La arquitectura de Zuazo y Fisac en Madrid traza un amor de película
Un cortometraje de Elías León Siminiani, preseleccionado para los Goya, explica la capital durante la dictadura con el romance de dos universitarios y sus espacios compartidos
En los pasillos y las galerías surge otro conocer. Allí intiman los estudiantes, que repasan entre clases sus apuntes y se plantean los unos a los otros las dudas que por pudor callan ante el maestro. Consciente tal vez de esta costumbre, el arquitecto Miguel Fisac dio al aprendizaje informal un lugar en el Instituto de Formación del Profesorado, la actual Facultad de Estudios Estadísticos de la Universidad Complutense, levantado en 1954. Unos pórticos de hormigón ondulante que cruzan el complejo esculpidos por el viento y...
En los pasillos y las galerías surge otro conocer. Allí intiman los estudiantes, que repasan entre clases sus apuntes y se plantean los unos a los otros las dudas que por pudor callan ante el maestro. Consciente tal vez de esta costumbre, el arquitecto Miguel Fisac dio al aprendizaje informal un lugar en el Instituto de Formación del Profesorado, la actual Facultad de Estudios Estadísticos de la Universidad Complutense, levantado en 1954. Unos pórticos de hormigón ondulante que cruzan el complejo esculpidos por el viento y posibilitan el hipotético encuentro entre Andrea y Sebas. Estos dos alumnos primerizos protagonizan Arquitectura emocional 1959, la última ficción de Elías León Siminiani (El caso Alcàsser, 800 metros), un cortometraje de media hora preseleccionado para los Goya que explica el Madrid de la dictadura con dosis de amor y urbanismo.
La película acaba de obtener cinco premios en el Festival Internacional de Cine de Alcalá de Henares, que se suman a la espiga de oro de la Seminci vallisoletana. Capta un momento en el romance entre dos jóvenes de distinta clase social: Andrea es hija biológica del nacionalcatolismo, Sebas procede de una familia de trabajadores de la Empresa Municipal de Transporte (EMT) que perdió la guerra. Si ella puede atisbar el parque del Retiro desde su dormitorio en la calle de Antonio Maura, él se da de bruces con las cocheras de la ciudad, muy pegadas a la colonia de San Cristóbal en la que vive. Algo más de siete kilómetros separan estos enclaves, ambos obra de Secundino Zuazo, que a su vez proyectó la prolongación del paseo de La Castellana para unirlos.
Cuatro rascacielos ensombrecen hoy las casas baratas de Zuazo, acorraladas por el crecimiento del norte. El proyectista pasó largo tiempo en Gran Canaria, defenestrado por su compromiso republicano y, de vuelta a la capital, ensayó en estas viviendas para trabajadores de la EMT preceptos modernos como la ventilación cruzada, el ladrillo visto y una fachada rectilínea que se opone a las bóvedas tabicadas de los corredores. En las zonas comunes, plantó hacia 1948 una piscina, equipamientos deportivos, zonas verdes y hasta una iglesia. Poco queda de aquella villa proletaria, lo cual no impide a Siminiani intuir en este territorio “huellas de vida en común”. “El corto pretende ser un grano de arena en la divulgación del patrimonio, en la conciencia respecto al impacto emocional de la arquitectura”, expone el director.
Zuazo había comenzado a labrarse 25 años antes un futuro como promotor. El edificio donde vive Andrea constituyó de hecho la primera aventura empresarial del arquitecto, muy crítico con el desarrollo general del barrio de Salamanca y sus problemas de ventilación. Carlos María de Castro había definido a finales del siglo XIX las manzanas ortogonales de aquel ensanche, en cuyo interior dejaba un gran espacio libre que la iniciativa privada fue ocupando con el paso de las décadas. Defensor de la función social del oficio, Zuazo se negó a seguir aquella senda especulativa para su proyecto de la calle de Antonio Maura, dotado con una única vivienda por planta. Tampoco ornamentó el alzado como hacían otros estudios con el objetivo de colocar el producto más vistoso en primera línea del mercado inmobiliario.
La protagonista del cortometraje reside en uno de esos dúplex de 400 metros cuadrados que pusieron de moda a Zuazo entre la burguesía capitalina de la época. El arquitecto mantuvo durante toda su trayectoria un pulso interior entre tradición y modernidad parecido al que Andrea libra en lo referente al amor de Sebas. Siminiani explica: “Tienen visiones distintas del mundo, fruto de su origen y experiencia. Parto de la idea de que el espacio puede alejar a las personas, segregarlas, crear desigualdades, pero también todo lo contrario, como explica Alain de Botton en La arquitectura de la felicidad. Las casas tienen una cierta psicología que se contagia y acerca a las personas. Podemos definirlo como el subtexto de los edificios, por utilizar un término que se aplica a los personajes de las películas. Allí nos enamoramos, tenemos desencuentros, epifanías, éxitos, fracasos o celebraciones”.
“Llevo tiempo preguntándome cómo se puede tratar el espacio en el cine para hacer de ello algo más que un telón de fondo”, agrega el director, aunque se diría que ya nombra el hecho arquitectónico con un lenguaje propio, mezcla de archivo audiovisual y teatro brechtiano. La trama tiene lugar en el Madrid actual, con sus motos y sus coches de última generación, pero el público logra transportarse a los años cincuenta gracias a la narración del propio director, como ya hizo en Mapa (2013) y Apuntes para una película de atracos (2018). Sobre estos cimientos edificará también su próxima película, Reconstrucción, que se centra en las ciudades europeas tras la II Guerra Mundial. Profundiza asimismo en las heridas del tiempo, en los conflictos eternos que todavía mutan, en el sencillo deseo de vivir un poco mejor. “Me he puesto a imaginar historias a partir de la configuración de los lugares”, concede.
La triangulación arquitectónica de Andrea y Sebas tiene otro vértice en el viejo Instituto de Formación del Profesorado. En esta acrópolis docente, organizada en torno a patios y fuentes hoy secas, Fisac dejó patente una admiración por la Alhambra que, además, compartía con Zuazo. Ambos se retiraron en 1952 durante tres días a Granada, donde encontraron junto a otra veintena de compañeros las bases de una nueva arquitectura española en la eternidad del palacio nazarí. Fernando Chueca Goitia redactaría al año siguiente el manifiesto del grupo, una carta de amor a la fortaleza roja, mientras Fisac ponía en marcha las obras de su nuevo proyecto en la Complutense a imagen y semejanza andalusí. Años más tarde, en Carta a mis sobrinos, el maestro dejaría escrito: “Tenía el suficiente criterio para juzgar que la mascarada imperialista que se estaba construyendo en España no nos conduciría a ninguna parte”.
Los paños de ladrillo visto y la estricta modulación del hueco en las fachadas del viejo instituto vibran con la incidencia de la luz, razón por la cual Siminiani rodó el enclave durante las cuatro estaciones. “Lo hicimos con los tres edificios principales de la película, eso ralentizó la producción, pero nos permitió acompañar el vaivén emocional de los protagonistas con cambios en el follaje y los edificios, como si estos también albergaran emociones”, relata el cineasta. El lanzamiento de su filme coincide con un anuncio de la Complutense. La universidad reabrirá el aulario de Estadística —donde hubo una guardería clausurada desde 2009 por riesgo de derrumbamiento— y le devolverá su uso original: dos clases en forma de abanico, tal como en su día las proyectó Fisac. La actuación ascenderá a unos 400.000 euros, ya presupuestados en el plan estratégico, pero Sebas y Andrea no merecen menos. La facultad que los unió atestiguará nuevos romances.
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