Curso de desajuste político
Todo estaba bajo control en el PSOE y en el PP hasta que las elecciones catalanas, Pablo Iglesias e Isabel Ayuso se impusieron a la estrategia planteada por los dos grandes partidos.
Debía ser el año de la calma para la política española, en teoría. Arrancaba con las elecciones catalanas, y una noticia de impacto: Salvador Illa, la cara de la pandemia, sería el candidato del PSC. Todo parecía bajo control en La Moncloa, capitaneada aún por ...
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Debía ser el año de la calma para la política española, en teoría. Arrancaba con las elecciones catalanas, y una noticia de impacto: Salvador Illa, la cara de la pandemia, sería el candidato del PSC. Todo parecía bajo control en La Moncloa, capitaneada aún por Iván Redondo, que se puso al frente de su campaña. Empezaba la recuperación. Un auténtico milagro político.
Los comicios catalanes parecían confirmar esa sensación: ganó el PSC. Venía de años de ostracismo. Redondo y su mano derecha, Paco Salazar, lo celebraron en su sede y el propio Illa los colocó como artífices de la victoria.
Además, dentro del independentismo, ERC ganó a Junts, otra buena noticia para el Ejecutivo, que le permitía soñar con una mayoría estable en el Congreso y una legislatura cómoda de cuatro años. Todo empezó ahí, pero las consecuencias de ese éxito serían muy diferentes a las esperadas por el Gobierno. El PP, con su desastroso resultado —Vox le dobló en votos—, se puso muy nervioso. El liderazgo de Pablo Casado sufrió una conmoción, y él trató de salvar la pelota de partido con una decisión inesperada: anunció que vendería la sede de la calle de Génova, la de la reforma con dinero negro, para huir de la imagen de corrupción que había dominado la campaña, con el escándalo de la Operación Kitchen en su apogeo.
Pero mientras el foco de los medios se ponía en la crisis del PP, había otra convulsión que resultaría mucho más relevante, pero con poco eco. Ciudadanos, un partido que había ganado las elecciones catalanas en 2017, había perdido casi el 90% de sus votos y había quedado como séptimo partido, muy por detrás de Vox. Había que hacer algo para evitar su desaparición.
Inés Arrimadas, su nueva líder, y Carlos Cuadrado, entonces su mano derecha, pensaron que tenían que salir del bloque de la derecha para colocarse en el centro real. Albert Rivera había tomado en 2019 una decisión muy criticada: pactar solo con el PP en autonomías y ayuntamientos clave en vez de jugar a ambos lados del tablero, lo que le habría dado más poder. Arrimadas decidió cambiar eso para intentar salvar a Ciudadanos del hundimiento.
Había un lugar donde se podía experimentar esta nueva etapa: Murcia, donde la tensión en el Gobierno PP-Cs era muy fuerte y la mayoría de los dirigentes locales de Cs apoyaban la idea de una moción de censura. Justo después de las catalanas, Cuadrado empezó a fraguar esa idea con Félix Bolaños, hombre de confianza de Pedro Sánchez. La operación estaba dirigida por la cúpula de Ferraz, con José Luis Ábalos, Adriana Lastra y Santos Cerdán al frente. El PSOE no acababa de fiarse y exigió garantías: que los seis diputados de Cs firmaran la moción y mostraran su apoyo. Cuadrado se fue a Murcia para garantizar este extremo. Logró las firmas y el apoyo en una larga reunión. Y se puso en marcha la operación. Sin embargo, fue un fiasco. Lo que parecía la puntilla del liderazgo de Casado fue su salvación. El murciano Teodoro García Egea, su mano derecha, viajó a su tierra, empezó a prometer cargos y prebendas a los diputados de Cs y le dio la vuelta al estilo clásico: con tránsfugas. Hasta a cuatro de los seis logró convencer de que se olvidaran de lo que habían firmado.
Ese aleteo de mariposa en Murcia dio un giro a la política nacional. Isabel Díaz Ayuso aprovechó la confusión para convocar elecciones anticipadas en Madrid. El equipo electoral de Redondo se puso de nuevo en marcha para intentar el más difícil todavía: recuperar Madrid. Pero con una campaña errática y un candidato desgastado, Ángel Gabilondo, el desastre fue apoteósico: Ayuso arrasó y el PSOE perdió incluso el liderazgo de la oposición a manos de Más Madrid.
Madrid lo cambió todo. Pablo Iglesias se retiró definitivamente de la política tras un resultado más que discreto para un hombre que llegó a tener cinco millones de votos en toda España. Yolanda Díaz, la gran revelación de este año, entraría como sucesora con la intención de recoser el espacio y ampliarlo para intentar volver a ese primer impulso que hizo a Unidas Podemos un movimiento transversal.
Ciudadanos entró en una crisis que esta vez corre el riesgo serio de ser terminal, y eso es una gran noticia para los populares, que se quedan prácticamente con todo su voto. El PP entró en un periodo de euforia que duraría poco, porque rápidamente Ayuso reclamaría su lugar en los altares de la derecha y sobre todo el control político del PP de Madrid. Casado y García Egea le niegan esa posición, temiendo que pueda hacerse con un poder que haga sombra al líder y pueda servirle para aspirar a sucederlo si no gana las próximas elecciones. Y esa tensión está devorando al PP. Varios dirigentes consultados insisten en que de momento no tiene solución, aunque cada vez es más evidente que el empujón que logró el PP con su victoria madrileña se está frenando.
Pero el mayor cambio de fondo se vivió en el PSOE. Sánchez entendió en Madrid que los datos que le facilitaba Redondo y le decían que no había desgaste eran una ilusión. Que sí lo había, y de fondo. El presidente decidió ahí dar un golpe de mano radical. Y empezó a diseñar el mayor cambio de Gobierno de la democracia. Cayeron su vicepresidenta primera, Carmen Calvo; su secretario de organización, José Luis Ábalos, y su jefe de Gabinete, Iván Redondo.
Desde entonces, mientras el PP sigue enfrascado en su crisis, Sánchez se ha concentrado en recuperar el control de la agenda política. Ha logrado unos Presupuestos con 188 votos estables que le garantizan que puede acabar la legislatura, está desplegando las reformas del plan de recuperación —incluida la de pensiones y la laboral— y ha conseguido así que España sea el primer país que recibe la segunda parte de los fondos europeos. Además, ha reordenado el PSOE, con un control total del líder y un nuevo liderazgo en Andalucía para enfrentarse a las elecciones andaluzas, que serán el gran hito político de 2022.
Si 2021 descolocó la política española, 2022 implicará el desempate: si el PP arrasa en Andalucía, la posibilidad de una victoria del bloque PP-Vox en las generales ganará fuerza y el PSOE y Unidas Podemos tendrán que inventar nuevas fórmulas para impedirlo. Si los socialistas logran salvar los muebles o incluso recuperar Andalucía —algo improbable—, el ciclo habrá cambiado. Pero lo que ya nadie podrá corregir es el desajuste que supuso 2021, el año en que casi todos los partidos tuvieron su crisis y nadie ganó del todo