Escribir a mano: un antídoto a las prisas tecnológicas (y un nuevo sesgo de clase)
La caligrafía encuentra un estado de gracia como expresión artística, un instrumento de resistencia y antídoto contra la aceleración
La muerte de la caligrafía se ha vaticinado desde hace siglos. Sin embargo, escribir a mano, algo romántico pero escasamente pragmático, vive un momento de resurgimiento. Más allá de las aulas, la caligrafía encuentra un estado de gracia como expresión artística, convirtiéndose en un instrumento de resistencia y antídoto contra la aceleración.
“La caligrafía escolar se manifiesta como un claro dispositivo de poder. La imposición de una caligrafía uniforme y correcta no era un fin estético en sí mismo, sino una forma de sumisión. Se buscaba la rectitud no solo en los renglones, sino en la propia conducta del estudiante. La alineación de las letras, la ausencia de tachaduras y la rigidez de la postura se convierten en metáforas de un orden social que se quiere replicar”. Nos explica esto Tomás Balmaceda, doctor en Filosofía, especializado en filosofía de la tecnología y profesor de Udesa y Upsa. Y puntualiza: “A la vez, hay una mirada de emancipación que esta misma disciplina abre. El dominio de la escritura manual, aunque impuesto, provee el acceso a la lectura, a la producción de pensamiento y, en última instancia, a la participación en la esfera pública. Se convierte en un vehículo para la autonomía intelectual. El sujeto se apropia de la técnica, la letra, impregnándola de una huella personal”.
Para algunos, la caligrafía es algo más que un capricho exótico que uno usa a modo de recordatorio de un pasado aniquilado por los cambios sociales y la tecnología. “La escritura a mano, aunque no tenga una utilidad para tomar apuntes o hacer exámenes, desde el punto de vista neuroeducativo sigue teniendo una función crucial para la estimulación cerebral”, señala David Bueno i Torrens, doctor en Biología y profesor en la Universidad de Barcelona, especializado en genética del desarrollo y neurociencia. “El movimiento de los dedos y de la muñeca estimulan el cerebro de una forma muchísimo más amplia que escribir sobre un teclado. Tendría que seguir trabajándose. Quizá no en clase de lengua, podría ser en clases de arte”.
En el programa de HBO Max Real Time with Bill Maher: Overtime, el psicólogo experimental, científico cognitivo y lingüista canadiense Steven Pinker recordaba que tomar notas está relacionado con tener mejor memoria que usar una pantalla. “Cuando tienes que pensar con fuerza algo, debes procesar su significado, que no es solo un conjunto de palabras. El hecho de escribirlo lo coloca en tu cerebro, hace que lo retengas”.
Por supuesto, la ecuación que nos trae de vuelta la caligrafía incluye variables de clase, recursos y tiempo, el más exclusivo de los lujos de este siglo. “Lo que fue una habilidad universal y obligatoria en la educación, podría convertirse en un privilegio. Mientras que la rapidez y la eficiencia de lo digital son una necesidad económica para los sectores más vulnerables. Las clases de caligrafía y el gusto por objetos de escritura de lujo ya no son prácticas académicas, sino hobbies refinados que sirven para delimitar una frontera invisible entre quienes viven en la vorágine digital por obligación y quienes la trascienden por elección”, afirma Balmaceda. Y añade: “La escritura manual podría operar como marca de resistencia y autenticidad, igual que la imperfección en la cerámica japonesa wabi-sabi o el sonido del vinilo frente al audio digital perfecto”.
La caligrafía es una analogía perfecta para ilustrar esa manía que tiene el pasado de meter la cabeza en el presente. Lo cierto es que no importa cuántas máquinas inventen o cómo quieran venderlo: nadie ni nada parece capaz de acabar con el todopoderoso bolígrafo.