Salvamento Marítimo, ante sus horas más intensas: “Nuestra misión es salvar vidas, todas las que podamos”
La responsable del centro de coordinación que está llevando el peso de la crisis migratoria y el capitán de una embarcación de rescate relatan cómo viven el que está a punto de convertirse en el año con más llegadas de migrantes
El Centro de Coordinación de Salvamento Marítimo en Santa Cruz de Tenerife está viviendo las que, probablemente, sean sus horas más intensas desde la creación del organismo estatal hace 30 años. “Son días frenéticos, de mucha tensión y actividad, parecidos a los que vivimos en 2006, cuando la crisis de los cayucos”, admite la jefa del Centro de Coordinación de Salvamento Marítimo (Sasemar) de Santa Cruz de Tenerife, Dolores Septién. Sol...
El Centro de Coordinación de Salvamento Marítimo en Santa Cruz de Tenerife está viviendo las que, probablemente, sean sus horas más intensas desde la creación del organismo estatal hace 30 años. “Son días frenéticos, de mucha tensión y actividad, parecidos a los que vivimos en 2006, cuando la crisis de los cayucos”, admite la jefa del Centro de Coordinación de Salvamento Marítimo (Sasemar) de Santa Cruz de Tenerife, Dolores Septién. Solo este fin de semana han arribado con vida unos 700 migrantes, lo que lleva la cifra total de llegadas por encima de las 30.000, según el Ministerio de Interior. Ellos, con todo, han sido los más afortunados. Al menos una veintena de personas que viajaba en uno de los cayucos murió en el mar, y sus cadáveres fueron arrojados al mar durante la travesía, afirmaron los supervivientes. Cuando la embarcación fue rescatada este sábado, se descubrió que a bordo viajaba el cuerpo sin vida de un niño de unos 12 años. Este mismo fin de semana, otros tres migrantes que habían llegado en dos cayucos a la isla de El Hierro fallecieron en diversas circunstancias. Uno de ellos fue encontrado muerto por otro migrante en el baño del centro de primera estancia donde había sido trasladado. Es la cara más amarga de un trabajo al que ha dedicado su vida. “Da una pena inmensa y un sentimiento profundo de frustración”.
Septién (Bilbao, 58 años), capitana de marina mercante y en Sasemar desde 2005, ha trabajado en primera línea en la gestión de los dos principales repuntes migratorios que ha vivido el archipiélago. En 2006 se encontró en primera fila con la llamada crisis de los cayucos, que dejó en las islas 31.678 desembarcos. Actualmente, está al mando de un equipo de 24 personas para gestionar la mayor parte de llegadas en un año que está a punto de convertirse en el de más llegadas de la historia.
“No hay dos operaciones iguales”, explica Septién en conversación telefónica, “aunque casi todas empiezan por una llamada de teléfono”. Los avisos pueden proceder del SIVE [siglas de Sistema Integrado de Vigilancia Exterior] de la Guardia Civil, de los barcos que están en las inmediaciones, de alguna ONG o, incluso, de los propios familiares. A veces, incluso son los propios migrantes los que llaman desde alta mar. “Las emergencias que recibimos desde embarcaciones precarias son especialmente extremas. En ellas escuchas los ruidos de los motores y el agua, pero, sobre todo, los lamentos y las voces de desesperación”. En esos momentos, relata, “tienes que tratar de calmar a los pasajeros y lograr que, de alguna manera, faciliten toda la información sobre la situación y las condiciones a bordo. Muchas veces ya te dicen que vienen con una vía de agua, que tienen el motor averiado, que llevan un tiempo a la deriva, o que vienen niños… Son conversaciones en las que se va acumulando el drama”.
Una de las claves que puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte es conocer la posición de la nave. “Si no la tenemos, el tema se complica, porque tienes que hacer cálculos desde la última vez que se tuvo noticias de ellos. Si llamaron por teléfono, solemos contactar con las operadoras para ver si de alguna manera nos puede facilitar la ubicación”, señala Septién.
Una vez tomadas las decisiones, es el turno de otros profesionales de Salvamento Marítimo como Benito Núñez (Redondela, 57 años) es uno de los dos capitanes de la Guardamar Polimnia. Este barco está asignado a la isla de Lanzarote, por lo que en estos momentos no está a las órdenes directas Septién, dado que la isla corresponde al Centro de Coordinación de Las Palmas—. Son las diez de la mañana de un soleado lunes, y pese a su aseado aspecto, Núñez apenas ha tenido tiempo de dormir tras dos rescates. “Han sido horas duras”, admite en el puente de mando. “Pero no podríamos irnos a descansar sabiendo que hay gente ahí fuera que nos necesita. Nuestra misión es salvar vidas, todas las que podamos. No reparamos en nada más. Punto. Y por eso funciona tan bien Salvamento Marítimo, porque hay gente que está entregada a su trabajo”.
La Sociedad de Salvamento y Seguridad Marítima entró en funcionamiento en 1993 y emplea actualmente a 1.400 personas. Depende del Ministerio de Fomento, cuenta con 87 unidades marítimas y aéreas y opera en 19 puntos en la costa —además del centro de Madrid— Dos de estos centros están en Canarias —el que dirige Septién en la provincia de Santa Cruz de Tenerife y el centro de la de Las Palmas, a las órdenes de Sofía Hernández—. En las islas hay destinadas 15 embarcaciones — dos remolcadores de altura, diez salvamares (embarcaciones de intervención rápida), tres guardamares (plataformas intermedias entre los remolcadores y las salvamares), así como dos helicópteros y un avión. “Tenemos medios suficientes”, subraya Núñez. El ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, incidió recientemente en esta idea. España tiene “músculo suficiente”, aseguró en una visita a Las Palmas de Gran Canaria en la que anunció refuerzos para Salvamento Marítimo.
El portavoz del sindicato CGT en Sasemar, Ismael Furio, discute; sin embargo, estas afirmaciones. “Los trabajadores estamos completamente desbordados”, asegura en conversación telefónica. “Tenemos un problema y el Gobierno se ha propuesto que esto se oculte”. “En El Hierro hay dos tripulaciones que se turnan haciendo guardias de una semana, 24 horas seguidas. Necesitamos ya un tercer turno. Y es falso que haya 15 embarcaciones”, subraya: solo siete están realmente operando en rescate, de modo que, según Furio, “apenas 36 personas a la semana tienen que sacar adelante estos miles y miles de rescates. “Por no tener, no tenemos ni taquilla a bordo, ni un aseo en condiciones en puntos clave como Arguineguín: tras un rescate tenemos que ir a los bares”.
Escasa preparación
La precariedad es una de las claves de una ruta que se cobra miles de vidas cada año. No hay datos del todo fiables al respecto, dado que la mayor parte de cadáveres nunca se recupera. La ONG Caminando Fronteras cifra en 1.784 las víctimas en este trayecto en 2022, del total de 2.390 migrantes que fallecieron en 2022. Según sus cálculos, al menos otras 800 han perecido en la primera mitad del año. El programa Missing Migrants de las Naciones Unidas calcula las muertes en 559 en 2022 y al menos otras 440 en lo que va de 2023.
La escasa preparación con que los migrantes acometen el viaje resulta trágica. “Todas las rutas son peligrosas”, explica Septién. “El trayecto sería salvable con una embarcación preparada, pero viajan en las peores condiciones, en el alambre. Vienen en barcas de goma de suelo rígido que no llegan ni a zódiacs, van sin chalecos... Un padre o una madre no expondrían a sus hijos a navegar de esta manera en medio de la noche si no hay una gran desesperación por medio”.
Núñez vivió uno de estos dramas a principios de octubre, cuando en pleno trayecto hacia el rescate naufragó una neumática y desaparecieron siete personas. “No nos dio tiempo a llegar”, rememora. “Un pesquero marroquí los vio pasar y se puso a su lado y nos avisó. Salimos en su búsqueda a toda máquina, no podíamos ir más rápido. Pero cuando faltaban unos 35 minutos para llegar, nos llamaron par radio para avisarnos de que el barco se estaba hundiendo, que la gente se iba a morir”: Núñez ya había dado indicaciones al capitán del Maranda Octavo de que salvase a todas las personas que pudiese. Logró rescatar a 41. ”Y cuando llegamos, ocurrió uno de esos milagros de la mar: encontramos en la proa a dos vivos en el agua, flotando”. No pudieron hacer mucho más. ”Uno de los rescatados no cesaba de preguntar por su mujer y su hija. Desgraciadamente, parece ser que no se salvaron. “Da mucha pena. Es una verdadera tragedia”.
Son los peores momentos, admiten. “No cabe duda que te deja mella”, explica la coordinadora. ”Afortunadamente, contamos con apoyo psicológico. También hablamos entre nosotros, con las unidades, que nos transmiten sus inquietudes”. Y completa: “Creo que, con todo, se está resolviendo muy bien la situación”. “He vivido 14 años en África”, retoma Núñez. “Ahí no hay nada y aquí lo tenemos todo”. Y sentencia. “Al final del día, esta labor compensa. Cuando los tienes a bordo, dándote las gracias, es cuando ves el ser humano en estado puro. Han vuelto a nacer. Por eso, pese a todo, cuando vuelvo a casa por la noche siempre me digo: ‘joé, qué trabajo más bonito tengo”.