Camilla Läckberg: “Una pareja que funciona es una obra de arte”
La escritora de Fjällbacka hizo mundialmente famoso a su pueblo sueco de 1.000 habitantes con una docena de novelas protagonizadas por su ‘alter ego’, la novelista Erica Falck, y su marido, el policía Patrik Hedström. Ahora ha trasladado a Estocolmo a su nueva pareja protagonista. Allí ha firmado ‘El mentalista’ y ‘La secta’ al alimón con Henrik Fexeus, multiplicando por dos la intriga psicológica.
La vida de Camilla Läckberg (Fjällbacka, 48 años) parece una novela de Camilla Läckberg. Ha vendido 33 millones de libros. “Sé que nunca alcanzaré a Astrid Lindgren [la creadora de Pipi Calzaslargas] ni a Stieg Larsson, pero me veo cerca de los 40 millones que ha vendido ...
La vida de Camilla Läckberg (Fjällbacka, 48 años) parece una novela de Camilla Läckberg. Ha vendido 33 millones de libros. “Sé que nunca alcanzaré a Astrid Lindgren [la creadora de Pipi Calzaslargas] ni a Stieg Larsson, pero me veo cerca de los 40 millones que ha vendido Henning Mankell. Soy tan vergonzosamente competitiva…”, confiesa la autora, que acaba de publicar La secta (Planeta). Estamos a las afueras de Estocolmo, en una orilla del mar Báltico con abedules, embarcadero y 1.000 metros de casa decorada “a gusto de los dos”. “Simon es de brillos y novedades. A mí me gusta lo sobrio y lo antiguo. Lo muy caro tendría miedo de que lo robaran”. Simon, campeón de lucha libre, es su tercer marido, padre de su cuarta hija, de cinco años, y 13 más joven que ella. “El primero me dio la seguridad que no tuve de niña. Pero cuando decidí arriesgar no me siguió. El segundo fue mi amor platónico: policía, guapo… Ahora escribe novela negra”.
Parece empeñada en que conozcamos otra Suecia con más de 40 sectas destructivas y donde desaparecen niños a diario.
Para los suecos, las apariencias son fundamentales. Hemos defendido una imagen neutral durante la II Guerra Mundial aunque dejábamos pasar tanques alemanes hacia Noruega. Muchos suecos eran nazis. No nos gusta el desorden ni admitir ese lado. La imagen internacional es la de un país democrático, deportista, sin criminales ni drogas. Yo muestro la Suecia real: con partidos de ultraderecha.
Amigos de Suecia.
Son una parte muy peligrosa de nuestro mundo. Aparecen en mis novelas igual que aparecen hombres pegando a mujeres. Son cosas habituales, no extraordinarias. Escribo sobre lo que me enfada.
Ese enfado ha evolucionado. Su primer comisario no era consciente de su machismo.
El movimiento #MeToo permitió que problemas habituales no se vieran como anecdóticos. Muchos hombres los ridiculizaban: “Ya no puedes ni piropear”. Hoy hemos entendido la aberración que supone que una mujer tema perder el empleo si no se acuesta con su jefe.
¿Tener millones de lectores le da valor?
En 20 años, además de crecer como escritora, he sido madre. Con cuatro hijos, siento la obligación de analizar los problemas de la sociedad. A medida que envejezco sé más cosas. La Cienciología obliga a comprar cursos para progresar. Es una secta. Necesito compartir lo que averiguo.
La tradición de novela negra nórdica ancla las historias en la vida cotidiana. ¿Para usted reflejar la vida es hablar de problemas?
Hay dos tipos de drama. El extraordinario —un asesinato que la mayoría de la gente no vive nunca— y el ordinario, que vivimos todos. Divorciarse, quedarse sin trabajo, pelearse con amigos es lo que nos transforma la vida. Escribo sobre eso. No calculé, aunque… no me gusta ser la segunda.
“La maternidad mata a las parejas”.
La equidad no existe en la maternidad y, por tanto, no existe en las parejas con hijos. Los hombres parecen pensar que las mujeres llevamos el cuidado en el ADN y debemos hacer el 90% del trabajo solo porque no los ven, no los oyen o no saben cuidarlos. Y una se mira y dice: “¡Dios mío, me he convertido en mi madre!”.
¿Son nuestras madres o es nuestra autoexigencia?
Trabajar fuera de casa, nuestra independencia económica y mental, es una conquista. Pero se convirtió en una condena porque al sumar eso no borramos nada de lo que había en casa: ni cocinar ni pintarnos las uñas. El tipo de hombre que es “selectivamente inútil”, un ingeniero de la NASA que no sabe pelar una manzana o poner el lavaplatos, no es divertido, es peligroso. Simon lleva a nuestra hija al colegio.
¿Usted se ha convertido en el hombre?
Me gusta tomar café en pijama. Pero hago otras cosas como cocinar. Le pregunté si le parecía injusto y dijo que, como sabía que lo odiaba, lo hacía a gusto.
Defiende esa posibilidad de un amor romántico “para toda la vida”, pero escribe sobre parejas que no funcionan.
El amor me interesa. Y la ceguera amorosa, más. Hay quien no ama sin dopamina. Y, claro, con la conquista se acaba. Eso no es amor, es seducción, un juego peliagudo maravilloso. Valoramos menos la pareja que tenemos después de ver una película romántica. No existe tensión sexual pasado un tiempo. Esa fantasía es una de las razones obvias para la infidelidad. Pero es dopamina. Una pareja que funciona es una obra de arte. Necesita evolución. Alguien puede ser la media naranja por un número de años. El resto es trabajo, no regalo. La vida nos cambia y hay que reaccionar. Conocí a mi primer marido con 20 años. Me divorcié con 32. Yo era otra, quería vivir. Él quería mantenerse seguro. Ante eso, o renuncias y te adaptas al otro o te separas.
¿Ha sido difícil convivir con su éxito?
Mis exmaridos están orgullosos, pero reconocen que afectó a sus vidas. Simon, en cambio, ya había triunfado en la lucha libre cuando me conoció. Tenía tres medallas de oro como karateka. Con 27 años, era lo suficientemente seguro como para meterse en mi mundo con tres niños de 11, 9 y 5 años.
¿Escribe para analizar? ¿Para conocerse?
Tengo que respirar, comer, dormir y escribir. No es una elección.
Desde pequeña se sintió atraída por lo oscuro.
No sé por qué.
La infancia de sus protagonistas es clave para investigar la mayoría de los asesinatos. ¿Puedo pedirle que busque cómo aparece ese interés en su infancia?
Pienso que podría tener relación con que mi padre, en los años cincuenta, antes de que yo naciera, fue policía. Contaba casos.
Es freudiano.
Más freudiano es que mi segundo marido fuese policía.
Su padre la empujó a leer. Y murió pronto.
Cuando yo tenía 19 años y estaba estudiando Económicas para complacerlo, le diagnosticaron cáncer de hígado. Creo que, si le hubiera dicho que quería escribir, me habría apoyado. Pero quise que pensara que iba a ayudarlo con su negocio. A veces nos complicamos la vida por amor mal entendido. Nadie nos pide tanto sacrificio.
Defina felicidad. ¿Protección? ¿Vocación? ¿Riesgo?
Todo. Ese es el problema. Crecí con mi padre y mi madre siempre en casa, enfermos y prejubilados. Eran estrictos. Discutían. Y yo prefería leer en mi habitación a salir. Me convertí en una experta en evitar el conflicto.
¿También en el colegio?
Era la mejor de la clase. Me salté un curso porque me aburría, una friki, claro.
Su investigadora Erica es escritora y convive con un policía.
Sí, y con todos sus problemas: la incapacidad de su marido para cuidar a la niña, el aumento de peso por la ansiedad del trabajo extenuante de ser madre… los he vivido. Tenemos una expresión en sueco: “Cavamos donde estamos”. Soy una escritora perezosa: lo que escribo es siempre lo que sé. Creo que eso hace a mis personajes creíbles.
Por eso su escritora Erica Falck y su marido policía resuelven crímenes en Fjällbacka, el pueblo donde creció.
Porque conozco el lugar. En Fjällbacka no había parvularios. Algunas mujeres cuidaban a niños en su casa. Las llamábamos madres de día. Le suplicaba a mi madre que me llevara a una. Quería ser como los otros niños.
Hoy su madre lee sus libros.
Está orgullosa. Pero son los únicos libros que lee. Mi padre leía tres o cuatro a la vez. De Agatha Christie a Henry Miller. Me enseñó a leer sin prejuicios.
Escribió 10 libros hasta atreverse a cambiar el escenario de su pueblo por Estocolmo.
No soy una escritora de mundo. Tengo que conocer algo a fondo antes de ubicar allí una novela. Pero cuando comencé a escribir con Henrik Fexeus decidimos que Estocolmo fuera otro personaje. Aquí quiero envejecer con Simon.
¿A la tercera va la vencida?
Es un igual. Tenía 27 años cuando nos conocimos. Y yo 40. El primer fin de semana que pasamos juntos empezó a vaciar el lavaplatos…
¿Ninguno de sus maridos lo había hecho?¿En Suecia?
Yo asumía la responsabilidad de la casa. Y eso es una vía hacia el fracaso de la convivencia. Das las gracias porque hacen algo. Se necesitan generaciones para cambiar algo así. Sentimos que la casa debe ser acogedora, cálida… Somos las mujeres las que debemos cambiar eso. Cuando me separé, ningún hombre de mi edad se me acercaba. En cambio, sí lo hacían los jóvenes.
¿La erótica del poder?
Creo que los de mi generación no saben lidiar con alguien poderoso. Los jóvenes no lo ven como una amenaza, piensan que les llegará. No compiten. Por eso los hombres de mi edad se buscan mujeres jóvenes cuando se divorcian.
Como usted ha hecho…
Ellos necesitan sentirse superiores. Proteger en lugar de hablar de tú a tú. Yo necesito tener a un igual al lado. Conocí a Simon cuando se dedicaba a la lucha libre. Luego se ha metido en una empresa tecnológica.
¿Era su entrenador?
Hasta que decidí que tener a tu marido de entrenador no era una buena idea.
En Suecia, la princesa heredera lo hizo.
Ya. Pero a mí me gusta comer, no entrenar. De modo que dejamos el tema. Y empezamos a cocinar juntos. Luego hicimos un libro.
¿Las mujeres poderosas repetirán el estereotipo de tantos poderosos: no mostrar debilidades ni dudas?
Las mujeres poderosas cambiarán la cara del poder. En Ruanda, tras el genocidio, hay tres mujeres por cada hombre. En el Parlamento son un 67%. Están convencidos de que las mujeres tienen menor tendencia a resolver los problemas con violencia.
En sus novelas, ¿es adictivo averiguar el asesino comprobar cómo sus protagonistas se van aceptando?
Para mí la clave son los personajes. Quiero saber de dónde vienen, qué problemas tuvieron de niños, qué tal se llevan con su madre o si su divorcio fue feo. No has vivido de verdad si no has experimentado dolor. Tanto si arriesgas como si no lo haces, vas a sentir dolor en algún momento: pérdida, rabia, desamor… Los cimientos de mi escritura son esos sentimientos.
¿Cuál es su dolor?
Diría que siempre me sentí excluida. Cada vez estoy más cómoda en mi pellejo. Pero me ha costado. Soy como un perro chino, el shar pei, con demasiado pellejo para el cuerpo que tiene. Por eso tiene tantos pliegues hasta que lo llena. He ido rellenando la corteza que me había fabricado para protegerme. He pasado tanto tiempo sintiéndome insegura, pensando que alguien me descubriría como impostora en cualquier momento, que… poder decir cómo te sientes me parece libertad. En los 20 años que llevo escribiendo no me he sentido sola, aunque he necesitado estarlo. Cuando empiezo un libro me voy dos semanas a un hotel.
¿Ha aprendido a aceptar cómo es por el éxito? ¿Con terapia?
El éxito me ha dado seguridad, claro. He hecho poca terapia. Leo y veo muchos documentales sobre procesos mentales. Pero me he pasado tanto tiempo hablándome a mí misma y cuestionándome que la idea de ir a un psicólogo para hablar más de mí me aburre. Un hombre con problemas necesita ayuda. Una madre con problemas es una mala madre… La madre perfecta ha hecho mucho daño. Fundamentalmente, porque no existe. Pero en 20 años las mayores críticas que he recibido en redes sociales han llegado de mujeres por dejar que mis hijos se durmieran en su cama y no en la mía. Aquí hay que ir 40 veces a abrazarlos si protestan.
¿Por qué cuenta su vida en redes?
Cuento lo que no me sale bien. Es mi manera de aceptar que no soy perfecta. Como madre, me siento segura de lo que es mejor para mis hijos —que es básicamente tratarlos como personas— y cuando leo tanto integrismo —gente que va a abrazarlos 40 veces cada noche— necesito dar un punto de vista más relajado. En otros campos como mi peso —mi físico no es un terreno cómodo para mí— no me siento segura y hablo desde la duda.
La escritora que más vende, la que mejor baila…
Soy competitiva. Bromeo con que la gente que está contenta consigo misma no llega a ningún sitio. Pero me mueve la pasión. No calculo. Nunca he estado más en forma que cuando participé en Bailando con las estrellas. Imposible de mantener, claro.
¿Hasta dónde quiere llegar?
He visto que podía conseguir cosas que me parecían imposibles. Eso es adictivo. No veo imposibles, veo posibilidades. Para evolucionar como escritora debo arriesgar.
También hace vino…
Fui a Italia invitada con un grupo de gente con muchos seguidores en Instagram. Probé el vino. La dueña de las bodegas era fan de mis novelas. Me encantó el vino. Quise ser parte de eso. Invertí. Prefiero poner mi nombre a un vino que a un perfume.
Viajar con un grupo de influencers y no con un grupo de escritores es un cambio.
Aprendes muchísimo más, claro.
Denuncia que los escritores pueden ser esnobs.
O maleducados, o alcohólicos. Pero… una escritora borracha cava su tumba.
¿Teme perder lectores masculinos?
Cuando empecé pensé que me leerían mayoritariamente mujeres. Fue un prejuicio: tengo muchos lectores.
Los niños, dañinos e inocentes, protagonizan sus libros.
Cuando tienes hijos descubres que los niños son individuos, gente pequeña. Ni todos los niños son inocentes ni se los puede querer a todos. La gente que dice “me encantan los niños” me genera desconfianza. No son un grupo homogéneo, son personas.
¿Cuál es el mayor riesgo que ha corrido como persona?
Mi primer divorcio. Doce años. Dos niños de tres y cinco. Y sin una razón clásica. Era un buen hombre. Pero no era la vida que quería. No sabía si me arrepentiría. No sabía si volvería a amar. Pero arriesgué.
Ha escrito que la soledad no fortalece.
La soledad no elegida es destructiva. Y la elegida, lo contrario. Lo he hablado mucho con mi hijo mayor, que también tiene tendencia a la soledad. Saber estar solo es una conquista. Simon y yo estamos muy bien porque somos dos solitarios a los que nos gusta estar juntos. Una escritora no necesita estar casada con un escritor. Y él no necesita que yo me pase el día en el gimnasio. Tenemos vida separados.
Es una solitaria que defiende la colaboración. Sus investigadores trabajan en equipo. Y lleva dos novelones con Henrik Fexeus.
Nos conocimos hace 15 años y siempre hablamos de libros porque él escribe divulgación científica en mi misma editorial. De repente, empezó a hablar de una novela que quería escribir sobre un mentalista, una persona que interpreta los signos no verbales para adivinar el pensamiento. Empecé a sugerirle cosas y vimos que nos sumábamos.
¿Llevamos todos dentro un posible asesino?
Sin duda. Lo que varía es el umbral. Hay gente que mataría por dinero; otros, por venganza. La mayoría de nosotros, por nada de eso, pero… ¿y si alguien amenaza a tus hijos?