Cuestionamos las relaciones convencionales, pero seguimos buscando el amor
A pesar de que el matrimonio y demás vínculos afectivos tradicionales se debaten cada vez más, los sentimientos sobre los que se basan siguen vigentes
Hace unos días, en una cafetería de Madrid, escuchaba de fondo al gran Jorge Drexler con su himno a la eterna metamorfosis de todo cuanto nos rodea, que reza “nada se pierde, todo se transforma”. También los seres humanos estamos en constante proceso de cambio y evolución. Nuestra forma de ser, de comportarnos, de ver el mundo y de interactuar con él cambia constantemente y estos cambios nos van moldeando a su vez a nosotros mismos.
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Hace unos días, en una cafetería de Madrid, escuchaba de fondo al gran Jorge Drexler con su himno a la eterna metamorfosis de todo cuanto nos rodea, que reza “nada se pierde, todo se transforma”. También los seres humanos estamos en constante proceso de cambio y evolución. Nuestra forma de ser, de comportarnos, de ver el mundo y de interactuar con él cambia constantemente y estos cambios nos van moldeando a su vez a nosotros mismos.
Y como las relaciones humanas son uno de los temas más importantes en nuestras vidas, por ser lo que le da verdadero sentido —lo que también las puede convertir en una experiencia placentera, nutritiva y provechosa o, por el contrario, en la peor de las pesadillas—, observarlas y analizar en qué momento de la evolución humana nos encontramos como sociedad en este ámbito debería ser una tarea de obligado cumplimiento.
Cada vez más se escucha un nuevo término: la misogamia. El origen etimológico de esta palabra es esclarecedor: miso, de origen griego, significa odio; y gamia, también en griego, quiere decir relación muy íntima o matrimonio. Pero ¿realmente se está multiplicando la misogamia? ¿Odiamos casarnos? ¿Odiamos el matrimonio? ¿Las relaciones? ¿El compromiso? ¿La monogamia? ¿La familia? ¿Tanto hemos cambiado en las últimas décadas? Desde la psicología se sigue observando que, por mucho que cambie la sociedad y nos transformemos, cuando nos implicamos en una relación seguimos sintiendo las mismas cosas, seguimos teniendo los mismos miedos y seguimos buscando modelos y formatos que nos permitan crecer y evolucionar juntos. Lo que sí ocurre es que la evolución de nuestra sociedad nos ha llevado a cuestionar más nuestras acciones, a hacernos más preguntas, a poner más límites y a tomar decisiones de forma más consciente.
En lugar de preguntar si aún creemos en el matrimonio, quizás la pregunta pertinente sería si seguimos creyendo en el amor. Y, por mi propia experiencia en consulta, sabemos que la respuesta es un sí. Sin ninguna duda.
Lo que ha cambiado es el modelo y la forma de vivir el amor. Muchas personas sienten que ya no encajan en los viejos moldes. Nos sentimos distintos y los modelos de antaño ya no siempre sientan bien, pueden hacerse incómodos. Esto nos empuja a buscar otros en los que estemos mejor, en los que podamos crecer y seguir desarrollándonos.
En ocasiones rechazamos el matrimonio por razones casi prácticas, como no poder hacer frente al desembolso económico que implica. Otras, porque ese “hasta que la muerte nos separe” puede parecernos cada vez más intragable e incoherente. Esa promesa de algo que la experiencia, nuestro entorno y la propia historia nos ha demostrado que es poco probable puede crearnos rechazo e incluso cierto pavor.
Pero cuidado, esto no significa que, cuando estamos en una relación, no busquemos un compromiso serio y duradero. No significa que no queramos amar y vivir junto a alguien que nos acompañe a lo largo de nuestra vida e, incluso, que esa relación dure para siempre. Alguien que nos recuerde que el amor es nuestra esencia, lo que somos y de dónde venimos.
Que la experiencia y la observación nos haga creer menos en el concepto del matrimonio y sintamos menos la necesidad de vivirlo como nos han enseñado no significa que ya no creamos en el amor, que no lo busquemos. Por ello, tanto aquellos que lo manifiestan abiertamente como los que reniegan de él después de haber sido heridos en relaciones pasadas, la búsqueda del amor sigue vigente.
Como dijo Spinoza, sin ese algo que esté unido a nosotros y que nos reconforte, no podríamos existir. Por ello preferimos estar acompañados antes que estar solos. Y si se trata de una relación de pareja que suma y que aporta valor a nuestra vida, siempre será mejor que renunciar conscientemente a ello por miedo a sufrir.
Al fin y al cabo, el sufrimiento que experimentemos dependerá de nuestras habilidades para transitarlo. Así que aprendamos mejor a manejarlo y fluyamos libremente. El amor no deja de ser energía, y, para algunos, es la más poderosa y satisfactoria que existe.