El espíritu de Kurt Cobain sigue vivo en Seattle, 30 años después de su muerte
En los noventa, una aislada ciudad del Noroeste del Pacífico de EE UU creó un movimiento musical global, el ‘grunge’. Visitamos Seattle 30 años después de la muerte de Kurt Cobain, el artista que lo personificó, que marcó a una generación y que dejó huella en una escena aún hoy vibrante y diversa
En Seattle resultaba difícil ganar dinero y labrarse una carrera musical, y por eso la gente que hacía música no se movía por un espíritu comercial, sino por el creativo. Si nadie va a comprar lo que haces, ¿por qué no vas a decir lo que te dé la gana? En Los Ángeles, todo el mundo hacía cosas pensando en ser una estrella. En Seattle, no era posible ser una estrella”, dice Charles R. Cross, periodista y escritor de la biografía de Kurt Cobain Heavier Than Heaven (Reservoir Books, 2017). El fotógrafo Charles Peterson,...
En Seattle resultaba difícil ganar dinero y labrarse una carrera musical, y por eso la gente que hacía música no se movía por un espíritu comercial, sino por el creativo. Si nadie va a comprar lo que haces, ¿por qué no vas a decir lo que te dé la gana? En Los Ángeles, todo el mundo hacía cosas pensando en ser una estrella. En Seattle, no era posible ser una estrella”, dice Charles R. Cross, periodista y escritor de la biografía de Kurt Cobain Heavier Than Heaven (Reservoir Books, 2017). El fotógrafo Charles Peterson, autor de Screaming Life: A Chronicle of the Seattle Music Scene, añade otro elemento: “Todo surgió por el aislamiento. En Seattle había músicos, productores, ilustradores de cómics, escritores, fotógrafos. Todo el mundo se ayudaba para hacer más fuertes a los demás. No era como en Nueva York o Los Ángeles, donde la gente competía para salir adelante e impresionar”.
Y en este contexto apareció Kurt Cobain. “Tenía un tipo especial de carisma en el escenario, nunca creí que tratara desesperadamente de conectar con la audiencia. Sentías que tenía una ferocidad dentro y que iba a sacarla allí. Tocaba y actuaba para él mismo”, cuenta Megan Jasper, CEO del sello discográfico Sub Pop. Quienes lo vivieron lo recuerdan. Marcó a una generación. Su vida y su carrera con Nirvana fueron breves, pero el impacto del estilo que personificó, el grunge, puso Seattle, la mayor ciudad del Estado de Washington (aunque la capital es Olympia), en el mapa sonoro mundial. En abril se cumplieron 30 años de su muerte a los 27 años, y la música en Seattle no ha dejado de sonar.
The Central, cerca de la terminal de ferris, es un local mítico donde tocaron Soundgarden, Nirvana o Mother Love Bone. En una pared hay una pizarra con los conciertos del mes, dos o tres casi a diario. En mayo se leen nombres como Dark Chisme (autodefinidos en Instagram como dark wave band) o Gully (indie folk y americana). Ambos tienen su base en Seattle. “Es una ciudad donde la música siempre ha estado viva, la escena es muy variada. Al día genera como tres o cinco bandas, hay que estar atento a las redes”, indica María Reidell. Sabe de lo que habla, es la programadora de conciertos en la tienda de discos Easy Street Records. “Nirvana es el sello de Seattle, con Green River, Soundgarden… Cualquier banda actual de aquí, Black Tones, Black Ends, La Luz, dirá que han tenido influencia en ellos”, cuenta Reidell, que desde Ciudad de México decidió irse a trabajar como niñera allí porque el grunge había sido la banda sonora de su infancia. No vivió ese momento, tiene 32 años, pero su tío lo escuchaba a todas horas.
En la tienda acaba de tocar Thunderpussy, un grupo de rock formado en 2014 que presentan como “la mejor banda de Seattle”. La energía de las cuatro llena el local. “Siento que el grunge convirtió Seattle en una ciudad de la música. Y desde entonces ha crecido hasta un punto en el que tenemos nuestra pequeña porción de la industria. Cada vez hay más diversidad, porque había comunidades subrepresentadas que han alzado la voz para decir: ‘Estamos aquí, haciendo esto”, apunta Martin Douglas, locutor de KEXP, emisora fundada en la Universidad de Washington que sirvió de altavoz al grunge y sigue apostando por bandas locales. Ahora no hay un sonido dominante, manda la variedad de géneros: el dream pop de Sea Lemon, el hip hop de Shabazz Palaces, el indie de La Fonda, la electrónica de Akira Galaxy, el rap de Stass Thee Boss, el punk rock de Wimps… Hay grandes éxitos que comenzaron a sonar en las cabinas de KEXP. “Cuenta la leyenda que Kurt Cobain dejó el single de Love Buzz en la emisora y como no lo ponían llamó desde una cabina para pedirla. El resto es historia”, apunta su compañero Dusty Henry.
El sonido de Seattle definió los noventa. El periodista Mark Yarm narró ese despertar en Todo el mundo adora nuestra ciudad: Una historia oral del grunge (Es Pop Ensayo, 2021). En este libro, Bruce Pavitt, cofundador con Jonathan Poneman de Sub Pop —sello independiente que publicó los primeros trabajos de Soundgarden, Nirvana o Mudhoney—, aseguraba que eclosionó porque “se trataba de una cultura underground que tenía el potencial de ser muy popular”. Esa localidad portuaria conocida como Rain City, la ciudad de la lluvia, de pronto, se puso de moda: en 1991 Cameron Crowe rodó allí la película Solteros, con un Matt Dillon grunge y cameos de Chris Cornell (Soundgarden) y Alice in Chains; en 1993 Nora Ephron estrenó Sleepless in Seattle (Algo para recordar en España), un éxito protagonizado por Meg Ryan y Tom Hanks; en 1994 Jeff Bezos dejó Wall Street para fundar su propia compañía, y así nació Amazon en la misma urbe donde ya estaba Microsoft (que tiene su sede en Redmond, a 20 minutos en coche del centro) y en la que en los setenta surgió también Starbucks. Aunque el neón del restaurante Virginia Inn, que salía en Solteros, permanece en una esquina de la Primera Avenida, muchas cosas han cambiado. Los Tesla están ahora por todas partes y la urbe no ha dejado de crecer, y de encarecerse: en 1990 tenía unos 517.000 habitantes, hoy su población supera los 755.000.
Megan Jasper, actual CEO de Sub Pop, se instaló allí atraída por su aura creativa. En 1989 estaba de gira con Dinosaur Jr. —su líder, J Mascis, es un amigo de la infancia— y conoció a Pavitt y Poneman. “Me mudé a la ciudad al acabar el tour, fui a Sub Pop y me preguntaron si quería ser becaria. Un día después era la recepcionista. Los primeros años fueron increíbles. La energía era eléctrica”, relata. En su oficina las paredes están forradas con pósteres, polaroids y pegatinas; hay discos de oro, pero también de madera (“Algo que hacemos en Sub Pop cuando una banda vende 100.000 copias”, explica); un trozo enmarcado de pared de la antigua oficina con la dirección postal manuscrita de Cobain, porque como se mudaba a menudo se quejaba de que no le llegaban las newsletters… Cada día reciben maquetas, de distintas partes del mundo, a través de enlaces de audio. “Antes encontrábamos a las bandas en los fanzines, en los conciertos… Hoy además nos podemos meter en el agujero negro de TikTok o Instagram”, dice Jasper. Ha visto transformarse la ciudad y la industria, y no ve probable que surja otro movimiento aglutinador como el grunge: “Ahora hay mucha gente haciendo muchas cosas distintas”.
Pero ¿por qué esta localidad y este Estado, alejados de los habituales centros de la industria musical estadounidense, alcanzaron una fama mundial hace tres décadas? “En los ochenta Seattle tenía la peor escena musical del país, y el grunge fue una reacción ante eso. Como a nadie le interesaba lo que pasaba aquí, la gente era más creativa. En cierto modo, como parecía imposible, fue posible”, reflexiona Charles R. Cross. Este periodista, editor entre 1986 y 2000 de The Rocket, una revista musical de la zona conocida como Pacific Northwest (Noroeste del Pacífico), ha escrito las biografías de los dos músicos más populares relacionados con Seattle, Kurt Cobain y Jimi Hendrix (que nació en la ciudad en 1942 y también murió a los 27 años). Ahora prepara un ensayo-memoria, The Last Days of Analog (los últimos días de lo analógico). “La escena de Seattle no hubiera existido con internet”, sentencia. “Nadie aplaudió en el primer concierto de Nirvana; si se hubiera colgado en Facebook, los trolls los hubieran atacado y ellos habrían dejado de tocar”. Para Cross, así se forjó “una de las últimas escenas creativas auténticas”, algo que también defiende Jacob McMurray, comisario del Museo de la Cultura Pop (MoPOP): “El grunge surgió en oposición a lo que se escuchaba en la radio y la MTV, la música pop y los grupos de hair metal. Los miembros de Nirvana se parecían a su público, llevaban ropa de segunda mano porque no tenían dinero y escribían canciones confusas, con las que podías crear tu propio mapa mental. Y eso era muy nuevo, impresionó a la gente. Creo que sigue resonando porque fue la última innovación verdadera”.
McMurray ideó la exposición Nirvana: Taking Punk to the Masses del MoPOP y ahora le gustaría rendir algún homenaje al recientemente desaparecido productor y músico Steve Albini, con el que Nirvana grabó su último álbum, In Utero. El museo, construido por Frank Gehry junto al Space Needle —la torre de 1962 convertida en símbolo de la ciudad—, fue impulsado por Paul Allen, cofundador de Microsoft; en él pueden verse una guitarra de Buddy Holly, el peto de Judy Garland en El mago de Oz, videojuegos indies… Krist Novoselic, bajista de Nirvana, y su exesposa, Shelli Hyrkas, han cedido la mayoría de los objetos de la sala dedicada al grupo. “Que Kurt Cobain muriera a los 27 años lo ha congelado en un perfecto estado de juventud y belleza. Quería que esta exposición fuera una respuesta a ese Cobain sobrenatural. Que un joven de por aquí lo vea y diga: ‘Tal vez yo también pueda lograr hacer algo así”, explica McMurray.
Porque Cobain era un chaval sin muchas expectativas de futuro nacido en Aberdeen, a dos horas al sur de Seattle. Lo recuerda Charles Peterson, el fotógrafo que inmortalizó con instantáneas en blanco y negro la era del grunge: “Venía de un entorno diferente, Aberdeen es bastante rural y de clase trabajadora, los de Seattle íbamos a la Universidad y luego decidimos dedicarnos al grunge”. Cuenta Peterson que la primera vez que fue a un concierto de Nirvana solo hizo fotos de la otra banda, Blood Circus. Con el flash en una mano y su cámara en la otra, se mezclaba con el público; no retrataba a estrellas de rock, sino el ambiente, el pogo de las primeras filas. Tampoco esperaba la fama que llegó luego: “Cambió a Kurt Cobain igual que cambia a cualquiera, especialmente si no estás preparado. Fue demasiado y demasiado pronto”. Evoca al cantante como alguien bromista e irónico y a la vez tranquilo y tímido. “Creo que las drogas le hicieron más extrovertido”, apunta.
La relación del artista con las drogas ha ocupado muchas páginas, sufrió varias sobredosis, consumía heroína. Cross, que analizó a fondo esas adicciones para escribir su biografía, opina que se han ligado demasiado a su figura: “Creo que el dolor crónico que sufría Kurt, que tenía problemas de estómago y espalda, se subestima a menudo al contar su historia, y explica por qué eligió medicarse”. El autor hace estas reflexiones en una visita a la casa-estudio de Robert Lang en el pintoresco vecindario de Shoreline. A finales de enero de 1994, Cobain estuvo grabando allí You Know You’re Right, el tema que se convertiría en la última canción de Nirvana. ¿El germen de lo que podría haber sido el cuarto álbum de la banda? Nadie lo confirma. Lang cuenta mil historias, de tesoros escondidos a piedras con formas divinas; en sus 50 años de carrera ha tenido como clientes a Foo Fighters, Heart, Eddie Vedder, Kenny G o Liz Phair. Trabajaba en Boeing, pero lo dejó para excavar en la montaña el entramado subterráneo que conforma su estudio con aspecto de caverna. “Krist y Dave [Grohl, batería de Nirvana] llegaron el viernes, pero Kurt no cogía el teléfono, no sabíamos si iba a venir. El domingo apareció”, rememora. “Tenía una risita sarcástica, comimos pizza… Le dolía la espalda, se tumbó en el suelo de mármol, como si meditara, y luego grabó. Fue rápido, una hora o así, algunas bandas pueden estar tres días con las voces”. Discos de oro y platino de Nirvana recuerdan esa jornada, que Lang no olvida: “Sigo viendo a gente con camisetas suyas. Kurt ha superado a todos los grandes. Qué poeta, ese tipo llegaba al corazón”.
Martin Douglas, de KEXP, sintió esa conexión con el músico en su adolescencia. “Crecí en Carolina del Norte, yo era un chaval triste, y lo que él comunicaba con su música me llegaba”, dice. “Creía que alguien debía decir que había cosas que estaban mal, y Kurt lo hizo”. Cobain pidió que los racistas no compraran sus discos. Nirvana tocó en 1991 en Rock for Choice con las L7 para apoyar el derecho al aborto, el cantante se había adentrado en el movimiento feminista Riot Grrrl de Olympia cuando salió con Tobi Vail, de Bikini Kill. “Kurt lideró con sus valores. Desafió a las personas sexistas y homófobas. Abrió mentes”, subraya la CEO de Sub Pop. “Su postura sólida de apoyo a las mujeres y a la comunidad LGBTIQ+ lo hizo un aliado fundamental”, incide Albina Cabrera, locutora de KEXP que en el podcast en español El cancionero de Kurt ha repasado los álbumes que marcaron a Cobain y su influencia en grupos de Latinoamérica.
Pese a su complicada relación con su mujer, Courtney Love (Hole), marcada por las adicciones, los alrededores de la casa en la que vivieron en el exclusivo barrio de Denny-Blaine se han convertido en un lugar de culto. El chalé se esconde tras la vegetación y el invernadero sobre el garaje en el que fue hallado muerto ya no existe. “La policía cree que el señor Cobain se suicidó con un solo disparo de escopeta en la cabeza. Una nota fue encontrada junto a su cuerpo, descubierto por un electricista”, anunciaba The New York Times el 9 de abril de 1994. Apareció el 8, aunque la investigación decretó que murió el 5. Junto a la vivienda, en Viretta Park, hay un banco donde fans y curiosos acuden a recordarlo. La argentina afincada en Los Ángeles Rocío Hasperué Méndez, que ha tenido varios grupos, lo visita cada vez que viaja a la ciudad, incluso se casó allí. Plantea dudas en torno a su muerte: “El tema de la conspiración, de que él no se mató, está latente 30 años después”. Asegura que el cantante la ha guiado: “Viví ocho años acá, vine porque soñé con él, me dijo que agarrara la guitarra y me compré una Fender Stratocaster. Vengo al banco a escribir poesía, a pedir… Él tenía una sensibilidad muy genuina”. Ese es uno de los motivos por los que sigue influyendo en quienes no pudieron verlo en directo, reconoce Elijah Perry, un veinteañero de Portland que hace música bajo el nombre de Ramona. Ha querido acercarse al banco una tarde de sábado: “Irónicamente, él utilizaba los medios para derribar el sistema. Puso el foco sobre la música independiente, todavía se ven los efectos hoy”.
Quienes lo recuerdan lo confirman. Ese espíritu de ruptura y de hacer lo que uno quiere que encarnaron Cobain y el grunge no se ha perdido en Seattle. El ideario que Thunderpussy comparte en su web mantiene esa esencia, 30 años después: “Con la música, la performance y la participación comunitaria esperamos personificar el cambio que queremos, animar a otros a cuestionar el statu quo y derribar los muros que nos separan”.