Sara Khadem: “Con velo no soy yo”
El 26 de diciembre, la ajedrecista iraní participó en el Mundial de Ajedrez Rápido en Kazajistán con la cabeza descubierta, un gesto de protesta considerado una falta muy grave en su país. Sus fotos dieron la vuelta al mundo y anunció que emigraría a España, hoy su nueva casa. En plena ola de protestas, su historia representa la de tantas mujeres que luchan por la libertad en Irán
Algún día lejano, Sara Khadem (Teherán, 25 años) explicará hechos muy complejos a Sam, su hijo de 10 meses. Por qué decidió el 26 de diciembre jugar sin velo —una falta muy grave en su país, Irán— el Mundial de Ajedrez Rápido en Kazajistán, como protesta por la muerte de Mahsa Amini, la joven de 22 años fallecida bajo custodia policial el 16 de septiembre, tres días después de ser detenida por la policía de la moral en Teherán acusada de llevar mal coloc...
Algún día lejano, Sara Khadem (Teherán, 25 años) explicará hechos muy complejos a Sam, su hijo de 10 meses. Por qué decidió el 26 de diciembre jugar sin velo —una falta muy grave en su país, Irán— el Mundial de Ajedrez Rápido en Kazajistán, como protesta por la muerte de Mahsa Amini, la joven de 22 años fallecida bajo custodia policial el 16 de septiembre, tres días después de ser detenida por la policía de la moral en Teherán acusada de llevar mal colocado el velo obligatorio. Khadem le explicará también por qué emigró a España a continuación, junto a él y su marido, Ardeshir Ahmadi, de 32 años (cineasta, presentador de televisión y empresario; encarcelado durante tres meses en 2015). La angelical sonrisa de Sam preside esta entrevista, llevada a cabo en un lugar secreto por motivos de seguridad y por miedo a que los familiares de la joven en Irán sufran represalias. Allí, mucho menos de lo que ella dice aquí es suficiente para ir a la cárcel.
Sara Khadem (así le gusta que la llamen; su nombre oficial es Sarasadat Khademalsharieh, cuya transliteración al español sería Jademalsharieh), Ardeshir y Sam dan la imagen de una familia de emigrantes felices que acaban de estrenar su casa en una urbanización de clase alta. Pero la ilusión de la pareja por una nueva vida está oscurecida por la tristeza de abandonar su país bajo mucha tensión.
“Sí, emociones mezcladas es la mejor manera de describir lo que siento. Antes de que naciera nuestro hijo, nunca pensamos en emigrar. Gracias al ajedrez, yo viajaba mucho. Es verdad que en Oriente Próximo la situación es inestable, y que mucha gente tiene un plan B para emigrar si las cosas se ponen mal. Yo nunca me preocupé por ello porque, como deportista de élite, jamás tuve problemas para lograr visados”, explica ella. Y su marido tampoco, porque tiene doble nacionalidad iraní y canadiense. “Pero cuando nació Sam todo cambió”, añade Sara. “Empecé a dar importancia a vivir en un lugar en el que Sam pueda salir a la calle a jugar sin que estemos preocupados, y muchas cosas así. Entonces surgió España como la mejor opción, pensando en Sam. Verlo feliz aquí nos hace felices. Y el carácter de la gente española es muy parecido al de los iraníes. Son muy cálidos, y todo el mundo es muy amable con nosotros”.
La entrevista transcurre distendida, excepto cuando las preguntas tocan temas delicados, que Sara aborda cuidadosamente. Y con razón: el mismo día de la cita, 10 de enero, un tribunal iraní ha condenado a cinco años de cárcel a la activista Faezeh Hachemí Rafsanyani, hija de Alí Akbar Rafsanyani (1934-2017), expresidente del país y fundador de la República Islámica. Faezeh fue acusada en julio de “propaganda contra la República Islámica” por críticas a la Guardia Revolucionaria. Y fue detenida en septiembre “por incitar a los alborotadores” que protestaban por la muerte de Mahsa Amini. Si esto le ocurre a la hija de un héroe nacional, es fácil deducir que Sara y Ardeshir no pueden estar tranquilos a pesar de ser muy conocidos en Irán y de tener buenos contactos en las alturas del poder.
El temor no es solo por sus familiares en Irán —“espero que no sufran represalias porque si alguien debe dar explicaciones por mi gesto soy yo, no ellos, dado que la decisión fue solo mía”, recalca la ajedrecista—, sino ante posibles miembros hostiles de la comunidad iraní residente en España. A pesar de todo esto, hace una excepción en sus precauciones al ser preguntada por su relación con el velo: “Aquí voy a ser muy sincera. Antes de este Mundial, cuando viajaba a los torneos solo me lo ponía si había cámaras, porque estaba representando a Irán. Pero con el velo no soy yo, no me siento bien, y, por tanto, quería terminar con esa situación. Y decidí no ponérmelo más”.
Jugó sin el hiyab —obligatorio en Irán para las niñas y mujeres mayores de nueve años— en plena ola de protestas por todo el país, con miles de detenidos (más de 18.000, según ONG iraníes en el exilio), al menos 16 condenados a muerte y cuatro ejecutados hasta el momento de escribir estas líneas. Amnistía Internacional lleva años denunciando la falta de derechos de las mujeres iraníes. En su último informe anual, destacaba: “Las mujeres sufrían discriminación en la legislación y en la práctica con respecto a cuestiones como el matrimonio, el divorcio, el empleo, la herencia y el desempeño de cargos políticos”. Y que “la legislación discriminatoria sobre el uso obligatorio del velo daba lugar a que a diario se sometiera a las mujeres a hostigamiento, detención arbitraria y tortura y otros malos tratos, y se les negara el acceso a la educación, el empleo y los espacios públicos”.
Las fotos sin velo de Khadem en el Mundial de Almaty (Kazajistán) han dado la vuelta al mundo, pero su vida es interesante desde la infancia. Niña prodigio, probablemente superdotada (aunque ella cree que no), se inició en el ajedrez de competición a los ocho años y enseguida empezó a participar en torneos internacionales: “Viajar es la mejor escuela de vida, incluso cuando lo pasas mal. Recuerdo especialmente un viaje, de niña, a China, donde nos metieron en un dormitorio escolar colectivo en malas condiciones. Esas vivencias te hacen más dura”.
A los 12 años era campeona del mundo sub-12. Pero el regreso con la medalla de oro a su escuela de siempre en Teherán fue traumático: “En lugar de felicitarme y alegrarse, mi maestra me dijo que el enorme tiempo que estaba dedicando al ajedrez sería mucho más productivo si lo invirtiera en matemáticas u otras materias más útiles. No mostró empatía alguna. Pero yo aguanté y seguí adelante”. El siguiente paso fue dejar de ir a la escuela, excepto para los exámenes, a los que dedicaba solo la semana previa, porque estaba casi siempre viajando o preparando torneos con el apoyo incondicional de sus padres, que ella subraya como una de las claves de sus éxitos: entre otros, campeona del mundo sub-16 en la modalidad relámpago (cinco minutos por jugador) en 2013 y subcampeona sub-20 de ajedrez clásico en 2014, con solo 17 años.
A los 19 conoció a Ardeshir, quien para entonces ya había pasado tres meses en la que según él es “peor cárcel de Irán”,la de Evin, bajo acusaciones poco claras, pero probablemente relacionadas con un reportaje que había hecho para la televisión sobre un grupo de música underground. Se casaron en 2017 y aprovecharon las participaciones de Sara en diversas ediciones del torneo de Gibraltar (el mejor abierto del mundo) para conocer diferentes partes de España, que les gustó mucho desde el principio. A finales de 2018, con 21 años, Khadem estaba ya entre las 20 mejores del mundo en ajedrez clásico y era la subcampeona en las modalidades de partidas rápidas y relámpago.
Su futuro se perfilaba lleno de esplendor, pero su carrera iba a ser frenada en seco. En los últimos días de 2019 y los primeros de 2020, se implicó en dos hechos de repercusión internacional en los que ya exhibió su valentía y firmeza de principios. Grabó y publicó un vídeo de apoyo a Alireza Firouzja, el prodigioso ajedrecista iraní, de 16 años entonces, que emigró a Francia con su familia y cambió de nacionalidad, harto de que el Gobierno de Teherán lo obligara a perder por incomparecencia cada vez que le tocaba enfrentarse a un israelí. Esta es una orden estricta, impuesta a todos los deportistas iraníes, incluso a los niños. El autor de estas líneas ha sido testigo directo de esas situaciones en Mundiales sub-8, sub-10, sub-12 y otros, donde varias veces ha escuchado explicaciones, sin grabadora, de entrenadores o delegados persas que se pueden resumir así: “Yo no tengo inconveniente en que mis chicos tengan amigos israelíes o jueguen con ellos al fútbol por las mañanas. Pero si permitiera que disputasen una partida oficial, con banderas, frente a un israelí, el castigo sería durísimo”.
Como la postura del Gobierno iraní en este asunto es intransigente en extremo, Khadem pone mucho cuidado al ser preguntada: “Cuando nos toca enfrentarnos a un israelí, si jugamos tenemos un problema; si no jugamos, también. Contestar a esa pregunta me produce la misma sensación; tendré problemas, no importa lo que diga. De modo que prefiero no contestar”. Sus palabras sobre Firouzja son algo más contundentes: “Lo apoyé, y creo que los resultados posteriores a su emigración a Francia [ahora es el cuarto del mundo, a los 19 años] demuestran que hizo bien. Decir que fui castigada por ello quizá sea una palabra demasiado fuerte, pero digamos que no les gustó”. Los hechos indican que, en efecto, fue castigada: tres semanas después, Khadem no jugó en Gibraltar, a pesar de estar inscrita; dos fuentes de la organización señalaron entonces que le habían quitado el pasaporte en el aeropuerto de Teherán.
Además, unos días antes, ella anunció su renuncia a jugar con la selección nacional como protesta por un hecho terrible acaecido el 8 de enero de 2020: un misil antiaéreo iraní derribó un avión ucranio con 176 personas a bordo; todas murieron. El Gobierno de Teherán dijo que había sido un error. Khadem lo recuerda así: “Todo el pueblo iraní se quedó desconsolado, yo incluida. Decidí dejar la selección nacional por ese motivo y dejé de jugar al ajedrez durante un tiempo”. Y en eso llegó la pandemia, que culminó el frenazo de su progresión.
Antes de continuar el relato cronológico, conviene explicar una llamativa paradoja. Irán es una de las grandes potencias del ajedrez en Asia, tras la India y China. El también emigrado Firouzja y Sara son sus talentos más brillantes, la punta de un iceberg sólido, con otros jóvenes jugadores de élite mundial, como Maghsoodloo y Tabatabaei. Pero el ajedrez fue prohibido en Irán por el Gobierno del imam Jomeini tras la Revolución Islámica de 1979. El motivo es bien curioso. Durante la Edad Media, el ajedrez se practicaba en algunos lugares del mundo combinado con dados, y se apostaba dinero. El Corán prohíbe los juegos de azar o envite.
El ayatolá Jomeini interpretó esa norma de manera extrema, y algunos jugadores profesionales, como Sharif o Shirazi, tuvieron que salir por piernas de Irán, a Francia y Estados Unidos, respectivamente. Pero varios intelectuales iraníes generaron un debate con argumentos de sentido común: en la historia del ajedrez, una de las etapas esenciales es Persia, adonde probablemente llegó desde la India hacia el siglo VI, antes de viajar hasta el sur de la actual España a finales del VIII; hace siglos que ya no se juega con dados y apuestas, y qué mejor entretenimiento para los guerreros musulmanes que un juego de guerra. Jomeini rectificó poco antes de morir, y ahí empezó una etapa de difusión masiva que hoy se traduce en fenómenos como Firouzja y Sara. Ella lo explica así: “Antes de la Revolución y la prohibición, ya había una gran cultura de ajedrez, se jugaba mucho en las casas. Ya teníamos algún gran maestro, como Harandi (1950-2019), quien luego fue mi primer entrenador. Y eso aceleró el surgimiento posterior de jugadores muy buenos”.
¿Y ahora va a retomar su carrera desde España? “Sí, seguiré jugando con la bandera de Irán. Mi objetivo inmediato es meterme entre las 10 mejores del mundo [es la 17ª en la lista del 1 de enero]. Y también quiero convertirme en streamer, presentando programas de ajedrez. Hace años que tengo esa idea, pero no quería hacerlo desde Irán con velo”.
Para lograr objetivos tan ambiciosos hace falta mucho tiempo, del que no dispone ahora mismo. Entre otras razones, porque lleva año y medio, desde su embarazo, leyendo libros sobre psicología infantil: “Una parte muy importante del carácter de una persona se forma en la infancia. La aportación de los padres en esa etapa tendrá un efecto a largo plazo”. Pero cuenta con su marido: “Ser jugadora profesional implica una dedicación de muchas horas diarias. Ardeshir me ayuda muchísimo, y ello me permite seguir siendo la misma persona que era antes de casarnos”.
Sara Khadem tiene tres modelos en el ajedrez: Gari Kaspárov, Judit Polgar y Magnus Carlsen. Y los tres inspiran temas de conversación de interés general. Kaspárov, acérrimo opositor de Putin desde que se retiró de la alta competición en 2007, emigró de Rusia a Estados Unidos en 2013 porque su vida corría peligro, y hoy sigue muy activo en esa lucha. “Lo admiro mucho, es muy valiente. No creo que yo tenga el conocimiento que se requiere para conseguir grandes cambios, pero sí lucho cuanto puedo para que el mundo sea mejor”, comenta Khadem.
Polgar, húngara, la única mujer en la historia que ha estado entre los 10 mejores del mundo, solo fue a la escuela para los exámenes (como le sucedió a Sara desde los 13 años). Tras su retirada, en 2014, lucha por dos grandes objetivos: introducir el ajedrez como herramienta educativa en los programas escolares y aumentar el número de jugadoras, que en el siglo XXI son aún poquísimas (un 10%, aproximadamente). Khadem une ambos asuntos: “El ajedrez es muy útil para formar a los niños. Yo lo incluiré en la educación de Sam, con independencia de que luego quiera ser jugador o no. Y tiene una etiqueta de masculinidad que se debe eliminar, para que las niñas lo vean como un juego normal. Es muy importante incluirlo como herramienta educativa desde preescolar y mentalizar a los maestros, para que no se repitan frustraciones como la que yo sufrí a los 12 años, y desaparezcan los estereotipos. Creo que el reciente éxito mundial de la serie Gambito de dama puede ayudar mucho”.
Carlsen, noruego, es ahora el número uno indiscutible. Pero también está de actualidad por un escándalo: acusó sin pruebas al estadounidense Hans Niemann de hacerle trampas (con ayuda de computadoras) en la partida que el escandinavo perdió el 4 de septiembre en San Luis (EE UU). Niemann lo ha demandado por cientos de millones de dólares. Khadem está confusa: “Tengo la impresión de que Niemann no hizo trampas en esa partida. Pero, por otro lado, respeto mucho a Carlsen, quien de momento está acusando sin pruebas. Quizá las tenga, porque el asunto se está investigando. Debemos esperar a que se aclare todo esto”.
Khadem habla casi siempre con sonrisas intermitentes, como si quisiera endulzar cada opinión. Pero su rictus cambia a otro mucho más serio cuando la charla gira de nuevo hacia la situación en Irán. “Ahora, gracias a las redes sociales, la mayoría de los iraníes puede ver lo mucho que se valoran los derechos humanos en el resto del mundo, y que la gente lucha por ellos cuando son violados. Y eso es lo que está pasando en Irán. Las mujeres luchamos por la libertad”.
Aquí también hay una paradoja: el 60% de los universitarios iraníes son mujeres, pero en el Parlamento solo ocupan 16 escaños de 290: “Por desgracia, hay gente en el poder que no ve a las mujeres capaces de gestionar la política u otros asuntos. Quieren que se limiten a ser amas de casa. Pero algunas están luchando para cambiarlo, y creo que lo van a lograr, porque las mujeres mayores también ven lo que pasa en el resto del mundo, y muchas de ellas están apoyando a las jóvenes”. De hecho, hay una costumbre asumida como normal por la mayoría de las mujeres iraníes, sobre todo las jóvenes, según el testimonio de varias personas que han viajado a Irán en años recientes: cuando son invitadas a una casa, su atuendo en el interior es mucho menos recatado que en el exterior. “Sí, lógicamente. En un país con normas tan estrictas, la gente se comporta como realmente es solo en sus casas, no en la calle”, remacha Khadem.
Además, la juventud predomina: la media de edad de Irán es de 31,7 años. Y es patente que la mayoría de los jóvenes iraníes están en contra del Gobierno. ¿Es Irán una burbuja llena de gas que acabará explotando más temprano que tarde? “Cuando los jóvenes de cualquier país del mundo están luchando por una vida mejor, el Gobierno de ese país debe cambiar lo necesario para que vivan mejor”. ¿Cómo ve Irán dentro de 10 años? “Creo que el mundo tiende a ser mejor. E Irán no puede ser una excepción. Vamos a progresar en diversos ámbitos: derechos humanos, medio ambiente y muchos más. Irán será pronto un lugar mejor”.
Mientras Sam sigue explorando por los alrededores, la conversación termina con otra paradoja: “Cuando Irán aparece en las noticias, es casi siempre por asuntos relacionados con la política. Pero, sin duda, Persia es una de las culturas más antiguas y ricas del mundo. A lo largo de los siglos ha habido varios científicos que han hecho importantes contribuciones a la humanidad en su ámbito. Lo mismo ocurre en la literatura (sobre todo en poesía) y en el arte en general. Y en el cine, tenemos a Kiarostami, Farhadi y otros que han ganado muchos premios. A pesar de que mi marido es director de cine, yo de momento soy una principiante. Pero me gustaría saber mucho más sobre ese mundo”, comenta entre risas.
De hecho, la cultura persa ya existía mucho antes que el islam. ¿Ella se siente más persa o más musulmana? “Lo primero es una nacionalidad. Lo segundo, una religión. Yo soy iraní”. Aunque no libre del todo para decir lo que piensa: “Para mí, la libertad es tener la oportunidad de ser nosotros mismos. No significa que todo el mundo haga lo que quiera, pero creo que tener derecho a hacerlo sin perjudicar a los demás es una necesidad esencial para vivir”.