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El CCCB rompe los clichés de sensiblera y cursi atribuidos a Mercè Rodoreda

‘Rodoreda, un bosque’ ahonda en la literatura de la escritora y la pone en diálogo con 400 obras de artistas como Suzanne Valadon, Fina Miralles, Ramon Casas o Marc Chagall

El CCCB propone una nueva mirada, exhaustiva y sin prejuicios, a la literatura de Mercè Rodoreda, la escritora en lengua catalana más importante del siglo XX y la más traducida, que es posible leer en cuarenta lenguas. Rodoreda, un bosque se sacude todos los clichés atribuidos a la autora, empezando por los de sensiblera y cursi, para reivindicar la contemporaneidad formal y temática de su obra, y a la vez su radicalidad, que la revela como una escritora “inocente y cruel, infantil y macabra, realista y fantástica”, todo a la vez, según la comisaria de la exposición, Neus Penalba, de quien la directora del centro, Judit Carrera, ha dicho en la presentación que tiene una “mirada brillante sobre Rodoreda”.

La panorámica sobre Rodoreda (Barcelona, 1908- Girona, 1983) era una de las exposiciones más esperadas de este año en el CCCB y, como se trata de una gran producción, que ha contado con muchas colaboraciones y sobre todo cesiones de obras, se va a poder ver hasta el 25 de mayo de 2026. Tiene forma de recorrido y es importante ir con tiempo, porque, cómo decía Neus Penalba, ensayista y crítica literaria, autora de Fam als ulls, ciment a la boca (Edicions 3 i 4), es fundamental leer todas las citas de la autora, no solo para entender como dialogan con las obras seleccionadas, sino para darse cuenta de su gran escritura, que además de bella, esconde muchas interpretaciones más allá de lo textual.

No se trata de una exposición biográfica, sino de una inmersión en sus textos y su imaginario, que se divide en seis ámbitos donde se recogen sus principales temas: la inocencia, el deseo, la guerra, las casas de Barcelona, la metamorfosis y el alma. Cada cita seleccionada se pone en relación con alguna obra que ha tratado antes o después los mismos hechos, sufrimientos, anhelos o esperanzas, como las de Suzanne Valadon, Fina Miralles, Ramon Casas, Marc Chagall, Remedios Varo, Leonora Carrington, Picasso, Dora Maar, Man Ray, Laia Abril, Alice Rohrwacher o Josefa Torres, por poner solo algunos ejemplos de las 400 obras que se incluyen.

Sin duda, uno de los momentos de máxima fusión entre las palabras de Rodoreda y una obra de arte lo encontramos en una cita de Quanta, quanta guerra, en que el protagonista relata “cómo se plantó”, haciendo un agujero profundo en la tierra, metiéndose hasta las rodillas y regándose para que le salgan raíces, y se convierta en ramas y hojas. Es la misma secuencia de Fina Miralles en un trabajo fotográfico llamado Mujer-Árbol, de 1973, donde la artista se fotografía convirtiéndose en árbol.

Otro de los documentos de la exposición es el cartel de la película La plaça del diamant (1982), interpretada por Sílvia Munt bajo dirección de Francesc Betriu. Neus Penalba, que ha estudiado a fondo la obra de la escritora, cree que esta adaptación al cine tiene parte de culpa en el trato a Rodoreda con condescendencia, porque dio la imagen de una Colometa, la famosa protagonista, excesivamente cándida, alejada del personaje con muchos más matices (también grotescos) del original y asociándolo con la autora sin ningún fundamento. “Nunca escribió autoficción”, ha puntualizado. La comisaria no ha dejado pasar la ocasión para criticar que en el ámbito académico la escritora fue tratada con cierto machismo.

Para combatir esa idea de una Rodoreda simplona, la muestra habla de un bosque, un concepto que va mucho más allá del jardín, que tanto se le asocia con tintes naif. A Rodoreda le encantaban las flores y la naturaleza, pero no escribía sobre ello, sino que toda esa fuerza natural, con sus estadios y expresiones diversas, subyacen en todas sus obras. “En Rodoreda jardín no significa paraíso perdido”, apunta la comisaria, sino que las flores pueden ser bellas y venenosas, a la vez que florecer en bosques siniestros como pasa en La mort i la primavera, pero también en Mirall trencat, una cita de la cual se confronta con un oscuro paisaje de Santiago Rusiñol, Calvario de Soneja (1901), donde más allá del camino lóbrego de cipreses brillan las estrellas.

Recientemente reeditada y estudiada por la misma Neus Penalba, La mort i la primavera tiene zonas oscuras, muy oscuras; pero también lo tenebroso florecía en Aloma, una de sus novelas de juventud que recuperó después del éxito de La plaça del Diamant, como también había artificios perversos antes en cuentos como La meva Cristina. “Rodoreda no se vuelve oscura al final de su vida, cuando escribe La mort i la primavera, ya lo era en Aloma”, defiende Neus Penalba, que detalla que en sus inicios ya usaba un catalán conciso y sin artificios, que también es identificable en Jardí vora el mar, que dialoga aquí con Autorretrato (1948), de Francesc Todó, donde incluso se puede intuir esa cruz que atraviesa el paladar de uno de sus personajes al nacer.

Exprofeso para esta gran exposición, que pretende canonizar a la escritora catalana más universal, se han encargado cinco obras de nueva creación a artistas catalanes, que ya habían leído a Rodoreda, con Martí Sales como responsable de este proyecto. Oriol Vilapuig presenta un gran mural con estampas, fotografías, vídeos y otros objetos, que evoca un retablo gótico a raíz de La mort i la primavera; mientras Mar Arza, con dos esculturas de papel y cemento, simboliza la violencia extrema que se ejerce contra el pueblo y el deseo en esta última obra. Por otra parte, Èlia Llach construye con fotografías y pintura, vídeo y sonido un espacio de tinieblas, que evoca la frase que Rodoreda escribió a su amiga Anna Murià en una carta de 1940: “Mi deseo más ferviente es verlo todo en llamas”. Además, Cabosanroque construyen un pasillo donde con belleza se expresa el horror de la guerra y el exilio, a partir de textos de varios de sus libros; y Carlota Subirós recupera nueve de las actrices que interpretaron a Natalia, el nombre real de Colometa, en una aplaudida versión teatral de La plaça del Diamant con la propuesta El tiempo dentro de mí, que se adentra en la integración silenciada de la violencia, la vivencia del paso del tiempo o la búsqueda de la propia identidad.

Todas ellas situaciones que también formaron parte de la trayectoria de esta escritora total que el CCCB pone en el lugar que merece para tender puentes entre su obra y el presente. La exposición aprovecha la idea orgánica del bosque como una alegoría de su literatura, según Neus Penalba. Después del pecado original, un bosque brota, crece, se expande, se intrinca, se enraíza e incluso a veces se quema, pero siempre rebrota y su espesura es capaz de alojar todo un mundo e, incluso, varios mundos. Como las obras de Mercè Rodoreda.

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