París se prepara para los Juegos de la ‘banlieue’
Los Juegos Olímpicos de 2024 difícilmente cambiarán la capital francesa. Aunque tal vez sí transformen la ‘banlieue’ de Saint-Denis, el extrarradio marcado por los disturbios, la pobreza y la exclusión, pero también por la juventud y el dinamismo
Se sienten despreciados, abandonados. Todo queda lejos aquí. París es un territorio extraño. Cuentan que buscan trabajo y acumulan negativas. Sus nombres: incorrectos. Los barrios donde viven: incorrectos. Tres amigos, tres hijos de la inmigración, tres muchachos que un frío sábado de diciembre pasean entre autovías, puentes elevados con tranvías y descampados por el empobrecido extrarradio al norte de París que el próximo verano, durante los ...
Se sienten despreciados, abandonados. Todo queda lejos aquí. París es un territorio extraño. Cuentan que buscan trabajo y acumulan negativas. Sus nombres: incorrectos. Los barrios donde viven: incorrectos. Tres amigos, tres hijos de la inmigración, tres muchachos que un frío sábado de diciembre pasean entre autovías, puentes elevados con tranvías y descampados por el empobrecido extrarradio al norte de París que el próximo verano, durante los Juegos Olímpicos 2024, se convertirá por unas semanas en el centro del universo.
La pandilla entra en un restaurante de comida rápida en Bondy, el pueblo de Mbappé. Son Moktar, Younès y un tercer amigo que prefiere que su nombre no se conozca: pronto sabremos por qué. Piden un plato de pasta y unos refrescos. Y su mundo, entre bocado y bocado, se despliega ante la mirada de los periodistas que han venido desde el confortable centro de la capital francesa.
—Me dicen: “Nombre extranjero. Religión musulmana”. Y encima vivo en el 93.
El 93 es el código postal de Seine-Saint-Denis, la provincia más pobre de Francia y la que tiene más inmigrantes, un tercio de la población. También, la más joven del país. Quien habla es Moktar, de 18 años, origen tunecino, sin duda al que mejor le van las cosas de los tres, estudiante de comercio, gafas metálicas y un bigotillo que le dan un aire intelectual.
Younès, de 18 años y marroquí, dice que ha enviado decenas de currículos y no hay manera: “No quieren a alguien extranjero”.
Añade Moktar: “Nosotros tenemos que hacer el doble de esfuerzo que los demás para salir adelante. Es un poco una injusticia. Todo esto crea odio. Se guarda dentro. Después, estalla”.
El tercer amigo es de origen turco. Tiene 19 años y un problema. En el tobillo lleva un brazalete electrónico. Fue condenado por participar en el incendio del Ayuntamiento de su ciudad, Bobigny. Sucedió durante los disturbios tras la muerte en junio, por el disparo de un policía, de Nahel, un adolescente de origen magrebí. Quedó en libertad, pero con un brazalete que le obliga a regresar cada día a casa antes de las seis de la tarde. Durante la conversación, repite una frase:
—Estoy cabreado. Así que rompo cosas.
Esto es la banlieue, tristemente acostumbrada a salir en los titulares por la inseguridad, los disturbios o los guetos islamistas. Esto es Seine-Saint-Denis, un cóctel muy particular. Peligroso y excitante. Aquí convive la basílica donde reposan los restos de los reyes de Francia con los comercios halal, las mezquitas y las mujeres con velo. Y con una nomenclatura curiosa: avenida Lenin o ciudad de los Cosmonautas, herencia de lo que fue un feudo comunista.
No es solo eso. Seine-Saint-Denis acoge el mayor estadio de Francia, el mayor número de start-ups por habitante, dos aeropuertos. “Solo le falta el mar para ser California”, dijo hace unos años el presidente Emmanuel Macron. Como si quisiera darles ánimos (y darse ánimos).
Entre el 26 de julio y el 11 de agosto, París organiza los Juegos Olímpicos de verano, un siglo después de los últimos en esta ciudad. Entre el 28 de agosto y el 8 de septiembre, se celebrarán los Paralímpicos.
París brillará. Pero París no se transformará como Barcelona se transformó en 1992. Lo que se transformará es el extrarradio. Porque, en rigor, estos no serán los Juegos de París. O no solo. Son los Juegos de Seine-Saint-Denis. De la banlieue.
Allí se ubica el Stade de France (Estadio de Francia), emplazamiento de las competiciones de atletismo, y el Centro Acuático, sede de la natación y una de las pocas infraestructuras nuevas, además del Pueblo de los Atletas, nombre oficial de la ciudad olímpica y paralímpica. Allí está en marcha la construcción del Gran París Exprés, que conectará con transportes públicos las ciudades y barrios de la región parisiense sin pasar por la capital. Aquí existe una posibilidad, quizá remota, para cumplir algo que va mucho más allá del deporte: que chavales como Moktar, Younès y su amigo se sientan del todo parte de su propio país. Que estos barrios y ciudades dejen de ser territorios aparte y puedan ser, de verdad, la California europea.
Mohamed Gnabaly recuerda el día de la final de la Eurocopa en 2016 cuando le impidieron la entrada en la tribuna vip del Stade de France pese a tener invitación. “Soy alcalde”, les dijo. No le creyeron. “Para ellos”, dice, “era inimaginable un alcalde negro y de barrio”. Finalmente pudo entrar. Gnabaly tiene 38 años, es hijo de senegaleses, su padre es imam, y él, el alcalde de L’Île-Saint-Denis, el más pequeño de los municipios por los que se extiende el Pueblo de los Atletas (los otros dos son Saint-Denis y Saint-Ouen). L’Île-Saint-Denis —una isla con 8.500 habitantes y 85 nacionalidades— es un microcosmos de los cambios que traerán los JJ OO: barrios ecológicos, un puente, comercios y restaurantes. Y un espejo de lo que queda por resolver. Como en tantos municipios de esta provincia, tras la muerte del joven Nahel en junio hubo incidentes. Se incendió la planta baja del Ayuntamiento, una construcción de principios del siglo XX. El edificio sigue cerrado y en obras. El alcalde nos recibe en unas oficinas provisionales.
“Todo irá bien”, dice cuando le preguntamos por los JJ OO. “En París, grosso modo, todo está construido. Es en nuestra casa donde está en juego la transformación urbana”. Nos lleva a pasear a uno de los barrios recién construidos, pegado al Pueblo de los Atletas, donde los obreros trabajan a contrarreloj. Nos lleva al kebab turco de moda y a la peluquería afro, frecuentada por clientes locales y celebridades del cine. El alcalde habla con Namani, la patrona, de 43 años, descendiente de africanos por parte de padre, de catalanes por parte de madre. Para ella era importante instalarse en la isla: “Aquí está todo por hacer”.
Todo es posible en la banlieue, y todo es complicado. Las autopistas, por ejemplo, que parten las ciudades. O el periférico, el bulevar de circunvalación en París que actúa como un muro mental. El París de Notre Dame y la Torre Eiffel —el que ha de lucir el próximo verano en todo su esplendor— resulta exótico para los habitantes de la banlieue. Y la banlieue, para franceses acomodados como el narrador de la novela El Gran París, de Aurélien Bellanger. Para este personaje, Seine-Saint-Denis “se parecía a la zona prohibida de Chernóbil, con sus nombres de calles salidas del folclore soviético, sus terrenos baldíos industriales desolados y mortales, sus barrios peligrosos y hostiles”.
Entre ambos mundos, un cordón umbilical: la línea 13 de metro. La más multicultural de la ciudad. Atiborrada en hora punta. De Saint-Ouen al centro de París y de ahí al distrito 11, en el este de la ciudad: casi una hora. Nos espera una de las personas que más y mejor han pensado en cómo coser las costuras de esta metrópolis global. El hombre que tiene en la cabeza el Gran París. En una sala con una maqueta del Pueblo de los Atletas, el arquitecto y urbanista Dominique Perrault declara:
—La atracción de París es su cultura, sus museos, sus restaurantes, su modo de vida. Pero la fuerza viva de París reside en el Gran París, fuera de París.
Perrault, a los 70 años, es un clásico vivo de la arquitectura francesa. Autor como arquitecto, entre otros, de la Biblioteca François Mitterrand y de obras olímpicas en Berlín y en Madrid. Como urbanista, del Pueblo de los Atletas en Seine-Saint-Denis. Él lo concibió; los arquitectos hicieron el resto. Se trataba de crear una ciudad con avenidas perpendiculares que bajasen suavemente hacia el río.
El río. Con sus meandros y sus canales, sus islas, sus parajes naturales y sus fábricas y puertos fluviales. En este punto considera Perrault que, pese a las enormes diferencias, hay algo en común entre Barcelona 1992 y París 2024:
—Es el agua. Todo el proyecto de Barcelona consistía en la reconquista de un conjunto de territorios industriales y abandonados para abrirse al mar. El proyecto de París es distinto, pero el agua también es el elemento central, pues el conjunto de la candidatura y los acontecimientos se organiza en torno al Sena.
El río es el “hilo azul” que cose esta geografía desigual y variopinta. Y así, según Perrault, se revela “un nuevo territorio”.
El Pueblo de los Atletas es una pieza en un rompecabezas deshilachado. No es fácil darle coherencia en una época en la que ya no es concebible un genio o una autoridad planificadora. Lo que quedará será al menos un cambio mental:
—El Gran París significa la desaparición de la noción de banlieue.
La banlieue era el lugar fuera de los muros de la ciudad. Ya no. El nuevo centro será extrarradio.
Paseando por la Seine-Saint-Denis, se ven por las paredes carteles contra los Juegos Olímpicos. Uno, desleído, dice: “El planeta arde, basta de jugar”. No hay entusiasmo, pero tampoco un movimiento amplio de oposición.
“No cambiará la vida cotidiana de los habitantes del 93″, observa, en un café en la ciudad de Saint-Denis, Cécile Gintrac, geógrafa y miembro del comité ciudadano de vigilancia de los JJ OO 2024. Cree que debería haber más vivienda social entre las nuevas construcciones: “No responderá a la crisis de vivienda”. A lo lejos se ve la autopista, el Stade de France y el Centro Acuático. Otra crítica: mientras las autopistas sigan surcando estas ciudades, tampoco la calidad medioambiental mejorará. Más: el impacto limitado en el empleo local y lo que Gintrac llama “la vigilancia algorítmica y las potenciales violencias policiales”. Y otra: el riesgo de que las nuevas instalaciones no signifiquen un mejor acceso a las actividades deportivas. “Hay una enormidad de dinero público invertido”, dice, “pero ¿responde a las necesidades?”.
“Los Juegos serán en nuestra casa, pero nos rechazan. Los billetes son caros, suben los alquileres”, se queja Moktar, uno de los tres amigos de Bobigny y Bondy. Después de comer, paseamos entre los bloques de edificios donde los traficantes marcan el territorio con pintadas. Más tarde se irán los tres al centro de París a comprarse un abrigo. Así se pasa la tarde de un sábado en la banlieue.
Sábado noche, Stade Bauer en Saint-Ouen, campo de entrenamiento oficial para los JJ OO y estadio del Red Star, club fundado en 1897, dos años más antiguo que el Barça, y asociado a un espíritu de izquierdas y revolucionario. Juegan contra el Nîmes, partido de la Liga nacional, la tercera división. El Red Star gana 2 a 0.
La grada ruge. Los chicos y chicas de la banlieue. Mezclados, felices. Una imagen de lo que puede ir bien en este país tan angustiado por el fantasma del conflicto. En la tribuna vip, pocos siguen el partido. Se forman corrillos entre canapés y bebidas, se hacen contactos. Esto es el equivalente en la banlieue del palco del Bernabéu.
Karim Bouamrane, de 50 años, alcalde de Saint-Ouen, socialista, un aire de Obama a la francesa, nos dice combinando el francés y un correcto español:
—Los disturbios no son un problema de la banlieue. El problema es cómo logramos hoy dar un sentido a la palabra República. La palabra República ya no significa nada para toda una categoría de jóvenes. Cuando no hay empleo, cuando no hay esperanza, cuando no hay vivienda, cuando no hay servicios públicos de calidad, cuando no hay educación para los hijos…
Explica el alcalde: “Los Juegos Olímpicos son una manera de acelerar la política de progreso compartido”. Y cuenta que a él le han servido para “renovar” y “embellecer” Saint-Ouen. “Si llegas a un lugar y es feo y gris”, dice, “no te sientes seguro”.
¿Una California sin mar, como dijo Macron? ¿Una California sin sol? “California es la Seine-Saint-Denis con un microclima”, responde Bouamrane. “Estos Juegos darán la posibilidad de decir: ‘Vengo de Seine-Saint-Denis y tengo derecho a lo mejor”.