En la ‘morgue’ de The New York Times

El género informativo de la necrológica puede ser una joya cuando se trabaja con la antelación y la dedicación que ejecutan en el rotativo neoyorquino.

Borrador del obituario de Fidel Castro en The New York Times, escrito en 1971 por A. Whitman.STEPHEN HILTNER (The New York Times)

Cuando el pasado mes de abril falleció el novelista John Barth, The New York Times publicó un obituario firmado por dos periodistas, Dwight Garner, crítico literario de reconocido prestigio, y Michael T. Kaufman, quien, conforme aclaraba una nota, había fallecido en 2010, es decir 14 años antes que el propio Barth. Kaufman había escrito lo que en la jerga periodística del Times se conoce como un “avance de obituario”. La misión de Garner consistió en rematar lo que Kaufman había dejado pre...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Cuando el pasado mes de abril falleció el novelista John Barth, The New York Times publicó un obituario firmado por dos periodistas, Dwight Garner, crítico literario de reconocido prestigio, y Michael T. Kaufman, quien, conforme aclaraba una nota, había fallecido en 2010, es decir 14 años antes que el propio Barth. Kaufman había escrito lo que en la jerga periodística del Times se conoce como un “avance de obituario”. La misión de Garner consistió en rematar lo que Kaufman había dejado preparado. El mejor perfil jamás escrito sobre un escritor de obituarios probablemente sea Mr. Bad News, publicado en la revista Esquire en 1966 por Gay Talese, cuyo último libro, Bartleby y yo, acaba de aparecer. En Mr. Bad News Talese cuenta que en la morgue del periódico, como llama a la sección destinada a las necrológicas, había unos 2.000 avances de obituarios archivados, todos ellos debidamente redactados y puestos al día, tan solo a la espera de que el protagonista del perfil mortuorio en cuestión tuviera a bien fallecer para añadir las circunstancias del óbito. Mr. Bad News era Alden Whitman, autor de medio millar de notas necrológicas sobre algunos de los personajes más célebres de su época. Whitman falleció de manera repentina en 1990 a los 76 años en el hotel París, de Montecarlo, adonde había acudido con su esposa, Joan, para celebrar el septuagésimo cumpleaños de un colega del Times, especialista en temas culinarios.

El titular del obituario resaltaba que el mayor mérito de Whitman consistió en haber elevado el humilde género de las necrológicas a la categoría de arte. Lo más llamativo de la audaz técnica desarrollada por Whitman era la práctica de entrevistar en persona a los futuros difuntos, petición que les hacía llegar por carta y a la que, asombrosamente, más de uno accedió. Se trataba, según explicó Whitman en los prefacios a sus dos recopilaciones de obituarios, de llegar a lo más hondo de la personalidad del personaje, cosa que solo es posible en una conversación, digámoslo así, a tumba abierta.

Entre los obituarios firmados por él figuran los de T. S. Eliot, Le Corbusier, Albert Schweitzer, Jean Arp, Robert Oppenheimer, Alice B. Toklas, Dorothy Parker, Ilya Ehrenburg, André Maurois, Helen Keller, John Steinbeck, Boris Karloff, Mies van der Rohe, Ho Chi Minh, Bertrand Russell, Alexander Kerenski, Pablo Picasso y Charles Lindbergh. Uno de cada diez, según Whitman, accedía a ser entrevistado. Hubo quien, como el presidente Truman, se resistió inicialmente para al final ceder. Con otros, como Lindbergh, trabó una sólida amistad. El autor del obituario de Whitman, Sidney Zion, falleció en 2009, y su necrológica la firmó otro gran especialista del género, Robert McFadden, ganador de un Pulitzer, entre otros galardones. En la nota en la que explica a sus lectores del Times en qué consiste su trabajo, McFadden, de 87 años, señala que a lo largo de su vida ha escrito un total de 750 avances de obituario. Por supuesto, la bola de nieve no se detiene con él. La morgue de The New York Times evocada por Talese en su magistral perfil no ha dejado en ningún momento de renovarse y crecer. Sin la menor duda, el avance de obituario del autor de Bartleby y yo, de 92 años, está allí, como también, resulta escalofriante pensarlo, los de Don DeLillo o Thomas Pynchon, o como lo estuvo hasta hace poco el de Paul Auster.

Lo que no se sabe es a quién le pedirían en su día el avance del obituario de Talese ni si el periodista encargado de escribirlo solicitó entrevistarlo. Habría que preguntárselo a él.

Más información

Archivado En