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Los verdaderos ‘latin lovers’

El Circulus Latinus Matritensis es la rama madrileña de un movimiento que se reúne en distintas ciudades del mundo para conversar en latín

Son las siete de la tarde de un viernes. Verano, Madrid. Mientras unos salen a pasear y muchos se dejan llevar por el bullicio de la ciudad, un grupo de personas se reúne en el ático de la biblioteca Iván de Vargas para darle la espalda al verano, a Madrid e incluso a la muerte cuando, durante unas horas, hablan una lengua que, solo en teoría, está muerta.

“Salvē, Paule!”. “Salvē, Alfonse!”. Solo hay dos personas a las que el Circulus Latinus Matritensis se dirigirá en español durante el encuentro de hoy. Una escribe este artículo. Otra es una mujer que entra, inesperada, por la puerta y con cara de no saber muy bien qué hace allí. Es profesora de Lengua Española y no ha hablado nunca en latín, pero le interesa mucho, explica a un grupo atento pero impaciente por volver a la lingua romana. “¿Benne es?”, le preguntan. “Si, si…, es benne”, responde ella.

En el Circulus Latinus Matritensis, una asociación de entusiastas del “latín vivo”, hay algo más de hombres que de mujeres, y hay tanto jóvenes como mayores. Uno de los presentes vive en Castilla-La Mancha, pero se desplaza los viernes a la capital únicamente para este encuentro. Algunos tienen estudios en latín o filología, pero no es un patrón que se repita demasiado.

Ignacio Escobar, Ignatius, es profesor de Plástica y actualmente secretario del círculo. Empezó a estudiar esta lengua con el método tradicional (traducir) por puro hobby, pero un día fue a un curso de inmersión oral en Roma. El primer verano regresó chapurreando latín. Repitió cinco más y después se quedó tres meses. “Fui a Roma con la única intención de leer, pero cuando me encontré a gente hablando en latín como estamos tú y yo ahora, me contagié. Se vuelve una enfermedad. Dices: yo quiero eso, porque es algo tan bonito, tan maravilloso”.

Para Christian Laes, Christianus, profesor de Historia Antigua y Clásica en la Universidad de Mánchester, el latín no es un rompecabezas. “A veces la gente tiene este enfoque de mirar los textos como si fuera un médico haciendo la autopsia de un cadáver. Pero es una lengua que se puede utilizar básicamente para todo”, insiste. Christianus es director de la Academia Latinitati Fovendae, una asociación académica internacional que se creó en Roma tras las dos guerras mundiales con la idea de unir a Europa culturalmente promoviendo la oralidad del latín.

No están claros los orígenes del primer circulus latinus del mundo, pero los esfuerzos por no dejar que muera el latín vivo trascienden los seminarios del Vaticano. El Circulus Latinus Matritensis (también existen el Berolinensis, el Bruxellensis, el Lutetiensis…) lo crearon en 1992 José María Sánchez, investigador de Filología Clásica en la Universidad de Salamanca, y el excónsul Agustín Cano Delgado. Primero se reunían en casa de este último. Después, el círculo ha tenido sedes tan ilustres como la Residencia de Estudiantes o esta sala frente al campanario de la basílica de San Bartolomé, e inverosímiles como el VIPS o la cafetería de un centro comercial, donde los camareros, admiten, los miraban extrañados.

No todos los estudiosos comparten la idea de que el latín sea una lengua viva. Álvaro Sánchez, profesor de Latín en la Universidad de Navarra, lo habla en sus clases, pero para él esto es un puente hacia la lectura. “Aprender latín solo sirve para saber latín. Es un ingrediente más para una vida intelectual interesante porque te permite conocer a los clásicos”, dice.

En cuanto a cómo adaptar este sistema lingüístico al ahora: “Los neologismos, como en cualquier otra lengua, están permitidos”, explica Pablo Villaoslada, Paulus, coordinador del círculo desde 2006 y presidente desde 2021. “Hay muchas palabras comunes. Podríamos decir ascensor, pero cuando los romanos ya había montacargas con los que subían a los leones u otras fieras al circo. No existían los coches, pero sí los carros, e internet no deja de ser una red”.

Pero eso no es lo importante de hablar en latín, dicen. No es un acertijo ni se busca únicamente tener un mayor conocimiento de los clásicos. “Se siente como algo propio porque participas en él, es un estilo de vida”, dice Alfonso Álvarez de Mon, Alfonsus, vicepresidente de la asociación. “Hay también algo bonito en cuanto a que nadie parte de una posición de superioridad, nativa. Tiene algo de meritocracia”, explica Paulus.

Paulus, Ignatius y Alfonsus admiten que esta es la primera vez que escuchan sus voces en español. “Posiblemente hablamos más lento que en latín”, bromean. Unos conversan con más fluidez que otros, pero se lo cuentan todo —las vacaciones, cómo va ese padre que está en el hospital, qué tal los niños— sin soltar esa lengua que los convoca.

¿Qué pensarán sus amigos, sus familias de que sus lenguas vivan en el pasado? Uno de los miembros del círculo lo resume así: “Mi familia es natural de un barrio un poco degradado. Cuando empecé con esto mi padre me dijo: ‘Menos mal, hijo, que te ha dado por el latín y por el checheno, y no por la heroína. Alabamos tu inclinación, aunque eres más raro que un perro verde”. 

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