Junts y el PSOE: divorciarse nunca es fácil
El partido de Carles Puigdemont intenta hallar el camino entre la oposición al PSOE y evitar ser relacionado con el bloque PP-Vox
Separarse es difícil. Divorciarse, aún peor. Incluso pese a que jamás hubiera amor y todo lo sostuviera un simple contrato de conveniente aritmética parlamentaria. La siempre anhelada unilateralidad tampoco le ha funcionado a Junts per Catalunya a la hora de romper su acuerdo con los socialistas, a raíz de los incumplimientos del pacto de investidura de Pedro Sánchez. Los de Carles Puigdemont, pese a un deseo real de ruptura, son ahora víctimas de su maximalismo y siguen sin dar con la fórmula de un camino medio entre su rechazo al PSOE y cierto alineamiento con el eje PP-Vox. Una lógica ensay...
Separarse es difícil. Divorciarse, aún peor. Incluso pese a que jamás hubiera amor y todo lo sostuviera un simple contrato de conveniente aritmética parlamentaria. La siempre anhelada unilateralidad tampoco le ha funcionado a Junts per Catalunya a la hora de romper su acuerdo con los socialistas, a raíz de los incumplimientos del pacto de investidura de Pedro Sánchez. Los de Carles Puigdemont, pese a un deseo real de ruptura, son ahora víctimas de su maximalismo y siguen sin dar con la fórmula de un camino medio entre su rechazo al PSOE y cierto alineamiento con el eje PP-Vox. Una lógica ensayo-error parece estar detrás de los bandazos, equilibrios y sobreactuaciones de los últimos días.
“No habrá más colaboración, ni más negociación”, aseguró vehementemente el 5 de noviembre la portavoz en Madrid de Junts, Míriam Nogueras. Una rueda de prensa en la que se repetía el mensaje que una semana antes había lanzado el propio Puigdemont, tras reunir a la Ejecutiva de su partido en Perpiñán y donde se respaldó de manera conjunta la decisión de romper: “El Gobierno no podrá recurrir a la mayoría de la investidura, no tendrá Presupuestos, no tendrá capacidad para gobernar”, dijo entonces el expresident. En la ciudad francesa se había dejado abierta la posibilidad de negociar, partido a partido, según “los intereses de Cataluña”. Nogueras, después, quemó las naves. El pasado jueves, sin embargo, salvaron al Gobierno absteniéndose en una enmienda del PP para alargar la vida de la nuclear de Almaraz.
En Junts son víctimas de su propio maximalismo. No fue precisamente una declaración de amor, pero sí una red flag que terminaría por marcarlo todo: en septiembre de 2023, en una conferencia en Bruselas, el líder de Junts entronizó “el cumplimiento de los compromisos por adelantado” como base del futuro acuerdo con el PSOE. Buscaba así la cuadratura del círculo. Primero, apretar las tuercas de la negociación de la investidura de Sánchez. Segundo, intentar dar garantías a los suyos en el viraje de la confrontación al diálogo con el Gobierno. Y, tercero, contrastar con el rival, Esquerra Republicana, al que quería mostrar como un partido entregado que daba sus votos “a cambio de nada”.
Pero ese dogma del cobro por adelantado chocó con la dura realidad del tiempo político. Por ejemplo, con la oficialidad del catalán, el gallego y el euskera en la UE. Hasta el propio Puigdemont ha llegado a alabar los esfuerzos del ministro de Exteriores, José Manuel Albares, a la hora de exponer y defender el plurilingüismo del Estado en Europa en términos de reparación histórica. El desespero por la falta de resultados, sin embargo, fue más grande que la paciencia necesaria para lograr que un laborioso trabajo de lobby diplomático llegara a buen puerto. Más aún con un PP que maniobra para que naufrague ese acuerdo, justo el tipo de acciones que hace que cualquier vinculación con los de Alberto Núñez Feijóo genere un rechazo inmenso en las bases de Junts. El amor no pasa por ahí.
La política doméstica catalana también aprieta y en Junts miran con recelo qué hay dentro de su bolsa de cosecha de cumplimientos y qué hay en la de Esquerra. Mientras que los neoconvergentes ven en la suya la falta de publicación de las balanzas fiscales o el fracaso legislativo de la delegación de competencias, ERC tiene en capilla temas de calado como el traspaso de Rodalies, la quita del Fondo de Liquidez Autonómica o la financiación singular. Junts, además con un papel secundario en el Parlament, teme ser percibida como una fuerza sin utilidad, más con la xenófoba Aliança Catalana pisándole los talones. En breve se publicará el último barómetro del CEO, el CIS catalán. Está por verse la relación temporal entre la recogida de la muestra y estos últimos eventos y el desgaste y subida que presenten ambas formaciones.
Con todo, los de Nogueras y Puigdemont están condenados a verse con el ex y el pretendiente indeseado en cada votación. La crítica a la estrategia del expresident, a la espera de que la justicia decida sobre la amnistía, también incluye que se omitiera en toda la escenificación una pequeña posibilidad de viraje. Ya no una pista de aterrizaje, al menos un pequeño helipuerto. Esas mismas voces sostienen que el discurso de la exigencia, si bien podía sonar impotente en ocasiones, permitía subir y bajar el volumen de acuerdo con lo que se fuera consiguiendo. “Hay frustración personal y mucha impaciencia”, asegura un ex alto cargo del Govern que Junts compartía con ERC.
Nadie en Junts ve ni la más remota posibilidad de darle cualquier tipo de juego a las maniobras de PP y Vox para descabalgar a Sánchez. Pero sí aceptan que uno de los retos de su nueva situación es que no se entienda su nuevo estatus de oposición dura como un apoyo implícito al eje de la extrema derecha. Ahí juega un papel balsámico el PNV, cuyo voto en cuestiones ideológicas alineadas a la derecha permitiría a la formación catalana también mostrar perfil y navegar sin etiquetas.
No hay que amar para querer. Desde la pasada campaña electoral de las generales, EH Bildu mostró que se puede hacer una campaña propia exitosa y al mismo tiempo aceptar que la única manera de frenar a la ultraderecha es un Gobierno progresista de PSOE y Sumar. Un discurso que Junts y ERC siempre se han resistido a asumir, viendo en él la base de un chantaje por parte de los de Pedro Sánchez cuando se exige el cumplimiento de pactos. Cada intervención del republicano Gabriel Rufián en el Congreso da cuenta de que ERC le ha perdido miedo a ese pragmatismo y que ha aprendido a navegar la oportunidad, pese al riesgo. Junts sigue callando, incluso pese a decisiones apabullantes favor de la amnistía, como la del abogado general del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de esta semana.