Hoy me lo voy a perdonar
¿No es extraordinario que haya en el año unos días tan especiales que parecen estar fuera de las leyes de plomo de la realidad? | Columna de Rosa Montero
Hay mucha gente que odia la Navidad, lo sé. Sin duda estas fechas son durísimas para aquellos que están solos, como tantos ancianos que no tienen a nadie en una sociedad cada vez más atomizada. Para ellos la Navidad es un sufrimiento, pero me parece que, en general, ellos no odian especialmente estas fiestas, antes al contrario, las añoran. Así que, cuando hablo de la gente que detesta la Navidad, me refiero a esos individuos d...
Hay mucha gente que odia la Navidad, lo sé. Sin duda estas fechas son durísimas para aquellos que están solos, como tantos ancianos que no tienen a nadie en una sociedad cada vez más atomizada. Para ellos la Navidad es un sufrimiento, pero me parece que, en general, ellos no odian especialmente estas fiestas, antes al contrario, las añoran. Así que, cuando hablo de la gente que detesta la Navidad, me refiero a esos individuos de nuestro entorno (quizá tú mismo, lector) que bufan cada vez que se menciona el tema. Pero tengo la sospecha de que, en realidad, no todos son sinceros. Por ejemplo, es posible que en algunos no sea más que una pose para parecer más sofisticados, para distinguirse y apartarse de la murga ñoña y blandita navideña, la cual, en efecto, está llena de tópicos y de familias azucaradas que abarrotan los anuncios de televisión. Por no hablar, ya que hemos mencionado la publicidad, de la orgía consumista a la que nos lanzamos de cabeza en estas fechas, y yo la primera, debo admitirlo contradictoria y contrita, porque sé muy bien que semejante aluvión de regalos, luces, ropas de fiesta, platos de papel y vasitos de plástico no podemos permitírnoslo como planeta. Estas incoherencias en mi comportamiento por lo general me reconcomen. Pero creo que hoy me lo voy a perdonar.
Otras personas, probablemente más numerosas, quizá digan que odian la Navidad por puro cortocircuito emocional. Es posible que, muy en el fondo de sus corazones, palpite ese deseo primario de la magia navideña que se nos inoculó durante la infancia, esas ansias ingenuas de fiesta y amor familiar, de excitación, sorpresa y triunfante alegría. Y puede que no sepan cómo combinar todo eso con la realidad que viven como adultos, con los parientes mezquinos y enfadosos, con las decepciones afectivas, con la sensación de artificialidad e insuficiencia. Con la áspera vida. De ahí que, para defenderse, decidan rechazar la Navidad. Vale, están en todo su derecho, pero se me ocurre que hay otras opciones. Soy también muy consciente de la distancia que existe entre el cuento infantil y el mundo real, pero prefiero no renegar de la niña interior. Cosa que muchos adultos creo que hacen: les incomodan y avergüenzan los restos de la infancia que llevan dentro. Yo pienso, por el contrario, que permitirte cierta inmadurez durante un par de días viene estupendamente. Será una simpleza, pero también es bello jugar a creer que hay un tiempo especial en el calendario, un breve periodo consagrado a reunirnos con nuestra gente más cercana para intentar querernos bien y ser un poco mejores. Es un ritual milenario que celebra los buenos sentimientos, algo que muchos consideran falso y cursi (mientras que los malos sentimientos les parecen verdaderos y serios, es que no acabo de entenderlo). Yo, cursi total, me dejo arrastrar por los tópicos más elementales; disfruto con las iluminaciones callejeras, adoro hacer regalos, me embelesa el brillo de las tenues bolas de cristal y hasta debo confesar que los villancicos me conmueven. Esto es una puerilidad, seguramente. Pero hoy me la voy a perdonar.
Luego están aquellos que odian la Navidad por los ausentes. Reconozco que es duro. Estos días fijados como clavos en el calendario y en la memoria son un recordatorio en carne viva de los seres queridos que han fallecido, de los agujeros en la mesa y en la vida. Y, a medida que las sillas van quedando vacías, la realidad va adquiriendo una especie de velo polvoriento. La Navidad pasa a ser como un memento de nuestra mortalidad, un tempus fugit barroco. Pero también hay otra forma de ver todo esto. En primer lugar, porque resulta hermoso poder celebrar a nuestros muertos en compañía, en el trascurso de un banquete, brindando colectivamente por su memoria. Y, además, porque los ausentes nos enseñan que debemos disfrutar más y mejor de quienes aún están presentes. Hoy me voy a perdonar el sentirme llena de vida, a pesar de los muchos de los míos que se han ido.
Por último, ¿no es extraordinario que haya en el año unos días tan especiales que parecen estar fuera de las leyes de plomo de la realidad? Unas fechas únicas en las que, a poco que te esfuerces, puedes permitirte y perdonarte casi todo. Mucha ligereza y felices fiestas, amigos.