La incógnita Trump
El grado en que el nuevo presidente cumpla sus promesas de aislacionismo geoestratégico, deportaciones masivas y aranceles generalizados marcará no solo 2025, sino los próximos cuatro años
Donald Trump quizá sea la persona más famosa del mundo. Desde que bajó las escaleras mecánicas doradas de su torre de la Quinta Avenida de Nueva York en 2015 para anunciar que se presentaba a las elecciones presidenciales de Estados Unidos, se ha apoderado de la escena política estadounidense. Fue cuatro años presidente de la primera potencia mundial, y recuperará el cargo el próximo 20 de enero, lo que en sí mismo es un hito histórico. Ha dado cientos de discursos, mítines y entrevistas. Su exposición mediática apenas tiene parangón. Sin embargo, cuando se prepara para volver al Despacho Oval, los perfiles que adquirirá su segundo mandato son en gran medida una incógnita. ¿Cumplirá sus promesas ―y amenazas― más radicales? ¿Las descafeinará una vez logrado el objetivo de ganar las elecciones? Una cosa sí parece segura: el mundo girará en 2025 al ritmo que marque el imprevisible Trump.
El republicano accedió a la presidencia en enero de 2017 como un outsider. Su victoria frente a Hillary Clinton en las elecciones de 2016 fue una sorpresa. Trump llegó a la Casa Blanca sin experiencia de gobierno, sin el control del Partido Republicano y sin un equipo de confianza. Ahora, conoce los resortes del poder, se ha rodeado de un grupo de leales, a muchos de los cuales conoce de su primer mandato, y tiene el control casi absoluto de su partido. Ahora, Trump es el sistema.
Trump pasará a la historia como el 45º y el 47º presidente de Estados Unidos. Será el único con dos mandatos no consecutivos, junto a Grover Cleveland, en el siglo XIX. Como marca la Constitución, asumirá el cargo a mediodía del 20 de enero. En la práctica, sin embargo, ha empezado a ejercer ya como presidente. Su amenaza de imponer aranceles del 25% a las importaciones de Canadá y México, dos de sus mayores socios comerciales, desataron la reacción de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, con la que habló por teléfono, y una visita a su club de Mar-a-Lago (en Palm Beach, Florida) del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. En la ceremonia de reapertura de la catedral de Notre Dame, fue tratado como un presidente en ejercicio, con un asiento privilegiado junto a Emmanuel Macron. En París se reunió con el propio Macron y con el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. Amenazó a Hamás con “un infierno” si no libera a sus rehenes antes de que jure el cargo. Ha hablado con muchos otros dirigentes mundiales.
El mundo se prepara para los sobresaltos. En la anterior etapa, era su cuenta de Twitter la que echaba humo. Ahora ha tomado el relevo su propia red social, Truth. Basta alguno de sus mensajes para desatar la alarma en las embajadas de Washington, mover la cotización del dólar, del bitcoin o de las Bolsas. Sus nombramientos, proclamas y amenazas se entremezclan con posts en los que publicita libros, relojes, perfumes o deportivas doradas con la marca Trump, ignorando sin pudor cualquier precaución ética.
El presidente electo prepara una traca inaugural para su primer día en el cargo, ese en el que dijo que actuaría como un “dictador”. “Quiero cerrar la frontera y quiero perforar, perforar y perforar”, dijo cuando usó esa palabra sobre sus planes contra la inmigración irregular y las medidas para impulsar la producción de hidrocarburos. En realidad, su equipo prepara decenas de decretos, llamados órdenes ejecutivas, para empezar su presidencia. Si cumple lo que ha anunciado en diferentes momentos, pondrá en marcha el mayor programa de deportación de la historia de Estados Unidos, aprobará indultos a condenados por el asalto al Capitolio, derogará protecciones a estudiantes transgénero y a empleados federales, impondrá fuertes aranceles, facilitará la extracción de petróleo y gas...
Amante de las hipérboles, aseguró en campaña que acabaría con la guerra de Ucrania en 24 horas o incluso antes de tomar posesión ―”lo resolveré incluso antes de ser presidente”, dijo en su debate con Kamala Harris―, en lo que puede ser la primera de sus grandes promesas que incumple. El presidente electo, que capitalizó en campaña el malestar de la clase trabajadora con los inmigrantes y la inflación fijo que bajaría el precio de los alimentos, aunque en una entrevista concedida este mes a la revista Time, que lo ha elegido persona del año, pareció dar marcha atrás: “Es difícil bajar las cosas una vez que han subido”, reconoce ahora, pero también ha prometido reducir a la mitad los costes energéticos en 12 meses.
Al igual que los escándalos políticos, sexuales y judiciales, las promesas incumplidas no parecen hacer mella en Trump. En su primera campaña aseguró que acabaría con la deuda pública (la aumentó en más de ocho billones) y construiría un muro fronterizo (que iba a pagar México). Ahora, además de acabar con la guerra de Ucrania y las rebajas de precios, ha prometido deportar a 11 millones de inmigrantes sin papeles, imponer aranceles generalizados a las importaciones y recortar 2 de los 6,5 billones de gasto federal (en puridad, esta última es una promesa de su aliado preferente, Elon Musk).
Tras ganar las elecciones, ha rebajado algo el tono de su discurso. Mantiene su idea de deportar inmigrantes sin papeles, pero matiza que inicialmente la centrará en “los delincuentes” y que luego, con el resto, verá “cómo va”, abriendo expresamente la puerta a un pacto para que los llamados dreamers (que llegaron como menores hijos de inmigrantes y han hecho su vida en el país) se queden en Estados Unidos. También asegura que no impulsará una persecución judicial contra sus rivales políticos ni nombrará un fiscal especial que investigue al actual presidente, Joe Biden, y su familia, como dijo en campaña. Al tiempo, deja la puerta abierta a que su fiscal general y su director del FBI actúen contra lo que en su día denominó “el enemigo interno” y proclama que los congresistas que le investigaron por su papel en el asalto al Capitolio “deberían ir a la cárcel”.
En política exterior, Trump abraza el aislacionismo, coquetea con la idea de abandonar la OTAN si sus aliados no aumentan su gasto en defensa y tiene sintonía con dictadores como el ruso Vladímir Putin o líderes de ultraderecha como el húngaro Viktor Orbán o al argentino Javier Milei. Sin embargo, nadie sabe a ciencia cierta cómo jugará sus cartas. También puede desatar una guerra comercial si cumple su promesa de aranceles masivos, que enrarecerían las relaciones con la Unión Europea, abrirían una crisis con China y dañarían la relación con México y Canadá. De nuevo, el grado en que se materialicen esas amenazas es incierto.
De cómo se despeje la incógnita de Trump depende el futuro de la democracia estadounidense, el tablero geoestratégico, incluidas las guerras en Ucrania y Oriente Próximo y las relaciones comerciales mundiales. Y no solo en 2025, sino durante los próximos cuatro años.