¿Renunciar a chuletones para salvar el planeta?
Casi todo el mundo está de acuerdo en que hay que salvar a la especie humana. Hacer pequeños sacrificios para ello es otro cantar
Si usted pregunta por ahí si es necesario salvar el mundo de la amenaza medioambiental (o de cualquier otra), una mayoría de personas sensatas estará de acuerdo en ello. A la hora de ponerse manos a la obra, la cosa ya no está tan clara, porque del dicho al hecho hay un trecho, y a ninguno nos gusta prescindir de esas pequeñas comodidades que, todas sumadas, destruyen la posibilidad de habitar el planeta Tierra.
Está muy OK preocuparse por el Cambio Climático, pero luego sienta fatal no pedir cosas por Amazon, dejar de consumir como maníacos en Navidad, gastar menos energía o tener que ...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Si usted pregunta por ahí si es necesario salvar el mundo de la amenaza medioambiental (o de cualquier otra), una mayoría de personas sensatas estará de acuerdo en ello. A la hora de ponerse manos a la obra, la cosa ya no está tan clara, porque del dicho al hecho hay un trecho, y a ninguno nos gusta prescindir de esas pequeñas comodidades que, todas sumadas, destruyen la posibilidad de habitar el planeta Tierra.
Está muy OK preocuparse por el Cambio Climático, pero luego sienta fatal no pedir cosas por Amazon, dejar de consumir como maníacos en Navidad, gastar menos energía o tener que pagar más por ella, pasar de los plásticos en el supermercado, no abusar del aire acondicionado o consumir menos carne roja (si no teníamos suficiente con los terraplanistas, los homeópatas o los antivacunas, tenemos ahora a los negacionistas de la moderación cárnica). Queremos libertad adolescente de la que despacha la presidenta Ayuso, pero la parte adyacente, la de la responsabilidad individual, se la dejamos a ministros del Partido Comunista de España.
Las cosas pequeñas, las pequeñas costumbres, curiosamente, son las más difíciles de cambiar y hacen un daño muy grande. Se llama problema de la acción colectiva: pensamos que nuestras acciones son irrelevantes
Las cosas pequeñas, las pequeñas costumbres, curiosamente, son las más difíciles de cambiar y hacen un daño muy grande. Se llama problema de la acción colectiva: pensamos que nuestras acciones son irrelevantes, porque solo somos uno entre miles de millones, de modo que: ¿qué importa que yo no recicle, o no vote, o no compre productos semiesclavos, si soy tan insignificante en mitad de la multitud? Cuando todo el mundo piensa de la misma manera, los problemas colectivos se hacen irresolubles.
El filósofo Timothy Morton ha llamado hiperobjetos (véanse los libros publicados por Paidós o la editora Adriana Hidalgo) a cosas enormes, que se extienden prolijamente por el espacio y por el tiempo y que son de difícil gestión por la pequeñez del ser humano. Estas cosas nos superan y nos recuerdan, como hicieron Copérnico o Darwin, nuestro papel subalterno en el cosmos. El Cambio Climático es complicado de enfrentar, en parte porque no será un desastre tan obvio como, por ejemplo, la pandemia (que pese a su contundencia levantó oleadas de negacionismo y conspiranoia). Los cambios producidos por el calentamiento global serán paulatinos, variados, algunos difíciles de identificar, de relacionar o de demostrar. Habrá quién diga que tal catástrofe natural o tal fenómeno extremo no tiene nada que ver con las emisiones de gases de efecto invernadero, y así, en broncas de Twitter, avanzaremos alegres hasta la destrucción final.
Mientras tanto las altas temperaturas hacen que en Canadá los mejillones se cuezan en la playa y que Madrid sea una parrilla sobre la que se fríen los ciudadanos. En realidad, los partidarios de comer parrilladas sin control verán ventajas en el calentamiento global: las olas de calor producidas por el hiperobjeto permitirán cocinar hiperchuletones sobre los capós de los coches, aumentando así exponencialmente los placeres de la buena vida.
Suscríbete aquí a nuestra nueva newsletter sobre Madrid.