Laia Sanz vuela sobre las dunas del desierto antes del Dakar 2024

Nos subimos en el coche de la piloto Laia Sanz en su último entrenamiento en el Sahara. Tras toda una vida subida a la moto, a partir del 5 de enero la piloto correrá su tercer Dakar en coche y el decimocuarto de su vida. Una carrera que, a pesar de su crudeza, no ha abandonado ni una sola vez

Laia Sanz posa con el 'buggy' con el que correrá el Dakar 2024 en una de las dunas más altas del Sáhara marroquí.Gianfranco Tripodo

El acelerón levanta una nube de arena naranja y fina como el limo. En unos pocos segundos, quizá en dos, quizá en tres, la velocidad del coche es tan grande que el cuerpo se pega al asiento como una gelatina al molde. Intentas ver. No puedes ver. La velocidad, unos 170 kilómetros por hora, hace que el pesado casco te resbale sobre la frente hasta tapar los ojos. Tampoco puedes girar la cabeza por el protector cervical que está ahí para evitar que te quedes parapléjica si el coche vuelca. De pronto, por el parabrisas ya no se ve la arena: ahora hay una piscina azul. El cielo. Y, de golpe, las e...

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El acelerón levanta una nube de arena naranja y fina como el limo. En unos pocos segundos, quizá en dos, quizá en tres, la velocidad del coche es tan grande que el cuerpo se pega al asiento como una gelatina al molde. Intentas ver. No puedes ver. La velocidad, unos 170 kilómetros por hora, hace que el pesado casco te resbale sobre la frente hasta tapar los ojos. Tampoco puedes girar la cabeza por el protector cervical que está ahí para evitar que te quedes parapléjica si el coche vuelca. De pronto, por el parabrisas ya no se ve la arena: ahora hay una piscina azul. El cielo. Y, de golpe, las entrañas se encogen como una bola de papel arrugado y antes de que entiendas que se trata de vértigo y de que estás sobre la duna más alta del desierto de Merzouga (Marruecos), oyes un grito de entusiasmo en los auriculares integrados en el casco: “¡Yiujuuu!”. Y después, una risa. Corta, sonora, sincera. La risa de Laia Sanz (Corbera de Llobregat, 38 años), la única piloto mujer que ha corrido 13 Dakar seguidos sin abandonar ninguno.

Pasar por la carrera deportiva de Sanz es como entrar en una sala de trofeos: Premio Nacional del Deporte; Medalla de Oro de la Real Orden del Mérito Deportivo; 14 veces campeona del Mundial de Trial; 10 veces campeona del Europeo de Trial; 6 veces campeona del Mundial de Enduro; 7 veces vencedora del Trial de las Naciones; y, la carrera de las carreras, 13 veces participante en el Rally Dakar con el resultado de haber sido 13 veces ganadora en categoría femenina. Es decir: 13 carreras del Dakar iniciadas y 13 carreras del Dakar acabadas, 11 de ellas en moto. Las últimas 2, en coche.

Cuando sube al coche en el que competirá en el Dakar, la cara de Sanz cambia. Vestida con el mono de carreras y el casco, maneja la máquina como una extensión de su cuerpo.Gianfranco Tripodo

“Hubo un Dakar en el que me quedé inconsciente. Acabé la etapa, no me acuerdo de nada. Y aun así, terminé ese Dakar. Siempre he tenido que estar muy mal para no acabar una carrera”, confiesa la piloto sobre sí misma. Otro Dakar, el de 2021, lo corrió enferma de Lyme después de la picadura de una garrapata, con el cuerpo hecho papilla. “Era una cuestión de orgullo acabarlo”, despacha ella sin apenas darle importancia. “Laia es determinada. Nadie cuerdo acaba todos sus Dakar. Un año la vi en moto. Se le rompió el motor y fue remolcada 400 kilómetros por su compañero tragando barro y de todo con tal de no abandonar”, cuenta Diego Vallejo, copiloto de rally y campeón de España de Rallies Todoterreno además de participante cinco veces en el Dakar.

El incidente al que se refiere Vallejo ocurrió en la carrera que se celebró en 2013. En la novena etapa, a Sanz se le rompió el desvaporizador y la moto empezó a perder aceite. Tuvo que parar para no romper el motor. Su mochilero, Miguel Puertas, fue el que la remolcó durante 400 kilómetros para no tener que abandonar la carrera. Al final, llegaron al vivac a las cinco de la madrugada. Tras 15 horas de recorrido, quedó la última. Pero siguió adelante. A las 8.20 del día siguiente y habiendo descansado solo tres horas, se volvió a subir a la moto recién reparada para hacer la décima etapa del Dakar. Perdió sus opciones para acabar entre los 30 primeros en la general, pero se coronó como ganadora del trofeo femenino.

Dos años después, en 2015, conseguía su mejor resultado en el Dakar: el noveno puesto en la final general absoluta, siendo el mejor resultado en moto de una mujer en toda la historia de la carrera. Laia Sanz se convertía en leyenda. Los padres empezaron a llamar a sus hijas Laia no por santa Eulalia, la patrona de Barcelona, sino por ella. Los medios la bautizaron como “la reina del motociclismo”, “la princesa del Rally Dakar”, “la reina del desierto”. Ella no dejaba de repetir en entrevistas que no era “un bicho raro” por ser mujer y correr sobre dos ruedas mejor que los hombres. También que un día querría casarse y tener hijos. “Se me va a pasar el arroz”, dice con ironía mientras afuera cae la noche helada y diáfana del desierto. “Es un tema, no es fácil porque ya empiezo a ser mayor y cada vez me preocupa más. Siento que siendo mujer es mucho más difícil que siendo hombre porque yo no puedo parar mi carrera ahora mismo. Cuando tenía la posición que tenía en moto, seguramente me hubiese podido permitir decir ‘equipo, paro un año porque quiero ser madre y luego vuelvo’, me habrían guardado el sitio. Pero ahora mismo no me lo puedo permitir. ¿El deseo sigue? Sí. Pero si paro mi carrera, no podré volver”.

Laia Sanz.Gianfranco Tripodo

Es en las distancias cortas cuando descubres que no hay síntoma de insensatez en Sanz sino una determinación capaz de quebrar voluntades. Antes de cada carrera, su madre le manda un mensaje con solo tres palabras: “Sort i seny” (suerte y sensatez, en catalán). Su padre prefiere una frase más larga: “Qui té la voluntat té la força” (quien tiene la voluntad, tiene la fuerza, frase que Sanz usó para titular su libro). No son ganas de presumir ante otros, sino el de superarse a una misma. Aunque hablemos de la carrera más dura y peligrosa del mundo, que desde su primera edición ya se ha llevado por delante la vida de 27 pilotos. “Siempre he dicho que había gente en el Dakar, en moto sobre todo, que compraba más boletos que yo para acabar muy mal. Asumían riesgos que yo nunca asumí porque yo prefiero acabar la décima a acabar la séptima, pero acabar entera”, justifica ella.

Vestida con una gorra de Red Bull y una sudadera de la escudería Astara, que nos ha traído hasta el desierto, Sanz parece impasible ante el brillo de los apelativos regios que, como campañas de marketing, se le han ido adjudicando a lo largo de su carrera. Su cara, sin maquillaje. Las uñas, cortas. Los antebrazos, morenos de montar en bici en su tiempo libre y llenos de arañazos. Los años de entrevistas la han vuelto reservada y solo baja la guardia cuando habla de sus gatos (tiene tres, muestra sus fotos en el móvil) y cuando sube a su coche de carreras. En ese instante empieza a sonreír, se mueve con más soltura, bromea con el equipo, olvida a la prensa. Se pone el coche encima como quien se pone un traje a medida. En sus ojos empieza a bailar un brillo infantil que recuerda que su idilio con las motos empezó como un juego y se convirtió en pasión y trabajo antes de que supiera que el mundo se rige por reglas laborales, salariales y grados de rendimiento.

Una tarde, a la hora de la siesta, los padres de Sanz oyeron el ruido de una moto. Cuando se asomaron por la ventana, en vez de ver a su hijo Joan, de nueve años, vieron a Laia, de cinco, paseándose por el jardín encima de la Cota 25 de su hermano. No la castigaron, sino que a los siete años su madre la apuntó a una carrera del campeonato catalán júnior de moto. Quedó octava de un total de ocho participantes. Le sirvió para aprender que a partir de entonces prefería ganar. También que, casi siempre, iba a ser la única mujer en la carrera.

—¿No te has sentido sola al ser la única mujer?

—No, me muevo en un mundo de chicos. Era una más.

—¿Qué hace falta para ser uno más?

—Es que he demostrado muchas cosas. Te tienes que ganar el respeto. El problema es que te lo tienes que ganar y otros llegan y ya lo tienen. Yo me lo gané y luego ya me trataban muy bien. Aunque había de todo.

—¿Te han tratado mal también?

—Sí.

—¿Por ejemplo?

—Es una tontería y suena materialista, pero todos los pilotos del equipo volaban en business y yo no. No tengo problema, pero… ¿por qué todos volaban en business y yo no?

Lo que sucedía con los equipos oficiales, sucede también con los patrocinadores, que prefieren colaborar con ellos, y esto hace que ellas cobren mucho menos por correr al mismo nivel. “Al final hay que picar piedra, seguir y ya está. A veces tengo la sensación de que durante mucha parte de mi vida he tenido que remar un poco a contracorriente, pero al final creo que eso te hace más fuerte y es lo que me ha hecho llegar a donde estoy… No sé, al final me siento una afortunada”, sentencia Sanz.

Afortunada porque sostiene que la moto le ha permitido llevar la vida que ha querido y le ha dado de comer. También porque considera que tiene un carácter que la hace resistente a los golpes y una mente capaz de concentrarse durante la carrera y desconectar cuando ha finalizado. También una mente que no ha necesitado, a pesar de la presión, ir a terapia. “Lo probé una vez y no me gustó, y pensé: el coco es lo que mejor llevo en las carreras, ¿para qué voy a tocarlo? A ver si se me rompe…”, dice ella.

Laia Sanz, durante un descanso en su entrenamiento en el Sáhara marroquí.Gianfranco Tripodo

Tras toda una vida sobre la moto, hace tres años recibió una llamada de Carlos Sainz. “Me quedé a cuadros. Había sido mi ídolo toda la vida. El único día que mis padres me dejaban saltarme el cole era para ir a verle en el Rally de Cataluña”. Sainz venía con una propuesta: que Sanz fuera piloto en su equipo Acciona de Extreme E. Ella aceptó a pesar de no tener experiencia en coches. Eso fue en 2020. En 2021, abandonaba la moto y corría con el equipo de Mini en el Dakar. En 2024, correrá con Astara, al igual que hizo en 2023. Su animal de carreras es un buggy que competirá en la categoría de coches T1.2 alimentado por e-fuel, un tipo de combustible sintético con una huella de carbono neutra (cero emisiones), en el que ya es el coche que menos contamina de toda la carrera. “El cambio ha sido duro porque era salir de mi zona de confort, pero es ley de vida. Por un tema de edad el cuerpo ya no es el mismo. Sumado a la muerte de compañeros que te marcan mucho, asumir ese riesgo en moto cada etapa sabiendo que te va a pasar cualquier cosa… Creo que me pasé al coche en el momento perfecto”, confiesa la piloto.

El coche del equipo Astara es el Concept 02, una evolución del Concept 01 con el que la escudería compitió el año pasado. Sanz y su copiloto, Maurizio Gerini, correrán en la categoría T1.2. Alimentado con e-fuel, un combustible sintético, este modelo es el que menos contamina de toda la carrera del Dakar. Gianfranco Tripodo

Las dunas permanecen impasibles como animales prehistóricos. El coche de Sanz se enfría bajo una carpa en medio del Sáhara marroquí. Para la piloto, esta es la última oportunidad de entrenar con la máquina que conducirá en el Dakar antes de volar en enero a Arabia Saudí. Una mujer compitiendo en una carrera de hombres, creada por hombres, para hombres, en un país en el que los hombres permitieron a las mujeres conducir hace solo cinco años. “Sí, sabes lo que hay, pero ¿qué vas a hacer? Si te mandan por trabajo a Arabia, ¿no vas? Pues este es mi trabajo, tengo que ir aunque la gente lo critique”, defiende la piloto.

Ya no irá manchada por el barro que levanta la moto. Tampoco estará bañada por la soledad. El 5 de enero, cuando arranca la primera etapa de la carrera, tendrá a su lado a su copiloto, Maurizio Gerini, con el que ya corrió el año pasado, que le va leyendo el roadbook (la ruta) en italiano, idioma que también habla Sanz. Detrás, la apoya todo un equipo.

—Tenemos que hacer un Dakar inteligente, de menos a más, mejor que el del año pasado.

—¿Qué resultado sería hacerlo bien?

—No quiero decir ninguno. Da mala suerte.

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