¿Es la ‘barn jacket’ el nuevo fachaleco?
Con un mensaje político y cultural, y plagadas de prendas pensadas para o inspiradas por las actividades al aire libre, las colecciones masculinas de esta temporada dicen que es hora de aventuras
La llaman barn jacket y es, por unanimidad, la chaqueta de la temporada. Barn, de granero en inglés, apelativo que remite a sus orígenes humildes y rurales, sin ser ella nada de eso hace tiempo. Y mucho menos ahora mismo. Prerrogativa de hombres de campo desde principios del siglo pasado (...
La llaman barn jacket y es, por unanimidad, la chaqueta de la temporada. Barn, de granero en inglés, apelativo que remite a sus orígenes humildes y rurales, sin ser ella nada de eso hace tiempo. Y mucho menos ahora mismo. Prerrogativa de hombres de campo desde principios del siglo pasado (Carhartt comercializó los primeros modelos en 1917), he aquí una de esas ropas de trabajo que la moda ha hecho suyas por vía de la apropiación cultural y de clase. Concebida para el trabajo al aire libre, su corte cuadrado —box, se le dice, igual que el de la típica chaqueta Chanel— permitía libertad de movimientos; una hechura robusta que además protegía contra las inclemencias meteorológicas, de ahí que uniformara a granjeros, agricultores, operarios de ferrocarril o carpinteros por igual. Hasta que los beatniks y otros próceres de la contracultura estadounidense la hicieron suya a finales de los años cincuenta para vestir las disidencias de estatus y expresar autenticidad obrera. “En cuanto una prenda pierde su contexto, se convierte en artefacto de moda. Queda sujeta a su ciclo y, por tanto, a los caprichos de la opinión popular. Y a los designios de los creadores, claro”, explica la historiadora Doris Domoszlai-Lantner, profesora y comisaria del Fashion Institute of Technology de Nueva York, que informa de que poco hay ya de aquella barn jacket original en las modernas versiones vistas sobre las pasarelas.
Corta, a la cintura para que el cinturón de herramientas colgara a mano, con tres espaciosos bolsillos de ojal frontales cerrados con cremallera, hoy se aparece con etiqueta más o menos postinera en versión tres cuartos e incluso abrigo largo, materiales técnicos y distintos tonos de batalla (verde cazador, marrón, azul marino, el cuello bien de pana, bien de piel, pero siempre en contraste de color), a lucir indistintamente por hombres y mujeres. Es la herencia de su contrapartida británica, el Barbour, ese chaquetón de algodón encerado favorecido por la familia de su graciosa majestad, primero (Isabel II no se quitó el suyo en 25 años, llegando a rechazar el nuevo que la marca pretendía regalarle por su jubileo), y las celebridades embarradas en el Festival de Glastonbury, después. Símbolo de realeza cool, terratenientes, latifundistas y tecnócratas de asueto campestre (lucida por el patriarca Logan Roy en la serie Succession, la barn jacket en cualquiera de sus declinaciones entró en el contingente del llamado lujo silencioso hace un par de años), las encarnaciones de Prada y Loewe en la primavera/verano 2024 avanzaron tímidamente lo que ahora es un clamoroso aluvión, del lujo al gran consumo. Si la moda está intentando decirnos algo con eso, no parece que haya consenso.
Recurrir a la vieja ropa de trabajo que ha resistido multitud de tormentas sociales, económicas y culturales como armadura para estos días convulsos quizá sea un acto de inconsciencia colectiva, pero conviene recordar que el negocio del vestir nunca da puntada sin hilo. “La comodidad y durabilidad asociadas a una prenda de estas características, de probada eficacia funcional, proporcionan una sensación de bienestar en momentos tan complicados como los que vivimos”, esgrime Russell Bennett, profesor de moda del College of Art & Design de Savannah (EE UU). “Eso, y que entroncan con el sentimiento de volver a lo básico y la celebración de los valores inherentes a tal idea”, continúa. Leyendo entre líneas, las implicaciones de tal narrativa resultan obvias: se trataría de una prenda perfectamente alineada con el pensamiento conservador actual, de retorno a postulados tradicionales, que abandera cierto sector de la sociedad y cala incluso entre los más jóvenes a través de las redes sociales. A ver si la barn jacket va a ser el nuevo fachaleco. Claro que, a lo mejor, tampoco es necesario buscarle los tres pies políticos a este gato. “La influencia de la naturaleza y las actividades al aire libre son cada vez más notorias en las colecciones, lo que explica la creciente popularidad de este emblema de la vida rural, que ha despertado además el interés por un estilo simple y funcional, con piezas prácticas y resistentes, a prueba de lluvia y viento”, tercia Emily Gordon-Smith, directora de contenidos sostenibles de la consultora de tendencias Stylus.
Estéticas de nuevo cuño como el cottagecore (movimiento que idealiza la vida asilvestrada, el regreso a la pureza del campo y a los oficios manuales), el neocountry o el gorpcore (énfasis en la ropa funcional utilizada para actividades de exterior relacionadas, sobre todo, con la naturaleza) vendrían a darle la razón a la experta analista, pero también a quienes solo ven una oportunidad de negocio —otra más— en este furor campestre-montañés. Denominado outdoor o outerwear, hablamos de un segmento de mercado valorado en algo más de 150.000 millones de euros, con previsiones de crecimiento en torno al 6% anual de aquí a 2029, según cifran las consultoras Market Research Future y Technavio.
Cómo estará la cuestión que hasta un salón del alcance de Pitti Immagine Uomo, el más importante de la moda masculina global, le ha consagrado un apartado propio, I Go Out. “Nuestro estilo de vida ha cambiado. Hoy se habla mucho de bienestar, físico y mental, y eso tiene que ver igualmente con cómo nos vestimos para sentirnos bien. Necesitamos ropa que responda a la acción, al tiempo libre, a la aventura, funcional, ligera, versátil y de alto rendimiento. En el pasado, la separación entre formalidad y utilidad estaba muy definida; ahora, hasta los tejidos clásicos tienen versiones técnicas”, dice Raffaello Napoleone, director ejecutivo de la feria florentina.
Así se entiende que las propuestas de esta temporada lleguen plagadas de cortavientos, parkas y abrigos de nailon encerado, chaquetones de caza y corte ecuestre, franelas y, faltaría, barn jackets (o chore jackets, su prima hermana industrial) que invitan al hombre a echarse al monte. “Es una respuesta a lo que está pasando. Tenemos que resistir con nuestro instinto, nuestra humanidad, nuestra pasión, nuestras manos, en un mundo cada vez más conservador”, refería Miuccia Prada durante la presentación del otoño/invierno 2025-2026 de Prada, una colección abundante en metáforas que incluía piezas de piel de corte troglodita. Sí, reflejo de su tiempo, la moda no pierde ripio. Pero tampoco es necesario tomarse en serio sus mensajes. Sobre todo con la que está cayendo.