que vuelva Franco. Soluciones es lo que queremos.
Aroca lleva desde la adolescencia fuera de España. Se marchó siguiendo los pasos de su familia. Regresó a Murcia casi cinco décadas después con intención de disfrutar de la pensión alemana. Se instaló con su madre en este chalecito en la costa, cuya puerta nos abren. Es de los pocos que residen aquí de forma habitual. Le llaman al móvil los dueños de las viviendas vecinas para que les resuma el estado en que han quedado. Hay garajes sepultados; las aceras se han vuelto cascadas. Estas últimas lluvias torrenciales se suman a las de septiembre, y Aroca habla de la dana (depresión aislada en niveles altos, o gota fría) como si fuera otra clave del voto: “Nos sentimos desamparados”.
Manuel Aroca
Emigrante retornado y jubilado. 64 años. Los Alcázares (Murcia)
Tras casi cinco décadas en Alemania, ha regresado a su tierra como jubilado. Era votante socialista hasta las últimas elecciones generales.
Desde que regresó a España en 2018 ha visto “cosas” que no le gustan. “Digo: a ver si votando a Vox hay alguien que ponga esto bien derecho”. Se refiere a: “El jaleo de Cataluña. A esto de los inmigrantes: que los devuelvan. Y, por ejemplo, con mi madre, que vayas por la calle y te tiren del bolso…”. La señora relata un robo cometido por “moros” hace años y otro incidente con “unas rumanas”. “Por las calles no vas seguro”, añade Aroca. “Tengo miedo. Percibo inseguridad. Y los inmigrantes…, que vengan, sí, pero con un contrato como lo hicimos en Alemania”.
—¿Sintió racismo en Alemania?
—Al principio no nos querían en ningún sitio. Los alemanes nos veían como si fuéramos a quitarles el trabajo.
—¿Cree que existe un racismo similar hoy en España?
—Sí, sí, es más o menos como nos sucedió. Pero a mí no me interesa aquello, ahora estoy aquí, jubilado, y lo que me preocupa es la delincuencia, que no puede ir una mujer de noche por la calle.
3 Un parado
De camino a Cartagena se ven esqueletos de la burbuja inmobiliaria con el Mar Menor revuelto de fondo. Bajo nubes negras, la zona parece el decorado de una película de ciencia-ficción. Aquí la crisis golpeó con intensidad. En 2011, Murcia se encontraba entre las regiones españolas donde más había caído el empleo en construcción y la compraventa de casas. En 2014, el riesgo de pobreza había escalado hasta afectar a casi la mitad de la población. Hoy se ha reducido, pero aún afecta a un tercio.
“Aquí llega la gente en avión, en patera, como le da la gana. Esto es el coño de la Bernarda”, argumenta Carlos Márquez, parado de 49 años, votante y afiliado de Vox en Cartagena. “¿La solución? Toda persona que lleve más de dos años sin trabajar, sin aportar, fuera. Los delincuentes que sean extranjeros, a su país”. Añade: “En cuanto desembarcan, les dan 650 pavos. Se están aprovechando del sistema, no se integran. Y por arraigo se traen a su mujer con cinco críos. No hay país que lo aguante”.
Carlos Márquez
Desempleado. 49 años. Cartagena (Murcia)
Votante y afiliado de Vox (se dio de baja poco después de esta entrevista). Asegura compartir el 70% del ideario de este partido.
El apartamento de Márquez se encuentra en un edificio humilde. El recibidor está repleto de trastos. Su perro, que corretea por el salón, se llama Sori, nombre japonés que se refiere a la curvatura de las espadas de los samuráis. Hay catanas colgadas por todas partes. El televisor está encendido. Y un taco de fotocopias con su currículo descansa en la mesa. Márquez se sienta en el sofá junto a la pecera. Tiene unas gafas con cristales gruesos que hacen sus ojos diminutos. Viste pantalón de chándal y una sudadera de artes marciales. Es cinturón negro de jiu-jitsu.
Divorciado y sin hijos. Ha sido carpintero, camarero, marino, buzo, instructor de artes marciales, comercial, escolta, vigilante de seguridad y empresario, hasta que las cosas se pusieron feas. “Somos una región muy empobrecida”. Se afilió a Vox porque comparte “el 70%” de su discurso. El otro 30% tiene que ver con la religión. No le gusta cómo el partido, en Murcia, se ha convertido en un “club elitista” gobernado por “los Kikos, el Opus Dei y niños pijos murcianos”. En 2019 presentó una denuncia por presunta malversación contra tres dirigentes de Vox en Murcia. Aseguró haber aportado su “granito de arena” para forzar la dimisión de la cúpula del partido a las dos semanas de su victoria el 10-N. (Unas semanas después de esta entrevista, Márquez se dio de baja como afiliado).
Describe la situación: “No diría de preambiente de guerra civil, sino de confrontación entre españoles”. Aborda “el tema del feminazismo”: “Una mujer para hacer valer sus derechos no tiene por qué bajarse las bragas en la calle y mear o sacarse las tetas”. Habla de “chiringuitos” financiados con dinero público que apoyan esto. “A mí no me representan, y soy feminista”.
A la pregunta de cómo se informa, responde: “Llevo un tiempo que ni veo los telediarios porque nos están mintiendo”. Prefiere guiarse “por Facebook, por amigos, por redes sociales o por ciertos grupos que tengo yo que son más fidedignos. Me pongo a comparar los telediarios con lo que me llega por otro lado, que es información contrastada, y no coincide para nada”. “Llámame conspiranoico”, dice sobre el conflicto catalán, pero está convencido de que se resolverá cuando “deje de serles útil” y decidan frenarlo “de cuajo”, cosa que de momento “no les interesa”. Cuando se le pregunta a quién se refiere, contesta: “Bilderberg, Soros, gente de esa talla”. (Santiago Abascal ha citado estos mismos nombres para explicar supuestos complós que buscan sembrar “el caos” en Europa y “liquidar” a la clase media).
Luego toma entre los dedos una figurita del dictador Franco que descansa en la alacena junto a un incensario y el título de jiu-jitsu. “El tío Paco”, lo llama. “Un hombre controvertido. No me resulta desagradable. Con Franco no teníamos terrorismo. Los fusilaban. Ahora tienes terroristas con sueldos públicos en el País Vasco”.
4 Capataces
Loubna Hamdai no es votante de Vox, sino una mediadora intercultural de origen marroquí que trabaja en Torre-Pacheco, localidad agrícola murciana de 36.000 habitantes y un 26% de inmigración. La acabamos de conocer en una reunión con responsables de ONG en la que han explicado cierto “caldo de cultivo”: “La crisis ha incrementado los índices de pobreza que hace que las personas migrantes se conviertan en el chivo expiatorio: comienzan a percibirse como un competidor por los recursos, que son escasos”. Luego Loubna guía hasta los márgenes del municipio, donde se despliega una barriada cenicienta en la que suelen habitar los migrantes en infraviviendas. Por allí pasa un hombre empujando un carro de supermercado cargado con bidones y garrafas de agua. Dice llamarse Félix Pérez y tener 50 años. Lleva el pelo recogido en una coleta y le asoma el tatuaje de un caballo del cuello. Es herrador y domador. “Bueno, era”, tuerce el gesto. “Ahora no me da trabajo nadie”. Acaba de superar un cáncer. La radioterapia le ha dejado débil. No tiene dinero ni para fijarse la dentadura, añade, mientras se la recoloca con los dedos. “He tenido rachas en mi vida que lo he pasado mal, pero como hasta ahora nunca”. Viene de rellenar las garrafas en casa de un vecino, agua para beber, fregar y lavarse, porque se la han cortado. No tiene ingresos, aunque espera comenzar a percibir la renta básica de inserción (430 euros). Llevaba “25 años” sin acudir a las urnas. Pero esta vez votó a Vox. “¿Qué me ha movido a votar? Que esto no puede seguir así. Que cada día engordan más los que ya están gordos y los débiles, como yo, notamos más la endeblez. Yo creo que Vox mira más por la clase baja que los otros partidos”. Recuerda el momento en que oyó hablar de la formación por primera vez: “Fue en el bar donde estaba comiendo con un tique de Cáritas, porque ya te digo que ni para comer tengo. Ese día, un hombre me puso aquí una pegatina de Vox”, y se señala la solapa. Luego continúa su camino, empujando el carro hasta que su figura desaparece.
Félix Pérez
Domador de caballos. 50 años. Torre-Pacheco (Murcia)
Tras reponerse de un cáncer, no cuenta con ningún tipo de ingresos. Llevaba 25 años sin acudir a las urnas, hasta que el 10N optó por Vox.
El extrarradio de Torre-Pacheco, donde Vox sacó un 38% el 10-N, es una sucesión de huertas donde crecen alcachofas, lechuga, brócoli. En una colina, una treintena de mujeres inclinan el lomo para arrancar malas hierbas de un campo de rúcula. Son fuertes y menudas, migrantes de origen latino en su mayoría. En cuanto se paran a hablar con forasteros, aparece el todoterreno de los capataces. Dos varones españoles. Botas llenas de fango. Votantes de Vox. “Hay una serie de problemas en España que todos camuflan”, reflexiona uno sin dar su nombre. “Pero Vox dice las cosas como son. Lo que todo el mundo piensa. Y de una forma que se entiende”. El otro se pregunta: “¿Cómo hay tanta inmigración cuando hay tanto paro?”. Y fuman y cae el sol y les envuelve el frío y las sombras y las mujeres siguen con el lomo doblado sobre la tierra.
5 El 1% más pobre
En Níjar (Almería), el municipio de más de 20.000 habitantes de menor renta de España, hay una avenida grisácea que recuerda a los poblados del Oeste. En ella se encuentra un bar sobre cuyo local el dueño ha colocado una bandera de España para distinguirlo “de aquellos que son nigerianos, y aquellos otros, marroquinos”. La localidad tiene un 41% de inmigración. Los vecinos sobreviven con poco más de 6.000 euros al año de media. Vox ganó el 10-N con un 35% de los votos. Y el bar se encuentra en una sección censal que corresponde al 1% más pobre de todo el país. A su lado hay un salón de juego llamado Joker en cuya puerta se amontonan las bicicletas: es el transporte oficial de los migrantes que trabajan en el campo. Dentro solo parece haber extranjeros. Hablan español con acentos de distintos orígenes. El encargado comenta que suelen compartir el premio entre todos de forma solidaria.
A las afueras deambulan árabes con chilaba y pasan subsaharianos en bicicleta. El atardecer recorta su silueta cuando cruzan frente a una pintada en la acequia: “Vota Vox”. En la alhóndiga La Unión, José Salazar, camionero de 42 años, habla como si el mundo en el que creció se estuviera desvaneciendo. “Antes estábamos muy bien. Con trabajo. Hemos podido alimentar a nuestros hijos, pagar nuestra hipotecas, vivir un poco mejor”. Luego, añade, “se metió la inmigración y… yo no les echo la culpa a ellos, pero es que se está acabando el trabajo”. Prosigue: “No queremos una dictadura, pero sí un partido que no nos engañe. La clase media obrera no tenemos apoyo. Primero tienes que dar de comer a los que tienes en casa y después, lo que sobre, a los de fuera”. En su opinión, “el único partido que está escuchando al pueblo es Vox”. Francisco Martín, uno de los responsables de la alhóndiga, ingeniero agrícola de 45 años, asiente a su lado: “Me parece muy interesante lo que dice Iván Espinosa de los Monteros: ‘Para crear riqueza hay que bajar los impuestos”.
Cerca de allí, en la ciudad de Almería, José Esteban, de 24 años, acaba de “pelarse” en la peluquería de su primo dominicano. A la puerta, se graba un vídeo y lo sube a Instagram: “¡Soy militante de Vox!”. Esteban es “medio inmigrante”, hijo de dominicana y español, y aclara que lo del vídeo era una broma. Pero sí votó a Vox el 10-N. Lo hizo, asegura, por la inmigración: “No veo bien que se den subvenciones a los extranjeros cuando a los españoles que lo necesitan de verdad no les apoyan. Y hay más violencia cometida por inmigrantes”.
José Esteban
Camarero. 24 años. Almería
Hijo de dominicana y español, se define como "medio inmigrante". Explica su voto a Vox: "No veo bien que se den subvenciones a los extranjeros cuando a los españoles que lo necesitan de verdad no les apoyan".
—Sorprende su discurso, conociendo su origen.
—Cuando era pequeño solía estar con inmigrantes y me iba todo mal. Los hay buenos, pero son minoría. Si estás robando, violando, para eso quédate en tu país. No hacen nada bueno.
6 Mujeres en Vistalegre
Cloti y Oti son dos mujeres de Roquetas de Mar (Almería) y cuentan que al fin se pusieron cara en el viaje al llamado Vistalegre “Plus Ultra”, un acto de Vox celebrado en octubre de 2019 en Madrid. La formación reunió a más de 10.000 personas con el reclamo de “defender España y su unidad, su soberanía y la libertad frente a la dictadura progre”. Faltaba un mes para las elecciones en las que Vox se situó como tercera fuerza, con 3,6 millones de votos. Del viaje quedan buenos recuerdos que Cloti y Oti comentan ahora, en casa de la primera. “Fuiste tú quien me liaste para ir”, dice una. “Y tú me has liado ahora para esta entrevista. ¡Barça uno, Real Madrid uno!”, responde la otra.
Clotilde Cerrudo, de 50 años, casada y madre de dos hijas, médica al frente de un pequeño centro privado, nos ha abierto las puertas de su chalé con jardín, palmeras y piscina, y ha sacado algo de picar. “He votado a Vox porque me parece un partido ilusionante que defiende lo que he pensado siempre. Es provida. Apoya mis valores religiosos. Y mi trabajo”. Lo conoció a través de sus pacientes antes de las elecciones andaluzas de 2018. Defraudada por la “deriva” del PP en lo moral y en la defensa de España, decidió afiliarse. Nunca había militado en política. Le atrajo la autofinanciación: “Un ciudadano de a pie no tiene por qué pagar la propaganda de ningún partido”.
Clotilde Cerrudo
Médica. 50 años. Roquetas de Mar (Almería)
Votante y afiliada de Vox, se "siente" parte de este partido y opina que la formación defiende sus ideas religiosas.
Cloti es miembro activo de la parroquia y la asociación vecinal. Fue misionera en Honduras. En la entrada de su casa hay una estampita de José María Escrivá de Balaguer. Sobre el aborto, explica, la ley vigente ha “legalizado” de facto esta práctica. “¿Qué dice Vox? Intentemos que haya menos abortos prestando una ayuda social integral a la mujer que no quiera al niño”. Sobre la eutanasia: “No la puedo concebir”. Sobre feminismo: “Hombre y mujer somos diferentes. En lo biológico. En la forma de pensar. En nuestro desarrollo sexual. Y realmente yo quiero ser diferente. Estoy orgullosa de ser madre; no quiero tener barba. ¿En qué tenemos que ser iguales? Bajo la ley. Yo no soy feminista”. Sobre violencia de género: “No puedes meter a una persona en el calabozo solo porque la mujer ha dicho que ha sido agredida”.
En su opinión, “Vox refleja la ideología de una persona tradicional que ha hablado en la mesa siempre de estos temas”. Sobre educación, por ejemplo: “No puede ser que nos vendan la película como no es. Lo normal es la heterosexualidad, ¿no? El hombre y la mujer. Y no me pongas una ley que me diga que todo vale. Hay que educar con respeto, con consentimiento de los padres en los colegios. En mi casa estoy dando unas normas morales y religiosas para que ahora venga otro y me diga: ‘No, no es eso”.
En aquel viaje a Vistalegre, Cloti y Oti salieron en la prensa digital. En la fotografía sonríen tras una bandera que exhibe la cabeza de un lobo. La fiera lleva un collar de pinchos, los colores de España en la cara y en sus ojos verdes se lee “Vox”. Tras el animal hay una cruz en aspa, la de Borgoña, emblema de los tercios españoles. La enseña del lobo se encuentra también a la puerta de un bar de Roquetas, frente a la playa. Y en el interior del local la bandera convive con la de la Legión. Aquí suelen reunirse los simpatizantes del partido y está lleno de parafernalia de Vox. Hay pulseras de “España Viva”, llaveros de Abascal; el pin cuesta 2,50 euros.
Otilia Peña
Empleada en hostelería. 51 años. Roquetas de Mar (Almería)
Es afiliada y votante de Vox. "Me ha llamado ese sentimiento", explica. "Que alguien me vuelva a decir que mis orígenes y tradiciones son un orgullo".
Otilia Peña, Oti, de 51 años, es quien nos ha guiado hasta este lugar. Trabaja en el departamento de “reservas y revenue” en un hotel de la zona. Mientras sorbe una cocacola, explica sobre la bandera: “Un lobo representa el poder. Van siempre juntos, unidos, con fuerza”. Añade sobre Vox: “Desde hacía tiempo no sabía a quién votar. No tenía identidad. Decías ‘Soy español’ y la gente te miraba mal por la calle. Ese sentimiento me ha llamado: el que alguien me vuelva a decir que mi origen y mis tradiciones son un orgullo”. Votó al partido en las andaluzas. Al día siguiente se afilió. “Se está intentando tachar a Vox de partido ultra por defender una nación, la unidad. Se ha acuñado este término porque hay miedo a la cantidad de gente que estábamos callados”.
El dueño del local, militar retirado, emerge de su silencio y añade algo sobre la bandera: fue él quien la diseñó. El lobo, dice, representa la fauna ibérica. El fondo negro simboliza la guerra a muerte. Las lágrimas son las banderas de España. Es decir: este lobo llora España. Y en el local, si uno mira con detenimiento, va emergiendo también otro tipo de parafernalia: una bandera preconstitucional, llaveros de Franco. Sobre el dictador, el dueño dice: “Como jefe de Estado, si se hubiera ido 20 años antes, mejor para todos. A mí me gusta como general de los ejércitos. Pero sin nostalgia. Lo que no puedes hacer es una ley para que desaparezca el pasado”. Oti añade: “La historia forma parte de nosotros”. Concluye el dueño: “Sobre todo, para no repetirla”.
7 Empresarios agrícolas
Desde lo alto impresiona el brillo de la huerta de Europa, una mancha lechosa a orillas del Mediterráneo. Por dentro, el mar de plástico de El Ejido (Almería) se convierte en un laberinto de carreteras. La lengua de asfalto bordea la costa y al fondo del barranco se ve Almerimar, una urbanización con puerto náutico a la que se han ido mudando los empresarios agrícolas; allí apenas hay extranjeros, la renta es la más alta del municipio y el voto a Vox ronda el 40%. Al girar a la izquierda, los caminos se estrechan, proliferan anuncios que ofrecen “blanqueamientos” (de plásticos) y una bandera de la dictadura se eleva sobre las huertas frente a una pintada: “Pedro Sánchez cabrón. Franco no es el problema. El problema eres tú”.
Juan Plaza, el dueño de la bandera, lo es también de un pequeño invernadero donde cuelgan racimos de tomates cherry y trabajan un puñado de marroquíes. Votante “de izquierdas de toda la vida”, explica que ha cambiado a Vox porque refleja lo que “piensa la mayoría, aunque no sea capaz de decirlo”. Tiene 62 años; se queja con voz ronca: “Hacer hoy un invernadero te cuesta más de 300.000 euros. ¿Cómo lo amortizas? ¿Cómo es posible que venda el tomate a 60 céntimos el kilo y el precio final sea de 6 euros? Anda uno quemado vivo. El 90% del campo está entrampado”. Asegura que le cuesta comprender el mundo que le rodea. Son los días en que se celebra la Cumbre del Clima en Madrid, Greta Thunberg acaba de cruzar el Atlántico. “Tú ves a la niña esta del cambio climático”, dice. “¿Cómo va a ir? ¿En burro? ¿Va a ir en un pollino a Madrid? Hay cosas que es mejor ni hablar porque te cabreas”.
Francisco Fernández, de 51 años, otro empresario agrícola (y zahorí), relaciona el voto a Vox con el “estrés y la incertidumbre” en el sector. Cita el escaso margen, la deslocalización, la competencia de Marruecos, y que “los grandes cada vez se hacen más grandes”. “Cuando las entidades financieras se enteran de que un agricultor mediano está en la cuerda floja, se ponen en contacto con los grandes para que absorban esa finca”. Por eso ha votado a Vox. Por eso le gusta Trump: “Los medios lo tratan de loco, pero para mí no lo es. Le considero como un padre de familia para el que sus hijos son lo primero”.
Cuando se le interroga por los poblados chabolistas en los que viven algunos migrantes, responde: “Prefieren estar allí que pagar alquiler. ¿Por qué? Porque de chabolismo no pagan nada. Guardan todo para la olla y envían dinero a su país. Hombre, déjate algo aquí, genera riqueza al menos”. Entre las primeras medidas del Ayuntamiento de El Ejido, donde gobierna una coalición de Vox y PP desde junio de 2019, se encontraba el derribo de estos asentamientos. Uno de ellos se encuentra un poco más allá de la bandera franquista. Sobre una calva árida se levantan casitas cúbicas hechas con desechos de plásticos, palés y tubos de pvc. Una marroquí con una costra purulenta en el brazo muestra su casa y repite: “No trabajo, no comida”. Un gato raquítico atraviesa un charco en el que se mezclan la orina y la basura y los pesticidas. A veces llega a la nariz un suave aroma a tomates.
8 Autónomos
Amanece en el extrarradio de Madrid y se ven cultivos y descampados y naves industriales al borde de las urbanizaciones. Entre nudos de autopistas se promociona una macrodiscoteca donde seguir las mañanas del domingo. En esta zona del sur de la capital, que no es ni campo ni ciudad, ni Madrid ni Toledo, donde conviven familias jóvenes y ancianos que aún visten de pana, no hay apenas un municipio en el que Vox baje del 25%. En muchos supera el 30%.
Rafael Álvarez
Repartidor a domicilio de gasoil. 38 años. Moraleja de Enmedio (Madrid)
Opina que el alto porcentaje de voto en el cinturón sur de Madrid tiene un denominador común: "Estamos muy quemados". Comparte las propuestas de Vox al 95% y cree que era hora de "probar un cambio que lo renueve y enderece todo".
Rafael Álvarez, de 38 años, se mueve a diario por la comarca a bordo de su camión cisterna. Es repartidor a domicilio de gasóleo. Autónomo. Casado y con dos hijos. Vive en Moraleja de Enmedio, donde Vox fue la primera fuerza el 10-N. Nos encontramos en la sede del negocio familiar, la gasolinera MoraFuel Low Cost, con dos surtidores 24 horas, y un garaje donde guarda los camiones. Sobre el tejado, la bandera de España. Él tiene una espesa barba y va abrigado con un anorak. “Dices que has votado a Vox y parece que llevas una foto de Hitler en la cartera”. En su opinión, este voto va más allá de ideologías. Es un castigo a los “dinosaurios políticos”. Una apuesta por “algo nuevo, que dé un cambio, que intente remover y enderezarlo todo, porque esto cada vez va peor”. Añade: “Parece que Vox va a mirar más por nosotros”. Se refiere a “la gente de a pie”, “a los que curramos”, a los clientes de la zona. “Estamos todos igual. Cada vez con menos dinero, pero trabajamos más y más. No llegas a final de mes. Todo lo que se paga de impuestos, ¿dónde cojones va? ¿A las autonomías? ¿A subvenciones a gente que luego no produce? El dinero no te luce. Estamos muy quemados. Si cuanto más trabajo, más impuestos pago, ¿cómo lo hago? ¿Cómo puedo vivir mejor?”.
Siguiendo nudos de carreteras al sur de Madrid se llega a Numancia de la Sagra (Toledo), donde se despliega un polígono al borde de la autopista. En una de las naves, Salvador Sánchez se coloca el arnés y trepa a la grúa y se eleva para seguir con su faena: está adaptando el local a la normativa de seguridad. También es de Moraleja de Enmedio. Viste mono gris. Zapato de obra. Tiene ojeras cinceladas. Autónomo de 43 años, casado y con dos hijos, habla de un voto de castigo a los “corruptos”. De quitar subvenciones a partidos —“cuando monto un negocio, a mí no me ayuda nadie”—. Y del mensaje que ha calado en la zona: “La mayoría somos gente obrera y autónomos. Nos están cosiendo a impuestos sin sentido, porque realmente somos los que levantamos el país”.
Al hablar de violencia de género, deriva el debate a cuestiones penales. Reclama cadena perpetua. “Pero nada de estar viviendo a la sopa boba; grilletes y a arreglar carreteras”. Prosigue: “El violador que sale de permiso y reincide, ese tío no merece ni estar en la cárcel. Hay que quitárselo de en medio. Es un estorbo para la sociedad”.
—¿Apoya la pena de muerte?
—Por supuesto que sí.
Antes de continuar con el taladro, concluye: “Vivimos en una sociedad en la que no hay miedo a hacer el mal. Y como no hay miedo, hacemos lo que nos da la gana. Los delincuentes campan a sus anchas. No hay justicia. No hay ley. Al revés, se les protege a ellos”.
No muy lejos de allí, en el inmenso centro comercial Xanadú, en Arroyomolinos, al sur de Madrid, un hombre llega por el pasillo de mármol empujando un carro de bebé. Se detiene frente a un escaparate en el que destacan tres banderas de España: una de la Brigada Paracaidista (con la cruz de Borgoña), otra de la Legión y una más de la Guardia Civil. También se exponen cuchillos, sables, lanzas, máscaras de gas y todo tipo de objetos bélicos. El tipo forma una curiosa estampa con el carrito y acercando el morro al cristal para mirar el precio de un machete. Le ha fastidiado reconocerlo, “por el tópico”, pero ha resultado ser votante de Vox. Un policía nacional; pasó una década en la UIP (los antidisturbios). “El país vive un desmadre. El equilibrio se ha roto. Hay veces que tienes que poner un poco de orden”, argumenta su voto.
Arroyomolinos no era más que un viejo torreón, varias calles y unos centenares de personas en los ochenta. En 2010 alcanzaron los 16.000 habitantes. Hoy suman más de 30.000. Es, según su Ayuntamiento, “la ciudad más joven de España”. La edad media ronda los 31 años; y en la localidad, las hileras de viviendas homogéneas se extienden hasta donde alcanza la vista. Al municipio se mudaron muchos hijos de los obreros de Móstoles, Alcorcón y Fuenlabrada. Y en las elecciones de noviembre Vox fue la primera fuerza con un 27%. “Yo creo que vamos directos a un conflicto civil, como en el 36”, prosigue el policía, residente del municipio. Y saluda entonces a un amigo que es alto como una torre y se ha dejado caer por Xanadú. Es un compañero, de la UIP; acaba de regresar de Girona, donde fue destinado durante los disturbios de Cataluña. Habla de chavales que lanzan piedras, salen corriendo y se ponen a llorar cuando les pillas. El del carrito de bebé concluye: “La gente está acojonada. Yo incluido. No creo que vivamos mejor que nuestros padres”. A su lado pasa un trenecito cargado de niños.
9 El 1% más rico
La luz despierta breves destellos en los brackets de su boca cuando sonríe. Dice: “Santi para mí es… Soy fan number one”. Pilar de la Puerta tiene 18 años. Estudia Administración de Empresas y Business Digital Economy en la Universidad de Villanueva, un centro privado de “profundas raíces cristianas”. Acabó ayer los exámenes. Nacida y criada en Sevilla, hija de un ganadero taurino, vive desde hace cinco años en Pozuelo de Alarcón (Madrid), el municipio de mayor renta per capita de España. Recibe en casa de sus tíos, en La Finca, una zona conocida por albergar mansiones de futbolistas. Y quizás una de las áreas más conservadoras de España: en esta sección censal gana el PP (56%) seguido de Vox (29%) y Cs (10%). Suman un 95%. La sección pertenece al 1% más rico de España.
De la Puerta viste chupa de cuero. Falda con estampados. Botas. Ha estudiado en un colegio del Opus y estos días de vacaciones planea irse a una finca de sus abuelos, donde le gusta montar a caballo. Por edad, solo ha votado una vez en su vida. No dudó. Califica a su familia como “muy de derechas”. Votantes del PP. Hasta que llegó Vox: “Son gente de campo, tradicional, del no al aborto, como mi familia”, dice. “Nos sentíamos superreflejados. Representan nuestros valores”.
Pilar de la Puerta
Universitaria. 18 años. Pozuelo de Alarcón (Madrid)
Estudia Administración de Empresas y Business Digital Economy en la Universidad de Villanueva. Votó por primera vez en las elecciones generales del 10 de noviembre. Optó por Vox.
—¿Cuáles son esos valores?
—Familia, Dios, patria.
Cataluña, para ella, es clave: “Es el único partido que dice que no se va a separar”. Le “encanta” Santiago Abascal porque, aunque parezca “un tío un poco bruto”, tiene “las ideas superclaras”. “Transmite mucha seguridad y confianza, esa tranquilidad de que lo vamos a luchar y lo vamos a conseguir, españoles”. También le gusta Rocío Monasterio: “Es muy dulce y la veo como muy madre, ayudando a todo el mundo con esa sonrisa”. Le gusta Vox en general: “Se la ve gente humilde, honesta, de familia, que educa a sus hijos en valores, en la religión cristiana, se la ve gente buena. ¿Sabes? Gente bien”.
Ella ha acudido a numerosos actos y manifestaciones. “A las de Colón, siempre. Me encanta ir y gritar: ‘¡Yo soy española, soy de Vox!’. Y vamos todas mis amigas con las banderas a los mítines. He visto, en plan, a Santi ahí a un metrito”. Más que votar a Vox, se siente “parte” de Vox. “Me define. Voy y lo doy todo. Es como un concierto”. Y cree que parte del éxito tiene que ver con su presencia en redes sociales: “Tiene la cuenta de Instagram superactualizada. Nos enteramos de todo porque al final es nuestro día a día. Mitin aquí, mitin allá. Y todas acudimos”.
Hay otro evento que la vieja derecha no suele perderse: el Rastrillo Nuevo Futuro. Hoy arranca motores y suena El chiringuito mientras un grupo de señoras bien arregladas se pasea entre puestos que ofrecen lámparas, cubiertos, cristalería. En la esquina del bar donde sirven blinis, “la mejor merienda del rastrillo”, se encuentra Ana, de 73 años, viuda, madrileña y votante de Vox. Ejerció la abogacía, ayudó en la empresa familiar de publicidad y hoy se dedica sobre todo a “obras sociales”. Votó al PP desde que nació el partido hasta su desencanto con Rajoy —le llama “complejines”—. De los populares aún le gustan las ideas, “pero no se deciden a defenderlas”. Se refiere al “aborto por el aborto”, a la memoria histórica, al 155 “light” aplicado en Cataluña. “Vox es una reacción a cómo está España”, dice. “Hay tensión, aunque menor que el 23-F. Muchos tienen miedo; los de izquierdas y los de derechas”. Una amiga suya, también votante de Vox, aporta algo más: Abascal, dice clavando sus ojos felinos, tiene “un par de cojones”.
Semanas después, Ana nos recibe en su piso, en el barrio de Salamanca. El portal también corresponde a una sección censal donde vive el 1% más rico y allí la suma de las derechas roza el 80% del voto. Abre la puerta Mauricio, su “persona de servicio”. Ella se sienta en el sofá junto a un banderín de España y confiesa que vive con temor a que se escape “un tiro” o a que a “alguien se le ocurra la tremenda idea de asesinar a un político”. A pesar del duro contenido, la charla es agradable. Dice que, para ella, la extrema derecha sería Cristo Rey “en su época”, es decir, “gente no solo con ideas de derecha, sino semiterroristas”. Añade: “La extrema izquierda, por desgracia, está empezando a introducirse en el Gobierno”. Protesta por los whatsapps que se envían “como cohetes encendidos”, por parte de unos y de otros, a menudo con datos falsos. Sobre una mesilla, aún mantiene la foto firmada de José María Aznar y Ana Botella, con quienes guarda amistad. Pero en sus círculos Vox ha entrado como un ciclón: “Muchos amigos han cambiado su voto”. Incluso su servicio, Mauricio, es simpatizante de Vox, asegura. Aunque no pudo votar el 10-N, añade. Porque es colombiano.
Una escena de bar
Roquetas de Mar (Almería)
Asistimos a un debate entre los clientes de un bar de Roquetas de Mar al preguntarles por el auge de Vox.
La mecha de Vox
La desafección política, el sentimiento de abandono y la cuestión identitaria son claves en el auge del partido de ultraderecha en España.
Cuando Vox nació, su votante ya estaba allí, aunque aún no lo sabía. Era diciembre de 2013 y por esas fechas un tercio de los españoles opinaba, según el CIS, que había que revertir o recentralizar el Estado de autonomías. El paro, la corrupción y los políticos eran, por este orden, sus principales preocupaciones. Más del 50% estaba de acuerdo con la afirmación: “Los inmigrantes le quitan el trabajo a los españoles” (dato de 2014). Un 23% le profesaba “poca o ninguna simpatía” a los movimientos feministas y un 28% le tenía “poca o ninguna” simpatía a las organizaciones de gais y lesbianas (encuesta de 2010); un 47% veía en la Ley Integral de Violencia de Género un instrumento “poco o nada” eficaz; y un 60% estaba “muy o bastante de acuerdo” con la idea de que algunas mujeres interponen denuncias falsas “para obtener beneficios económicos y hacer daño a sus parejas” (en 2012). El país rondaba los 4,7 millones de parados; la derecha tradicional, en el Gobierno, se deshilachaba entre juicios; la presión fiscal había aumentado desde la crisis y se habían destruido más de 180.000 empresas; más del 80% consideraba la situación política y económica como “mala o muy mala”. Y también había un hueco: cuando a los ciudadanos se les preguntaba si eran de izquierdas o derechas, un 29% respondía “no sé” o “no contesto”. Existía la demanda. Faltaba la oferta. Vox se registró en 2013. Un año después tomó las riendas Santiago Abascal. En sus dos primeras elecciones generales, en 2015 y 2016, rondó los 50.000 votos. En las terceras, en abril de 2019, superó los 2,6 millones; en las últimas, las del 10-N, los 3,6 millones.
El ingeniero y analista de EL PAÍS Kiko Llaneras, que ha buceado en datos, estadísticas y encuestas sobre Vox en los últimos tiempos, pide “cautela” en las radiografías porque cree que los electores de cada partido son un mundo. Pero añade que se pueden distinguir al menos tres tipologías marcadas dentro de Vox. Al primero lo llama el “votante ideológico o identitario”. “Personas que se definen de derechas, que creen que la sociedad los define como tales, y que sienten que Vox es el partido que representa a los suyos. Existe en Madrid y en otras grandes ciudades, como Sevilla”. Para ellas, el conflicto separatista en Cataluña y la unidad nacional han sido claves, aunque ambos han sido un catalizador del voto para todo tipo de personas. El segundo perfil, que aflora en la costa andaluza y el Levante, incluiría a “personas que viven en zonas relativamente pobres de España en los que hay una alta presencia de inmigración y mucho trabajo en el campo”. Huelva, Almería y Murcia, la primera y única autonomía en la que Vox se ha impuesto en unas generales hasta la fecha, son un ejemplo claro. El tercer perfil, concluye Llaneras, es quizá el más difícil de definir, y probablemente el más interesante de investigar por su parecido con los chalecos amarillos en Francia; con los votantes del Brexit en el Reino Unido; con los forofos de Trump en Estados Unidos. Una suerte de perdedores de la Gran Recesión, en su mayoría hombres de entre 35 y 50 años —el grupo en el que Vox tiene más éxito—, con un nivel de estudios razonable y rentas relativamente altas. “Gente que en el momento de llegar al mercado laboral y formar una familia se encontró una de las crisis más grandes que ha vivido este país. Que probablemente tenía unas expectativas distintas sobre cuál iba a ser su vida”. Este perfil se percibe con intensidad alrededor de las grandes ciudades y podría explicar la fuerza de Vox en el sur de Madrid: localidades dormitorio por donde se fue ensanchando la capital en los tiempos de la burbuja.
El economista Thomas Piketty explica en su reciente ensayo Capital e ideología (Deusto) que el “aumento del sentimiento de abandono de las clases medias y populares” y de “las actitudes de repliegue identitario” guardan relación directa con el incremento de la desigualdad en Occidente desde la década de 1980. El Brexit y la elección de Donald Trump con sus propuestas de muros y patria, argumenta, son fenómenos que beben en parte de este descontento. Cómo de intensa es esta relación entre economía y populismo identitario es quizá una de las grandes preguntas de hoy.
“La venganza de los lugares olvidados”, lo llama Andrés Rodríguez-Pose, catedrático de Geografía Económica de la London School of Economics, que ha analizado infinidad de distritos electorales en Europa y EE UU en busca de una explicación del populismo. “Hay muchos territorios que reciben cada vez menos inversiones, menos servicios, que han crecido mucho menos que la media, han perdido empleo, productividad, que tienen mucho menos futuro y para los que no se han ofrecido ningún tipo de soluciones. Estos son los lugares que hoy en día se están oponiendo, que están decidiendo: ‘El sistema ya no nos beneficia’. Llevan mucho tiempo en declive y con la mecha de la crisis se han rebelado y han optado por votar a los extremos y, sobre todo, a la extrema derecha, a los partidos antisistema de corte populista”. Con ese voto, añade Rodríguez-Pose, están diciendo: “Si yo no tengo futuro, tú tampoco lo vas a tener”.
En su opinión, el “populismo” en Europa propone una “trinidad” con la que atrae a estos lugares que no importan: “Un discurso antiélite, un discurso antiinmigrantes y un discurso antieuropeo”. Los tres vectores generan un pensamiento binario: la idea del “nosotros frente a ellos”, fácil de comprender, en lugar de abordar los verdaderos retos que plantean la globalización, las migraciones, las economías de plataforma, la precarización del empleo, la tecnologización… “Estamos dejando problemas muy complejos que requieren un gran nivel de coordinación en manos de profetas que venden soluciones muy simples”. Y alerta de que este descontento generalizado y en especial “con la política y la democracia” es “el cóctel perfecto para que líderes de corte mesiánico se aprovechen, lleguen al poder y transformen la sociedad”.
Datos contra los bulos
Desde su origen, Vox difunde numerosas afirmaciones que no se sustentan con datos y hechos probados. A continuación, algún ejemplo.
1. Inmigración.
Ningún migrante recibe dinero por el hecho de llegar a España. Sí reciben atención humanitaria básica, regulada en el Real Decreto 441/2007. Tampoco optan a ayudas antes que un español. Estas se conceden por criterios objetivos en función de la renta y el grado de vulnerabilidad, con independencia del origen. Toda persona con residencia legal puede optar a las prestaciones de la Seguridad Social, según la Ley de Extranjería y siguiendo el principio de no discriminación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que España asume en la Constitución.
2. Seguridad.
España era en 2017 el tercer país más seguro de Europa, según Eurostat. Entre 2008 y 2018 la tasa de criminalidad se ha reducido de 51,9 a 44,1 infracciones penales por cada 1.000 habitantes, según el Ministerio del Interior. En ese periodo el porcentaje de extranjeros en España ha pasado del 11,3% al 10,1%, según el INE.
3. Cambio climático.
Existe consenso científico sobre la causa antropogénica del calentamiento global. Los estudios más fiables los elabora el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, organismo científico auspiciado por la ONU.
4. Violencia de género.
El convenio de Estambul, ratificado por España, la ONU y la legislación española reconocen la existencia de una violencia específica contra las mujeres, y por tanto distinta de la doméstica. Las condenas por denuncias falsas en casos de violencia de género rondan el 0,01% del total, según la Fiscalía General del Estado. Según el CGPJ, un 70% de las sentencias sobre violencia de género acabaron en condena en 2018; el 75% de los condenados por delitos sexuales en 2017 eran españoles.