Levy Rozman, el veinteañero que arrasa en redes con sus consejos sobre ajedrez
Con 4,5 millones de suscriptores en YouTube y sucursales en Twitch y TikTok, GothamChess, el canal de este neoyorquino de 28 años, es toda una biblia virtual en el mundo del ajedrez.
Su canal de YouTube, GothamChess, acumula más de 4,5 millones de suscriptores y ronda los 2.000 millones de reproducciones. Las cifras resultan particularmente llamativas si se tiene en cuenta que Levy Rozman (nacido en el distrito neoyorquino de Brooklyn hace 28 años) no es un youtuber al uso, sino un creador de contenidos relacionados con el ajedrez, el peculiar juego ciencia de origen indio al que se atribuyen alrededor de 1.500 años de antigüedad.
Aunque el suyo es un emporio digital, con sucursales en Twitch y ...
Su canal de YouTube, GothamChess, acumula más de 4,5 millones de suscriptores y ronda los 2.000 millones de reproducciones. Las cifras resultan particularmente llamativas si se tiene en cuenta que Levy Rozman (nacido en el distrito neoyorquino de Brooklyn hace 28 años) no es un youtuber al uso, sino un creador de contenidos relacionados con el ajedrez, el peculiar juego ciencia de origen indio al que se atribuyen alrededor de 1.500 años de antigüedad.
Aunque el suyo es un emporio digital, con sucursales en Twitch y TikTok, Rozman se confiesa un “fetichista” del ajedrez de siempre, el analógico, “el que se jugaba en tableros de madera y se aprendía frecuentando escuelas y clubs o leyendo libros de estrategia, táctica, aperturas y finales”. En homenaje a esa manera tradicional, vetusta y “romántica”, de practicar el juego, la que seguía predominando hasta la llegada de la pandemia y la irrupción de la serie de Netflix Gambito de dama, este estadounidense de madre rusa y padre ucraniano ha escrito su propio libro, Cómo ganar al ajedrez (Arpa Editores). Se trata de una guía pormenorizada, pero de apenas 250 páginas, que pretende acompañar al ajedrecista neófito desde sus primeros pasos hasta un nivel intermedio, “el necesario para empezar a participar en competiciones amateur”, según nos explica su autor.
Rozman considera que el ajedrez es “un enorme placer intelectual al alcance de cualquiera que se interese por él”, pero también, con toda probabilidad, “el más exigente y frustrante de los juegos concebidos por el ser humano”. Su curva de aprendizaje es “muy pronunciada”. Tanto, que, “a medida que vas profundizando en su extraordinaria complejidad y, en consecuencia, se va ampliando tu perímetro de ignorancia, puedes tener la sensación de que no avanzas o incluso retrocedes”. Más aún: practicado “al máximo nivel”, el ajedrez exige “esfuerzos mentales muy intensos, hasta cinco o seis horas de tensión silenciosa que pueden extenuarte, exasperarte e incluso deprimirte”. En las partidas de alta competición, no es infrecuente “que los jugadores pierdan peso, sufran taquicardias o incluso ataques de ansiedad”.
¿Vale la pena? En opinión de Rozman, sin duda: “Es un juego hermoso, muy completo, con un aspecto matemático que tensa el cerebro al límite, pero también un muy prononciado componente artístico. Los buenos aficionados disfrutan las partidas de genios de esta disciplina, como Magnus Carlsen, Garri Kaspárov, Bobby Fischer o José Raúl Capablanca, como si fuesen obras maestras de la literatura, la pintura, el cine o la música”. Además, ofrece casi desde el principio “la sensación de que tú también puedes contribuir a la creación de esa peculiar belleza, porque incluso los jugadores más modestos pueden disfrutar de vez en cuando del placer de realizar una combinación exacta, una jugada brillante, un plan original”.
Rozman se asomó por vez primera a esta tradición milenaria cuando tenía apenas seis años: “Yo era un niño muy inquieto, probablemente hiperactivo, y mis padres me apuntaron a dos actividades extraescolares que pensaron que podrían contribuir a calmarme, ajedrez y arte”. La primera consiguió despertar su entusiasmo. La segunda, no tanto: “Acabé usando el aula de ajedrez como el lugar en que esconderme del profesor de arte”. Hoy recuerda anécdotas como la “agresión” sufrida en los días de infancia en que fue alumno de la escuela de la ajedrecista húngara Susan Pólgar: “Uno de mis rivales, harto de mis comentarios jactanciosos, me arrojó una pieza a la cara y me hizo una pequeña brecha. Para que luego digan que el ajedrez es un deporte tranquilo”.
Con 19 años, mientras estudiaba Estadística y Análisis Financiero en el Baruch College de Manhattan, empezó a ganarse la vida como profesor de ajedrez en escuelas locales: “Por entonces”, bromea, “ya había asumido que no iba a ser el mejor jugador del mundo, así que hice como tantos otros ajedrecistas de talento mediano y me dediqué a la docencia”. Se le dio bien: “Descubrí que soy un buen comunicador. Empatizo con mis alumnos, creo que entiendo bien sus necesidades. Y soy capaz de hablarles de ajedrez de manera sencilla y amena, con un cierto sentido del humor. Diría que esas son también las cualidades que me han permitido destacar como creador de contenido”. Entre 2016 y 2019, Rozman decidió dedicarse con una cierta intensidad al ajedrez de alta competición. Alcanzó el título de Maestro Internacional, el equivalente aproximado a un cinturón negro en artes marciales, y un ranking de 2420 puntos de Elo, “respetable, pero alejado, en cualquier caso, de la verdadera élite”. Descubrió, además, que competir implica para él “una dosis tal vez excesiva de estrés, insatisfacciones y sufrimiento”, así que optó por centrarse, ya sin reserva, en la enseñanza y en su creciente actividad en redes sociales: “Mi gran éxito profesional ha acabado siendo crear un canal y hacerlo crecer paso a paso, con constancia y método, de solo diez seguidores a varios millones”. Para todos ellos tiene un mensaje: “El ajedrez pide mucho, pero ofrece mucho más”.